Me desconcierta enormemente la ligereza con que se usan por estos pagos las etiquetas de conservador y progresista, derechas e izquierdas y similares. Sobre todo porque muy a menudo no se aprecia fácilmente la correspondencia entre las actitudes personales o el modo de comportarse y la autopercepción que muchos tienen dentro de ese cuadro elemental. Y no me refiero a tópicos tan gastados como el que dice que los ricos no pueden ser progresistas.
¿Cómo podríamos explicar tan llamativas disonancias? Se me ocurre una hipótesis sobre el particular. Creo que podemos jugar con un par de clasificaciones y combinar sus elementos. La primera clasificación tiene que ver con el juicio sobre la sociedad en que vivimos y con la opinión sobre el grado de justicia o injusticia de las relaciones sociales. Bajo ese punto de vista, podemos llamar conservadores a los que consideran que nuestro modo de organización es básicamente justo, aun cuando existan puntuales desarreglos que se deban corregir. Sea por el peso de la tradición o por el poso de la cultura establecida, nos hallaríamos aquí y ahora en el mejor de los mundos posibles o en la realización de la mejor alternativa de convivencia social, de manera que, para este punto de vista, los cambios han de hacerse con cuentagotas y cualquier amago de ruptura radical o de revolución social, económica o política se observa con la mayor suspicacia. Esta sería la visión del pensamiento conservador. El conservador, así, se diferencia por ejemplo del reaccionario en que éste no está tanto por el mantenimiento del status quo, cuanto por el retorno a formas de vida anteriores o por la recuperación de tradiciones pretéritas.
Por contra, el pensamiento que podemos llamar progresista parte de una opinión negativa sobre el orden social, económico y/o político vigente y los tiene por fundamentalmente injustos, sea porque haya grupos de población oprimidos o fuertemente discriminados, sea porque no es correcta la distribución entre los ciudadanos de los bienes y las oportunidades. Con esta óptica progresista, pesan más las razones para alterar el estado de cosas del presente y para hacer fuerza a fin de configurar nuevos patrones de convivencia, reglas de juego alternativas y más igualitarias.
La segunda clasificación no atiende tanto a las ideas como a los caracteres o los talantes. Aquí, por dar algún nombre y a falta de etiquetas mejores, hablaremos de rancios y de progres. Va de suyo que rancio no es sinónimo de conservador ni progre de progresista, aunque el rancio suele votar a los conservadores y el progre a los progresistas. El rancio es aquel que, como actitud personal, teme profundamente la alteración de las pautas sociales establecidas, ya por un apego compulsivo a lo conocido, que le da referencias estables sin las que no se siente capaz de orientarse, ya porque en el fondo se siente cómodo con lo que hay y/o le saca buena tajada a su ubicación en la configuración actual de la sociedad. Por su parte, el progre sería el que se inserta con desasosiego o alguna forma de resentimiento en la sociedad que le ha tocado, pues, por las razones psicológicas o biográficas que sean, no alcanza a explicarse su vida cotidiana como mínimamente satisfactoria.
Así como la distinción entre conservadores y progresistas se plantea en el nivel de las ideas políticas y sociales, la que se traza entre rancios y progres tiene más que ver con factores psicológicos, con actitudes vitales, con temores, ansiedades o frustraciones.
