Sí, con tiempo suficiente lo advierto, voy a delinquir y a exponerme a sufrir una pena ejemplar. Con esto último ya se imaginarán ustedes que mi ilícito no va a ser uno de tantos de los que quedan impunes por el morro o, incluso, hacen que la gente cuchichee que olé mis narices y que qué listo salí y qué pedazo de pillo más gracioso. O sea, no es que vaya a aparecer por la universidad que me paga un par de días cada dos o tres semanas -o incluso al mes: hay casos-. No es que me vaya a fumar mis clases por la jeta a base de pedirles a los alumnos que se reúnan en pequeños grupos para debatir sobre si es justa o injusta la última sanción que la FIFA -o quien diablos sea, no lo sé- impuso al Atlético de Madrid, y luego que pongan en un folio dos columnas, una con cosas que consideran justas y otras con cosas que les parezcan injustas. No, con lo primero nadie me expedientaría ni diría ni mu, sólo faltaba que en las universidad se persiguiera a los sinvergüenzas; y con lo segundo, aunque es un timo más grave y menos disculpable que el del tocomocho, me volvería un héroe boloñés a los ojos de la chusma pedagógica y zángana (perdón por la redundancia) que manda en la educación.
Mi delito va a ser de los que te obligan a hacer el petate para irte una temporada a la trena y, además, de los que te acarrean el denuesto general y hacen que tus amigos se avergüencen de ti y te eviten en las reuniones de liberados del sindicato. Un delito que no sólo hará que te consideren malo malísimo e indecente a más no poder, sino que, encima, te convertirá en alguien nada progre ni modelno ni talantoso a los ojos del rebaño de lameculos que marca la pauta de la opinión pública y campa por su respeto en ministerios, consejerías y salones de masaje tailandés.
¿Y qué será eso tan terrible? Me armo de valor y se lo digo ya: el día que se tercie, le voy a dar un cachete a Elsa, mi querida hija. Más digo aún: también en su día le di más de cuatro azotes a David, ese hijo ya mayor del que estoy tan orgulloso y que es un chaval de quitarse el sombrero. Sé que de la sanción me libra en este último caso la irretroactividad de la ley -creo-. Pero el día que Elsa, ejerciendo de niña sana que pone a prueba los límites de lo prohibido y lo permitido, insista en romper la cristalería hogareña pese a mi reiterada oposición pacífica, o que, precisamente ante lo pacífico de mi oposición reiterada, intente rematarme con un palo o un martillo, le atizaré un guantazo, si bien, eso sí, proporcionado a su edad y peso y a la gravedad de su conducta. Tal cual. Eso sí, a ver si me acuerdo de salir a calentarle las posaderas en el parque, pues tengo entendido que hacerlo en casa agrava el delito.
Pero a lo mejor no ocurre tal cosa, a pesar de mi delictiva predisposición. Pues Elsa está aprendiendo a las mil maravillas y del modo más inteligente qué se puede hacer y qué no. Por ejemplo, sabe ya que con los objetos frágiles, tales como vasos, platos o mi ordenador portátil, no se juega a la pelota. Cierto que para ello incurrí -y su mamá también, pero a ella no quiero inculparla, no vayan a tener un día las autoridades que dar en custodia nuestra hija a un matrimonio de chicos funcionarios y militantes de un partido guapo- en otro comportamiento pecaminoso que posiblemente será falta en una cercana reforma del Código Penal: le digo rotundamente que no, que eso no se hace, eso no se toca y tal.
