02 febrero, 2008

La Guerra de los Cien Anos. Por nuestro corresponsal en el Alma Mater.

Ya digo, no soy de los que están muy al día de lo que se cuece y se quema en las bajas esferas rectorales de mi querida universidad. Ahora bien, la indiferencia del estoico se vuelve incivil defecto cuando se está en guerra y se llena todo de daños colaterales. Y debemos de estar en guerra, por lo que logro inferir de algunos datos que no se entenderían de otro modo. O guerra o manicomio, pero lo que pasa no parece normal. ¿A qué datos me refiero?
Recuerde el amigo lector la carta del rector magnífico de León a la que aludíamos en el post de hace un par de días. ¿Se acuerdan? Qué pensarán los que alguna vez suspendieron la selectividad. Se indignarán pensando que ahora podrían ser catedráticos; o más. Bueno, tal vez ya lo son, pues no me consta que nadie haya suspendido la selectividad más de una vez o dos. Pues así estamos, como ya sabemos. El caso es que estos días me he tropezado por pasillos diversos con colegas que llevaban fotocopia de la carta y la exhibían alborozados y muertos de risa. Naturalmente, son todos de la oposición. ¿Y los partidarios del gobierno rec(tor)al qué dicen? Calma, pues ahí topamos con uno de los enigmas del momento, como veremos, pues este gobierno ya no tiene partidarios y posiblemente ni el rector se quiere ya a sí mismo y por eso se anda desprendiendo de cualquier jirón de prestigio que pudiera quedarle. Pero no adelantemos acontecimientos.
Digo que me voy tropezando con colegas desternillados de risa con la carta de marras. Supongo que ninguno será un converso que en su momento votara a nuestro Señor Magnífico, pues a ninguno le asoma cilicio ni se le aprecian marcas de penitente. Pero nunca se sabe. A uno de tales compañeros le planteé el otro día la pregunta que muchos llevamos en la cabeza: cómo es que nadie le revisó a Nuestro Dueño la carta. ¿Casi tantos cargos digitales como en La Moncloa y ninguno se maneja con sintaxis y ortografía? Pudiera ser, pero estadísticamente parece raro. Mi interlocutor me cuenta lo siguiente: que los escritos del Amo antes los corregía un pequeño vicerrector, pero que ahora ya no lo hace porque está picado con Él y le tiene tirria. ¡Tócate las narices! Este gobierno universitario cada vez se parece más al PSOE. Todos están en contra del Supremo y lo tienen por medio ceporro, pero aguantan en el sillón lo que haga falta y (algunos) se tiran en marcha sólo si hay mucho oleaje, el hundimiento es inminente y pasa un yate tentador, con flotadores per tutti y cubatas a bordo.
Vean qué curioso. Un vicerrector que está hasta la boina del Supremo y que pasa de él, pero que no dimite. Natural del todo, de cajón, oiga. Por lo que se comenta esta temporada, no es sólo uno, pues la mayoría de los vicerrectores no tragan a Muchoyó. Es más, algunos hasta han comenzado a trabajar su propia candidatura para sucederle en las cimas del Olimpo, pero advirtiendo con mucha seriedad que ellos no están en su línea ni son sus continuadores. Para nada. Que hace falta una ruptura, un giro radical. Vamos, como si el Bermejo o la Tere se presentaran ahora por libre a lo del 9 de marzo porque nunca tragaron a Z(P). Entiendo que un vicerrector pueda perder la fe una mañana al subirse al caballo oficial, comprendo que a los dioses se los va conociendo a fuerza de tiempo, milagros y divinas putadas, me hago cargo de que entre que te das cuenta, lo piensas, lo sopesas y te decides, te pasaron dos mandatos casi completos. Pero, hombre, cuando ya te rebotas del todo y en serio y vas diciendo sottovoce que el Boss te la refanfinfla, parece más honesto y efectivo el soltarse el pelo por completo, dimitir, soltar cuatro frescas públicamente y…, pedir perdón por los pasados errores y las pretéritas complicidades.
Algún día deberíamos escribir un manual de ética universitaria para altos/as cargos/as. Con unas bonitas aplicaciones de ese rollo de ética de convicciones y ética de responsabilidad. Categorías que hay que enriquecer con una tercera: ética de yo no pierdo nunca y estoy en la procesión y repicando, en el gobierno y en la oposición al mismo tiempo. Eclesiásticas habilidades, sin duda. Como los obispos, que en San Sebastián dicen una cosa y en Conferencia Episcopal otra, que se ofrecen de mediadores en las negociaciones con los terroristas y luego llaman cabrones a los que negocian con los terroristas. Episcopal coherencia de prelados y vicerrectores. Miren estos datos, para mayor ilustración.
