06 febrero, 2009

¿Cuántos dioses caben en un bus?

Un amigo me envía esta foto que supongo que circula por internet y que es un montaje basado en la sorprendente lucha teológica a escala de autobús. Ya se sabe que hay asociaciones de ateos que han pagado para que algunos buses de línea regular muestren una inscripción en la que se dice que probablemente Dios no existe, mientras que otros grupos píos contraatacan por la misma vía con la inscripción que afirma que Dios existe casi seguro. No es mal momento para volver a ocuparse de la religión ahora que todo indica que las vamos a pasar canutas y que se nos acaba la vida regalada a golpe de pelotazo y poco curro.
Un servidor ya ha escrito aquí hasta el aburrimiento que profesa lo que podríamos llamar un ateísmo tranquilo. Tranquilo porque no me parece nada mal que los que abrazan alguna fe religiosa la proclamen y traten de vivir según los preceptos de su credo, con tal de que a mí me dejen vivir según mi ética secular y singular. Y ateísmo porque sencillamente no me convencen los argumentos con que se sostiene que Dios sí existe y que, en consecuencia, debo cultivar ciertos ritos para darle gusto y rendirle pleitesía y, además, no he de tocarme la pilila por placer sin una serie de permisos y bendiciones previos; entre otras cosas. Además, para amar al prójimo y tratar de no ser muy chorizo tampoco necesito vigilantes consagrados ni amenazas de fuego eterno, me basta mi personal convicción y me alcanza con argumentos carentes de trascendencia.
Pero son cosas distintas la creencia de que pueda existir un Dios creador del mundo y motor de las cosas y la de fe en una determinada confesión religiosa, a mi modesto y poco autorizado entender. Lo primero no me cuesta aceptarlo como hipótesis merecedora de bien interesantes debates en los que se dan la mano la ciencia más puntera y la filosofía más profunda. Lo segundo es harina de otro costal. De la creencia de que ha de existir una primera causa, de la conclusión de que ha de haber una explicación de ese tenor para tanto misterio inexplicable no veo cómo puede seguirse la necesidad de abrazar una determinada religión, con su carga mítica y normativa. Es más, no soy capaz de entender cómo se pasa de asumir que puede o debe existir Dios a aceptar historias como la del pecado original, la redención del mismo mediante el sacrificio del Hijo de Dios y otras mil cuestiones de ese calibre; y menos aún puedo concebir a ese Creador obsesionado porque le rindan culto y homenaje y por prescribir cosas tales como un modelo de familia o de relación sexual o qué cosas se deben comer, cuáles no y en qué momentos. Apenas conozco personas que hayan ido de la reflexión sobre la existencia de Dios a la profesión de una determinada fe religiosa, mientras que sí veo muchas que siguen el camino inverso: de la asunción de los principios de una determinada religión, con sus normas, sus tradiciones y sus ritos, pasan a aceptar como dogma no sólo que Dios existe, sino que existe precisamente así, de esa forma tan rara y contradictoria en que su credo normativo lo pinta.
Dicho todo esto y sentado que no me sorprende ni me inquieta que haya quien afirme que halla razones para pensar que Dios ha de existir, lo que sí me produce más de un sobresalto y bastante incomodidad son las religiones establecidas, al menos en lo que encierren de propósito para imponer dogmáticamente las formas de vida que los individuos y las sociedades hayan de aceptar. Tengo en alta consideración la libertad de los creyentes, pero no valoro en menos la de los que no creemos. Me parece estupendo, por ejemplo, que los católicos se casen bajo las condiciones de su religión, que no se divorcien y que reciban todos los hijos que Ogino les mande, pero no veo por qué ha de estar vedado el divorcio para los que no sean de su grey. ¿Que no sirve el ejemplo? Cómo que no, repásese lo dicho y escrito en este país a comienzos de los ochenta, cuando se trataba de legalizar el divorcio. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero me parece que no hace falta.
Ahora bien, con todo y con la que sigue cayendo, vuelve a apetecerme echarles un cable a nuestros católicos o a nuestros cristianos en general. Porque si lo que uno usa de vara de medir a la hora de catalogar las religiones es lo que de peligro pueden tener para la libertad individual y social, parece evidente que todavía hay clases. Por las buenas o por las malas, con gana o sin ella, el cristianismo ha sabido en estos pagos acomodarse a lo que llamamos derechos humanos y Estado de Derecho. Verdad es que uno oye a Rouco y se le ponen a veces los pelos como escarpias, pero por mucho que de bocas así salgan sapos y culebras, ya no nos queman en hogueras ni nos torturan en los cepos de la Inquisición en nombre del amor al prójimo y al mismo Dios, que aún debe andar medio perplejo, por cierto. ¿Que la Iglesia ha aplicado el viejo principio de que cuando no los puedas vencer únete a ellos? Es posible. ¿Que siguen viendo pecaminoso libertinaje en lo que muchos entendemos como libertad elemental y nada dañina? Sin duda. Pero ya no nos matan. Porque no pueden o porque no quieren, habrá de todo, pero ya no nos matan.
Sigue haciendo mucha falta defender la libertad personal y social frente a lo que de oscurantista pueda quedar en nuestro catolicismo, del mismo modo que no se puede bajar la guardia frente a otros oscurantismos y autoritarismos que no tienen base religiosa. Pero se trata de debates bien interesantes y convenientes que son aliento precisamente de la libertad de cada cual como posibilidad de elegir su modo de entender el mundo y la vida. No viviríamos mejor ni seríamos más felices, y desde luego seríamos menos libres, en un mundo en el que la religiosidad estuviera prohibida y perseguida.
Mas demos a cada uno lo suyo. Pegarse con el que ya no va armado tiene bastante menos mérito que enfrentarse con el que está dispuesto a acuchillarte. Lo que no parece muy de recibo es el doble rasero o dar la batalla donde ya está medio ganada, por fortuna. Nada de malo veo en que una asociación de ateos coloque en los autobuses de Madrid el letrero de marras, igual que por las mismas cabe que algún grupo de católicos haga lo propio. Lo que no entiendo es que, entonces, muchos de los adalides de una sociedad laica y de un Estado no confesional -me apunto a esos dos propósitos- hayan puesto de vuelta y media al periódico danés que hace meses publicó aquellas caricaturas de Mahoma. Si con los católicos de aquí y con los símbolos de su fe podemos meternos como se nos antoje, pero con el Islam hay que cogérsela con papel de fumar porque asesinan al blasfemo, poco mérito tendrá nuestra cruzada laica, por mucho que para salvar las apariencias nos disfracemos de multiculturalistas.
Por eso el montaje fotográfico que acompaña tiene su miga. ¿Estamos esgrimiendo una razón en contra de que los autobuses luzcan la afirmación de que probablemente Dios no existe y de que, por tanto, es mejor disfrutar de la vida sin comeduras de tarro religiosas? No, sólo que sería mucho más interesante y emocionante que se dijera ahí que probablemente Dios no existe y Alá tampoco. Y que obremos en consecuencia si los del turbante nos amenazan con algo más que las penas de su infierno. En cambio, si ellos pagaran para que otros vehículos lleven pintado que seguramente Alá sí existe, sería señal de que podemos todos vivir tranquilos y juntos y seguir debatiendo amigablemente y sin mayor dramatismo.

4 comentarios:

  1. Dios le conserve ese sentido común que tanto escasea.

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  2. Depende del tamaño de los dioses y del bus.

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  3. Razón que le sobra... Es que "manca finezza"...

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  4. El blog de origen de la imagen es MUUUUY recomendable.

    http://www.mimesacojea.com

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