¿Cuándo se va a inventar el puñetazo telefónico de una maldita vez? ¿Y cuándo nos vamos a librar de la venta telefónica agresiva? Contaré lo que me acaba de ocurrir hace dos minutos, así me desahogo y puedo seguir con lo que me interrumpieron, que era leer y pensar sobre si las normas jurídicas son derrotables por excepciones implícitas. Vaya tela. Ya casi había dado con la respuesta y se me ha ido, mecachis.
Riiiiing, riiiing, riiiing. Menos mal que la niña no estaba dormida, pero casi me caigo por las escaleras. Voz de mujer con acento extranjero, cosa esta última que ni quita ni pone, me da igual, pues la entendía. Dice que me llaman de Telefónica y que, puesto que tengo contratado con ellos el teléfono y el ADSL, me ofrecen una promoción buenísima de Imagenio y que tal y que cual. Normalmente corto rápido con estas ofertas y, como los que llaman no se dejan cortar, acabo sacando el repertorio completo de juramentos en asturiano y se rinden cuando les miento a su mamá y me pierdo en consideraciones sobre la desgracia del papá desconocido. Pero esta vez me picó la curiosidad y se me ocurrió preguntar qué diablos es el Imagenio (entiendo poquísimo de teles y vertederos). Me explica, con creciente entusiasmo, que es un sistema para ver un montón de canales de televisión y me enumera la lista completa o algo así. A mí algunos hasta me sonaban, aunque no sé de qué. Luego la intrépida señora me detalla las condiciones económicas tan ventajosas de la oferta que me hace. Empiezo a planteármelo, francamente. A veces viene bien tener un montón de canales televisivos, por lo de las visitas y tal.
La mujer me dice que bueno, que qué, que si consumamos ya, que a qué esperamos. Escasísimos juegos preliminares. Le pregunto, sin mosqueo aún, que cuánto tiempo me da para pensarlo y que a dónde tengo que llamar si me animo. Respuesta: que se lo diga a ella y ahora mismo, ya, todo seguido. Tiro de la excusa habitual: que quiero consultarlo en casa. Y empiezo a alucinar con la réplica: que si mi mujer está en el baño, ella, la que me llama, espera tranquilamente al otro lado de la línea hasta que mi mujer termine y pueda yo obtener su opinión. Rediez, se me sube instantáneamente la bilirrubina. Con todo, me mantengo correcto y ponderado: dígame cuál es el plazo, aunque sea breve, y después de meditar si me interesa, yo les llamo. Me replica que el plazo es esta llamada y que debo indicarle antes de que cuelgue si sí o si no, pero que sería absurdo que le dijera que no. Se me evapora la paciencia y recurro a la ironía: mire, querida, aunque fuera usted Laetitia Casta, estuviera aquí ante mí de cuerpo presente así de sopetón y me dijera échame ahora mismo el gran polvazo, le contestaría que tranquila y que ya vamos viendo, pues me gusta pensar, aunque sea poco, antes de hacer.
Yo me veía gracioso con mi ocurrencia, qué quieren que les diga. Pero la dama no estaba para exquisiteces argumentativas. Así que me reitera el ultimátum y entonces, ya sin dudas de ningún tipo, le digo que no me interesa su Imagenio. Palabra de honor que no añadí métaselo por donde le quepa ni nada por el estilo, pues había recuperado mi estilo más sobrio. Y entonces vuelve a recitarme la lista de las ventajas y la de los canales y añade que ella no puede entender a alguien que rechaza una oportunidad así. Señorita, le cuento, me importa un bledo que usted me entienda o no, pero no acepto ultimátums, y menos por teléfono, así que buenas tardes. Pero todavía quiere más guerra y me hace otro reproche: que si no estoy interesado, por qué la he hecho explicarme lo de Imagenio y sus condiciones. Tócate los cataplines. Y yo: oiga, y usted por qué no me dijo al principio que me iba a hacer una oferta que tenía que aceptar ahora mismo. Ella: señor, su postura no tiene sentido, no cabe que me pregunte y ahora diga que no. El desenlace se lo ahorro a ustedes, amigos, pero antes de colgar se me llenó la boca de sapos, culebras y hasta muflones, como es lógico y natural.
Y me pregunto y les pregunto a ustedes: ¿pero qué técnicas de venta telefónica son éstas? ¿En qué putiferio vivimos? ¿Pueden llamar a uno para insistirle en que si no compra lo que le venden es un idiota y un cantamañanas? ¿Realmente traga el personal cuando lo tratan así los mercachifles de las narices? Y, sobre todo, ¿cómo puede uno lograr de una puta vez que no lo llamen para ofrecerle cosas? Hace tiempo ya que rellené unos impresos en los que manifestaba mi inequívoco deseo de que no me telefoneasen para esas cosas, impresos que envié a Telefónica. Como si nada, ni puñetero caso.