Hace una temporadilla, en un viaje, comí con un matrimonio anfitrión y su hija de un año. A los papás, extranjeros por cierto -las chorradas se han vuelto universales con la dichosa globalización- se les ocurrió hacerme la siguiente pregunta al saber que yo también era padre reciente, pese a mis canas: ¿usted cómo hace para educar a su niña sin usar la palabra no? Creí que había entendido mal la cuestión, pues andaba pensando en otra tortura que luego contaré. Así que me la repitieron, con su consiguiente fundamentación: que a ellos les habían dicho unos expertos expertísimos que bajo ningún concepto se podía emplear con los niños ese término, el término “no”. En realidad, andaban, los pobres buscando sinónimos. Muy propio de la mentalidad judeo-cristiana que nos caracteriza y de la que tampoco se libran los reformadores de pacotilla. Les calló una importante filípica y acabé con remordimientos, pues seguramente tampoco conviene llevar la contraria a los tontainas que se creen las prédicas de estos nuevos curas y censores de pensamientos y conductas.
A todo esto, a la pobre niña la llevaban con un aparato que la inmovilizaba de medio cuerpo, una especie de silla bien atada y que la mantenía permanentemente doblada y con las piernas abiertas. Creí que era algún aparato ortopédico para curar una dolencia, pero me explicaron que no, que en su país a todos los niños se les colocaba a esa edad semejante artilugio durante seis meses al menos, artilugio que servía para prevenir los dolores de cadera el día de mañana. ¿Y a quién se le ha ocurrido tan brillante idea?, pregunté. Pues todos los pediatras lo aconsejan, eso me contestaron. Ya ven, eso sí está permitido. Cuando yo manifesté que a mí no me habían colocado de pequeño un chisme así y que, sin embargo, no me dolían las caderas ni nada, me miraron con cara de circunstancias y guardaron un despectivo silencio. Así que me callé y no hice la observación que me rondaba la cabeza, la de quién será el fabricante de esos potros de tortura infantil y qué relación comercial tendrá con los amorosos pediatras de allá. La niña me estaba llenando de ternura y pena, pero no osé hacerle una caricia, atemorizado por la posibilidad de que llamaran a un guardia para que me detuviese por pedófilo.
Y luego nos quejamos de que los hijos del personal estén saliendo agilipollados, torpones y violentos, o nos quedamos perplejos cuando algún fiscal de menores, como mi amigo Avelino, nos habla de cuántos padres acuden a quejarse de que sus hijos adolescentes les pegan con saña.
¿Se puede ser padre hoy en día sin volverse idiota? Difícil, difícil. Pero ahí estamos. Un arriesgado reto. Por cierto, y para rematar, también me gustaría ponerle la mano encima al legislador, aunque luego me apliquen la doctrina Parot para tenerme de por vida a la sombra.
Mi delito va a ser de los que te obligan a hacer el petate para irte una temporada a la trena y, además, de los que te acarrean el denuesto general y hacen que tus amigos se avergüencen de ti y te eviten en las reuniones de liberados del sindicato. Un delito que no sólo hará que te consideren malo malísimo e indecente a más no poder, sino que, encima, te convertirá en alguien nada progre ni modelno ni talantoso a los ojos del rebaño de lameculos que marca la pauta de la opinión pública y campa por su respeto en ministerios, consejerías y salones de masaje tailandés.
¿Y qué será eso tan terrible? Me armo de valor y se lo digo ya: el día que se tercie, le voy a dar un cachete a Elsa, mi querida hija. Más digo aún: también en su día le di más de cuatro azotes a David, ese hijo ya mayor del que estoy tan orgulloso y que es un chaval de quitarse el sombrero. Sé que de la sanción me libra en este último caso la irretroactividad de la ley -creo-. Pero el día que Elsa, ejerciendo de niña sana que pone a prueba los límites de lo prohibido y lo permitido, insista en romper la cristalería hogareña pese a mi reiterada oposición pacífica, o que, precisamente ante lo pacífico de mi oposición reiterada, intente rematarme con un palo o un martillo, le atizaré un guantazo, si bien, eso sí, proporcionado a su edad y peso y a la gravedad de su conducta. Tal cual. Eso sí, a ver si me acuerdo de salir a calentarle las posaderas en el parque, pues tengo entendido que hacerlo en casa agrava el delito.
