Iremos contando, en capítulos sucesivos y para no agotar al personal de una tacada, cómo se investiga hoy en día en nuestras universidades. La historia que se irá exponiendo es ficticia, pero llena de datos y experiencias rigurosamente reales. El protagonista, NN, es un catedrático que de buena fe intenta hacer algo más que vegetar, asistir a reuniones estériles y rellenar papeles inútiles. No sorprenderá el resultado de sus esfuerzos, y por eso podemos anticipar el desenlace sin destrozar la narración: no logra nada. Se lo come el sistema. Sucumbe a la burocracia. Pero eso, como digo, es lo usual. Lo interesante es que vayamos, poco a poco y con paciencia, reparando en la tupida red de estupideces que nos atrapa a los profesores universitarios y que no nos deja casi nunca hacer casi nada útil o que merezca en verdad el nombre de investigación.
Estamos nada más que para que chupatintas justifiquen sus puestos prescindibles y para que autoridades sin autoridad ni científica ni moral, pero con mando en plaza, rellenen a nuestra costa cientos de estadísticas mentirosas, de memorandos engañosos y de informes que celosamente ocultan lo que de verdad ocurre y que se puede resumir así: nos pagan para que aparentemos ser lo que no somos y para que, al tiempo, no hagamos nada que no sean gilipolleces del gusto de tarados ministeriales y de pedagogos pajilleros.
¿Para cuándo un Plan de Bol0nia sobre maneras de dejarnos trabajar en serio y en paz? ¿Para cuándo un modelo integrado para el fusilamiento de mangantes ministeriales y vicerrectorales?
Vamos allá.
Érase un catedrático llamado NN, que un día tuvo la idea de escribir un muy meditado y documentado trabajo sobre “Los X y los Z y sus conspicuas relaciones”. Lo primero que se le ocurrió fue el título y tal sucedió una noche mientras se cepillaba los dientes, ya en pijama y dispuesto a dormirse pensando en los planos de la nueva casa que él y su mujer habían decidido construirse. Ni se durmió hasta la madrugada ni pensó en la morada nueva, pues el esquema de aquel trabajo se le vino a la cabeza como por arte de magia y estuvo dándole vueltas y puliéndolo mentalmente.
Nuestro catedrático, tenido en tiempos por reputado especialista tanto en las cosas sobre X como en los asuntos de Z, llevaba algún tiempo sumido en una crisis de productividad, seco, con él decía. Había dictado conferencias y escrito algunos refritos sobre esos asuntos en los que había sido versado, pero hasta este mismo momento no había dado con nuevas vías para proseguir su investigación con originalidad y renovados ánimos.
Al día siguiente, martes, llegó temprano a la Facultad y se puso a escribir el guión inicial de su investigación inminente. A la hora del café, unos colegas pasaron a buscarlo y no supo rehusar. Encontró la ocasión para contarle por encima a B. su proyecto. Eran buenos amigos y compartían también ocasionales desahogos. Al poco de retornar al despacho sonó el teléfono y era B: “Oye, C., a quien recordarás y que es discípulo mío, organiza en julio en Jerez un curso de verano sobre "Los X y la dinámica intergeneracional". Así creo que se titula. Lo que hablamos antes me ha hecho sugerirle que te invite y está encantado. Te llamará en un momento”.
Colgaron y nuestro catedrático se sintió alegre. La semana había comenzado con inesperados bríos. Lo llamó C. desde Jerez y, después de los saludos protocolarios, le confirmó la invitación y le comunicó que le enviaría una ficha que tenía que rellenar como profesor de aquel curso. Llegó la ficha a última hora de la mañana, cuando NN acababa de regresar de su clase. Echó un vistazo y comprobó que era complicada. Después de comer con la familia, se puso a rellenar la ficha. Era larga y compleja. Entre los datos que pedían estaba el número de registro personal y no lo tenía apuntado en casa, por lo que decidió continuar a la mañana siguiente.
De nuevo madrugó y se propuso quitarse de en medio lo de la dichosa ficha. Buscó el número de registro y se topó luego con que le pedían una relación de artículos en revistas indexadas, con indicación del ISSN de cada una. Le costó dos horas recortar y pegar y dar con los datos completos de las puñeteras revistas. Se fue a clase y al volver continuó con la ficha. Le solicitaban un número de cuenta, pero con dígitos de banca internacional. Llamó a B. y éste le dijo que llamara a la secretaria del Departamento de C. en Jerez. Ésta le dio el número de la Dirección de Cursos de Verano de aquella Universidad, donde le pidieron que telefoneara otra vez en media hora, pues la persona que llevaba lo de las fichas había salido un momento. Al cabo, volvió a telefonear y le explicaron que tales dígitos eran imprescindibles, pues algunos de los conferenciantes invitados al curso eran extranjeros y se les pagaría con transferencia internacional. Alegó que él era español y que para qué complicarse en su caso, pero educadamente le contaron que el sistema informático no admitía más entradas que las que llevaran la numeración completa, sin distinción de cuentas españolas y de otros países.
