Mar abierto. Noche sin luna. Silencio absoluto. Agua, solo agua. Agua negra con visos de plata. Agua que se mueve, pero permanece inmóvil. Un minuto. Sesenta minutos. Ciento ochenta minutos. “El Espíritu de Dios”. Sólo un asistente se queda hasta el final. Los demás abandonan la sala, primero solos o en parejas, luego en grupos, los últimos se van en manada. En algunas funciones, ni siquiera un solo espectador se queda hasta el último instante. A veces todos, al mismo tiempo, abandonan la sala. Aprovechan para expresar su descontento, su impaciencia, su gran indignación. Nadie lo entiende en la Industria. Los inversionistas han confiado en él y las Seis Grandes Majors (¿para qué repetir sus nombres majestuosos?) se asociaron entusiasmadas para apoyar, promover, producir, post-producir, distribuir y hasta exhibir la obra. El director es bastante famoso. Tiene una extensa trayectoria cinematográfica. Sus galardones se cuentan por decenas; ha recibido varios Oscars. Todas sus producciones, sin excepción, inclusive los largometrajes que sólo había dirigido, superaron siempre las previsiones más optimistas. No fue un rodaje sencillo ni tampoco fue poco costoso. Fue difícil mantener hasta el final el secreto. Entre los responsables de la post-producción había algunos que no compartían el entusiasmo del director. Una sola cámara a ras de agua, “el Espíritu de Dios volando, diría él transportado, sobre la faz del abismo”.
(Ilustraciones del autor)
Muy interesante.
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