Por lo de la educación de la progenie no hay que preocuparse, pues existe bibliografía más que abundante. Y tanto. Ya desde bebés. Casi vienen al mundo con un libro de instrucciones; bueno, con uno no, con estanterías enteras.
Mismamente el problema de que lloran mucho a la hora de irse a la cuna y sólo quieren dormir cuando deben estar despiertos, mientras que al acostarlos cuando toca montan unas broncas descomunales y se ciscan en tus muertos mediante el lenguaje de los signos. Pas de problem, hay libros por un tubo. Sobre ese asunto en particular son auténticos superventas dos obras capitales. El problema es que dicen exactamente lo contrario la una y la otra. Uno de los libros se titula “Bésame mucho” y la tesis que mantiene el autor, probablemente soltero y sin hijos, es que nada de riñas ni autoritarismos, que ya se dormirán cuando les salga de lo que hay debajo del pañal y que los padres han de estar a su disposición y mimándolos hasta que se aburran y prefieran a Orfeo. El otro, que no me acuerdo qué título tiene, pero que es algo así como “Ensáñate a tope” o “Pega, pero no dejes marcas”, y que imagino que está escrito por un divorciado resentido y privado de las custodias, defiende que nada de contemplaciones y que mano dura y ya dejarán de llorar cuando les falte el aire, bien porque se agoten o bien porque les has colocado la almohada de aquella manera.
En casa tenemos los dos y creo que hemos hecho lo de casi todas las parejas, un día aplicar uno y al siguiente día el otro, con los resultados imaginables. Ahora los estamos usando entre nosotros, entre los progenitores, para combatir nuestros respectivos insomnios unas veces a base de mimo y otras de broncazo y tente tieso. Oye, es una manera como cualquier otra de combatir las rutinas.
Mi compañera y yo al menos hemos llegado a esos acuerdos para salir del paso, pero lo emocionante de verdad es cuando se divide la doctrina y el padre se ha convencido de las bondades del método carcelario al estilo Alcatraz y la madre opta por el sistema masoquista de si la carne de mi carne llora, algo habré hecho yo mal en mi descarriada vida y debo consolarla hasta que amanezca y se duerma al fin; o a la inversa, da igual. Esas discrepancias domésticas resultan sumamente formativas para el niño, pues son el mejor ejemplo de educación en la diversidad y el pluralismo, pura educación para la ciudadanía esquizofrénica. Por eso creo yo que suponen un problema las llamadas familias monoparentales, porque al bebé le falta el aliciente de provocar esos apasionados debates a grito pelado entre un papá y una mamá como Dios manda. Luego, de mayores, van por ahí los chavales y se asustan en cuanto oyen unos tiros o ven sangre; normal, pues no han vivido en una familia comme il faut.
También hay padres -madres no, reconozcámoslo; ¿o sí?- lamentables que hacen un uso torticero de las indicaciones librescas y con toda la mala fe del mundo se apuntan al sistema del rigor extremo. ¿Consiguen algo de esa manera? Sí, por supuesto, consiguen que el mocoso, al llegar la hora de ir a la cama, clame día tras día eso de que me acueste mamá, que me acueste mamá. Mano de santo, oye. ¿No dicen que el vínculo emocional, afectivo y todo eso es mucho mayor y más profundo con la madre? Pues toma mamá, hala. No es para echar en saco roto. Yo no he recurrido a ese truco, conste, pero no hay por qué ser tan severo al juzgar a los congéneres que se defienden como pueden frente a la ola de libertinaje que nos invade.
Para la educación en esos principios de la vida no sólo cuentan los libros, también son muy importantes las aportaciones de todo el mundo, empezando por la familia, sector político-militar. Esa madre tuya que te dejó en las posaderas la huella indeleble de su zapatilla, se interpone con gesto heroico entre tu hijo y tú en cuanto le levantas a su nieto la voz un pelín al rogarle que no le clave el cuchillo jamonero al gato o que no le atice a la tía en la cabeza con su propia muleta. Y ese abuelo que con sus métodos marciales, tipo academia de marines USA, consiguió que tú y todos tus hermanos os tomarais sin rechistar las espinacas o el puré de nabos antes de saber ni hablar, ahora te abronca a ti con idéntica vehemencia cuando tratas de que la criatura coma un poquito de un yogur de fresa con caramelo y gominola de soja y ella, la criatura, te lo pone de sombrero al grito de no me da la gana y te voy a denunciar por acoso, so cabrón. Hasta que llega el día en que te das por vencido (o vencida y tal) y decides pasarte al enemigo: vale, si no come, que no coma, y si rompe la cristalería de la boda, que la rompa. Craso error, pues en ese instante sonará una voz que no parece de la tercera edad, de tan rotunda, para decirte que por tu culpa está el niñito anémico y escuchimizado y que si destroza tanto ajuar es porque no sabes imponer disciplina, so mindundi, so calzonazos, y que así va este país como va. Un buen enemigo nunca te abandona, eso no se debe olvidar; sobre todo en casa.
