15 junio, 2008

Malos tiempos para la buena teoría

Se avecinan tiempos oscuros para ese tipo de producción intelectual llamado teoría o doctrina, muy especialmente en lo que tiene que ver con las denominadas ciencias humanas, sociales y jurídicas. Los primeros síntomas hace rato que se observan. Creo que las mesas de las librerías que contienen las novedades filosóficas son un buen indicio. Hace años que se entremezclan ahí, indiscriminadamente, algunos restos de filosofía “dura”, manuales de autoayuda, textos de una supuesta nueva espiritualidad que debe de ser espiritualidad para ánimas despistadas y biografías de gurús y timadores diversos. Y lo que de filósofos que merezcan el nombre va quedando se pone más que nada porque han dicho algo en un periódico sobre la globalización o sobre qué calor va a hacer cuando el clima se caliente.
La clientela natural y primera de los libros más sesudos eran los universitarios, profesores e investigadores, por un lado, y estudiantes, por otro. Eso se acaba. Hace tiempo que no hace falta leer gran cosa para llegar a profesor titular o catedrático, y cualquiera que haya estado en concursos bien lo sabe. Pero hasta ahora un mínimo barniz había al menos que aparentar. En adelante ya se ha indicado a las claras que se nos prefiere duchos en el powerpoint, bien cargados de cargos académicos embrutecedores y hábiles en el comentario informal de las noticias de la tele, tipo peluquería, pero evaluando competencias para decir cositas muy monas. En cuanto a los estudiantes de hoy, víctimas inocentes de los pedagogos más iletrados, su cara de pasmo es absoluta cuando se los invita a leer alguna monografía. Vade retro. Casi no resta más rincón para la prosa científica que el Rincón del Vago.
Los manuales universitarios, que ya veremos lo que duran ante el acoso de la frívola Bolonia, hace rato que se llevan sin referencias bibliográficas, podados de debates doctrinales y sin más bibliografía final que cuatro cositas que han escrito los padrinos o los de la secta del autor de turno. Si has leído, por lo menos disimula y que no se te note.
En los congresos y simposios se va imponiendo la más burda picaresca, pues ponencias y comunicaciones cuentan nada más que por el bulto y por lo que pesan para anecacas y anecaquitas y para diversas comisiones de expertos en naderías con pompones, y ya se sabe que curriculum grande, ande o no ande. A lo que se ha de sumar el peso aplastante de las modas, que llevan a que cualquier hijo de vecino se monte el discursito fácil sobre la opresión de las minorías oprimidas o la conveniencia de cambiar el género de las palabras por razones de género. Cualquier cantamañanas se finge experto en lo que haga falta con un par de estadísticas y tres noticias de prensa sobre las últimas mujeres asesinadas por sus parejos.
La teoría social se va tornando clandestina ocupación de minorías perplejas, vicio solitario de excéntricos desubicados, hábito improductivo de solitarias ratas de biblioteca. Para qué tanto rollo si sólo se valora el buen rollito, a cuento de qué hacerse preguntas y dar vueltas a enigmas si nada más que importan las llamadas pueriles a ser buenos, abstemios y prudentes al volante. Y en casa las familias advertirán a los chavales que se dejen de libros si quieren llegar a ministros y menestras, visto lo visto. Porque qué carajo ha leído la Bibiana, vamos a ver.
Del mismo modo que en los tiempos oscuros de la más lejana Edad Media el saber no tuvo más refugio que unos pocos monasterios, en estos venideros, en los que se alabará la virtud de los iletrados y las más estúpidas competencias de los tontos de capirote, el pensamiento habrá de cultivarse en pequeñas redes que se comuniquen a través de blogs y páginas electrónicas y que se encuentren cada tanto en seminarios caseros, al margen de toda institución y, desde luego, fuera de las universidades. En las viejas sociedades paupérrimas y analfabetas el saber sólo podía ser dedicación de una ínfima minoría, labor de unos pocos círculos apartados del mundanal ruido. En estas nuevas sociedades opulentas el pensamiento sosegado sólo estará al alcance de unos cuantos excéntricos que pugnen por sustraerse a la dictadura de los idiotas enriquecidos, ésos que nos quieren masa cerril, consumidores sin seso y mano de obra conforme, los mismos que han perpetrado el enjuague de Bolonia y que ahora babean ante toda esta gazmoñería de niñatos.

6 comentarios:

  1. En voz baja, en secreto, un rumor se va extendiendo. Ya hay quien comenta que en algún momento de los últimos años, sin saberlo, hemos cruzado la fecha que en el futuro fijarán como el inicio de la caída de nuestra cultura y civilización.
    ¿Es consuelo saber que nuestros nietos dirán que fuimos dichosos, que nuestro tiempo será considerado una Edad de Oro?
    Lo siento, aunque no lo parezca, hablo en serio.

    ResponderEliminar
  2. ¿Y no te parece que siempre ha sido así?

    Lo que ocurre ahora es que la Universidad, por centrar en ella el asunto, ha "mutado": ya no es el lugar donde se crea y transmite el conocimiento, sino una especie de comisión de festejos, cuya misión -y no otra cosa se espera de ella- es "dinamizar" la vida social. Casi con esas mismas palabras se lo he oído a los políticos. Esto explica, como causa y efecto a la vez, la proliferación de "Universidades", que -obvio es para cualquiera- mal pueden serlo. No hay ni puede haber tantas personas formadas a los niveles de excelencia que deberían esperarse de un profesor universitario. Hace poco me daban una cifra que me pareció aterradora: el número de catedráticos de Derecho administrativo se acerca a trescientos. ¿Puede alguien creerse que tenemos a trescientos García de Enterría o González Pérez? Es claro que no. La mayor parte de estos profesores -centenares, miles de ellos- carecen por completo del amor al saber, lo cual es estadísticamente inevitable, dado su número y la escasa presencia de esa filia entre los humanos. Lo que les gusta a todos estos, poco más o menos, es lo mismo que a cualquier iletrado: comer y beber, darse pìsto, oirse tratar de mgfco. y excmo., mangonear y asegurar la jubilación. ¿Para esto tanto esfuerzo?

    ResponderEliminar
  3. Creo que está lejos de ser correcto el dato referente a los catedráticos de Derecho administrativo.No me he entretenido en contarlos, pero debe haber unos 90. Ahí va una lista, bastante fiable, que incluye algunos eméritos. Al lado (rectius: debajo) hay una lista de los pertenecientes a las restantes castas:
    http://www.ucm.es/info/deradmin/profesoradonumerario.htm
    Bien es verdad que la lista no incluye a los profesores de Universidades privadas, que haberlos haylos, y en número considerable.

    ResponderEliminar
  4. No se molesten en contarlos: el número de los catedráticos es literalmente infinito, tal como dice el Libro de los Proverbios.

    ResponderEliminar
  5. Aunque me he limitado a recoger el dato, que proviene de persona bien informada en estos asuntos, lo mismo da que da lo mimso, puesto que se trata de un simple ejemplo, que igual vale para doscientos que para noventa, que -dicho sea de paso- pocos me parecen.

    ResponderEliminar
  6. ¿Sólo 90 para 73 universidades? ¡Ni de coña!

    ResponderEliminar