Cuando ciertas instituciones buscan legitimarse y hacerse visibles ante la sociedad y la opinión pública, existe el riesgo de que acaben tergiversando el cometido que les da razón de ser, pues lo que de ellas importa queda en segundo plano y a propósito de ellas se habla nada más que de lo accesorio, que es lo que se ve desde el exterior o lo que puede ser objeto de noticia y comentario en los medios de comunicación o las tertulias de cualquier género.
Ciertas prácticas no son fácilmente enjuiciables desde fuera y con los parámetros con los que se opina sobre las noticias habituales. Tal sucede con la vida universitaria. Lo que da su sentido a las universidades es la enseñanza y la investigación, ante todo y por encima de todo. Pero para evaluar con propiedad la calidad de la docencia hay que estar recibiéndola o se han de tener métodos para conocer con rigor la escala de lo aprendido por el estudiante. Y para hacerse idea cabal del nivel de la investigación hace falta ser investigador del área de que se trate y, además, entrar a fondo en los resultados que se examinan. Todo lo demás es juzgar por apariencias u opinar sobre la base de habladurías.
A las universidades españolas les ha entrado la urgencia por justificar su existencia ante la sociedad, como si no fuera bastante ese cometido que les es propio y cuyos resultados sólo se hacen patentes a medio y largo plazo. Así que compiten para ver quién proporciona a los periódicos más noticias de ésas que al día siguiente se olvidan o cuál se parece más a un centro comercial, un teatro de variedades o una ludoteca. De esa manera, el carro se pone delante de los bueyes y acaba prestándose menos atención de la debida a lo que se hace en las aulas y los laboratorios en el día a día y en las enseñanzas y los trabajos ordinarios.
Sólo hay que ver la página web de Universia y reparar en las noticias que sobre las universidades de nuestro país aparecen ahí cualquier día: una universidad organiza un congreso sobre monstruos en la literatura, otra pone en marcha un programa para que los estudiantes convivan con personas mayores, la de más allá hace unas jornadas sobre cooperación al desarrollo, ésta desarrolla una estrategia para la difusión de la ópera, aquélla convoca un premio literario, hay una que organiza una fiesta para recibir a los Erasmus, etc., etc., etc. Al final, esos arbustos no dejan ver el bosque; o puede que el bosque ya esté completamente talado.
Lo verdaderamente interesante para comprobar si en las universidades se está en lo que importa sería averiguar cuántos conocimientos quedan bien asentados en los estudiantes, con cuánta ecuanimidad se les evalúa, como de actualizadas están las explicaciones, qué dedicación real a su tarea mantiene el profesorado, cómo se gestiona la selección del profesorado más competente, etc., etc. Pero eso sólo se puede saber desde dentro y es difícilmente comunicable. Sólo trascienden estadísticas engañosas, cómputos globales, índices equívocos. Por ejemplo, cuántos comienzan una carrera u cuántos la terminan o qué porcentaje de profesores usan en sus clases las nuevas tecnologías, pero no cuánta competencia real han adquirido los discentes o para qué les va a servir su título en esas condiciones. O se repara nada más que en el oropel, lo llamativo y aquello que hasta al más indocumentado le resulta agradable. Lleve usted a un futbolista famoso a una charla sobre dopaje y deporte y será noticia en todos los medios locales. Si de lo que se trata es de ser noticia y de serlo así, que se llame universidad al Real Madrid o a El Gran Hermano.
Si la universidad se tiene que justificar a base de parecerse a una asociación de jubilados, a un club de montañismo o a un cine-forum, la universidad acabará sobrando. Es como si de la vida de una familia y de la calidad de los vínculos familiares sólo hubiera que saber por los regalos que se hacen sus miembros o el modo como se celebran los cumpleaños. Al fin y al cabo, regalos puede hacerlos cualquiera y para fiestas no hacen falta los parientes. Otro ejemplo: ¿qué diríamos si de la policía se hablara únicamente para hacer saber que los de tal comisaría han estrenado uniformes nuevos o los de tal otra han visitado una asociación de amas de casa?
La universidad saldría ganando y su función estaría mejor atendida si nos preocupáramos de que se hablara muy poco de ella, simplemente porque está a lo suyo y en su buen hacer ordinario no interfiere esa ansia de parecer lo que no es para ir dejando de ser lo que debe.
A ver cuándo una universidad sale a la palestra con un comunicado así: ”Aquí estamos trabajando en serio para que no se titule nadie que no sepa y para que no enseñe quien antes no haya aprendido lo necesario; no nos queda tiempo para otras zarandajas”. El triste destino de nuestra universidad actual se resume perfectamente con un viejo dicho: mucho ruido y pocas nueces. Así que respondamos a tanto rector con vocación de relaciones públicas y a tanta agencia estatal y autonómica parecida a una empresa de varietés: zapatero (con perdón) a tus zapatos.
Ciertas prácticas no son fácilmente enjuiciables desde fuera y con los parámetros con los que se opina sobre las noticias habituales. Tal sucede con la vida universitaria. Lo que da su sentido a las universidades es la enseñanza y la investigación, ante todo y por encima de todo. Pero para evaluar con propiedad la calidad de la docencia hay que estar recibiéndola o se han de tener métodos para conocer con rigor la escala de lo aprendido por el estudiante. Y para hacerse idea cabal del nivel de la investigación hace falta ser investigador del área de que se trate y, además, entrar a fondo en los resultados que se examinan. Todo lo demás es juzgar por apariencias u opinar sobre la base de habladurías.