No menos relevante es el punto de vista educativo de los amigos, ésos que cuando cenan en tu hogar y ven a tu descendiente haciendo de las suyas contra viento y marea te vienen con aquello de huy, huy, huy, vas mal, nosotros al nuestro lo tuvimos a raya desde el principio y era pura gloria verlo desde los tres meses sentado a la mesa como un adulto y manejando el tenedor de pescado igual que un mayordomo inglés. Haces ademán de replicar, tu mujer (o tu marido y tal, lo mismo da, caray) te mete el codo en el hígado y optas por callar en lugar de decir lo que ibas a decir: que qué bien y que seguro que sigue el otro comiendo así de educadamente en esa cárcel de El Dueso donde cumple pena (injusta, eso sí) por partirle la crisma a una vieja después de esnifar pegamento y violar a un mayordomo inglés.
Menos mal que el tiempo pasa a toda prisa, por increíble que parezca, y en menos que canta un gallo llega la hora de mandar el niño al colegio. Ya lo meterán en cintura allá, piensas aliviado. Pero no, al segundo día te llaman para explicarte que le rompió un brazo a un compañerito con una llave de jiu-jitsu perfectamente aplicada, y cuando pones cara de hagan algo con él y no me lo cuenten, te vienen con que si no educa la familia los profesores nada pueden hacer y que la célula básica de la sociedad y toda la retahíla. O que los niños en la escuela no hacen más que lo que ven en casa. ¿En casa? dices tú, pero si nuestra familia es una balsa de aceite, un puro nido de amor. Ah, pues entonces será que le dejan ver mucha violencia en la tele.
Queridos padres, queridas madres, con los hijos viene hoy en día, en el mismo paquete con remite de París 68, un complejo de culpa del que no os escaparéis jamás y hagáis lo que hagáis. Sólo la muerte nos libera, pero tampoco es momento para ponerse tan poéticos.
Mismamente el problema de que lloran mucho a la hora de irse a la cuna y sólo quieren dormir cuando deben estar despiertos, mientras que al acostarlos cuando toca montan unas broncas descomunales y se ciscan en tus muertos mediante el lenguaje de los signos. Pas de problem, hay libros por un tubo. Sobre ese asunto en particular son auténticos superventas dos obras capitales. El problema es que dicen exactamente lo contrario la una y la otra. Uno de los libros se titula “Bésame mucho” y la tesis que mantiene el autor, probablemente soltero y sin hijos, es que nada de riñas ni autoritarismos, que ya se dormirán cuando les salga de lo que hay debajo del pañal y que los padres han de estar a su disposición y mimándolos hasta que se aburran y prefieran a Orfeo. El otro, que no me acuerdo qué título tiene, pero que es algo así como “Ensáñate a tope” o “Pega, pero no dejes marcas”, y que imagino que está escrito por un divorciado resentido y privado de las custodias, defiende que nada de contemplaciones y que mano dura y ya dejarán de llorar cuando les falte el aire, bien porque se agoten o bien porque les has colocado la almohada de aquella manera.
En casa tenemos los dos y creo que hemos hecho lo de casi todas las parejas, un día aplicar uno y al siguiente día el otro, con los resultados imaginables. Ahora los estamos usando entre nosotros, entre los progenitores, para combatir nuestros respectivos insomnios unas veces a base de mimo y otras de broncazo y tente tieso. Oye, es una manera como cualquier otra de combatir las rutinas.
Mi compañera y yo al menos hemos llegado a esos acuerdos para salir del paso, pero lo emocionante de verdad es cuando se divide la doctrina y el padre se ha convencido de las bondades del método carcelario al estilo Alcatraz y la madre opta por el sistema masoquista de si la carne de mi carne llora, algo habré hecho yo mal en mi descarriada vida y debo consolarla hasta que amanezca y se duerma al fin; o a la inversa, da igual. Esas discrepancias domésticas resultan sumamente formativas para el niño, pues son el mejor ejemplo de educación en la diversidad y el pluralismo, pura educación para la ciudadanía esquizofrénica. Por eso creo yo que suponen un problema las llamadas familias monoparentales, porque al bebé le falta el aliciente de provocar esos apasionados debates a grito pelado entre un papá y una mamá como Dios manda. Luego, de mayores, van por ahí los chavales y se asustan en cuanto oyen unos tiros o ven sangre; normal, pues no han vivido en una familia comme il faut.