Ahora apliquemos esas categorías para explicar lo paradójico o contradictorio de las actitudes de tantos, pero primero precisemos en qué consiste la paradoja o la contradicción. Con suma frecuencia damos con personas que se dicen conservadoras y, en consecuencia, defensoras de las instituciones más tradicionales, como la familia, o de la moral con más arraigo tradicional, como la moral de base religiosa, pero que, sin embargo, no tienen mayor empacho en contradecir en sus comportamientos personales esas pautas a las que teóricamente se acogen. Y no menos común es el caso de los que se afirman progresistas y, sin embargo, reproducen en su diario comportamiento los más acendrados esquemas del viejo orden, ya sea en la organización de su vida familiar, con reparto de tareas entre hombre y mujer a la manera de nuestros padres o abuelos, ya sea con un planteamiento fuertemente jerárquico, cuando no abruptamente tiránico, de las relaciones laborales, administrativas, etc. Puestos a concretar más, y aun a riesgo de caer en la caricatura excesiva, se puede decir que todos conocemos a tantos conservadores rancios de orden y misa frecuente que, a la mínima, le tocan el culo a la asistenta o la becaria o se van de putas aprovechando algún viaje, como a progresistas progres muy igualitarios que endilgan sin reparo a su señora las tareas domésticas o intentan explotar todo lo posible a la empleada del hogar. Por supuesto, sería fácil poner ejemplos paralelos si hablamos de mujeres y del habitual desacompasamiento entre la ideología profesada y la conducta real.
Ahora la posible explicación. Muchas personas logran desdoblarse a base de proyectar sus miedos, sus resquemores vitales o sus insatisfacciones biográficas en el plano de las ideas políticas, de forma que esa proyección en lo ideológico opera como bálsamo para sus miserias cotidianas. Vendrían a decirse constantemente algo así: yo estoy por el mantenimiento del orden establecido o por la transformación del mismo y socialmente me alineo en correspondencia, pero vitalmente no me siento concernido. Mi lucha por conservar el mundo tal como es o por cambiarlo transcurre en el nivel de la acción colectiva, en el plano de lo gregario, en la abstracción de las proclamas genéricas o de los ideales suprapersonales, pero, al tiempo, no me compete alterar el modo de vida que me da más satisfacción inmediata o me reporta ventaja evidente. Se trataría de un divorcio entre moral social y moral personal, a base de posponer cualquier compromiso personal en los hechos de la vida diaria hasta el momento en que acontezca la realización del ideal colectivo. Concretando y con los ejemplos un tanto rudimentarios: la prostitución debería prohibirse en nombre de la suprema moral sexual, pero, mientras no lo consigamos entre todos los nuestros, yo sigo yendo de putas como si tal cosa; o la igualdad plena de hombre y mujer deberá alcanzarse al fin, pero, en tanto no sea así, que siga mi santa haciéndome la comida, lavando los platos y cambiándo los pañales.
Para el rancio y el progre la ideología desempeña, como calmante y salida para las propias contradicciones, el papel que tradicionalmente cumplía la caridad para los ricachones: yo ya hago lo que puedo y más que otros, que no hacen nada; cuando esto funcione para todos como debe, yo seré uno más, pero, entretanto, me hago el loco cuando no estoy votando, en la manifestación o en la tertulia del bar.
Sería muy educativo extender el lema de que la ideología bien entendida empieza por uno mismo y que lo que se fíe al movimiento de las masas se fía para muy largo. Pero me temo que eso sólo lo vemos claro los liberales con un toque anarcoide, si se me permite la falta de humildad.
¿Cómo podríamos explicar tan llamativas disonancias? Se me ocurre una hipótesis sobre el particular. Creo que podemos jugar con un par de clasificaciones y combinar sus elementos. La primera clasificación tiene que ver con el juicio sobre la sociedad en que vivimos y con la opinión sobre el grado de justicia o injusticia de las relaciones sociales. Bajo ese punto de vista, podemos llamar conservadores a los que consideran que nuestro modo de organización es básicamente justo, aun cuando existan puntuales desarreglos que se deban corregir. Sea por el peso de la tradición o por el poso de la cultura establecida, nos hallaríamos aquí y ahora en el mejor de los mundos posibles o en la realización de la mejor alternativa de convivencia social, de manera que, para este punto de vista, los cambios han de hacerse con cuentagotas y cualquier amago de ruptura radical o de revolución social, económica o política se observa con la mayor suspicacia. Esta sería la visión del pensamiento conservador. El conservador, así, se diferencia por ejemplo del reaccionario en que éste no está tanto por el mantenimiento del status quo, cuanto por el retorno a formas de vida anteriores o por la recuperación de tradiciones pretéritas.