Conseguir comunicación con su asesor personal en el banco le llevó un buen rato, pero logró rellenar aquel apartado con una larguísima serie de números. En ese instante se fue la luz y NN soltó varios juramentos. Retornó pronto la energía y afortunadamente había apuntado en un papel aquellos datos de la cuenta. En éstas, llegó la hora de comer y llamó a casa para explicar a la familia que tenía mucho que hacer y que tomaría cualquier cosa en la cafetería del campus. Antes de salir le llegó un correo electrónico del Vicerrectorado de Investigación, en el que se daba cuenta de una nueva convocatoria nacional de proyectos de investigación. El plazo de solicitud era breve, dos semanas, y NN se fue a la cafetería pensando que pediría un proyecto sobre el nuevo tema que se le había ocurrido. Tenía que pensar a quiénes metía en el equipo.
Esa tarde acabó de rellenar la ficha de Jerez, no sin antes tener que decidir lo que aún no había tenido tiempo de pensar y que el documento le pedía que especificase ya: medio de transporte a Jerez, días de estancia, apoyo instrumental que necesitaba para su conferencia y resumen de ésta en menos de mil palabras y con un abstract y palabras clave en inglés.
Luego se puso en contacto con algunos colegas de su gremio para ofrecerles la participación en su nuevo proyecto. La mayoría le dijeron que sí, pero a condición de que hiciera él todo el papeleo. Aceptó. Al fin y al cabo, la idea había sido suya. Como muchos le preguntaron qué había que hacer o dónde tenían que firmar, antes de irse a casa bajó de la web del Ministerio los impresos. Comenzó por echar un vistazo al modelo de currículo de los investigadores y vio que era sumamente innovador. O sea, no servían los formatos en que tenía su currículo y vio que le tomaría como mínimo un día entero adaptar los datos al nuevo, a base de cortar, pegar y buscar algunas informaciones sorprendentes que ahora se solicitaban. Se preguntó cómo se lo tomarían los compañeros que habían accedido a figurar en el equipo y que también habrían de rellenar ese formato.
Vamos allá.
Érase un catedrático llamado NN, que un día tuvo la idea de escribir un muy meditado y documentado trabajo sobre “Los X y los Z y sus conspicuas relaciones”. Lo primero que se le ocurrió fue el título y tal sucedió una noche mientras se cepillaba los dientes, ya en pijama y dispuesto a dormirse pensando en los planos de la nueva casa que él y su mujer habían decidido construirse. Ni se durmió hasta la madrugada ni pensó en la morada nueva, pues el esquema de aquel trabajo se le vino a la cabeza como por arte de magia y estuvo dándole vueltas y puliéndolo mentalmente.
Nuestro catedrático, tenido en tiempos por reputado especialista tanto en las cosas sobre X como en los asuntos de Z, llevaba algún tiempo sumido en una crisis de productividad, seco, con él decía. Había dictado conferencias y escrito algunos refritos sobre esos asuntos en los que había sido versado, pero hasta este mismo momento no había dado con nuevas vías para proseguir su investigación con originalidad y renovados ánimos.
Al día siguiente, martes, llegó temprano a la Facultad y se puso a escribir el guión inicial de su investigación inminente. A la hora del café, unos colegas pasaron a buscarlo y no supo rehusar. Encontró la ocasión para contarle por encima a B. su proyecto. Eran buenos amigos y compartían también ocasionales desahogos. Al poco de retornar al despacho sonó el teléfono y era B: “Oye, C., a quien recordarás y que es discípulo mío, organiza en julio en Jerez un curso de verano sobre "Los X y la dinámica intergeneracional". Así creo que se titula. Lo que hablamos antes me ha hecho sugerirle que te invite y está encantado. Te llamará en un momento”.
Colgaron y nuestro catedrático se sintió alegre. La semana había comenzado con inesperados bríos. Lo llamó C. desde Jerez y, después de los saludos protocolarios, le confirmó la invitación y le comunicó que le enviaría una ficha que tenía que rellenar como profesor de aquel curso. Llegó la ficha a última hora de la mañana, cuando NN acababa de regresar de su clase. Echó un vistazo y comprobó que era complicada. Después de comer con la familia, se puso a rellenar la ficha. Era larga y compleja. Entre los datos que pedían estaba el número de registro personal y no lo tenía apuntado en casa, por lo que decidió continuar a la mañana siguiente.
