Llama la atención la naturalidad con que casi todos acabamos aceptando que los partidos políticos no sean más que entramados férreamente jerárquicos, sin más función ni mayor capacidad que la de bailarle el agua al supuesto líder de turno, más o menos carismático. Dice la Constitución, en su artículo 6, que los partidos políticos “son instrumento fundamental para la participación política” y que “su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”. Amén. Tan democráticos como los plebiscitos que organizan los dictadorzuelos, como aquellos referendos de cuando Franco. Aquí, como en tantas cosas, la Constitución es papel mojado, por no decir otro tipo de papel.
Del dicho al hecho va un gran trecho en este tema. Algún partido intenta de vez en cuando organizar primarias y que los militantes elijan a sus jefes. Buena manera de alborotar el gallinero que, se supone, tiene que actuar disciplinadamente y como una sola mujer. Algún avispado, además, quitó la escalera después de llegar a la gloria por esa vía. Otros, como Aznar, simplemente nombraron digitalmente al llamado a recibir los trompazos y al grito de palabra de Dios, te alabamos, señor.
Las decisiones capitales de los partidos, al menos de los mayoritarios, las medita el capo en la intimidad y luego las refrendan los organillos correspondientes. Los programas y objetivos van de arriba hacia abajo, los marca el sumo pontífice y los asimilan, sí o sí, los cuadros y las bases. No hay debate, no existen compromisos previos ni más alternativas que la santa voluntad del jerifalte. Éste sólo piensa qué es bueno para ganar elecciones y los subordinados piensan que si se ganan las elecciones habrá de donde ordeñar y carguitos para todos. Puros grupos de intereses son esos partidos, máquinas electorales, abrevaderos para trepas y comedero para sumisos.
Y ahí vemos al PSOE y el PP ahora mismo. Los primeros en tensión para ver a quién designa Zapatero para estar a su vera y a la vera de la vera y, sobre todo, qué ocurrencias le van a venir, por su cuenta y a riesgo de todos, para salir con bien de la legislatura. No hay más programa que su santo propósito; la consigna, hágase su voluntad en toda la legislatura. Puede subir un impuesto, bajarlo o suprimirlo, sin que se inquieten los fundamentos ideológicos; puede diseñar el modelo de Estado como si la Constitución fuera una chaqueta reversible. Y así todo. La única diferencia notable con una dictadura es que hay cada cuatro años plebiscito, digo, elecciones. Y el PP a la expectativa de lo que ande tramando Rajoy a su aire, de si pone a éste aquí o allá y si decide hacer una oposición más templada o más furiosa. Las bases no emiten mandatos, sólo los reciben, los militantes sirven solamente para jalear a sus dirigentes y abuchear al rival, haga lo que haga.
Las ovejas andan como locas en pos del lobo. Y les va como les va. Y así nos va. Pero es lo que hay y líbrennos los dioses de ir a peor. Porque sí se puede ir a peor y no es descartable. Chávez y compañía son el modelo secretamente admirado por la mayoría de los que mandan y de los que acatan. Incluidos los simples votantes.
Del dicho al hecho va un gran trecho en este tema. Algún partido intenta de vez en cuando organizar primarias y que los militantes elijan a sus jefes. Buena manera de alborotar el gallinero que, se supone, tiene que actuar disciplinadamente y como una sola mujer. Algún avispado, además, quitó la escalera después de llegar a la gloria por esa vía. Otros, como Aznar, simplemente nombraron digitalmente al llamado a recibir los trompazos y al grito de palabra de Dios, te alabamos, señor.
Las decisiones capitales de los partidos, al menos de los mayoritarios, las medita el capo en la intimidad y luego las refrendan los organillos correspondientes. Los programas y objetivos van de arriba hacia abajo, los marca el sumo pontífice y los asimilan, sí o sí, los cuadros y las bases. No hay debate, no existen compromisos previos ni más alternativas que la santa voluntad del jerifalte. Éste sólo piensa qué es bueno para ganar elecciones y los subordinados piensan que si se ganan las elecciones habrá de donde ordeñar y carguitos para todos. Puros grupos de intereses son esos partidos, máquinas electorales, abrevaderos para trepas y comedero para sumisos.
Y ahí vemos al PSOE y el PP ahora mismo. Los primeros en tensión para ver a quién designa Zapatero para estar a su vera y a la vera de la vera y, sobre todo, qué ocurrencias le van a venir, por su cuenta y a riesgo de todos, para salir con bien de la legislatura. No hay más programa que su santo propósito; la consigna, hágase su voluntad en toda la legislatura. Puede subir un impuesto, bajarlo o suprimirlo, sin que se inquieten los fundamentos ideológicos; puede diseñar el modelo de Estado como si la Constitución fuera una chaqueta reversible. Y así todo. La única diferencia notable con una dictadura es que hay cada cuatro años plebiscito, digo, elecciones. Y el PP a la expectativa de lo que ande tramando Rajoy a su aire, de si pone a éste aquí o allá y si decide hacer una oposición más templada o más furiosa. Las bases no emiten mandatos, sólo los reciben, los militantes sirven solamente para jalear a sus dirigentes y abuchear al rival, haga lo que haga.
Las ovejas andan como locas en pos del lobo. Y les va como les va. Y así nos va. Pero es lo que hay y líbrennos los dioses de ir a peor. Porque sí se puede ir a peor y no es descartable. Chávez y compañía son el modelo secretamente admirado por la mayoría de los que mandan y de los que acatan. Incluidos los simples votantes.
¿Te has equivocado al escribir Chavez en vez de Chaves?
ResponderEliminarCosas del sistema menos malo.
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