La ocurrencia de hoy es de las que me pueden costar mamporros de diestros y siniestros. Unos me tildarán de cínico y otros me verán como cómplice de todas las explotaciones de la parte más oprimida de la clase. Paciencia. Por las moscas, trataré de explicarme con pormenor.
Para empezar, la tesis fuerte (pero sigan leyendo, please): yo no noto la crisis por ningún lado, aunque todo el día oigo hablar de ella, generalmente a otras personas que salen mucho en la tele, sí, pero que tienen pinta de sentirla aún menos que yo. Ahora la fundamentación de tan provocativo aserto.
No digo que no sean verdad todas las cifras tremebundas con que nos castigan cada mañana por andar poniendo la radio a la hora de la ducha. Casi cuatro millones de parados no son moco de pavo, ciertamente, ni es broma que se hundan tantas empresas ni que el PIB haya perdido firmeza y tersura ni, en general, que sean tantos los conciudadanos que lo estén pasando peor que mal. Pero ahí retorna la pregunta: ¿dónde están? La constancia que yo tengo es indirecta, en cosas tales como que ahora es más fácil conseguir asistenta o en que no te maltratan tanto cuando vas al concesionario a echarle un vistazo a un coche nuevo. Espérese, espérese, querido amigo, que ya me critico yo solo. Pues lo que a continuación quiero formular es esta muy retórica pregunta: ¿y quién soy yo? Pues uno de tantos, uno de tantos millones de ciudadanos de este país que no están notando mayormente la crisis, pues ni les han bajado sus sueldos ni pasan miedo por su puesto de trabajo ni les salen menos chollos ahora de los que solían, pues con lo de Bolonia se multiplican los foros, las mesas redondas, las comisiones de evaluación y la madre del cordero, todo bien pagadito y muy aseado y confidencial.
En otros términos, y para acabar de liarla: que soy uno de esos españoles, muchos, cómodamente instalados en una burbuja y que conocen la crisis por la radio y por el brillo en los ojos de la cuidadora de la niña cuando cobra a fin de mes. ¿Privilegio? Sin duda. ¿Por qué? Pues porque soy funcionario, funcionario con un buen nivel y no obligado a tratar con público que sea difícil porque las esté pasando canutas. ¿Y es justo que, mientras tantos malviven en el paro o cobran cuatro perras por muy duros trabajos y se angustian pensando qué puede ocurrir el mes que viene, unos cuantos millones veamos los toros desde la barrera con gesto de suficiencia y cierta mueca de ya será menos? No, no es justo. Aunque conviene ir por partes.
Para empezar, que el dinero público se gaste siempre y se siga gastando ahora del modo como se gasta, es ya razón más que suficiente para ciscarse en este Estado de barra libre para los clientes habituales. No hay derecho a que se financie tanta porquería como se financia con cargo a los presupuestos del Estado o de cualquiera de sus entes administrativos o políticos menores. No hay derecho a que se engorde más y más la lista de funcionarios, cargos y asesores, y menos cuando se hace con creciente desatención, cuando no abierto desprecio, al principio de mérito y capacidad. No hay derecho a que tantos perfectos inútiles sean (o seamos, si ustedes quieren) inamovibles aunque rebuznemos o aunque nos pasemos el resto de nuestra vida profesional sin dar un maldito palo más al agua. Ya sé que es todo un logro político y jurídico la inamovilidad de los funcionarios, pero hay que combinarla con mecanismos efectivos de exigencia de resultados y de control de rendimiento. Y el que insista en que el café de media mañana dura dos horas porque a él se lo ha dicho uno del sindicato, a la puta calle con una patada en las posaderas. Inamovibles, sí, pero sin arrancar los pelos.
¿Y saben qué más? Hasta me atrevería a decir que me parece impresentable que no se congele ya el sueldo de los funcionarios, al menos el de los que rebasen cierto nivel. Pero con cuidadín aquí: para invertir lo que se ahorre en ayudar de verdad a quien lo necesite y a poner en marcha iniciativas útiles, no para que se compre nuevo coche oficial cualquier bandarra que no sabe hacer la o con un canuto. En lo que me toca, estoy dispuesto a permitir que me adelgacen la nómina por razón de la crisis que otros más indefensos soportan. Pero el primero que con dineros de todos subvencione una instalación supuestamente artística de un jamelgo que lo encula, o cambie los muebles de su despacho de concejal o consejero por otros más finos de caoba, al paredón, qué carajo.
