¿Cuándo fue la última vez que, en este país que es nuestro espejo, dimitió alguien con muy alta responsabilidad institucional por haber sido pillado con el trasero al aire? Debe de hacer un siglo. Aquí el que aguanta triunfa, el que resiste tiene la razón. A poner cara de palo, a mirar para otro lado, a echarle la culpa al primero que pase cerca y, sobre todo, a escudarse en que lo que no es delito no es nada malo. El Código Penal se ha convertido en nuestro único código moral, ya no hay más patrón de decencia o indecencia que el de la legalidad penal. Toda corruptela y todo manejo que no estén penalmente tipificados y sobre los que no recaiga condena judicial se tornan actos perfectamente defendibles y disculpables, probos y muy dignos comportamientos. Proceda usted como un auténtico cochino, como un ser sin principios ni vergüenza, que no pasa nada mientras no se logre meterle mano en los tribunales. Y, si usted es político, tenga en cuenta que su valía se va a medir por la negrura de su alma y la dureza de su rostro. Pero nada ocurre sin su debida causa y los que nos gobiernan y juzgan no son más que el puro reflejo de nuestra misma fealdad moral. País de nuevos ricos y pecados viejos.
Hoy viene en El País, sí, en El País, la transcripción de la conversación de la Presidenta del Tribunal Constitucional con la señora acusada de organizar el homicidio de su marido. Cierto que este dato, obviamente, no lo tenía la señora Casas. Pero lo que cuenta es que por recomendación de una amiga común recibe los papeles de los pleitos de la otra con su esposo por el divorcio y la custodia de su hija, se toma tiempo para estudiarlos, se pone de su parte, al parecer nada más que porque es mujer, la llama ella, sí ella, la Presidenta del TC, le da consejos procesales sobre qué puede hacer para tener aún oportunidad del llegar al recurso de amparo ante el TC y le sugiere que la llame si finalmente interpone el amparo. Sale a la luz todo el asunto, pero de dimitir ni hablar. Se ve que es imprescindible, la pobre, y qué iba a ser del Tribunal sin tan esmerada vigía. Enésima prueba de que va siendo hora de que nos planteemos muy en serio la supresión del TC o su radical reforma.
¿Pensaba la señora Presidenta echarle una mano a la amiga de su amiga si el recurso de amparo llegaba? ¿Por qué? ¿Por ser amiga de su amiga? ¿Por ser mujer? ¿Qué clase de solidaridad la impulsa a apearse de su alta responsabilidad institucional y meterse en el fregado con ánimo tan parcial? Cuando ve las orejas al lobo porque la otra canta lo de la sospechosa muerte del marido, le da el número de unos abogados (supongo que abogadas) muy buenos que la van a asesorar muy bien. ¿Qué debo hacer yo para que la Presidencia del TC reparta mis tarjetas por si alguien anda buscando un conferenciante muy majo? ¿Eso es el TC o una agencia de trabajo temporal? ¿Y qué tal trata la señora Casas los asuntos que llegan al TC desde ese despacho tan buenísimo que ella tan encomíasticamente recomienda? ¿Son amiguetes suyos? ¿Son del partido o simplemente echan con ella la partida?
Según las estadísticas, el TC no admite a trámite ni un cuatro por ciento de los recursos de amparo. ¿Alguien duda de que éste sí habría pasado el filtro? Intente usted, parte procesal o abogado de parte, que se le ponga al teléfono la Presidenta del TC para ver qué se puede hacer y cómo conviene enfocar pleitos o recursos. ¿Lo va a conseguir? Pues se diría que no, y así debe ser; pero si media una amiga de doña Emilia, ésta no sólo le contestará cortésmente, sino que ella misma le llamará, previo análisis de los hechos y el Derecho del caso, para darle unos consejillos, hacerle unas sugerencias y expresarle su apoyo. Hay que ver lo que hace la amistad. ¿En qué momento quien detenta magistratura tan elevada se siente señor o señora de vidas y haciendas, dueño/a y señor/a del Derecho, profeta de la justicia alegal contra machos, felones o rivales de sus amigos?