Pero a lo mejor no ocurre tal cosa, a pesar de mi delictiva predisposición. Pues Elsa está aprendiendo a las mil maravillas y del modo más inteligente qué se puede hacer y qué no. Por ejemplo, sabe ya que con los objetos frágiles, tales como vasos, platos o mi ordenador portátil, no se juega a la pelota. Cierto que para ello incurrí -y su mamá también, pero a ella no quiero inculparla, no vayan a tener un día las autoridades que dar en custodia nuestra hija a un matrimonio de chicos funcionarios y militantes de un partido guapo- en otro comportamiento pecaminoso que posiblemente será falta en una cercana reforma del Código Penal: le digo rotundamente que no, que eso no se hace, eso no se toca y tal.
Hace una temporadilla, en un viaje, comí con un matrimonio anfitrión y su hija de un año. A los papás, extranjeros por cierto -las chorradas se han vuelto universales con la dichosa globalización- se les ocurrió hacerme la siguiente pregunta al saber que yo también era padre reciente, pese a mis canas: ¿usted cómo hace para educar a su niña sin usar la palabra no? Creí que había entendido mal la cuestión, pues andaba pensando en otra tortura que luego contaré. Así que me la repitieron, con su consiguiente fundamentación: que a ellos les habían dicho unos expertos expertísimos que bajo ningún concepto se podía emplear con los niños ese término, el término “no”. En realidad, andaban, los pobres buscando sinónimos. Muy propio de la mentalidad judeo-cristiana que nos caracteriza y de la que tampoco se libran los reformadores de pacotilla. Les calló una importante filípica y acabé con remordimientos, pues seguramente tampoco conviene llevar la contraria a los tontainas que se creen las prédicas de estos nuevos curas y censores de pensamientos y conductas.
A todo esto, a la pobre niña la llevaban con un aparato que la inmovilizaba de medio cuerpo, una especie de silla bien atada y que la mantenía permanentemente doblada y con las piernas abiertas. Creí que era algún aparato ortopédico para curar una dolencia, pero me explicaron que no, que en su país a todos los niños se les colocaba a esa edad semejante artilugio durante seis meses al menos, artilugio que servía para prevenir los dolores de cadera el día de mañana. ¿Y a quién se le ha ocurrido tan brillante idea?, pregunté. Pues todos los pediatras lo aconsejan, eso me contestaron. Ya ven, eso sí está permitido. Cuando yo manifesté que a mí no me habían colocado de pequeño un chisme así y que, sin embargo, no me dolían las caderas ni nada, me miraron con cara de circunstancias y guardaron un despectivo silencio. Así que me callé y no hice la observación que me rondaba la cabeza, la de quién será el fabricante de esos potros de tortura infantil y qué relación comercial tendrá con los amorosos pediatras de allá. La niña me estaba llenando de ternura y pena, pero no osé hacerle una caricia, atemorizado por la posibilidad de que llamaran a un guardia para que me detuviese por pedófilo.
Y luego nos quejamos de que los hijos del personal estén saliendo agilipollados, torpones y violentos, o nos quedamos perplejos cuando algún fiscal de menores, como mi amigo Avelino, nos habla de cuántos padres acuden a quejarse de que sus hijos adolescentes les pegan con saña.
¿Se puede ser padre hoy en día sin volverse idiota? Difícil, difícil. Pero ahí estamos. Un arriesgado reto. Por cierto, y para rematar, también me gustaría ponerle la mano encima al legislador, aunque luego me apliquen la doctrina Parot para tenerme de por vida a la sombra.
Ostiás profesor.
ResponderEliminarSi lo dice en plan irónico...pues , en fin, pero si lo de dar dos bofetadas a Elsa ,aunque rompa toda la cristalería de Bohemia que exista en el planeta Tierra, va en serio... si estoy yo delante será por encima de mi cadaver.
Hay castigos severos que sustituyen perfectamente cualquier castigo físico a un menor.
