Una vez más compruebo cómo el poder público está pendiente de mis “Soserías” y cómo reacciona ante sus contenidos según puede y sabe. Hace poco me he pronunciado acerca del lenguaje de los juristas y la respuesta no se ha hecho esperar: el ministerio de Justicia acaba de crear una comisión para lograr que el lenguaje jurídico “sea más comprensible para la ciudadanía” y lograr así “su transmisión de forma clara y accesible”. Entre los comisionados hay sabios de mucha relevancia, entre ellos mi amigo Salvador Gutiérrez Ordoñez, académico de la Real de la Lengua.
Me temo que las autoridades no han entendido nada de mi mensaje, lo cual no es de extrañar pues es su triste sino no acertar a ver más allá de sus narices.
A ver si nos aclaramos: yo defiendo que el lenguaje de los profesionales del Derecho sea lo más enrevesado posible, lo más oscuro y arcano. Trufado de esos latinajos adorables que son como peanas que nos elevan por encima del común de los mortales, como joyas envueltas en misterio, signos de una liturgia remota y caduca... Debería inventarse un hisopo con el que los magistrados y los notarios asperjaran sus humedades formularias con la misma gracia y el mismo mimo con que el pastelero esparce el azúcar sobre los bollos recién horneados.
¿A cuento de qué viene expresar con claridad al litigante el contenido de una sentencia? ¿O de una escritura pública? ¿O de un asiento registral? Si las leyes no contuvieran al final una serie de disposiciones transitorias y derogatorias que oscurecen el texto y lo hacen todo él contradictorio ¿de qué vivirían los abogados? Bien decían los latinos: “in claris non fit interpretatio”, es decir, en las cosas claras no hace falta interpretar. Pero es que justamente de eso, de interpretar, de lo que vive el jurista, dicho de otra forma, de moverse “con astucia, con argucias, con criterio”, de “revolver en el Índice con un equívoco, con un sinónimo y encontrar algún embrollo” como canta don Bartolo en “Las Bodas de Fígaro” de Mozart en su memorable aria “La venganza, oh, la venganza”. Y lo que se dice en las óperas nadie puede negar que va a misa...
El lenguaje, parece mentira tener que recordarlo, crea todas las ficciones del mundo permitiéndonos entenderlas y sobre todo darles credibilidad. Sin él no hay nada y todo se vuelve una nebulosa pegajosa e indescifrable. No existen “las profesiones”, existe el “lenguaje de las profesiones”, sin el lenguaje y los diccionarios todas ellas se vendrían abajo como castillo de naipes, faltas del aliento que las sustenta y las mantiene erguidas. El lenguaje es lo único real en un mundo irreal. Las personas adultas sabemos que los fantasmas no existen, existen solo las sábanas que los cubren. Pues exactamente lo mismo ocurre con el lenguaje, sábana de todas las sábanas y embeleco de todos los embelecos.
Pues ¿de qué vivirían los médicos si les entendiéramos? ¿Y los físicos y los veterinarios? ¿Y esos analistas financieros que nos llevan a perder los ahorros porque nos embarullan con sus ratios y sus índices? ¿Qué decir de los pedagogos, constructores del gran mecano de la nadería para poder sobrevivir en un mundo tan inhóspito como el que tenemos?
Y por fin ¿de qué vivirían los lingüistas cuyas gramáticas están llenas de palabros como “implemento”, “aditamento atributivo” o “atributo del implemento”? Yo propongo que si los lingüistas nos quieren corregir, creemos una comisión para corregirles nosotros a ellos.
Lo mejor es dejar las cosas como están pues las personas decentes sabemos que toda innovación es extravío. Además ¿se imagina alguien un mundo en el que todos nos pudiéramos entender? ¿De qué podríamos hablar?
Me temo que las autoridades no han entendido nada de mi mensaje, lo cual no es de extrañar pues es su triste sino no acertar a ver más allá de sus narices.
A ver si nos aclaramos: yo defiendo que el lenguaje de los profesionales del Derecho sea lo más enrevesado posible, lo más oscuro y arcano. Trufado de esos latinajos adorables que son como peanas que nos elevan por encima del común de los mortales, como joyas envueltas en misterio, signos de una liturgia remota y caduca... Debería inventarse un hisopo con el que los magistrados y los notarios asperjaran sus humedades formularias con la misma gracia y el mismo mimo con que el pastelero esparce el azúcar sobre los bollos recién horneados.
