(Publicado hoy, jueves, en El Mundo de León)
Cuentan los expertos que los seres humanos nos hacemos moralmente adultos cuando somos capaces de ponernos en el lugar del otro, del vecino, del prójimo y hasta del rival. Lo contrario a un individuo moralmente racional y maduro es el que ve la paja en el ojo ajeno y no percibe la viga en el propio, el que aplica sistemáticamente la ley del embudo. Esa idea de que la suprema regla moral es la que nos impele a juzgar a todos por el mismo rasero, incluyendo el juicio sobre nosotros mismos y nuestros familiares y amigos, es la que se expresa en el principio evangélico de amar al prójimo como a uno mismo y la que Kant denominó imperativo categórico: aplicar siempre igual metro al sentenciar la bondad o maldad de las conductas, sean éstas las propias, las de los más cercanos o las completamente ajenas.
En nuestra evolución desde la infancia nos regimos primero por el principio del placer y entendemos que bueno y debido es lo que nos da gusto, y malo e indebido lo que nos molesta. En la fase siguiente la referencia para la bondad o maldad de los actos la da la autoridad: bueno es lo que los padres califican como tal y malo lo que los padres critican. Y nos hacemos personas moralmente íntegras cuando nuestra ética no la determina ni el gusto propio ni el del que manda, sino la capacidad para imaginarnos en el lugar los demás y percibirlos como iguales y con nuestros mismos derechos.
Y ahora yo le pregunto lo siguiente al paciente lector: ¿estamos rodeados de adultos moralmente sanos o de hipócritas y chaqueteros? Es de temer una respuesta triste. Véase, sin ir más lejos, lo que hacen los líderes políticos y los machacas de los partidos en tema de corrupción. Si el pillado con las manos en la masa es del partido rival, leña a mansalva; si es del propio, silencio cómplice e invocaciones apasionadas de la presunción de inocencia. Notable fariseísmo. ¿Y qué me dicen de esas autoridades eclesiásticas que tapaban a los curas que abusaban sexualmente de niños, mientras con voz tronante y en sermones encendidos nos prometían el fuego eterno a los que manteníamos relaciones prematrimoniales o usábamos condones, por ejemplo? Creo que en el Evangelio se habla de sepulcros blanqueados. Pues eso. Infames.
En nuestra evolución desde la infancia nos regimos primero por el principio del placer y entendemos que bueno y debido es lo que nos da gusto, y malo e indebido lo que nos molesta. En la fase siguiente la referencia para la bondad o maldad de los actos la da la autoridad: bueno es lo que los padres califican como tal y malo lo que los padres critican. Y nos hacemos personas moralmente íntegras cuando nuestra ética no la determina ni el gusto propio ni el del que manda, sino la capacidad para imaginarnos en el lugar los demás y percibirlos como iguales y con nuestros mismos derechos.
Y ahora yo le pregunto lo siguiente al paciente lector: ¿estamos rodeados de adultos moralmente sanos o de hipócritas y chaqueteros? Es de temer una respuesta triste. Véase, sin ir más lejos, lo que hacen los líderes políticos y los machacas de los partidos en tema de corrupción. Si el pillado con las manos en la masa es del partido rival, leña a mansalva; si es del propio, silencio cómplice e invocaciones apasionadas de la presunción de inocencia. Notable fariseísmo. ¿Y qué me dicen de esas autoridades eclesiásticas que tapaban a los curas que abusaban sexualmente de niños, mientras con voz tronante y en sermones encendidos nos prometían el fuego eterno a los que manteníamos relaciones prematrimoniales o usábamos condones, por ejemplo? Creo que en el Evangelio se habla de sepulcros blanqueados. Pues eso. Infames.
Mi triste experiencia es que si intentas ponerte en el lugar de los demás, comprender sus debilidades, entender que nuestro departamento no es el mejor, sino uno más, y que lo que criticamos en los otros a lo mejor nosotros lo haríamos igual, puestos en su lugar, no se llega a ninguna parte, porque los jefes (no está de moda la palabra, pero resumamos) no quieren oír que en su pequeño reino algo funciona mal y si funciona no es culpa de ellos sino de otros. En fin, no sé si me expliqué. Mal arreglo. Es necesario ser un poco fantasma.
ResponderEliminarRousseu predicaba que "el ser humano es bueno por naturaleza". Yo afirmo categoricamente que "el ser humano es mezquino por naturaleza". Los que hoy son tus amigos pueden convertirse en tus más feroces enemigos en virtud las circunstancias y los intereses. Con quien hoy te acuestas mañana puede cruzarse en la calle contigo y ni saludarte. Puede que descubras que tus amigos no eran tales sin caes en desgracia. Todos se mueven por intereses, claro. Incluso tu familia podría volverse en tu contra si alguna variable cambia. Pero hay que seguir y hacer como que no nos damos cuenta...saludas al vecino en la escalera que te saluda a su vez con media sonrisa porque sabe que no se que cosa no te salio como esperabas, luego sales a tomar café donde te encuentras a otros que también te saludan y te dan la razón en todo lo que a ellos les convengan...¿o no?
ResponderEliminarEso es relativo,todo depende de las experiencias de los expertos.
ResponderEliminarQuienes afirman eso, seguramente no han sufrido la violación de un hijo, el asesinato de su pareja o el atropello de su mascota favorita.
De ahí la famosa canción...
La vara, la vara, la puta de la vara, la madre que la parió...yo tenía una vara y de usarla se rompió.
Un cordial saludo.
Sobre el mismo tema, lo diga Agamenón o su porquero:
ResponderEliminar¡¡VIVA LA DEMOCRACIA CORPORATIVISTA!!
Y con un concepto LUMINOSÍSIMO de Octavio Paz: el "fatalismo risueño".