09 diciembre, 2008

Cagarrutas pa los pollos

Qué pesadez. Aquí cualquier cagarruta que expela un político profesional se convierte en la obsesión de los medios y en la disculpa para que los del mismo gremio tengan algo que decir y que parezca que se preocupan mucho del interés general y las maneras democráticas y constitucionales. Fariseísmo gastado.
Ahora el turno ha sido de un tal Tardá, catalán de oficio y beneficio, que ha gritado lo de “¡muerte al Borbón!”. Y ya tenemos al país visible entretenido para una buena temporada, que si eso no se dice, que si adónde vamos a parar, que si yo en la tuya por si acaso. Pesadez.
En los mítines y discursos para la galería no se puede gritar como en el estadio de fútbol, al menos a esa conclusión llegamos. Como en el bar o en la cena familiar de Nochebuena tampoco; ni como en los programas televisivos para la víscera de la que llaman audiencia. Vale. La vida social está hecha de compartimentos estancos. En cada casilla su letrilla; o su letrina, que diríamos los asturianos.
A mí el Borbón no me da ni frío ni calor y por mí como si se lo comen los herederos de Mitrofán. No va por ahí lo mío. Lo que sí me preocupa es que se nos note tanto la falta del gen kantiano. Aquí el imperativo es categórico porque se grita mucho y se defiende a martillazos. Pero lo que nos pone a tope es la ley del embudo. A los míos que ni me los toquen, pero para mí patente de corso y leña al mono ajeno. Las naciones son conceptos discutidos y discutibles, como dijo nuestro Raspitín, pero unas más que otras. ¿Y cuáles más? Pues según convenga. España es noción que suena a facherío e imperio decadente, pero cuando se trata de comerle la oreja al votante, prietas las filas y antiespañol el que no me vote. Cuando el hombre de paz me deja pez y con el culo al aire, subo las penas hasta para el que estrangula al canario del vecino. Yo soy yo y mi circunstancia, lo que pasa es que mi circunstancia cambia un huevo; ay, quién maneja mi barca, quién.
Tardá ha soltado dinamita verbal para sus pollos y éstos pían alborozados. Los otros pían compungidos. Los pollitos dícen pío, pío, pío, cuando tienen hambre, cuando tienen frío. Pero vamos con lo del gen. Dicen los expertos en psicología evolutiva y algunos filósofos de postín que la madurez moral la alcanza el adulto que es capaz de asumir lo que se llama la perspectiva del otro generalizado. Es lo del viejo Kant, pero más enredado. De niños nos lo contaban sin tanta cita y bajo el lema de no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti mismo. La faena es que hay mucho masoca y la hermosa teoría se nos queda en cueros y cargada de látigos. Viéndoles a algunos las trazas y pensando qué sentirán al mirarse en el espejo, hasta se entiende que se crezcan con el castigo y que lo busquen. No lo digo por Tardá, pobre. Ni por sus pollastres. No necesariamente.
A lo mejor la suprema virtud moral es la congruencia. Creo que esto ya lo dijo alguien también, pero en inglés. O sea, que antes de decir si es buena o mala gente el que grita que se muera el Borbón o que se mueran los feos, hay qué preguntarse cómo reaccionarían el susodicho o sus alevines si alguien replica que, ya puestos, que se muera antes su santo patrono o su tía, que esa sí que es fea de narices. Si se mosquea, es un incongruente sectario, tendencioso y con la madurez moral de una larva intestinal. Si dice que bueno y que cada cual puede expresar libremente sus fobias y filias, es un tipo legal y nos podemos tomar un vino con él sin miedo a que nos eche crecepelo en el tinto del Penedés. Por eso lo que debemos preguntarnos antes de salir a defender al Rey como si fuera carne de nuestra carne y corona de nuestra coronilla es lo siguiente: cómo reaccionarían Tardá y los de su estirpe si en un contexto perfectamente paralelo un político gritara “Muerte al President de la Generalitat” o “A la mierda el Secretario General de ERC”. Si se lo toman con filosofía y unos escargots, no veo nada que reprocharles. Que cada palo aguante su vela y cada perro se lama su culo. Pero es de temer que no. Por eso a mí el Tardá y los que cantan sus himnos me dan mal rollo, aunque el Borbón ni me va ni me viene.

2 comentarios:

  1. Es que dan la impresión de que ellos van por un lado y los demás, el pueblo llano, por otro. Se protegen, se apoyan, e incluso se justifican. Por eso me ha hecho gracia algo que normalmente me hubiera parecido soez: Llamar "Josep el piloso" al Pte. del Congreso de los Diputados. Es que además después de haber visto esto los "palos del sombrajo" están para venderlos.
    Esperemos que el Prof. Sosa Wagner devuelva algo de dignidad a esta "gentucilla".

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  2. En un pequeño pueblo, hace ya unos años, ocurrió que dos amigos en el transcurso de una encolerizada discusión cocinada en la trastienda de viejas deudas y sazonada de abundante brandy, se pusieron de chupa de dómine mediante una escalada de improperios en lo que lo más fino que se dijeron el uno al otro rimaba con "uta".

    Pero ete aquí que a uno de ellos se le ocurre llamarle al otro "sibarita".

    Aquello era demasiado y hasta ese punto no iba a estar dispuesto a transigir con la exuberancia verbal de su hasta hoy; y a partir de mañana; amigo:
    ¡¡¡¡ Sibaritaaaaaa !!!!!, ¿ me estás llamando sibarita a míííííí ?, como un Paulino Uzcudún cualquiera le suelta un par de puñetazos en la jeta que acaban con la discusión y con el amigo-enemigo por los suelos.


    La falta de juicio endógeno y/o exógeno tiene esas cosas, se confunde lo principal y lo accesorio.

    Ya puestos a escalar verbalmente que se junten los Tardás, los Sainz de Santamarías, los Rubalcabas y toda la patulea con esas declaraciones y contradeclaraciones más propias de un puesto de verduras en un mercado de posguerra y se vayan junto con Maiquel Sumaje a un pueblo que rime con "ulo", que hasta puede que no nos acordemos de ninguno de ellos; yo al menos.

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