Un rectorado que dura dos mandatos, ocho años. Un equipo unido y cohesionado como una sola mujer. Personalidades de una pieza, con las que todos hemos vivido a menudo historias como la que sigue, absolutamente real y típica. Vas a ver a un vicerrector por una cuestión ordinaria cualquiera. Él (o ella, pero no nos liemos con gilipolleces ahora) mira papeles, comprueba cuadrantes, dibuja hipotenusas, se recrea con curvas, comprueba solicitudes, recaba asesoramientos variados y, finalmente, te dice que sí y que de acuerdo y que cuentes con ello. Te vuelves a tu Facultad la mar de contento. Pasa una semana y otra y otra. Nada se mueve. Mosqueado, llamas a ese Vicerrectorado. La secretaria (¿por qué ningún vicerrector ni rector tiene secretarios varones? ¿Qué pasa con la política de género?), siempre amable, te dice que su jefe no está y que no sabe como localizarlo, pues ese día no lleva móvil. Repites la llamada al día siguiente y resulta que acaba de salir para una reunión en el Ministerio sobre “Titulaciones flexibles y convergencias convexas en el Espacio Curvo Europeo –ECE-“. Que volverá en tres días y que otra vez se olvidó el móvil. A los tres días: que está acatarrado y que avisó de que no va al despacho ese día y que en casa no quiere que se lo moleste, por la fiebre y eso. Por suerte, en ese momento te vas a la cafetería a tomarte un orujo para los nervios y te lo encuentras allí, con tres becarias y su vetusto maestro, más sano y alegre que unas castañuelas. Lo abordas y te dice que lo llames mañana. Que sí, que sí, que estará en su despacho y que lleva dos semanas queriendo hablar contito pero no atreviéndose a llamarte para no importunarte. Esto es señal inequívoca: date por jodido.
Al día siguiente lo llamas a las nueve. Y a las diez y a las once y a las doce. Das con él a la una. Te cuenta con detalle lo atareadísimo que ha estado esa mañana controlando la instalación en su Departamento de un aparato carísimo que se compraron con un proyecto y que sirve para medir las oscilaciones capitulares de la transaminasa infausta durante los efluvios carpetovetónicos. Resistes la tentación de colgar sin decir nada o de colgar después de haberte cagado en el viejísimo oficio de su mother, la pobre. “¿Sigues ahí?”, te pregunta cuando acaba con lo de su aparato.”Sí”, dices simplemente. Carraspea. “¿Y por qué me buscabas?”, te pregunta. Ibas a contestar que también él te buscaba a ti, según te había dicho ayer, pero piensas que para qué. Le recuerdas el asunto pendiente. “Ah, eso ¿pero no te llamó el Rector?” “No”. “Chico, es que el Rector ha dicho que no, que no le encaja y que no puede ser”. “¿Por qué? ¿No estaba todo en regla? Tú mismo me dijiste que…”. “Sí, sí, pero ya sabes cómo es Ramiro, cabezón y burro como él solo. Estoy de él hasta los cojones”. Y a partir de ahí cinco minutos explicándote que no soporta al Rector, que es un tirano y un arbitrario, que todos los del equipo se sienten humillados y ofendidos por Él, que él hasta se está tomando un antidepresivo para aguantar el tirón esta temporada y que últimamente hasta ha tenido algunas “disfunciones eréctiles”. Así mismo te lo dice. Acabas sobrecogido y compadeciéndolo. Ganas te dan de despedirte pidiendo perdón por molestar y por aumentar sus turbaciones y perturbaciones. Pero te despides cordial, cuelgas, te rascas la cabeza y te quedas pensando que algo no va. Al rato ya lo has visto claro, pero es tarde. El Rector, el tal Ramirín, será lo que quiera, el vicerrector en cuestión es un cretino de tomo y lomo y tú, y tú… eres tonto de remate.