En fin, ya se me pasó. Gracias.
Riiiiing, riiiing, riiiing. Menos mal que la niña no estaba dormida, pero casi me caigo por las escaleras. Voz de mujer con acento extranjero, cosa esta última que ni quita ni pone, me da igual, pues la entendía. Dice que me llaman de Telefónica y que, puesto que tengo contratado con ellos el teléfono y el ADSL, me ofrecen una promoción buenísima de Imagenio y que tal y que cual. Normalmente corto rápido con estas ofertas y, como los que llaman no se dejan cortar, acabo sacando el repertorio completo de juramentos en asturiano y se rinden cuando les miento a su mamá y me pierdo en consideraciones sobre la desgracia del papá desconocido. Pero esta vez me picó la curiosidad y se me ocurrió preguntar qué diablos es el Imagenio (entiendo poquísimo de teles y vertederos). Me explica, con creciente entusiasmo, que es un sistema para ver un montón de canales de televisión y me enumera la lista completa o algo así. A mí algunos hasta me sonaban, aunque no sé de qué. Luego la intrépida señora me detalla las condiciones económicas tan ventajosas de la oferta que me hace. Empiezo a planteármelo, francamente. A veces viene bien tener un montón de canales televisivos, por lo de las visitas y tal.
La mujer me dice que bueno, que qué, que si consumamos ya, que a qué esperamos. Escasísimos juegos preliminares. Le pregunto, sin mosqueo aún, que cuánto tiempo me da para pensarlo y que a dónde tengo que llamar si me animo. Respuesta: que se lo diga a ella y ahora mismo, ya, todo seguido. Tiro de la excusa habitual: que quiero consultarlo en casa. Y empiezo a alucinar con la réplica: que si mi mujer está en el baño, ella, la que me llama, espera tranquilamente al otro lado de la línea hasta que mi mujer termine y pueda yo obtener su opinión. Rediez, se me sube instantáneamente la bilirrubina. Con todo, me mantengo correcto y ponderado: dígame cuál es el plazo, aunque sea breve, y después de meditar si me interesa, yo les llamo. Me replica que el plazo es esta llamada y que debo indicarle antes de que cuelgue si sí o si no, pero que sería absurdo que le dijera que no. Se me evapora la paciencia y recurro a la ironía: mire, querida, aunque fuera usted Laetitia Casta, estuviera aquí ante mí de cuerpo presente así de sopetón y me dijera échame ahora mismo el gran polvazo, le contestaría que tranquila y que ya vamos viendo, pues me gusta pensar, aunque sea poco, antes de hacer.
Yo me veía gracioso con mi ocurrencia, qué quieren que les diga. Pero la dama no estaba para exquisiteces argumentativas. Así que me reitera el ultimátum y entonces, ya sin dudas de ningún tipo, le digo que no me interesa su Imagenio. Palabra de honor que no añadí métaselo por donde le quepa ni nada por el estilo, pues había recuperado mi estilo más sobrio. Y entonces vuelve a recitarme la lista de las ventajas y la de los canales y añade que ella no puede entender a alguien que rechaza una oportunidad así. Señorita, le cuento, me importa un bledo que usted me entienda o no, pero no acepto ultimátums, y menos por teléfono, así que buenas tardes. Pero todavía quiere más guerra y me hace otro reproche: que si no estoy interesado, por qué la he hecho explicarme lo de Imagenio y sus condiciones. Tócate los cataplines. Y yo: oiga, y usted por qué no me dijo al principio que me iba a hacer una oferta que tenía que aceptar ahora mismo. Ella: señor, su postura no tiene sentido, no cabe que me pregunte y ahora diga que no. El desenlace se lo ahorro a ustedes, amigos, pero antes de colgar se me llenó la boca de sapos, culebras y hasta muflones, como es lógico y natural.
Y me pregunto y les pregunto a ustedes: ¿pero qué técnicas de venta telefónica son éstas? ¿En qué putiferio vivimos? ¿Pueden llamar a uno para insistirle en que si no compra lo que le venden es un idiota y un cantamañanas? ¿Realmente traga el personal cuando lo tratan así los mercachifles de las narices? Y, sobre todo, ¿cómo puede uno lograr de una puta vez que no lo llamen para ofrecerle cosas? Hace tiempo ya que rellené unos impresos en los que manifestaba mi inequívoco deseo de que no me telefoneasen para esas cosas, impresos que envié a Telefónica. Como si nada, ni puñetero caso.
En fin, ya se me pasó. Gracias.
ESTA ES LA SOLUCIÓN DEFINITIVA, DON GARCIAMADO.
ResponderEliminarIm-presionante.