Lo más tremendo no es lo sucedido en esta ocasión, con ser grave, vergonzoso y demostrativo del talante parcial y poco institucional de la Presidenta del supremo órgano de garantía de la Constitución y sus derechos fundamentales. Lo que asusta es imaginar cuántas llamadas de “amigos” atenderá la señora Casas cuando el litigio versa, por ejemplo, sobre la constitucionalidad del Estatuto Catalán, o sobre la Ley de Igualdad o sobre cualquier tema que afecte seriamente a gobiernos y partidos. Si en el caso de marras se pone del lado de una ciudadana por ser mujer y por ser amiga de una amiga, qué no hará si la llama a capítulo el partido que la propuso y si se trata esta vez de defender el sacrosanto progresismo oficial y de contentar a María Teresa Fernández de la Vega, que debe de ser también buena amiga, pues sólo entre amigas de mucha confianza se toleran broncas como aquella famosa de hace meses.
A joyas como la señora Casas no les importa cargarse la imagen y el prestigio de todo un Tribunal Constitucional, pasarse el ordenamiento jurídico que han de proteger por el forro de las enaguas, guiarse por sus fobias, filias o intereses antes que defender su independencia o la integridad de las leyes. Sujetos de este talante (¡uy, qué palabra!) se sienten legitimados para mandar, conciben su magistratura como puesto político, calculan intereses en lugar de garantizar imparcialmente derechos, sirven a sus patronos con el espíritu del lacayo que desea medrar, piensan que los han puesto en su alta responsabilidad para ser justicieros y no jueces, para hacer política de género, política de partido, política de grupo de presión o simplemente política de lo que toque. Deslegitiman los órganos que ocupan sin reparar en gastos ni consecuencias, pues probablemente están poseídos por un narcisismo que los obnubila. Qué guapo soy, qué tipo tengo y qué listo me veo.
Se dirá que seguro que hay muchos más magistrados que hacen otro tanto y operan con idéntico espíritu. Probablemente es verdad, auque esta vez la hemos trincado a ella, casualmente, ¿y qué? ¿Cambiaría algo si la señora Casas fuera hombre y se hubiera puesto de parte del hombre por ser hombre? No. ¿O tenemos que admitir ahí la discriminación positiva? ¿Cambiaría algo si la señora Casas fuera secuaz y siervo del PP en lugar de serlo del PSOE? No. ¿O acaso en la lucha contra los conservadores hay bula y se justifica poner al Estado en esta especie de larvado estado de excepción, en cualquiera de los sentidos de la expresión? Nos hemos instalado colectivamente en la falacia del tu quoque, en la trampa del y tú más y sé lo que hiciste el último verano, en el vicioso razonamiento de que si esto hacen los buenos, qué no harán los malos, que, naturalmente, son siempre los otros. Cada comportamiento indebido de “los buenos” tiene su excusa en que, fíjate, si éstos andan así, qué no harán los del PP por lo bajinis. Patente de corso para todo el mundo bajo presunción de que siempre los habrá peores y eso nos justifica.
Día a día tenemos más de país bananero, nos impregna la corrupción más vulgar y degradamos la convivencia y sus normas supremas. Todo vale con tal de que no sea delito. Y de lo que es delito ya juzgaremos nosotros también. Jueces y parte, dueños absolutos del Derecho, agencia de relaciones públicas, trepas, enfermos de soberbia, elitistas sin estilo, presuntuosos sin fundamento, vanidosos mal aseados, serviles de la ortodoxia que preste mayores réditos, caciques, señoritingos con ínfulas de sabiduría equívoca, cretinos.
O se reforma en serio el Tribunal Constitucional o se suprime. No se debe permitir que su imparcialidad se ejerza nada más que con los que no tienen agarraderos, amistades y buenos contactos, con el infeliz ciudadano que no cuenta con nada que ofrecer, ni su género ni su poder ni su influencia social ni su complicidad de camarilla. Y, mientras no cambiemos o no suprimamos el TC, que se haga público el teléfono directo de quien lo presida; o el de sus amigas. Que tengo yo un asuntito que me gustaría ganar en el TC, vaya.