Bueno, pues decíamos que un equipo así dura ocho años. Al segundo año ya circulan rumores de que hay vices muy quemados y que van a dimitir. No dimite ni uno, descuida. A algunos de ésos Zeus les cambia el nombre de sus cargos y se quedan la mar de felices. Al Vicerrector de Profesorado lo rebautizan como Vicerrector de Personal Docente y al de Ordenación Académica como de Planes Académicos. Y como niños con traje nuevo. “Querida, querida, mira cómo me llamo ahora. Y puedo nombrar tres nuevos directores de área. Voy a proponerle una de esas direcciones a Currita”. “¿A Currita? ¿A esa zorra?”. “Bueno, vale, a Currita no. Pues a Manolín el de Benavente, hala. Verás que ilusión le hace”. “A Manolín sí, mira. Ven que te felicite, lumbrera mía”. “¿Quieres que me ponga la toga sin nada debajo y nos vamos a la habitación?” “¡Uy, sí, sí, sí”. Así van tirando las parejas con altas responsabilidades.
Otro rumor que siempre circula a partir del segundo o tercer año de un rectorado es que el rector tiene un cáncer terminal. Como lo que los fachas han dicho toda la vida los del Rey. Que lo saben de buena tinta y tal y que máximo seis meses. Se cumple una ley impepinable: cuando la oposición universitaria le atribuye cáncer al rector es señal de que esa oposición, aparte de estar integrada por tontos de baba, se rinde y ya sólo confía en el vudú y el mal de ojo.
De esa guisa pasan siete años enteritos, con unas elecciones de por medio que sirven para que en el segundo mandato aumenten los cargos-comedero y las arbitrariedades a tutiplén. Como ya no pueden reelegirme, se van a enterar. Los del PRI mexicano tenían un nombre para eso, para el último año del Presidente, pero no me sale ahora. Me viene lo del “año del cerdo”, pero tal vez se me cruzan malamente temas y personajes. Eso sí, en cuanto empieza la cuenta atrás y comienza el año ese… la desbandada. Aquella lugartenienta de Ramirín que no te saludaba y que organizaba misas negras en tu honor por no querer al Único, su adorado, el niños de sus ojos, su osito, su cosa, un día se cruza contigo, se para, te sonríe, te da dos besos casi de lengua, te transmite todos los pésames que te debía de estos años, te comenta que te ve hecho un adonis y que cómo te conservas así de guapetón y, cuando tú todavía no has salido de shock ni has tenido tiempo para pellizcarte siquiera, se pone a decirte que Ramirín un hijoputa, que ella siempre lo había visto así, que tú tenías más razón que un santo cuando te mosqueabas, que ella siempre te admiró en silencio y húmeda, que hay que organizarse, que vienen las elecciones y esto no puede seguir así, que están planteando una candidatura alternativa y renovadora a esta porquería que nos ha gobernado hasta ahora, que en cuanto ganen van a pedir una auditoría, que cuenta con tu colaboración y tus ideas… Ah, y que ayer ha dimitido de su cargo, en el que siempre había estado incomodísima y por puro espíritu de servicio, la verdad.
Y se van acercando las elecciones y tú no sales de tu asombro y empiezas a tener paranoia inversa o manía persecutoria al revés. En lugar de tener la sensación de que todos te acechan para matarte o hacerte putadas, vas sospechando que te acosa todo dios por puro amor e incontenible admiración. Has dejado de ser transparente y no sólo descubres que aquellos que antes no te saludaban porque no te veían ahora se paran y te palmean el hombro y mueven obscenamente la lengua mirándote la bragueta –o ésa es tu impresión, al menos, por la causa de esa nueva paranoia patas arriba-, sino que hasta te felicitan por el blog y te dicen que muy bien esa caña y que así se zumba y que cómo disfrutan leyéndote. Hostias, piensas tú, pero si iba por ti. Pero, como te has quedado sin voz de tanto apretar las piernas, pues cuando quieres reaccionar el otro ya se ha ido moviendo el culete y encantado de haberte conquistado con tantísimo arte.
Pensándolo bien, nunca agradeceremos suficientemente todo el sacrificio que hacen por nosotros. Primero aguantando a las órdenes de un Sheriff que nunca soportaron y cuyas injusticias tuvieron que contemplar en silencio y a pie de obra, atados al cargo por la dichosa Verantwortungsethik, luego tirándose en marcha sin verter gota, más tarde cambiando de caballo al galope con circense soltura. Y todo por nosotros, para que las cosas funcionen, para que no nos falte de nada, para que podamos, nosotros, privilegiados, cumplir con nuestra labor de docentes consentidos e investigadores entregados, mientras ellos, nuestros servidores, se privan de las mieles del aula y de los placeres de la probeta y el libro, nada más que para estar ahí, velando por nosotros, sacrificados ángeles guardianes que no sucumben ni a las penas ni a los riesgos. Admirable, oiga. Chapeau. Yo de mayor quiero ser así.

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