¿A cuento de qué viene expresar con claridad al litigante el contenido de una sentencia? ¿O de una escritura pública? ¿O de un asiento registral? Si las leyes no contuvieran al final una serie de disposiciones transitorias y derogatorias que oscurecen el texto y lo hacen todo él contradictorio ¿de qué vivirían los abogados? Bien decían los latinos: “in claris non fit interpretatio”, es decir, en las cosas claras no hace falta interpretar. Pero es que justamente de eso, de interpretar, de lo que vive el jurista, dicho de otra forma, de moverse “con astucia, con argucias, con criterio”, de “revolver en el Índice con un equívoco, con un sinónimo y encontrar algún embrollo” como canta don Bartolo en “Las Bodas de Fígaro” de Mozart en su memorable aria “La venganza, oh, la venganza”. Y lo que se dice en las óperas nadie puede negar que va a misa...
El lenguaje, parece mentira tener que recordarlo, crea todas las ficciones del mundo permitiéndonos entenderlas y sobre todo darles credibilidad. Sin él no hay nada y todo se vuelve una nebulosa pegajosa e indescifrable. No existen “las profesiones”, existe el “lenguaje de las profesiones”, sin el lenguaje y los diccionarios todas ellas se vendrían abajo como castillo de naipes, faltas del aliento que las sustenta y las mantiene erguidas. El lenguaje es lo único real en un mundo irreal. Las personas adultas sabemos que los fantasmas no existen, existen solo las sábanas que los cubren. Pues exactamente lo mismo ocurre con el lenguaje, sábana de todas las sábanas y embeleco de todos los embelecos.
Pues ¿de qué vivirían los médicos si les entendiéramos? ¿Y los físicos y los veterinarios? ¿Y esos analistas financieros que nos llevan a perder los ahorros porque nos embarullan con sus ratios y sus índices? ¿Qué decir de los pedagogos, constructores del gran mecano de la nadería para poder sobrevivir en un mundo tan inhóspito como el que tenemos?
Y por fin ¿de qué vivirían los lingüistas cuyas gramáticas están llenas de palabros como “implemento”, “aditamento atributivo” o “atributo del implemento”? Yo propongo que si los lingüistas nos quieren corregir, creemos una comisión para corregirles nosotros a ellos.
Lo mejor es dejar las cosas como están pues las personas decentes sabemos que toda innovación es extravío. Además ¿se imagina alguien un mundo en el que todos nos pudiéramos entender? ¿De qué podríamos hablar?
El lenguaje es poder.
ResponderEliminarHablar claro significa compartir. Comprender. Tener seguridad en sí mismo.
Hablar oscuro significa excluir. Tirarse el pego. Estar cagaíllo.
Salud,
¿Por qué será que algunos están siempre a vueltas con el "intrincado" e "indescifrable" lenguaje de los juristas, pero sin embargo, nadie se plantea la posibilidad de simplificar o vulgarizar el "idioma" de los médicos?
ResponderEliminar¿Acaso alguien pretende enviarnos a todos (a los juristas y los que aún estamos en fase de proyecto) a hacer cola en la Oficina del INEM?
Creo, desde mi modesta opinión, que la razón de esta eterna controversia radica en la proyección que el derecho tiene en la sociedad, por encima de cualquier otra ciencia.
Todos los días escuchamos en nuestra casa a "la abuela", opinar sobre el procedimiento jucial del caso Marta del Castillo, sobre la conveniencia o no del régimen de separación de bienes, o, si me apura, sobre la constitucionalidad del Estatuto de Cataluña.
Pero, ¿Alguna vez han discutido en la mesa de su casa sobre cirugía cardiovascular?
A Dios gracias que los lingüistas, tan perversos como poderosos, no han logrado organizarse en colegios profesionales... entre las cuerdas tendrían a todo jurista, presente o futurible. Y eso es lo que faltaba, con lo bien montado que tenemos el tinglao.
ResponderEliminarPor cierto: decir que nadie se plantea la simplificación del discurso médico es, simplemente, mucho decir. Ya hay algo escrito sobre la necesidad de simplificar el lenguaje de los prospectos de medicamentos, así como sobre modos de mejorar la comunicación médico-paciente. Mi abuela tiene mucho que decir sobre este asunto.
Un saludo y mil gracias: excelente sosería.
Plas, plas, plas (aplausos).
ResponderEliminarDebería nuestro admirado Profesor que la SGAE europea, si la hay, iniciara un procedimiento para que de forma inmediata se cerrara "wikipedia". ¿Hasta donde vamos a llegar si todo el mundo puede entender (?) el bosón de Higgs?. Porque de eso se trata de que "abuela" pueda opinar sobre todo sin saber de nada.
P.S.
1. Adoraba a mis abuelas, sobre todo a una de ellas que me mimaba por ser el único nieto entre ocho nietas.
2. Eso del P.S. me encanta, no sé latín pero queda muy bien cuando acabas de escribir sobre un tema y quieres aclarar lo obscuro que te ha podido quedar.