Por contra, el pensamiento que podemos llamar progresista parte de una opinión negativa sobre el orden social, económico y/o político vigente y los tiene por fundamentalmente injustos, sea porque haya grupos de población oprimidos o fuertemente discriminados, sea porque no es correcta la distribución entre los ciudadanos de los bienes y las oportunidades. Con esta óptica progresista, pesan más las razones para alterar el estado de cosas del presente y para hacer fuerza a fin de configurar nuevos patrones de convivencia, reglas de juego alternativas y más igualitarias.
La segunda clasificación no atiende tanto a las ideas como a los caracteres o los talantes. Aquí, por dar algún nombre y a falta de etiquetas mejores, hablaremos de rancios y de progres. Va de suyo que rancio no es sinónimo de conservador ni progre de progresista, aunque el rancio suele votar a los conservadores y el progre a los progresistas. El rancio es aquel que, como actitud personal, teme profundamente la alteración de las pautas sociales establecidas, ya por un apego compulsivo a lo conocido, que le da referencias estables sin las que no se siente capaz de orientarse, ya porque en el fondo se siente cómodo con lo que hay y/o le saca buena tajada a su ubicación en la configuración actual de la sociedad. Por su parte, el progre sería el que se inserta con desasosiego o alguna forma de resentimiento en la sociedad que le ha tocado, pues, por las razones psicológicas o biográficas que sean, no alcanza a explicarse su vida cotidiana como mínimamente satisfactoria.
Así como la distinción entre conservadores y progresistas se plantea en el nivel de las ideas políticas y sociales, la que se traza entre rancios y progres tiene más que ver con factores psicológicos, con actitudes vitales, con temores, ansiedades o frustraciones.
Ahora apliquemos esas categorías para explicar lo paradójico o contradictorio de las actitudes de tantos, pero primero precisemos en qué consiste la paradoja o la contradicción. Con suma frecuencia damos con personas que se dicen conservadoras y, en consecuencia, defensoras de las instituciones más tradicionales, como la familia, o de la moral con más arraigo tradicional, como la moral de base religiosa, pero que, sin embargo, no tienen mayor empacho en contradecir en sus comportamientos personales esas pautas a las que teóricamente se acogen. Y no menos común es el caso de los que se afirman progresistas y, sin embargo, reproducen en su diario comportamiento los más acendrados esquemas del viejo orden, ya sea en la organización de su vida familiar, con reparto de tareas entre hombre y mujer a la manera de nuestros padres o abuelos, ya sea con un planteamiento fuertemente jerárquico, cuando no abruptamente tiránico, de las relaciones laborales, administrativas, etc. Puestos a concretar más, y aun a riesgo de caer en la caricatura excesiva, se puede decir que todos conocemos a tantos conservadores rancios de orden y misa frecuente que, a la mínima, le tocan el culo a la asistenta o la becaria o se van de putas aprovechando algún viaje, como a progresistas progres muy igualitarios que endilgan sin reparo a su señora las tareas domésticas o intentan explotar todo lo posible a la empleada del hogar. Por supuesto, sería fácil poner ejemplos paralelos si hablamos de mujeres y del habitual desacompasamiento entre la ideología profesada y la conducta real.
