El 23 de octubre el Ministerio de Ciencia e Innovación puso en marcha la web de la Estrategia Universidad 2015, con una página través de la que se pretende abrir el debate sobre la universidad a los colectivos de profesores, estudiantes y personal de administración y servicios, así como a las universidades mismas y a la sociedad. Un mes después, los resultados no parecen alentadores. El foro de “universidades” contiene nueve comentarios, el de “sociedad” cuatro, el de “profesores” once, el de “personal de administración y servicios” tres y el de “estudiantes” uno solamente. ¿Indiferencia? ¿Escepticismo?
Es probable que imperen la desgana y el descreimiento. Hace tiempo que la gestión universitaria ha adoptado un estilo tecnocrático y distante, propio de una empresa privada en manos de lejanos gestores y de directivos absortos en un caos de objetivos, cifras y programas que poco tienen que ver con las preocupaciones y las labores diarias de quienes en la universidad trabajan o estudian, y no digamos de una sociedad por definición incapaz de entender ese lenguaje y semejantes maneras.
Las universidades han sido receptores pasivos de las decisiones que un día se tomaron en Bolonia, en cuya elaboración no han tenido arte ni parte y que constituyen el enésimo producto de una burocracia europea encerrada en una torre de marfil desde la que no se divisa más realidad que la de los papeles que ella misma produce en cascada. Además, el personal universitario se halla en estos tiempos enfrascado en el enloquecido proceso de adaptación de los planes y estructuras a los nuevos esquemas, generalmente incomprensibles, alejados de toda tradición académica y con carencia prácticamente absoluta de una guía coherente y responsable. Y si los propios profesionales y gobernantes de las universidades están perdidos en un mar de dudas y desconcierto, qué decir de los estudiantes que sólo reciben ecos lejanos y confusos de la universidad que se avecina.
Así las cosas, no es raro que muchos sospechen que las llamadas a la participación no abrigan más propósito que el de blanquear los hechos consumados bajo una apariencia de apertura y disposición al diálogo y el de ocultar que el rumbo universitario está a merced de intereses políticos y económicos que bien poco se compadecen con el hacer cotidiano de los que enseñan, investigan, aprenden y trabajan en estas instituciones.
De la tan cacareada autonomía universitaria resta poco más que la disposición servil para acatar órdenes superiores y para rendir la requerida pleitesía ante quien pone los dineros y dicta las consignas.
Es probable que imperen la desgana y el descreimiento. Hace tiempo que la gestión universitaria ha adoptado un estilo tecnocrático y distante, propio de una empresa privada en manos de lejanos gestores y de directivos absortos en un caos de objetivos, cifras y programas que poco tienen que ver con las preocupaciones y las labores diarias de quienes en la universidad trabajan o estudian, y no digamos de una sociedad por definición incapaz de entender ese lenguaje y semejantes maneras.
Las universidades han sido receptores pasivos de las decisiones que un día se tomaron en Bolonia, en cuya elaboración no han tenido arte ni parte y que constituyen el enésimo producto de una burocracia europea encerrada en una torre de marfil desde la que no se divisa más realidad que la de los papeles que ella misma produce en cascada. Además, el personal universitario se halla en estos tiempos enfrascado en el enloquecido proceso de adaptación de los planes y estructuras a los nuevos esquemas, generalmente incomprensibles, alejados de toda tradición académica y con carencia prácticamente absoluta de una guía coherente y responsable. Y si los propios profesionales y gobernantes de las universidades están perdidos en un mar de dudas y desconcierto, qué decir de los estudiantes que sólo reciben ecos lejanos y confusos de la universidad que se avecina.
Así las cosas, no es raro que muchos sospechen que las llamadas a la participación no abrigan más propósito que el de blanquear los hechos consumados bajo una apariencia de apertura y disposición al diálogo y el de ocultar que el rumbo universitario está a merced de intereses políticos y económicos que bien poco se compadecen con el hacer cotidiano de los que enseñan, investigan, aprenden y trabajan en estas instituciones.
De la tan cacareada autonomía universitaria resta poco más que la disposición servil para acatar órdenes superiores y para rendir la requerida pleitesía ante quien pone los dineros y dicta las consignas.
En mi humilde opinión la parte mas peligrosa de ese proceso,el verdadero problema, dejando de lado cuestiones incluso como el gigantesco esfuerzo económico que muchas familias tendrán que hacer, es la compra del conocimiento, esa intrusión de la empresa privada en la universidad es yo diría incluso ultra-peligrosa y ultra-descarada ,en tanto y cuanto la empresa privada procederá a apoderarse del conocimiento y del esfuerzo diario de personas que de verdad estudien, que se esfuercen, o que tengan unas capacidades intelectuales increíbles.
ResponderEliminarProcederán a usar ese esfuerzo intelectual para investigar con que crema se puede realizar mejor el acto sexual, o a saber que nuevas cremas Q10 para quitarnos las espinillas , o yo que sé infinidad de tonterías , disparates y gilipolleces en aras de seguir manteniendo esa hipnosis colectiva hacia el consumismo, la pérdida del valor del esfuerzo, etc.
¡¡¡Es escándaloso!!! ¿ Cómo es posible que nadie haga nada ?
Investigaremos, estudiaremos y fabricaremos productos para seguir manteniendo esta clase dirigente , que evidentemente sigue existiendo a pesar de lo que pueda decirse, está mas que comprobado que los que tienen los medios para perpetuar este descaro siguen ahí.
Es de vital importancia parar este proceso como sea.