A las universidades españolas les ha entrado la urgencia por justificar su existencia ante la sociedad, como si no fuera bastante ese cometido que les es propio y cuyos resultados sólo se hacen patentes a medio y largo plazo. Así que compiten para ver quién proporciona a los periódicos más noticias de ésas que al día siguiente se olvidan o cuál se parece más a un centro comercial, un teatro de variedades o una ludoteca. De esa manera, el carro se pone delante de los bueyes y acaba prestándose menos atención de la debida a lo que se hace en las aulas y los laboratorios en el día a día y en las enseñanzas y los trabajos ordinarios.
Sólo hay que ver la página web de Universia y reparar en las noticias que sobre las universidades de nuestro país aparecen ahí cualquier día: una universidad organiza un congreso sobre monstruos en la literatura, otra pone en marcha un programa para que los estudiantes convivan con personas mayores, la de más allá hace unas jornadas sobre cooperación al desarrollo, ésta desarrolla una estrategia para la difusión de la ópera, aquélla convoca un premio literario, hay una que organiza una fiesta para recibir a los Erasmus, etc., etc., etc. Al final, esos arbustos no dejan ver el bosque; o puede que el bosque ya esté completamente talado.
Lo verdaderamente interesante para comprobar si en las universidades se está en lo que importa sería averiguar cuántos conocimientos quedan bien asentados en los estudiantes, con cuánta ecuanimidad se les evalúa, como de actualizadas están las explicaciones, qué dedicación real a su tarea mantiene el profesorado, cómo se gestiona la selección del profesorado más competente, etc., etc. Pero eso sólo se puede saber desde dentro y es difícilmente comunicable. Sólo trascienden estadísticas engañosas, cómputos globales, índices equívocos. Por ejemplo, cuántos comienzan una carrera u cuántos la terminan o qué porcentaje de profesores usan en sus clases las nuevas tecnologías, pero no cuánta competencia real han adquirido los discentes o para qué les va a servir su título en esas condiciones. O se repara nada más que en el oropel, lo llamativo y aquello que hasta al más indocumentado le resulta agradable. Lleve usted a un futbolista famoso a una charla sobre dopaje y deporte y será noticia en todos los medios locales. Si de lo que se trata es de ser noticia y de serlo así, que se llame universidad al Real Madrid o a El Gran Hermano.
Si la universidad se tiene que justificar a base de parecerse a una asociación de jubilados, a un club de montañismo o a un cine-forum, la universidad acabará sobrando. Es como si de la vida de una familia y de la calidad de los vínculos familiares sólo hubiera que saber por los regalos que se hacen sus miembros o el modo como se celebran los cumpleaños. Al fin y al cabo, regalos puede hacerlos cualquiera y para fiestas no hacen falta los parientes. Otro ejemplo: ¿qué diríamos si de la policía se hablara únicamente para hacer saber que los de tal comisaría han estrenado uniformes nuevos o los de tal otra han visitado una asociación de amas de casa?
La universidad saldría ganando y su función estaría mejor atendida si nos preocupáramos de que se hablara muy poco de ella, simplemente porque está a lo suyo y en su buen hacer ordinario no interfiere esa ansia de parecer lo que no es para ir dejando de ser lo que debe.
A ver cuándo una universidad sale a la palestra con un comunicado así: ”Aquí estamos trabajando en serio para que no se titule nadie que no sepa y para que no enseñe quien antes no haya aprendido lo necesario; no nos queda tiempo para otras zarandajas”. El triste destino de nuestra universidad actual se resume perfectamente con un viejo dicho: mucho ruido y pocas nueces. Así que respondamos a tanto rector con vocación de relaciones públicas y a tanta agencia estatal y autonómica parecida a una empresa de varietés: zapatero (con perdón) a tus zapatos.
¿Pero merece la pena seguir hablando de la universidad española?.
ResponderEliminarDatos tomados de la web de la Universidad de Sevilla en sus presupuestos de 2008.
Profesores funcionarios a tiempo completo: 2107.
Tramos de Docencia evaluados positivamente: 8678
Tramos de Investigación evaluados positivamente: 3411
Cargos académicos: 518
Capítulo dedicado a Cargos académicos: 2.191.881,87 euros
Capítulo dedicado a los tramos de investigación de catedráticos: 1.537.160,16 euros.
Y quieres que la gente se dedique a trabajar en serio. ¿En que universidad vives?
Razón que le sobra en esto: pero ¿conoce usted a algún rector al que lo que le guste de veras es estarse calladito, gestionando lo que debe, y que, si se reúne con autoridades varias, lo haga sin luz, taquígrafos y cámaras? A lo mejor, si en vez del reglamentario traje académico negro, se les re-diseñara otro de múltiples pompones, medallas y armiños, se quedaban satisfechos con los actos folklóricos pertinentes, y el resto del año se dedicaban a lo suyo. Pero en fin, si ya lo cantaba Fofó (ya saben, lo de "había una vez un circo...") a qué vamos a seguir los demás.
ResponderEliminar¿ Virgilio o José Luis ?
ResponderEliminarEste último creo que es especialista en botines.
Estoy plenamente de acuerdo con el tema de las universidades. Adicionalmente, tengan en cuenta que hoy en día, estudiando unos 4 años, en algún lugar, un estudiante puede salir con 2 o 3 títulos. Además de parecer una pasarela de modas más que una serie de centros educativos, considero que el papel se ha desdibujado a nivel global.
ResponderEliminarSe globalizó el consumo pero no la educación.
Saludos.
Contundentes los datos que nos da "lopera in the nest". Sospecho que se reproducirán en todas las Universidades y con cada nuevo rectorado la multiplicación es la regla. ¿Cuántos cargos académicos habrá ahora en la Universidad de León?
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