Del hecho de que a su hijo unos cachetes "en su momento" no le perjudicaran su personalidad no quiere decir que a otros les ocurra lo mismo. Y me voy a poner yo como ejemplo por no herir ninguna sensibilidad o traer viejos fantasmas. Por motivos de estudios mi madre tuvo que internarnos a mi hermano y a mí en el "hospicio" CRISC : Ciudad residencial infantil San Cayetano, ahí según se va para Carbajal de La Legua, pues bien, el cuarto oscuro, las ostias con la escoba, la zapatilla, la correa eran a diario, a mí por defender a mi hermano ración doble.
¿Qué relación puede existir entre esos "cachetes" que yo recibí y los delitos y faltas de lesiones en agresión qué cometí? los psiquiatras lo sabrán, pero he leído qué algo tiene que ver (no se sí será doctrina pacífica, pero mayoritaria sí). Ahora bien, mi hermano que recibió (menos)también de esa leña nunca delinquió, pero nunca habla de la CRISC.
Conclusión : con que sólo una persona de cada millón pudiese trastocarse algo psiquicamente por darle "cachetes", debería sancionarse esa conducta, no con cárcel, ni con privación de la patria potestad, con trabajos en beneficio de la comunidad valdría.
Estimado RF:
ResponderEliminarComo me ha resultado muy entrañable su disposición para defender a la pequeña Elsa frente a este padre violento, vamos a hacer algunos matices.
En primer lugar, el post está motivado por la sentencia que acaba de conocerse, en la que una madre que le dio una bofetada a un hijo (diez años, creo) que se negaba a hacer los deberes y que le arrojó una zapatilla, fue condenada a 45 días de cárcel y a un año de alejamiento. Estoy segurísimo de que usted también lo considerará un exceso, como se desprende de la última parte de su comentario.
Por otro lado, conviene poner las cosas en términos razonables. Los que estamos a favor de que se siga reconociendo a los padres la capacidad para corregir a sus hijos menores de forma PROPORCIONADA, incluso con alguna palmetada en el trasero, no estamos con ello propugnando ni un castigo ilimitado y brutal ni la impunidad total para los padres. Sin duda el maltrato que padecieron usted y su hermano debería dar lugar a alguna sanción para semejantes sádicos o, incluso, a que, si procesalmente hubiera lugar, a ustedes se les indemnizara por los sufrimientos y las posibles secuelas. Ahora bien, estaremos de acuerdo seguramente en que ése no sería el caso si su madre les hubiera dado alguna colleja cuando hacían una trastada importante o si su rebeldía amenazara los fundamentos de la convivencia familiar y tal. Y no creo que tales comportamientos paternos sean causa de posteriores problemas de adaptación y socialización para los niños, entre otras cosas porque, de ser así, todos seríamos unos perfectos inadaptados.
En cualquier caso, y estemos de acuerdo o no, me ha complacido su comentario y la reflexión personal que contiene.
Saludos.
Me parece, insistiendo en la explicación de Garcia Amado, que se trata de cosas totalmente distintas. Lamento, de corazon, esa infancia maltratada que nos relata RF.
ResponderEliminarNo entiendo muy bien el alboroto que ha causado esta sentencia, cuando desde hace ya años se vienen dictando sentencias condenatorias contra padres a los que "se les va la mano", aunque la apreciacion sobre tan difuso concepto sea cada vez mas estricta, a impulsos de una legislacion que ignora por completo la realidad y la naturaleza de las cosas. Sin ir mas lejos, precisamente en Leon, alla por el año 1998 o 1999, un juez condeno a un padre como autor de una falta de lesiones por golpear a su hijo con una zapatilla. Ahora es muy posible que hubiese acabado calificandose como delito. Y se creeran que protegen a los niños.
P.S. Perdon por la omision de todas las tildes, pero el ordenador ha decidido que hoy no las puedo poner.