Ahora la posible explicación. Muchas personas logran desdoblarse a base de proyectar sus miedos, sus resquemores vitales o sus insatisfacciones biográficas en el plano de las ideas políticas, de forma que esa proyección en lo ideológico opera como bálsamo para sus miserias cotidianas. Vendrían a decirse constantemente algo así: yo estoy por el mantenimiento del orden establecido o por la transformación del mismo y socialmente me alineo en correspondencia, pero vitalmente no me siento concernido. Mi lucha por conservar el mundo tal como es o por cambiarlo transcurre en el nivel de la acción colectiva, en el plano de lo gregario, en la abstracción de las proclamas genéricas o de los ideales suprapersonales, pero, al tiempo, no me compete alterar el modo de vida que me da más satisfacción inmediata o me reporta ventaja evidente. Se trataría de un divorcio entre moral social y moral personal, a base de posponer cualquier compromiso personal en los hechos de la vida diaria hasta el momento en que acontezca la realización del ideal colectivo. Concretando y con los ejemplos un tanto rudimentarios: la prostitución debería prohibirse en nombre de la suprema moral sexual, pero, mientras no lo consigamos entre todos los nuestros, yo sigo yendo de putas como si tal cosa; o la igualdad plena de hombre y mujer deberá alcanzarse al fin, pero, en tanto no sea así, que siga mi santa haciéndome la comida, lavando los platos y cambiándo los pañales.
Para el rancio y el progre la ideología desempeña, como calmante y salida para las propias contradicciones, el papel que tradicionalmente cumplía la caridad para los ricachones: yo ya hago lo que puedo y más que otros, que no hacen nada; cuando esto funcione para todos como debe, yo seré uno más, pero, entretanto, me hago el loco cuando no estoy votando, en la manifestación o en la tertulia del bar.
Sería muy educativo extender el lema de que la ideología bien entendida empieza por uno mismo y que lo que se fíe al movimiento de las masas se fía para muy largo. Pero me temo que eso sólo lo vemos claro los liberales con un toque anarcoide, si se me permite la falta de humildad.
Muy interesante.
ResponderEliminarMe atrevo a continuar.
Luego van los factores de antagonismo. Uno de los rasgos que más connota esta "ideología superficial" del es a qué se opone uno, qué le hace saltar. En un territorio del no-pensamiento político, como la España actual, esto es fundamental.
Las posiciones de la gente se basan en "que vienen los de ZP" o "que vienen los de Aznar/Espe/etc.". De hecho, el otro día varios ppepperos criticaban off the record a Rajoy el acto masivo de Dos Hermanas, porque hay que mantener un perfil bajo para no excitar el voto PSOE, que se moviliza cuando ve al PP crecido.
Un ejemplo conocido: el mayor polo de ideologización agresiva que ha habido en los medios españoles (la COPE de Losantos y Vidal) no era un centro de emisión de valores. No se trataba de promover una visión católica del mundo (de hecho, Losantos es ateo y Vidal es evangélico), ni las virtudes del conservadurismo social y la familia católica, etc. Por el contrario, era un polo de anti-mensajes, de claves de confrontación con el otro. No se trataba de promover los propios valores, sino de aprender a odiar al otro, inoculando en el oyente respuestas condicionadas a ciertos mensajes machacones: los sociatas rompen España, los sociatas matan viejos en las clínicas, los sociatas son encubridores de 200 asesinatos, los sociatas venden Navarra a ETA... La invención de slogans de puro contenido antagonista para adiestrar a oyentes-soldado ha terminado creando una force de frappe política envidiada por otros partidos, que han intentado seguir ese miserable camino pero no han encontrado un cauce tan perfecto.
Cuando dividimos a las personas y a las ideas en dicotomias del tipo blanco/negro, progre/rancio, rico/pobre, progresista/ conservador en realidad estamos fomentando la pura oposición, el pensamiento simplón y débil y la falta de análisis serio de la realidad.
ResponderEliminarY en cuanto a nuestras ideas y nuestras formas de comportamiento, siempre recuerdo aquella celebre frase de un empedernido borrachin que cuando le afeaban su falta de resonsabilidad respondía: "el que fizo el mundo que acuerde con el".
PROSOPIA
ResponderEliminarEn sentido estricto la palabra persona, significaba una prosopia (mascara), que los actores romanos y griegos aprovecharon no solo para expresar sus sentimientos, sino también a fin de poder ampliar su voz (per – sonare)
Lo de las ideas ya llegará.
