Para los tiempos de hoy mi amigo era aún muy joven cuando perdió la cabeza. Quiero decir que se fue quedando en blanco, que lo arrebató con premura cruel algún mal misterioso. Unos culpaban a la enfermedad que llaman de Alzheimer, otros presumían alguna otra demencia inclemente. Él había sido un hombre dicharachero y un orador arrasador y brillante, aunque débil frente a ese riesgo que amenaza siempre a los de tal especie, el de sucumbir, pase lo que pase y caiga quien caiga, a la tentación de la frase ocurrente o del juego de palabras que estallaba como un fogonazo. Su relación con los vocablos tenía la pasión de los amantes primerizos y la firmeza que dicen de los sacramentos.
Pero antes de cumplir los sesenta a mi amigo se le fueron borrando la palabras igual que la nieve se va esfumando en el deshielo. Se atoraba a mitad de la frase y sólo sus ojos mantenían la llama, mientras su boca no daba ya con los vocablos. Como las bombillas de una fiesta campestre cuando dejó de tocar las orquesta y se retiran los parroquianos, así se apagaba el ingenio verbal de mi amigo y se le quedaba yerta la expresión.
También dejó de reconocernos. Sonreía a todo el mundo, creo que llegó a alcanzar la paz, no sé si la paz del que se resigna o del que ya perdió la conciencia de todas las derrotas. Pero un detalle lo hizo a nuestros ojos tan especial como antes, puede incluso que más. Siempre tenía en las manos algún libro de poesía y leía y leía con expresión dichosa, de profundo placer. Cuando se le interpelaba no hacía más que señalar con su dedo alguna estrofa o subrayar lentamente un verso. Recuerdo que apunté algunos de los que en tales ocasiones me hizo notar. Como esos dos versos finales del poema “Estudio con algo de tedio”, de Roque Dalton: “Os habla, más que yo, mi primer vino/ mientras la piel que sufro bebe sombra”. O del mismo poeta, con el que parecía obsesionado durante un tiempo, aquel verso que decía “A los locos no nos quedan bien los nombres”. O este fragmento de Jaime Sabines: “Las muchachas ofrecen en las salas oscuras/ sus senos a las manos/ y abren la boca a la caricia húmeda/ y separan los muslos para invisibles sátiros./ Los he visto quererse anticipadamente, adivinando/ el goce que los vestidos cubren, el engaño/ de la palabra tierna que desea/ el uno al otro extraño./ Es la flor que florece/ en el día más largo,/ el corazón que espera, el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio”.
Muchas veces he releído este fragmento de Darío Jaramillo: “Ningún perfume permanece entre esta brisa;/ ni siquiera la fiesta de la muerte; apenas la pasión efímera./ Tan solo la luz de los relámpagos y un viaje interminable y sin descanso;/ no conozco un paisaje que perdure ni sé de noche alguna que se haya repetido”.
Recuerdo que esta estrofa de Roberto Juarroz me lo señaló más de una vez: “El mundo es el segundo término/ de una metáfora incompleta,/ una comparación/ cuyo primer elemento se ha perdido”.
¿Qué placer hallaba en la palabra poética mi amigo convertido en sombra sin voz? ¿Acaso son los poetas quienes mejor comprenden que la muerte empieza cuando se escapa el verbo? Llevaba siempre en el bolsillo un papelito en el que alguien le había copiado este poema de Homero Aridjis:
Amo tu confusión
los pájaros revueltos de tu lengua
tus palabras simultáneas
tu Babel tu Delfos
sibila de voces enemigas
Amo tu confusión
cuando dices noche y es el alba
cuando dices soy y es el viento
tu Babilonia herida
el equívoco que hace fabular el silencio
Pero antes de cumplir los sesenta a mi amigo se le fueron borrando la palabras igual que la nieve se va esfumando en el deshielo. Se atoraba a mitad de la frase y sólo sus ojos mantenían la llama, mientras su boca no daba ya con los vocablos. Como las bombillas de una fiesta campestre cuando dejó de tocar las orquesta y se retiran los parroquianos, así se apagaba el ingenio verbal de mi amigo y se le quedaba yerta la expresión.