Ocurrió en 2006 y el fiscal es gili, sin duda.
ResponderEliminar"El jueves se hizo público que la Fiscalía de Jaen iba a recurrir la sentencia teniendo en cuenta el agravante antes citado y que la pena se incrementaría de 45 días de prisión más el año y 45 días de alejamiento a 67 días de cárcel, manteniéndose la prohibición de acercamiento con la salvedad de sumarle 22 jornadas más."
"Si la sentencia se confirma queremos coordinar la posición del Ministerio Fiscal para ver de qué forma podría producirse su ejecución sin que se perjudiquen los intereses del menor", explicó a Europa Press el fiscal superior de Andalucía, Jesús García Calderón, que aludió a la existencia de diversos instrumentos legales que pueden corregir una situación "hipotéticamente desproporcionada".
Nunca sabré cómo va esto, pero tengo la impresión de que el reflejo de esta cuestión en los medios de comunicación banaliza la cuestión. La noticia que más vende es que el gobierno ataca a los padres (miren sólo este ejemplo). Es cierto que el art. 153 CP es un grave error legislativo. Pero también lo es que casos como este claman al cielo.
ResponderEliminarLa señora de Jaén...
- le soltó a su hijo un par de hostias,
- agarró al niño por el cuello hasta el punto de causarle hematomas duraderos; y
- de otra hostia golpeó la cabeza del niño contra la pila del cuarto de baño.
El niño sangró mucho (rostro y cabeza son zonas muy irrigadas), pero no le debieron limpiar bien, porque al día siguiente su tutor descubrió la sangre. Y los moratones en el cuello.
1. Supongo que nadie considerará esto dentro del concepto "corrección proporcionada".
2. No sé si es aberrante adoptar algún tipo de medida cautelar cuando, tras unas hostias como estas, hay que devolver al niño a su casa. Lo que resultaría gatafloresco es clamar al cielo cuando NO se adoptan las medidas y pasa la catástrofe, pero también cuando SÍ se adoptan las medidas.
3. De entre las posibles medidas (acogimiento del menor por la C.A., alejamiento de la madre, etc.), quizá no sea aberrante adoptar la que NO repercuta sobre el menor.
Como tanto mi mujer como yo tenemos jornada completa, mis hijas han ido a guardería desde muy pequeñas. Si descubriese que el profesor (sobre quien delegamos parte de las funciones de corrección) le agarra por el cuello hasta dejarle hematomas, le mete dos hostias y le golpea la cabeza contra la pila del lavabo, como en cualquier entrañable comisaría, supongo que la solución razonable pasaría por una pena y una medida cautelar.
Las alternativas que se me ocurren serían sociamente muy disolventes.
(Sigo)
ResponderEliminarLa cuestión estará en si lo de golpear la cabeza del niño contra la pila fue intencionado o no. Lo cierto es que todos nos ponemos en la situación y pensamos que un cachete desafortunado puede traer consigo por imprudencia un mal giro y que la cabeza se golpee.
Pero es que antes había asido a su hijo por el cuello, con presión suficiente como para dejarle hematomas. A lo Homer Simpson.
Y, sinceramente, en esa situación ya no soy capaz de verme. Ya comienza a parecerse más a una oscura comisaría que a un cachete desafortunado. Ya comenzamos a poder inferir la existencia de dolo respecto de los hematomas en el cuello y de lo del golpe contra la pila.
Vamos: que la cosa seguramente está más en la valoración de los hechos que en la calificación jurídica (insisto: todo ello, sin tomar en cuenta lo bestia que es el art. 153 CP, y cómo intenta resolver un problema POLICIAL con instrumentos PENALES).
Ah: y disculpen la redacción de este post y del anterior, pero estoy bajo mínimos. La pequeña está griposa y se ha despertado hoy a las 6:30. Y a las 5:40. Y a las 4:15, y a las 4:05, y a las 3:57... Estoy drogado de sueño. No les digo más que he tenido que agarrarla del cuello y golpearle la cabeza contra la pila del baño...