Quizás, en aras de la imparcialidad y para no cargar hacia uno u otro lado, la solución sería llevar una faldita tipo kilt escocés y no usar ropa interior, de esa forma, al menos en el caso masculino, "aquello" buscaría la verticalidad descendente y estaría custodiado por un cataplín a cada lado.
ResponderEliminarEs posible que de esa guisa los problemas prostático-urinarios encontrasen un alivio, se compensase a través de una especie de discriminación positiva tantas varoniles alegrías oculares y por último nuestro sentido crítico encontrase un punto de equilibrio del que ahora carecemos, unos un poquito y otros tanto que aun estando en el gobierno no pierden su vocación de oposición.
Estos últimos son tuertos, que no ciegos.
Jopé, quiero pensar que también hay gente sin clasificar, como ciertos documentos.
ResponderEliminarLa concordancia entre lo que se piensa, dice y hace, no siempre es posible, en ocasiones, ni siquiera deseable. ¿O sí? ¡Menudo lío, oiga!
Por cierto, incluir una tercera etiqueta (la más mejor posible) al final del comentario; es trampa. Yo también me apunto, no te digo.
Un cordial saludo.
Sobre lo que al final comentas, ATMC, es una de las lacras políticas de este país. No se hace campaña con las virtudes, sino con los defectos del contrario. Es más bien un "vótame a mí, que ése es peor que yo".
ResponderEliminarY el problema que se comenta, la no compatibilidad de la forma de actuar y la de "pensar" viene más por el factor social. Yo que he tenido mayor contacto con el sector "progre" e inclusive "abertzale" he visto como defienden unas ideas que muchas veces desconocen su significado y casi nunca siguen. A ejemplo del primer sector, cochazos y chalés, y luego quejándose de los "ricos"; a ejemplo del segundo, gente que no sabe ni chapurrear en el idioma que supuestamente defiende a capa y espada. Sin duda, he visto ejemplos también de los que denomina "rancios".
La conclusión primera a la que se llega es que cala mucho la ideología social en la que uno se mueve, pero al final a todos gusta vivir como señoritos. Sin ir más lejos, a algún máximo representante del PC se le ha visto yendo a su chalé con ese pedazo de Audi (hecho constatado).
Quizás cale más, a tenor de la "reciente" salida de la dictadura, un pensamiento más progresista, pero no deja de haber sectores apegados al conservadurismo. Lo peor de todos a los que me refiero aquí, es que siguen unos ideales políticos como ovejillas carentes de criterio, y así va la política aquí.
Desde mi perspectiva debo decir que veo su reflexión acertada.
ResponderEliminarAñadir, que se debe, porque normalmente los humanos tendemos a simplificar tanto que nos olvidamos que el mundo es más variopinto de lo que pensamos. Yo siempre me digo, que a veces padecemos daltonismo, un daltonismo temporal o pasajero para unos y para otros su daltonismo es crónico. Con esto quiero decir que o lo vemos todo negro o todo blanco sin pararnos en pensar que en la vida hay tantos colores e incluso más que en el arco iris.
Utilizando uno de sus ejemplos, la familia tradicional, a mi me tiene sucedido que al intentar defender que puede haber otras formas diferentes de familia o convivencia familiar, la simplificación por parte de ciertos interlocutores, me lleva a terminar hablando de los gustos sexuales de los humanos. Y observo como la sociedad sigue discutiendo, no un modo de convivencia familiar diferente, sino que si la homosexualidad procede o no. Y es que creo que hay sectores que para no aceptar un cambio, desvían la conversación hacia solo una parte del tema, eludiendo el conjunto y la parte central del problema.
Me recuerda un poco “EL LOCO” de G. K. Gilbrán, cuando le roban las siete mascaras que se había e mismo confeccionado… y termina bendiciendo y alabando a los ladrones de sus mascaras… pues a partir de ahí, como él dice enloquecí.
“y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos esclavizan.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón”
Un saludo