Tendría que haberle preguntado a la vendedora si las normas jurídicas son derrotables por excepciones implícitas. Quizás así la habría disuadido.
ResponderEliminarEn cuanto a su pregunta (¿pero qué técnicas de venta telefónica son éstas?), es claro que son las técnicas del hambre. Y todavía es más claro que no es la persona con la que usted habló la que se las ha inventado.
No hay caso, es una invasión, la ofensiva defenitiva de los televendedores. No vale ser amable, distante, grosero, insultante: nada: saben que si te dejan ser tú quien rellames ellas pierden SU venta (y su comisión). Esta señorita era, en toco caso, DEMASIADO impertinente. Y ese es el salto lógico del asunto: la llamante no las había inventado, pero desde luego si que las implementabe de un modo tan inadmisible como poco eficaz.
ResponderEliminarHay quien dice que lo que hay que hacer es colgar directamente.
(P.S.: ATMC, no cuelgue estas cosas, que las carcajadas han sido demasiado excesivas)
Cualquier día se darán cuenta que mejor que nos llame una operadora, nos llame un Don haciéndonos una oferta inmediata que no podamos rechazar.
ResponderEliminarLa pregunta es: esos impresos para darse de baja... ¿los envió certificados? porque si no es así me da la sensación que tiene la misma utilidad que tirarlos a la papelera.
ResponderEliminarLas bajas, quejas y reclamaciones siempre certificadas o misteriosamente siempre se pierden por el camino...
Verdaderamente, ¡No entiendo como pudo rechazar una oferta como ésta!
ResponderEliminarY encima después de haberle repetido las muy ventajosas condiciones...
Ja.
Si sólo dan un poco el coñazo, me repito mi mantra "la culpa es del abuso del mercado: la teleoperadora sólo intenta sobrevivir".
ResponderEliminarPero si son muy coñazo les pongo en manos libres para que oigan que estoy pasando de ellos y cocinando, o escribiendo en el ordenador. Y después de que me hayan contado toda su milonga, les digo:
- ¡Ay, disculpe, estaba distraído! ¿Podría repetirme eso?.
- ¿"Eso"? ¿Qué "eso"?.
- Eso, eso que estaba diciendo usted del teléfono.
- Pero ché, ¿dehde cuándo?
- Chica, la verdad es que como me pilla trabajando me he distraído y casi no le he oído. ¿Podría repetírmelo todo?
Da capo ad nauseam.
Esta era la señal definitiva que necesitaba para confirmar que sí, que al final escribiré mi "Manual de excusas para librarse del coñazo televendedor".
ResponderEliminarTengo tantas .... además son terapéuticas: día triste, me invento la muerte del nombrado para contactar que suele ser el hijo de mi exsuegra ... Día melopeico: le cuento como quien no quiere la cosa el último cotilleo del portal; día paranoico de ésos de "cielos, soy invisible, nadie me quiere, me siento feabajitaygorda", le cuento un chiste guarro.
Deberían pagar a esta gente no por las ventas que nunca consiguen, sino por su efecto terapéutico en ésta que lo es.
¿Le he dicho alguna vez que este sitio mola?
Ah, pues éso.
Claro, Hans, era demasiado impertinente, nadie lo discute, pero no veo el salto lógico. Me atrevería a decir que el 80 % (aprox.) de este tipo de llamadas son baldías desde el principio (generalmente, la mayoría de la gente se excusa, dice que no le interesa, da las gracias y cuelga). En este caso, sin embargo, GA se colocó en la posición minoritaria (ah, bien, explíqueme esta oferta). Aquí es cuando el telefonista suele ponerse muy pesado y hasta impertinente, precisamente porque entran en juego las técnicas (bien conocidas) a las que me refería. Pruebe usted mismo un día con cualquiera que le llame y lo comprobará.
ResponderEliminarFui teleoperadora, y las técnicas, amable erudito, son las del hambre, y no las he inventado yo... Me pregunto cuál habría sido su disertación si en luegar de una teleoperadora hubiese resultado ser un teleoperador, ¿también le habría invitado al regocijo?. Por lo demás, ya sabemos lo da de sí la universidad estatal del reino de España... En el ajo está, y de ahí que le lluevan invitaciones, evaluaciones. Con mis mejores deseos
ResponderEliminarOtra entrada estupenda. Me siento totalmente identificado con todo lo que cuentas porque a mi me ha sucedido lo mismo en infinidad de ocasiones.
ResponderEliminarDependiendo del dia les doy algo de cuartelillo y aguanto toda la charla o directamente les mando a freir esparragos. Lo de preguntarles quién ha sido la persona que les ha pedido que te llamén y mentarles la ley orgánica 15/1999 suele funcionar bastante bien.
Con tu permiso copio la entrada para postearla en mi blog.
www.sinestrellas.blogspot.com
Un saludo.