También dejó de reconocernos. Sonreía a todo el mundo, creo que llegó a alcanzar la paz, no sé si la paz del que se resigna o del que ya perdió la conciencia de todas las derrotas. Pero un detalle lo hizo a nuestros ojos tan especial como antes, puede incluso que más. Siempre tenía en las manos algún libro de poesía y leía y leía con expresión dichosa, de profundo placer. Cuando se le interpelaba no hacía más que señalar con su dedo alguna estrofa o subrayar lentamente un verso. Recuerdo que apunté algunos de los que en tales ocasiones me hizo notar. Como esos dos versos finales del poema “Estudio con algo de tedio”, de Roque Dalton: “Os habla, más que yo, mi primer vino/ mientras la piel que sufro bebe sombra”. O del mismo poeta, con el que parecía obsesionado durante un tiempo, aquel verso que decía “A los locos no nos quedan bien los nombres”. O este fragmento de Jaime Sabines: “Las muchachas ofrecen en las salas oscuras/ sus senos a las manos/ y abren la boca a la caricia húmeda/ y separan los muslos para invisibles sátiros./ Los he visto quererse anticipadamente, adivinando/ el goce que los vestidos cubren, el engaño/ de la palabra tierna que desea/ el uno al otro extraño./ Es la flor que florece/ en el día más largo,/ el corazón que espera, el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio”.
Muchas veces he releído este fragmento de Darío Jaramillo: “Ningún perfume permanece entre esta brisa;/ ni siquiera la fiesta de la muerte; apenas la pasión efímera./ Tan solo la luz de los relámpagos y un viaje interminable y sin descanso;/ no conozco un paisaje que perdure ni sé de noche alguna que se haya repetido”.
Recuerdo que esta estrofa de Roberto Juarroz me lo señaló más de una vez: “El mundo es el segundo término/ de una metáfora incompleta,/ una comparación/ cuyo primer elemento se ha perdido”.
¿Qué placer hallaba en la palabra poética mi amigo convertido en sombra sin voz? ¿Acaso son los poetas quienes mejor comprenden que la muerte empieza cuando se escapa el verbo? Llevaba siempre en el bolsillo un papelito en el que alguien le había copiado este poema de Homero Aridjis:
Amo tu confusión
los pájaros revueltos de tu lengua
tus palabras simultáneas
tu Babel tu Delfos
sibila de voces enemigas
Amo tu confusión
cuando dices noche y es el alba
cuando dices soy y es el viento
tu Babilonia herida
el equívoco que hace fabular el silencio
Ya han sido varias veces las que he copiado y pegado este poema de Kavafis. Pero hoy me he acordado de él otra vez, leyendo la historia de tu amigo:
ResponderEliminarMURALLAS
Sin consideración, sin piedad, sin recato
grandes y altas murallas en torno mío construyeron.
Y ahora estoy aquí y me desespero.
Otra cosa no pienso: mi espíritu devora este destino;
porque afuera muchas cosas tenia yo que hacer.
Ah cuando los muros construían cómo no estuve atento.
Pero nunca escuché ruido ni rumor de constructores.
Imperceptiblemente fuera del mundo me encerraron.
no he podido resistirlo. ana.
ResponderEliminar"Estudio con algo de tedio"
(Roque Dalton)
“Clov: –llora… Hamm: –Luego vive”.
(Diálogo de “Fin de Partida”, Beckett)
Tengo quince años y lloro por las noches.
Yo sé que ello no es en manera alguna peculiar
y que antes bien hay otras cosas en el mundo
más apropiadas para decíroslas cantando.
Sin embargo hoy he bebido vino por primera vez
y me he quedado desnudo en mis habitaciones para sorber la tarde
hecha minúsculos pedazos
por el reloj.
Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear. No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara. Uno y su cara
de santón farsante.
Surge la cicatriz que nadie ha visto nunca,
el gesto que escondemos todo el día,
el perfil insepulto que nos hará llorar y hundirnos
el día en que lo sepan todo las buenas gentes
y nos retiren el amor y el saludo hasta los pájaros.
Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.
Puede ser que vosotros no entendáis lo que son estas cosas.
Os habla, más que yo, mi primer vino mientras la piel que sufro bebe sombra
¡Que terrible hermosura
ResponderEliminarde palabras prestadas!
¡Cuanto dolor y gozo en el exilio
de la memoria y el conocimiento!
Habitamos el mundo y sin embargo
es el poema el mundo, y el espejo del mundo, y nuestra patria.
Y en el poema al fin nos abrazamos.