Hoy viene en El País, sí, en El País, la transcripción de la conversación de la Presidenta del Tribunal Constitucional con la señora acusada de organizar el homicidio de su marido. Cierto que este dato, obviamente, no lo tenía la señora Casas. Pero lo que cuenta es que por recomendación de una amiga común recibe los papeles de los pleitos de la otra con su esposo por el divorcio y la custodia de su hija, se toma tiempo para estudiarlos, se pone de su parte, al parecer nada más que porque es mujer, la llama ella, sí ella, la Presidenta del TC, le da consejos procesales sobre qué puede hacer para tener aún oportunidad del llegar al recurso de amparo ante el TC y le sugiere que la llame si finalmente interpone el amparo. Sale a la luz todo el asunto, pero de dimitir ni hablar. Se ve que es imprescindible, la pobre, y qué iba a ser del Tribunal sin tan esmerada vigía. Enésima prueba de que va siendo hora de que nos planteemos muy en serio la supresión del TC o su radical reforma.
¿Pensaba la señora Presidenta echarle una mano a la amiga de su amiga si el recurso de amparo llegaba? ¿Por qué? ¿Por ser amiga de su amiga? ¿Por ser mujer? ¿Qué clase de solidaridad la impulsa a apearse de su alta responsabilidad institucional y meterse en el fregado con ánimo tan parcial? Cuando ve las orejas al lobo porque la otra canta lo de la sospechosa muerte del marido, le da el número de unos abogados (supongo que abogadas) muy buenos que la van a asesorar muy bien. ¿Qué debo hacer yo para que la Presidencia del TC reparta mis tarjetas por si alguien anda buscando un conferenciante muy majo? ¿Eso es el TC o una agencia de trabajo temporal? ¿Y qué tal trata la señora Casas los asuntos que llegan al TC desde ese despacho tan buenísimo que ella tan encomíasticamente recomienda? ¿Son amiguetes suyos? ¿Son del partido o simplemente echan con ella la partida?
Según las estadísticas, el TC no admite a trámite ni un cuatro por ciento de los recursos de amparo. ¿Alguien duda de que éste sí habría pasado el filtro? Intente usted, parte procesal o abogado de parte, que se le ponga al teléfono la Presidenta del TC para ver qué se puede hacer y cómo conviene enfocar pleitos o recursos. ¿Lo va a conseguir? Pues se diría que no, y así debe ser; pero si media una amiga de doña Emilia, ésta no sólo le contestará cortésmente, sino que ella misma le llamará, previo análisis de los hechos y el Derecho del caso, para darle unos consejillos, hacerle unas sugerencias y expresarle su apoyo. Hay que ver lo que hace la amistad. ¿En qué momento quien detenta magistratura tan elevada se siente señor o señora de vidas y haciendas, dueño/a y señor/a del Derecho, profeta de la justicia alegal contra machos, felones o rivales de sus amigos?
Lo más tremendo no es lo sucedido en esta ocasión, con ser grave, vergonzoso y demostrativo del talante parcial y poco institucional de la Presidenta del supremo órgano de garantía de la Constitución y sus derechos fundamentales. Lo que asusta es imaginar cuántas llamadas de “amigos” atenderá la señora Casas cuando el litigio versa, por ejemplo, sobre la constitucionalidad del Estatuto Catalán, o sobre la Ley de Igualdad o sobre cualquier tema que afecte seriamente a gobiernos y partidos. Si en el caso de marras se pone del lado de una ciudadana por ser mujer y por ser amiga de una amiga, qué no hará si la llama a capítulo el partido que la propuso y si se trata esta vez de defender el sacrosanto progresismo oficial y de contentar a María Teresa Fernández de la Vega, que debe de ser también buena amiga, pues sólo entre amigas de mucha confianza se toleran broncas como aquella famosa de hace meses.
A joyas como la señora Casas no les importa cargarse la imagen y el prestigio de todo un Tribunal Constitucional, pasarse el ordenamiento jurídico que han de proteger por el forro de las enaguas, guiarse por sus fobias, filias o intereses antes que defender su independencia o la integridad de las leyes. Sujetos de este talante (¡uy, qué palabra!) se sienten legitimados para mandar, conciben su magistratura como puesto político, calculan intereses en lugar de garantizar imparcialmente derechos, sirven a sus patronos con el espíritu del lacayo que desea medrar, piensan que los han puesto en su alta responsabilidad para ser justicieros y no jueces, para hacer política de género, política de partido, política de grupo de presión o simplemente política de lo que toque. Deslegitiman los órganos que ocupan sin reparar en gastos ni consecuencias, pues probablemente están poseídos por un narcisismo que los obnubila. Qué guapo soy, qué tipo tengo y qué listo me veo.