De nuevo madrugó y se propuso quitarse de en medio lo de la dichosa ficha. Buscó el número de registro y se topó luego con que le pedían una relación de artículos en revistas indexadas, con indicación del ISSN de cada una. Le costó dos horas recortar y pegar y dar con los datos completos de las puñeteras revistas. Se fue a clase y al volver continuó con la ficha. Le solicitaban un número de cuenta, pero con dígitos de banca internacional. Llamó a B. y éste le dijo que llamara a la secretaria del Departamento de C. en Jerez. Ésta le dio el número de la Dirección de Cursos de Verano de aquella Universidad, donde le pidieron que telefoneara otra vez en media hora, pues la persona que llevaba lo de las fichas había salido un momento. Al cabo, volvió a telefonear y le explicaron que tales dígitos eran imprescindibles, pues algunos de los conferenciantes invitados al curso eran extranjeros y se les pagaría con transferencia internacional. Alegó que él era español y que para qué complicarse en su caso, pero educadamente le contaron que el sistema informático no admitía más entradas que las que llevaran la numeración completa, sin distinción de cuentas españolas y de otros países.
Conseguir comunicación con su asesor personal en el banco le llevó un buen rato, pero logró rellenar aquel apartado con una larguísima serie de números. En ese instante se fue la luz y NN soltó varios juramentos. Retornó pronto la energía y afortunadamente había apuntado en un papel aquellos datos de la cuenta. En éstas, llegó la hora de comer y llamó a casa para explicar a la familia que tenía mucho que hacer y que tomaría cualquier cosa en la cafetería del campus. Antes de salir le llegó un correo electrónico del Vicerrectorado de Investigación, en el que se daba cuenta de una nueva convocatoria nacional de proyectos de investigación. El plazo de solicitud era breve, dos semanas, y NN se fue a la cafetería pensando que pediría un proyecto sobre el nuevo tema que se le había ocurrido. Tenía que pensar a quiénes metía en el equipo.
Esa tarde acabó de rellenar la ficha de Jerez, no sin antes tener que decidir lo que aún no había tenido tiempo de pensar y que el documento le pedía que especificase ya: medio de transporte a Jerez, días de estancia, apoyo instrumental que necesitaba para su conferencia y resumen de ésta en menos de mil palabras y con un abstract y palabras clave en inglés.
Luego se puso en contacto con algunos colegas de su gremio para ofrecerles la participación en su nuevo proyecto. La mayoría le dijeron que sí, pero a condición de que hiciera él todo el papeleo. Aceptó. Al fin y al cabo, la idea había sido suya. Como muchos le preguntaron qué había que hacer o dónde tenían que firmar, antes de irse a casa bajó de la web del Ministerio los impresos. Comenzó por echar un vistazo al modelo de currículo de los investigadores y vio que era sumamente innovador. O sea, no servían los formatos en que tenía su currículo y vio que le tomaría como mínimo un día entero adaptar los datos al nuevo, a base de cortar, pegar y buscar algunas informaciones sorprendentes que ahora se solicitaban. Se preguntó cómo se lo tomarían los compañeros que habían accedido a figurar en el equipo y que también habrían de rellenar ese formato.
Se marchó a casa sin perder el buen ánimo, pese a las primeras contrariedades. Esa noche se durmió pronto y agotado, pero tuvo extrañas pesadillas.
Extraordinario artículo, Juan Antonio, para leer un sábado por la mañana.
ResponderEliminar¿Quizás el preludio de un libro?
Un abrazo desde tu querida Asturias
¡Genial! (como siempre). Me abono a los siguientes capítulos de la novela. Sólo una petición de una fiel lectora: me gustaría disfrutar de los simpáticos nombres con los que bautiza a sus personajes.
ResponderEliminarMmmm... ¡qué apetecible relato!
ResponderEliminarMe pongo a leerlo en cuanto termine de rellenar mi CV en formato CICYT (para lo del CONSOLIDER) y en formato electrónico (para la ANECA).
... por supuesto, en cuanto termine de pelearme con los de Asuntos Económicos, porque parecía que iba a tener que pagar yo de mi bolsillo el billete de avión de los últimos dos conferenciantes (dí tú que era vuelo nacional, pero mira...).
A ver la correspondencia... ¿Qué es esto? Una encuesta de evaluación de la evaluación de la docencia (no es coña)... una encuesta de evaluación de los servicios de la uni... una invitación-coacción a un curso de los famosos "Pedagogos à gogo"...
Coño, los de este sindicato deben andar devoraos, porque me piden que vaya en sus listas... pero como es fulano, habrá que inventarse una larga cambiada...
... una nueva reunión de la comisión para la implantación de los Estudios de XXXXogía (llevamos desde 2003 pidiéndoselo a la Comunidad Autónoma por favor, que es mejor esto que tené que de robá y no nos hacen puto caso)...
En fin. Me despido con las de siempre:
- Rectores seleccionados por criterios objetivos. ¡R-ANECA YA!
- Y, como dice el aniftrión: ¡escupe a un pedagogo hoy que puedes!