También hay padres -madres no, reconozcámoslo; ¿o sí?- lamentables que hacen un uso torticero de las indicaciones librescas y con toda la mala fe del mundo se apuntan al sistema del rigor extremo. ¿Consiguen algo de esa manera? Sí, por supuesto, consiguen que el mocoso, al llegar la hora de ir a la cama, clame día tras día eso de que me acueste mamá, que me acueste mamá. Mano de santo, oye. ¿No dicen que el vínculo emocional, afectivo y todo eso es mucho mayor y más profundo con la madre? Pues toma mamá, hala. No es para echar en saco roto. Yo no he recurrido a ese truco, conste, pero no hay por qué ser tan severo al juzgar a los congéneres que se defienden como pueden frente a la ola de libertinaje que nos invade.
Para la educación en esos principios de la vida no sólo cuentan los libros, también son muy importantes las aportaciones de todo el mundo, empezando por la familia, sector político-militar. Esa madre tuya que te dejó en las posaderas la huella indeleble de su zapatilla, se interpone con gesto heroico entre tu hijo y tú en cuanto le levantas a su nieto la voz un pelín al rogarle que no le clave el cuchillo jamonero al gato o que no le atice a la tía en la cabeza con su propia muleta. Y ese abuelo que con sus métodos marciales, tipo academia de marines USA, consiguió que tú y todos tus hermanos os tomarais sin rechistar las espinacas o el puré de nabos antes de saber ni hablar, ahora te abronca a ti con idéntica vehemencia cuando tratas de que la criatura coma un poquito de un yogur de fresa con caramelo y gominola de soja y ella, la criatura, te lo pone de sombrero al grito de no me da la gana y te voy a denunciar por acoso, so cabrón. Hasta que llega el día en que te das por vencido (o vencida y tal) y decides pasarte al enemigo: vale, si no come, que no coma, y si rompe la cristalería de la boda, que la rompa. Craso error, pues en ese instante sonará una voz que no parece de la tercera edad, de tan rotunda, para decirte que por tu culpa está el niñito anémico y escuchimizado y que si destroza tanto ajuar es porque no sabes imponer disciplina, so mindundi, so calzonazos, y que así va este país como va. Un buen enemigo nunca te abandona, eso no se debe olvidar; sobre todo en casa.
No menos relevante es el punto de vista educativo de los amigos, ésos que cuando cenan en tu hogar y ven a tu descendiente haciendo de las suyas contra viento y marea te vienen con aquello de huy, huy, huy, vas mal, nosotros al nuestro lo tuvimos a raya desde el principio y era pura gloria verlo desde los tres meses sentado a la mesa como un adulto y manejando el tenedor de pescado igual que un mayordomo inglés. Haces ademán de replicar, tu mujer (o tu marido y tal, lo mismo da, caray) te mete el codo en el hígado y optas por callar en lugar de decir lo que ibas a decir: que qué bien y que seguro que sigue el otro comiendo así de educadamente en esa cárcel de El Dueso donde cumple pena (injusta, eso sí) por partirle la crisma a una vieja después de esnifar pegamento y violar a un mayordomo inglés.
Menos mal que el tiempo pasa a toda prisa, por increíble que parezca, y en menos que canta un gallo llega la hora de mandar el niño al colegio. Ya lo meterán en cintura allá, piensas aliviado. Pero no, al segundo día te llaman para explicarte que le rompió un brazo a un compañerito con una llave de jiu-jitsu perfectamente aplicada, y cuando pones cara de hagan algo con él y no me lo cuenten, te vienen con que si no educa la familia los profesores nada pueden hacer y que la célula básica de la sociedad y toda la retahíla. O que los niños en la escuela no hacen más que lo que ven en casa. ¿En casa? dices tú, pero si nuestra familia es una balsa de aceite, un puro nido de amor. Ah, pues entonces será que le dejan ver mucha violencia en la tele.
Queridos padres, queridas madres, con los hijos viene hoy en día, en el mismo paquete con remite de París 68, un complejo de culpa del que no os escaparéis jamás y hagáis lo que hagáis. Sólo la muerte nos libera, pero tampoco es momento para ponerse tan poéticos.
Muchas gracias por arrancarme una sonrisa. A ver cuándo te animas a escribir sobre la educación de los adolescentes.
ResponderEliminarjajajajaja Hay que utilizar el azote a tiempo que vale más que mil explicaciones, o en su defecto frases cortas y directas como las que utiliza el adiestrador de perros.
ResponderEliminarUn cordial saludo.