Se dirá que seguro que hay muchos más magistrados que hacen otro tanto y operan con idéntico espíritu. Probablemente es verdad, auque esta vez la hemos trincado a ella, casualmente, ¿y qué? ¿Cambiaría algo si la señora Casas fuera hombre y se hubiera puesto de parte del hombre por ser hombre? No. ¿O tenemos que admitir ahí la discriminación positiva? ¿Cambiaría algo si la señora Casas fuera secuaz y siervo del PP en lugar de serlo del PSOE? No. ¿O acaso en la lucha contra los conservadores hay bula y se justifica poner al Estado en esta especie de larvado estado de excepción, en cualquiera de los sentidos de la expresión? Nos hemos instalado colectivamente en la falacia del tu quoque, en la trampa del y tú más y sé lo que hiciste el último verano, en el vicioso razonamiento de que si esto hacen los buenos, qué no harán los malos, que, naturalmente, son siempre los otros. Cada comportamiento indebido de “los buenos” tiene su excusa en que, fíjate, si éstos andan así, qué no harán los del PP por lo bajinis. Patente de corso para todo el mundo bajo presunción de que siempre los habrá peores y eso nos justifica.
Día a día tenemos más de país bananero, nos impregna la corrupción más vulgar y degradamos la convivencia y sus normas supremas. Todo vale con tal de que no sea delito. Y de lo que es delito ya juzgaremos nosotros también. Jueces y parte, dueños absolutos del Derecho, agencia de relaciones públicas, trepas, enfermos de soberbia, elitistas sin estilo, presuntuosos sin fundamento, vanidosos mal aseados, serviles de la ortodoxia que preste mayores réditos, caciques, señoritingos con ínfulas de sabiduría equívoca, cretinos.
O se reforma en serio el Tribunal Constitucional o se suprime. No se debe permitir que su imparcialidad se ejerza nada más que con los que no tienen agarraderos, amistades y buenos contactos, con el infeliz ciudadano que no cuenta con nada que ofrecer, ni su género ni su poder ni su influencia social ni su complicidad de camarilla. Y, mientras no cambiemos o no suprimamos el TC, que se haga público el teléfono directo de quien lo presida; o el de sus amigas. Que tengo yo un asuntito que me gustaría ganar en el TC, vaya.
Afirmas:
ResponderEliminarDía a día tenemos más de país bananero, nos impregna la corrupción más vulgar y degradamos la convivencia y sus normas supremas.
Para que la frase no quede en sólo una frase, esto debe ayudar a comprenderla.
Esta señora debería dimitir urgentemente, visto que el resbalón es irrecuperable; no tiene sentido alguno de las exigencias formales que apareja un cargo institucional de ese nivel.
ResponderEliminarSalud,
Lo que mayor tristeza provoca como bien afirmó usted,es ver que cuatro burras de pueblo que se comen dos libros y hablan como si de una grabadora se tratase, manchen el nombre de nuestros tribunales. No conformes con ello, achacan los problemas a otros.Yo creo que las caras de estas personas son autopistas enteras,ya que cualquier persona con un mínimo de dignidad, abandonaría el cargo pero parece que predomina la ley de la selva, gana el que más palos dá.
ResponderEliminarRetire todos esos condicionales y subjuntivos del texto, Garciamado de mis entretelas. ¿Pensaba la señora Presidenta echarle una mano a la amiga de su amiga si el recurso de amparo llegaba? (...) Según las estadísticas, el TC no admite a trámite ni un cuatro por ciento de los recursos de amparo. ¿Alguien duda de que éste sí habría pasado el filtro?
ResponderEliminarDéjese de mariconadas -con perdón- y rebájese Vd. al modo indicativo: la amiga de la señora Casas HA recurrido en amparo.
"quien detenta magistratura tan elevada"
ResponderEliminarSegún el diccionario de la RAE: Detentar: "Retener y ejercer ilegímamente algún poder o cargo público" (No confundir con ostentar).
Por lo demás estoy muy de acuerdo con el contenido: sólo por lo decir "que la llame si recurre en amparo" debería dimitir.