Cuando leo que la madre cogió al niño del cuello y lo levantó, no puedo evitar imaginarme a la señora de Hulk haciendo semejante hazaña.Y teniéndo semejante fuerza física me extraña que no le rompiera las cuerdas vocales al pobre chico.
ResponderEliminarRespecto al golpe en el lavabo, entiendo que fué totalmente fortuito o cuando menos desafortunado, pero en ningún caso premeditado.
Hombre, después de dos años y pico, no entiendo la setencia de alejamiento, la verdad.
Durante este tiempo,la fiscalía o asuntos sociales,¿ha efectuado un seguimiento para evaluar el bienestar del menor?
Un poquito de coherencia, señores.Parece que olvidamos la finalidad de las penas.
Ya se sabe que una justicia tardía; no lo es.
Un cordial saludo.
Carmen: estoy de acuerdo con lo del retraso en la respuesta, no sabía que había habido tal retraso. De hecho, si eran necesarias medidas protectoras del menor, lo fueron hace dos años. Y ya le digo que no entro en lo adecuado de la pena.
ResponderEliminarPero supongo que nadie sostendrá que lo realizado por la madre es "corrección razonable".
Sobre lo de que no ve a la madre levantando por el cuello al chaval... pues si fuese usted la juez, debería intentar llegar a una versión que explique los cardenales duraderos en el cuello. Y a ver si esa versión es compatible con lo del golpe fortuito contra el lavabo...
Nosotros llevamos diciendo que no a las criaturas desde el día que nacieron, más o menos. Lo que no se puede esperar es que cada vez que lo haces te digan "Por supuesto, madre idolatrada, gracias por corregirme y dejarme sin Wii toda la semana por no haber recogido mi cuarto en tres meses": bastante con que obedecen sin más que poner cara de mártires tratados injustísimamente o de jóvenes airados y terriblemente incomprendidos, más el rezungue correspondiente, según toque, pero OBEDECEN. Algún azote en el gordo culo pañalero les ha caído, también, único modo, de informarles, verbigracia, que uno no vacía el bidón de aceite por la cocina, y le rompe la crisma a su padre del resbalón sin mayores consecuencias. Oye, y son tipos razonablemente sensatos (crucemos los dedos) y felices, que hasta nos quieren y todo.
ResponderEliminarCon razón, Anónimo. Es que no poner límites a un niño es destrozarlo para el futuro (y para el presente). Y tiene que haber una ultima ratio. En mi modesta experiencia como bipadre, me ha servido más la "ejecución forzosa - encierro" que la "sanción- azote" (contiene un acto de limitación física, es interpretable como límite y respuesta contundente). Pero hay ocasiones en que es inevitable el "tas-tas" en la mano (para la más peque, simbólico y sentidísimo) o el azote con su sordina pañalera.
ResponderEliminarVale. Todos de acuerdo. Pero volvamos por un momento a lo de la señora que agarra del cuello a su guaje hasta hacerle moratones y le da con la cabeza contra la pila del baño.
Supongo que hay que distinguir dos cuestiones distintas:
a) Si el ámbito de criminalización del art. 153 CP es idiota (que lo es).
b) Si el caso de Jaén es un supuesto de corrección adecuada (que no lo es).
c) Si el caso de Jaén es razonablemente sancionable (que vaya usté a saber).
Lo que no tiene sentido es sacar el tema de si lo de Jaén clama al cielo o no, pero contestar que sería absurdo penar un razonable uso de la facultad de corrección. Creo que ahí es fácil que nos sintamos aludidos como padres, y de ahí. O quizá es por aquello de que la odiosa horda roja está de acuerdo, y entonces hay que oponerse.
Aun no entiendo porque postulan que, dado que les dieron cachetes de pequeños a ustedes, esos cachetes les hicieron mejores personas.
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