Bueno, pues ya está. Que vivimos en una sociedad en la que no sólo se mantienen las clases sociales, que decíamos cuando antes, sino en la que retornan al galope hasta las castas. Y que lo pistonudo del caso es que buena parte de la culpa la han tenido y la siguen teniendo esos pijoprogres que suplantaron a los que honestamente soñaban con revoluciones para acabar con el clasismo. Lo están haciendo de vicio. Ojalá el Falcon pille un bache y se les clave una esquirla en los morritos de los cataplines.
Para empezar, la tesis fuerte (pero sigan leyendo, please): yo no noto la crisis por ningún lado, aunque todo el día oigo hablar de ella, generalmente a otras personas que salen mucho en la tele, sí, pero que tienen pinta de sentirla aún menos que yo. Ahora la fundamentación de tan provocativo aserto.
No digo que no sean verdad todas las cifras tremebundas con que nos castigan cada mañana por andar poniendo la radio a la hora de la ducha. Casi cuatro millones de parados no son moco de pavo, ciertamente, ni es broma que se hundan tantas empresas ni que el PIB haya perdido firmeza y tersura ni, en general, que sean tantos los conciudadanos que lo estén pasando peor que mal. Pero ahí retorna la pregunta: ¿dónde están? La constancia que yo tengo es indirecta, en cosas tales como que ahora es más fácil conseguir asistenta o en que no te maltratan tanto cuando vas al concesionario a echarle un vistazo a un coche nuevo. Espérese, espérese, querido amigo, que ya me critico yo solo. Pues lo que a continuación quiero formular es esta muy retórica pregunta: ¿y quién soy yo? Pues uno de tantos, uno de tantos millones de ciudadanos de este país que no están notando mayormente la crisis, pues ni les han bajado sus sueldos ni pasan miedo por su puesto de trabajo ni les salen menos chollos ahora de los que solían, pues con lo de Bolonia se multiplican los foros, las mesas redondas, las comisiones de evaluación y la madre del cordero, todo bien pagadito y muy aseado y confidencial.
En otros términos, y para acabar de liarla: que soy uno de esos españoles, muchos, cómodamente instalados en una burbuja y que conocen la crisis por la radio y por el brillo en los ojos de la cuidadora de la niña cuando cobra a fin de mes. ¿Privilegio? Sin duda. ¿Por qué? Pues porque soy funcionario, funcionario con un buen nivel y no obligado a tratar con público que sea difícil porque las esté pasando canutas. ¿Y es justo que, mientras tantos malviven en el paro o cobran cuatro perras por muy duros trabajos y se angustian pensando qué puede ocurrir el mes que viene, unos cuantos millones veamos los toros desde la barrera con gesto de suficiencia y cierta mueca de ya será menos? No, no es justo. Aunque conviene ir por partes.
Para empezar, que el dinero público se gaste siempre y se siga gastando ahora del modo como se gasta, es ya razón más que suficiente para ciscarse en este Estado de barra libre para los clientes habituales. No hay derecho a que se financie tanta porquería como se financia con cargo a los presupuestos del Estado o de cualquiera de sus entes administrativos o políticos menores. No hay derecho a que se engorde más y más la lista de funcionarios, cargos y asesores, y menos cuando se hace con creciente desatención, cuando no abierto desprecio, al principio de mérito y capacidad. No hay derecho a que tantos perfectos inútiles sean (o seamos, si ustedes quieren) inamovibles aunque rebuznemos o aunque nos pasemos el resto de nuestra vida profesional sin dar un maldito palo más al agua. Ya sé que es todo un logro político y jurídico la inamovilidad de los funcionarios, pero hay que combinarla con mecanismos efectivos de exigencia de resultados y de control de rendimiento. Y el que insista en que el café de media mañana dura dos horas porque a él se lo ha dicho uno del sindicato, a la puta calle con una patada en las posaderas. Inamovibles, sí, pero sin arrancar los pelos.
