(Publicado por un servidor en El Mundo de León el pasado jueves).
Acabo de regresar de Barcelona, pero lo que voy a contar podría valer por igual para otras ciudades. Las autoridades andan preocupadas porque ya no vienen tantos turistas foráneos y porque cuidan la pela. Como para no, con la que está cayendo.
Local de tapas en mitad de la Rambla, zona turística. Un pincho mínimo de tortilla harinosa, cuatro euros. Cuatro rebanadas enanas de pan tumaca, con el pan tipo Bimbo y unas cucharadas de tomate triturado de bote regadas por encima, dos euros y medio. Dos cocacolas, cinco euros. Por semejante pitanza dos mil pesetas de las de antes. Ya sé que el error es de uno por andar haciendo el guiri. Pero se piensa que los guiris sin tontos. Y no.
Dice un ministro lumbrera que debemos comprar productos españoles. Mi mujer entra en una tienda de Adolfo Domínguez y trata de mercar algo. Las dos dependientas hablan un ruso estupendo, pero el castellano fatal. El bolso del escaparate se niegan a venderlo, pues explican que les está prohibido tocar lo de la vitrina. Sacan otros bolsos arrugados y entre plásticos y desaniman al más pintado. Bueno, pues veamos unos pendientes. La vendedora correspondiente está abstraída en el ordenador y hay que rogarle que muestre la mercancía. Lo hace con desgana. Si quieres comprar, esfuérzate tú y suplica, so mindundi.
Vamos al mercado de la Boquería a agenciarnos unas viandas típicas. Cuatro butifarras de calibre corriente y un trocillo de longaniza, cuarenta y seis euros. El billete de avión León-Barcelona me costó cuarenta y cinco. ¿Serán butifarras voladoras?
Ante la crisis muchos comercios no bajan los precios, todo lo más reducen la calidad del servicio. Luego lloran cual plañideras y el Presidente del Gobierno nos incita a seguir consumiendo. Nos toman por tontos, o por locos.
En estos meses me he dado unas vueltas por Italia y Alemania. En todas partes está ya la vida menos cara, aunque, al parecer, la crisis golpea más en nuestro país. Cuando vas de compras o de restaurante aquí, sólo notas que el negocio anda mal porque el personal que te sirve ya no sonríe y te trata como si fueras el culpable de la hecatombe.
Se impone volver al cocido hogareño y a hacer las fiestas en casa. Y que cada palo aguante su vela.
Local de tapas en mitad de la Rambla, zona turística. Un pincho mínimo de tortilla harinosa, cuatro euros. Cuatro rebanadas enanas de pan tumaca, con el pan tipo Bimbo y unas cucharadas de tomate triturado de bote regadas por encima, dos euros y medio. Dos cocacolas, cinco euros. Por semejante pitanza dos mil pesetas de las de antes. Ya sé que el error es de uno por andar haciendo el guiri. Pero se piensa que los guiris sin tontos. Y no.
Dice un ministro lumbrera que debemos comprar productos españoles. Mi mujer entra en una tienda de Adolfo Domínguez y trata de mercar algo. Las dos dependientas hablan un ruso estupendo, pero el castellano fatal. El bolso del escaparate se niegan a venderlo, pues explican que les está prohibido tocar lo de la vitrina. Sacan otros bolsos arrugados y entre plásticos y desaniman al más pintado. Bueno, pues veamos unos pendientes. La vendedora correspondiente está abstraída en el ordenador y hay que rogarle que muestre la mercancía. Lo hace con desgana. Si quieres comprar, esfuérzate tú y suplica, so mindundi.
Vamos al mercado de la Boquería a agenciarnos unas viandas típicas. Cuatro butifarras de calibre corriente y un trocillo de longaniza, cuarenta y seis euros. El billete de avión León-Barcelona me costó cuarenta y cinco. ¿Serán butifarras voladoras?
Ante la crisis muchos comercios no bajan los precios, todo lo más reducen la calidad del servicio. Luego lloran cual plañideras y el Presidente del Gobierno nos incita a seguir consumiendo. Nos toman por tontos, o por locos.
En estos meses me he dado unas vueltas por Italia y Alemania. En todas partes está ya la vida menos cara, aunque, al parecer, la crisis golpea más en nuestro país. Cuando vas de compras o de restaurante aquí, sólo notas que el negocio anda mal porque el personal que te sirve ya no sonríe y te trata como si fueras el culpable de la hecatombe.
Se impone volver al cocido hogareño y a hacer las fiestas en casa. Y que cada palo aguante su vela.
Hombre, existe el llamado poder de la escasez. Está claro que, en todas las ciudades del mundo; los precios se fijan según las zonas, clientes.....
ResponderEliminarSi estoy paseando por la Rambla y me apetece un café, entro en el primer bar que pillo sin importarme el precio. Tengo la posibilidad de buscar entre callejuelas un bar con precios más asequibles e incluso mejor café, pero no me apetece buscarlo, ni andar 10 minutos, por lo tanto; lo pago y punto.
Si en lugar de acudir a un Adolfo Dominguez, acude a Dior o Gabbana dudo mucho que le sacaran algo del escaparate. Es una actitud muy extendida, aunque no por ello deja de resultarme absurda, la verdad.
Por cierto, sólo los tenderos de toda la vida sacan productos de sus escaparates.
El tema de bajar los precios no debe resultar tan fácil, hay que tener en cuenta que se necesita un periodo de adaptación porque es una pescadilla que se muerde la cola. ¿Se han rebajado los alquileres, las materias primas.....?
En enero ha subido todo de precio ¿quién debe empezar a rebajar sus precios?
Al parecer, en España, será la inercia quien marque el camino.....si vendo menos café, compraré menos y tendré mayor probabilidad de que no me alcance para pagar el elevado alquiler del local.
Un claro ejemplo es el de Mercadona, para mantener precios y no renunciar a su beneficio, ha decidido prescindir de 800 productos de grandes marcas. En su lugar, aumentará el número de las marcas propias.
Desde mi punto de vista es una medida apropiada para los tiempos que corren y es un privilegiado por su posición de fuerza, dado que, se lo puede permitir.
Habrá quien piense que nos trata de imponer sus marcas pero el consumidor tiene la última palabra. Está claro que, la medida adoptada va dirigida a un consumidor concreto y en aumento.
Un cordial saludo.