29 enero, 2009

Anacletos

(Dedicado, con sincera admiración, a Esperanza Aguirre, Ruíz Gallardón e tutti quanti).
El Decano andaba mosca porque a un vicedecano suyo se le había visto hablar en la cafetería con un cátedro que había votado en su contra en la última Junta de Facultad. Llamó a un estudiante de cuarto que era guardia civil retirado y a un primo de su mujer que trabajaba de vigilante de Prosegur y les dio órdenes tajantes: “Quiero saber lo que hace Pepe, el vicedecano, de día y de noche, con quién se ve, adónde va, a qué hora se acuesta y con quién. Todo”. Les prometió, respectivamente, unos aprobados e invitación a comer gratis el día del santo patrono de la Facultad.
Los improvisados espías buscaron unos ayudantes: un primo en paro del guardia y un repartidor de butano que conocía muy bien el barrio del investigado. Y los cuatro pusieron manos a la obra.
Para empezar, los dos jefes de la operación se propusieron asistir a las clases del profesor Pepe. Era importante saber qué explicaba. Tomaron notas y encontraron un primer elemento sospechoso, pues el profesor se había pasado un rato hablando de la mora del deudor. ¿A qué deudor se refería? ¿Quién era esa mora por la que decía que hasta estaría dispuesto a pagar intereses? También lo oyeron referirse al recurso de amparo y anotaron que deberían buscar más pistas sobre la Amparo esa. ¿Andaría el profesor metido en asuntos de prostitución y proxenetismo?
Lo malo fue que habitualmente sólo asistían a clase cinco o seis alumnos. Pepe vio a los improvisados detectives sentados en la última fila, pero no dijo nada. Será una apuesta o una penitencia que les ha impuesto su confesor, pensó. Los estudiantes los miraban con suspicacia, temerosos de que fueran unos infiltrados del Ministerio para espiar posibles altercados por el asunto de Bolonia.
Se turnaron los cuatro agentes para seguir a Pepe. En la cafetería del campus el guarda jurado se sentaba a comer en la mesa de al lado y en su cuaderno anotaba el menú y que se tomaba el café con unas gotas de brandy. Al tercer día, Pepe se volvió y le dijo a su sombra que su cara le sonaba y que si no lo había visto en sus clases. Éste negó con la cabeza y se marchó apresuradamente, no sin decirse que era urgente comprarse algún disfraz. Al día siguiente el profesor se lo encontró en el aula con un tupido bigote y un peluquín rubio. ¿Cómo ha podido crecerle a este hombre un bigote así en un día, se dijo? ¿Y cómo es que lo tiene de color distinto que su cabello?
Entretanto, el butanero había visitado, bombona al hombro, la casa de Pepe. A esa hora lo recibió la asistenta dominicana, que le aseguró que de allí no habían llamado, pues tenían gas ciudad. El buen hombre insistía en pasar de todos modos y echar un vistazo a la cocina, por si acaso ella no estaba en lo cierto, pero la mujer se mantuvo en sus trece de que no podía dejar entrar a nadie si no estaban los señoritos. Cuando él dio parte del frustrado intento a los directores de operaciones, ellos tomaron nota del detalle: ya tenemos una mora, una Amparo y una dominicana. Esto le va a gustar al señor Decano.
Al primo parado le encomendaron el seguimiento de fin de semana. Se apostó ante el portal de Pepe hasta que a eso del mediodía del sábado lo vio salir al kiosko del barrio a comprar unas chuches, y luego a Alimerka a mercarse unas lubinas de criadero. Como el perspicaz perseguidor no quería perderse detalle y se había sacado el número para la cola de la pescadería, fue interpelado por la pescadera cuando llegó su turno, después del de Pepe, y para disimular se pidió unos jureles, que estaban a buen precio. Maruchi me lo agradecerá, pensó, pero perdió de vista al su presa, a quien no volvió a localizar hasta el día siguiente, cuando, ya por la tarde, lo vio salir ataviado con los colores del equipo de fútbol local. El perseguidor tuvo que comprarse a toda prisa unas entradas, después de tomar nota mental de la puerta por la que el otro había entrado al estadio. Tras unas cuantas vueltas, dio con él y se colocó a su lado. Al segundo gol, se fundieron en un abrazo como viejos hinchas. Sus compañeros le dijeron esa noche que tal vez se había quemado con ese gesto y que mejor sería que no se dejara ver en unos cuantos días.
Al cabo de un par de semanas los sabuesos escribieron su informe para el Decano. En él señalaban que, pese una apariencia de vida normal y hogareña, había serios indicios de que Pepe tenía alguna participación en asuntos de trata de blancas y de mulatas. Probablemente los de su bando en la Junta de Facultad andaban en el mismo negocio y eso justificaba su disciplina de voto. Cabe pensar, escribieron, que quieran usar la universidad como tapadera para sus actividades delictivas.
Se reunieron con el Decano en un bar de las afueras para darle cuenta de tan sorprendentes resultados, pero éste apenas los escuchó, ya que venía de una más que preocupante reunión con el Rector, convocada horas antes con suma urgencia. El Rector le había mostrado el informe que el día anterior le había entregado el Director del Departamento de Pepe, quien también había encargado a un cuñado suyo, policía municipal en excedencia que había puesto una agencia inmobiliaria y que ahora tenía mucho tiempo libre, que siguiera los pasos del profesor, ya que éste se le había vuelto sospechoso debido a su empeño para introducir en los nuevos planes de estudio una asignatura sobre políticas de igualdad en la educación universitaria. Un seguimiento muy discreto y competente había desembocado en la convicción de que Pepe tenía una doble vida: por un lado, cultivaba la imagen de honesto padre de familia, amantísimo esposo y profesional entregado a sus labores; por otro, había pistas de que mantenía relaciones homosexuales con un par de sujetos con los que discretamente se citaba en el restaurante universitario, en el fútbol y hasta en el supermercado. Incluso se adjuntaba una foto en la que se le veía en el estadio fundiéndose en apasionado abrazo con un sujeto que resultó ser el primo del Decano, quien, a la vista de tan comprometedora imagen, se ruborizó hasta las cachas y comenzó a alegar todo tipo de excusas y explicaciones ante los presentes. Pero el Decano lo cortó en seco y les expuso a todos su preocupación de ahora mismo. Posiblemente, dijo, todo es una maniobra del Director de Departamento para implicarme a mí en los enredos de Pepe, pues bien sé que el Director hace tiempo que quiere moverme la silla.
Lo que había que hacer de inmediato parecía evidente, y así lo vieron todos: hay que poner en marcha un seguimiento al Director y descubrir qué se trae entre manos. Salieron de bar con firme resolución y un nuevo plan de espionaje.
Un coche arrancó detrás del suyo. El Rector también había decidido tomar cartas en el asunto.

1 comentario:

  1. Hola Chicos, estoy haciendo una investigación y me
    gustaría preguntarles si saben de iniciativas -en Chile o en el
    extranjero- en que se hayan utilizado wikis para llevar a delante
    discusiones o polos de trabajo en el ámbito legal???
    Sería fantástico si me pueden compartir algunos links.
    Muchas gracias
    Paloma

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