¿Y saben qué más? Hasta me atrevería a decir que me parece impresentable que no se congele ya el sueldo de los funcionarios, al menos el de los que rebasen cierto nivel. Pero con cuidadín aquí: para invertir lo que se ahorre en ayudar de verdad a quien lo necesite y a poner en marcha iniciativas útiles, no para que se compre nuevo coche oficial cualquier bandarra que no sabe hacer la o con un canuto. En lo que me toca, estoy dispuesto a permitir que me adelgacen la nómina por razón de la crisis que otros más indefensos soportan. Pero el primero que con dineros de todos subvencione una instalación supuestamente artística de un jamelgo que lo encula, o cambie los muebles de su despacho de concejal o consejero por otros más finos de caoba, al paredón, qué carajo.
Bueno, pues ya está. Que vivimos en una sociedad en la que no sólo se mantienen las clases sociales, que decíamos cuando antes, sino en la que retornan al galope hasta las castas. Y que lo pistonudo del caso es que buena parte de la culpa la han tenido y la siguen teniendo esos pijoprogres que suplantaron a los que honestamente soñaban con revoluciones para acabar con el clasismo. Lo están haciendo de vicio. Ojalá el Falcon pille un bache y se les clave una esquirla en los morritos de los cataplines.
Pues así está el país, se esta latinoamericanizando a una velocidad de vertigo y no tiene muchos visos de cambiar este rumbo. El poder y dinero de las clases altas cada vez va a tener más miseria para elegir donde echar sus migajas...
ResponderEliminarMagnífico profesor , su solidaridad es encomiable Dios o la naturaleza, según gustos, permita que los que más tienen sean más desprendidos.
ResponderEliminarMañana viene ZP a La Bañeza, voy a abuchearle todo lo que pueda, hay que empezar a pararle en seco, no se puede pavonear por ahí como si no hubiera crisis.
¡PIJOPROGRES! ¡CÓMO LOS ODIO! ¡ELLOS CAUSARON LAS DESIGUALDADES SOCIALES!
ResponderEliminar:)
Ah, un par de datos iluminadores:
ResponderEliminar"Hay un par de cifras que explican bien la naturaleza feroz de esta crisis. En enero de 2008, en España había 5,07 millones de trabajadores temporales y 11,74 millones de trabajadores fijos. En marzo de 2009, el número de empleos temporales se había reducido en un millón, pero el empleo fijo no sólo no ha bajado con la crisis sino que ha crecido ligeramente hasta los 11,81 millones: hoy hay setenta mil personas más con contrato fijo que en enero de 2008.Dice la patronal que en España despedir es caro. A la luz de estos datos, es obvio que para la mayoría de los empresarios despedir resulta innecesario, ¡para qué complicarse!: basta con no renovar el contrato temporal a ese enorme porcentaje de trabajadores precarios, esa casta sin derechos, para ahorrarse hasta la indemnización. El ajuste laboral –ese terrible eufemismo– no es ni caro ni barato: es simplemente gratuito.
La economía española fue la campeona de Europa en creación de empleo y ahora, por las mismas, se ha convertido en la plusmarquista mundial en paro. Una cosa ha llevado a la otra: el fraude de ley generalizado, que permitió a las empresas contratar a trabajadores temporales para cubrir puestos que deberían ser fijos, construyó el castillo de naipes que hoy se hunde dejando en la calle a cuatro millones de familias".
Yo soy funcionario -no de los que ganan más, pero tampoco de los que ganan menos-.
ResponderEliminarCon muchos compañeros, tengo clarísimo que de esta no saldremos no digo ya con el poder adquisitivo intacto -agarraos a la brocha, con los bancos centrales imprimiendo billetes que es una gloria, y las tasas de interés a niveles ridículos-, sino tampoco con los salarios nominales intactos.
Va a ser interesante verlo ...
Salud,