Al pobre Sarkozy le crecen los enanos. Que no pierda, pues, la esperanza. Ahora aparece su flamante señora en pelota picada, en fotos de hace quince años que se van a subastar en Chiristie´s como si fueran una obra de arte.
Miro y remiro la foto de muestra que sale en los periódicos y me rasco la cabeza sumido en el desconcierto. Quizá nos da la clave para entender su repentino amor por don Niko, pues se ve que esa mujer ha pasado mucha hambre. ¿Y qué me dicen de la postura? Esa manera tan natural de colocar las manos como si se le estuvieran cayendo las vergüenzas, ese pie al desgaire, resultado seguramente de alguna juvenil contractura. Esa cara de pasión. Una mujer así exhala fogosidad, no me digan que no. O se sentía incómoda por la contorsión. Y los pechos divorciados y como haciendo por pasiva la apología de una política de centro que evite esos sinsabores de los extremos.
Para gustos colores, ciertamente. Y uno, ya madurillo, le va cogiendo apego a los clásicos, a las viejas rotundidades, a las féminas sin pasteurizar. Los extremos son viciosos, y perniciosos los excesos cárnicos, pero esta estética de campo de concentración con pelas me parece que sólo les va a políticos de derechas de origen húngaro y aviesas intenciones.
Miro y remiro la foto de muestra que sale en los periódicos y me rasco la cabeza sumido en el desconcierto. Quizá nos da la clave para entender su repentino amor por don Niko, pues se ve que esa mujer ha pasado mucha hambre. ¿Y qué me dicen de la postura? Esa manera tan natural de colocar las manos como si se le estuvieran cayendo las vergüenzas, ese pie al desgaire, resultado seguramente de alguna juvenil contractura. Esa cara de pasión. Una mujer así exhala fogosidad, no me digan que no. O se sentía incómoda por la contorsión. Y los pechos divorciados y como haciendo por pasiva la apología de una política de centro que evite esos sinsabores de los extremos.
Para gustos colores, ciertamente. Y uno, ya madurillo, le va cogiendo apego a los clásicos, a las viejas rotundidades, a las féminas sin pasteurizar. Los extremos son viciosos, y perniciosos los excesos cárnicos, pero esta estética de campo de concentración con pelas me parece que sólo les va a políticos de derechas de origen húngaro y aviesas intenciones.
Reconozcan humildemente los varones que se han puesto a pensar en el pequeño Sarko enredado en dos vueltas y media de brazos de la Bruni, rogándole que enderece el pie y sonría un poco, aunque sea de mentirijillas; y ella que cuidado con ese hueso y que si no preferirías, amor, un poquitín de látigo o que nos comiéramos unas ostras con champán delante de la tele, y él que no, pero sácame el esternón del ojo, que me estás lisiando con tu óseo arrebato.
De todos modos, los franceses nos llevan muchos revolcones de adelanto. Aquí unas humildes ministras se retratan todas vestidas para Vogue y se arma la gran escandalera. Qué pasaría si se rifaran por ahí fotos en bolas de las señoras de nuestros prohombres o los esposos de nuestras promujeres. Figúrense, doña Ana Botella, en tiempos, como Dios la trajo al mundo, más el IVA, haciendo con las manos la gaviota sobre el vientre; o doña Sonsoles bajo una sombrilla y a punto de tomar un baño de multitudes. Para fotos de ésas, aquí no saldríamos de Zerolo, que se repite más que el ajo, y, por supuesto, de Albert Rivera, que empezó despelotándose en los carteles y se ha ido quedando en pelota en las urnas.
En esta España nuestra no hemos conseguido todavía ni contemplar a Zapatero en bañador y, en cuanto a señoras políticas, no pasamos de los molares de la Chacón. Cuesta una barbaridad imaginárselos a todos, conservadores y conservadores, en plena crispación corporal y sin soltar discursos. Prometía bastante Cascos, pero no pudo con la fama y nos dejó a medias, antes de que los obispos le arrearan un par de excomuniones. También el Guerra, cuando entonces, amagaba, pero treinta años calentando escaño no hay cuerpo que los aguante y hasta mudo se nos ha quedado.
Diputados y senadores deberían hacer exposición de carnes, además de declaración de bienes. Muchos ciudadanos cambiarían el voto por aquello de que no puede haber mens sana en esos cuerpos y cuerpas tan dejados de la mano de Dios.
Se dice que las fotos de la Bruni tienen un precio de salida (con perdón) de tres mil dólares. Cosas de la inflación. Deberíamos promocionar a nuestras santas; o a nosotros mismos. En cuatro sesiones, media hipoteca resuelta. Y con más arte.
De todos modos, los franceses nos llevan muchos revolcones de adelanto. Aquí unas humildes ministras se retratan todas vestidas para Vogue y se arma la gran escandalera. Qué pasaría si se rifaran por ahí fotos en bolas de las señoras de nuestros prohombres o los esposos de nuestras promujeres. Figúrense, doña Ana Botella, en tiempos, como Dios la trajo al mundo, más el IVA, haciendo con las manos la gaviota sobre el vientre; o doña Sonsoles bajo una sombrilla y a punto de tomar un baño de multitudes. Para fotos de ésas, aquí no saldríamos de Zerolo, que se repite más que el ajo, y, por supuesto, de Albert Rivera, que empezó despelotándose en los carteles y se ha ido quedando en pelota en las urnas.
En esta España nuestra no hemos conseguido todavía ni contemplar a Zapatero en bañador y, en cuanto a señoras políticas, no pasamos de los molares de la Chacón. Cuesta una barbaridad imaginárselos a todos, conservadores y conservadores, en plena crispación corporal y sin soltar discursos. Prometía bastante Cascos, pero no pudo con la fama y nos dejó a medias, antes de que los obispos le arrearan un par de excomuniones. También el Guerra, cuando entonces, amagaba, pero treinta años calentando escaño no hay cuerpo que los aguante y hasta mudo se nos ha quedado.
Diputados y senadores deberían hacer exposición de carnes, además de declaración de bienes. Muchos ciudadanos cambiarían el voto por aquello de que no puede haber mens sana en esos cuerpos y cuerpas tan dejados de la mano de Dios.
Se dice que las fotos de la Bruni tienen un precio de salida (con perdón) de tres mil dólares. Cosas de la inflación. Deberíamos promocionar a nuestras santas; o a nosotros mismos. En cuatro sesiones, media hipoteca resuelta. Y con más arte.
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