Recibo un nuevo estudio comparativo de las universidades españolas, el “Ranking de 2009 en investigación de las universidades públicas españolas”, elaborado por un equipo de la Universidad de Granada que ya hizo el del 2008. Estupendo, muy entretenido para echar un vistazo. Busco mi Universidad en la clasificación general, en la de la montaña y en la de las metas volantes. Nada, por ahí abajo, como se esperaba. Del montón, ni fu ni fa. Sin novedad en el frente. Tampoco en los primeros puestos encuentro mucha sorpresa: van primeros los equipos con más dinero. Como en el fútbol. Previsible todo.
Luego me quedo pensando en qué me afecta todo este juego a mí, catedrático de Derecho cincuentón en una cómoda y agradable universidad provinciana. La conclusión se me impone aunque no quiera: hoy por hoy, en nada. Y en cien años, todos calvos. Otra cosa sería si mi sueldo dependiese del lugar de mi universidad en esa jerarquía, o si labrándome un prestigio mayor pudiese aspirar a que me fichase, con remuneración mejor o mayores ventajas, una de las más punteras. No es el caso, pues las de allá son para los de allá y las de aquí para los de aquí. También serviría de acicate el miedo, ése que guarda viña, si, pongamos, las universidades que están a la cola corriesen peligro de cierre y pudiera uno quedarse en la calle. Quién sabe a medio plazo, pero, hoy por hoy, no hay políticos con bemoles para tal cosa. Además, los que somos funcionarios nos sentimos seguros. Qué menos que una prejubilación lujosa, en el peor de los casos. No vamos a ser menos que los de la banca o la minería.
Veamos más despacio el fundamento de tan loables sentimientos de un académico vocacional como este que les escribe. Si queremos poner la cuestión en otros términos, titulémosla así: Qué motivos tengo yo para esmerarme a fin de que mi universidad suba a primera división y deje de estar en segunda B.
En realidad, los rankings o clasificaciones que en el mencionado estudio se establecen son varios. De la combinación de ellos sale el resultado u orden final. Así que vayamos por partes. Se comienza por una clasificación en razón de la proporción de artículos que el profesorado de cada universidad publica en revistas indexadas en el Institute for Scientific Information (ISI). Conozco la seriedad con que este tipo de indexaciones se toma en las ciencias duras, como la Física, y en las que se hacen las duras, como la Economía. Pero, en lo que me toca, me doy de bruces con algunos problemas. En Derecho y en otras disciplinas cercanas, lo de la indexación seria está por hacer. Y no creo que se haga. Cierto que va habiendo muchas revistas que ya guardan las apariencias y, por ejemplo, solicitan para sus artículos el dictamen de evaluadores anónimos. Pero, como yo mismo he evaluado bastante, sé cómo funciona y me parto de risa. Para empezar, por mucho que a uno le manden el artículo a calificar sin el nombre de su autor, a la segunda página ya sabe sin duda quién lo escribió. El anonimato es un decir. Imagino que así será en muchas ciencias, pero supongo también que otros no reconocen tan fácil lo que yo confieso sin rubor. Para seguir, sé perfectamente como colocar un artículo mío en una revista indexada, si me da la gana. No en vano conoce uno al director, a quien elige los referees, etc. Otra práctica común que no suelen decir a las claras los amigos del disimulo. Más: algunas de las revistas que más me gustan y me importan no están todavía en el juego de la indexación y sus apaños. Y, sobre todo: por tener más artículos en revistas indexadísimas de la muerte no va a subir mi sueldo ni me va a contratar, en plan figura, una universidad de las primeras del ranking. Así que paso. Si a mi universidad le interesa que yo publique en revistas fetén, que me avise un vicerrector y hablamos: a ver qué me ofrece.
La segunda clasificación de las universidades es por tramos de investigación de su profesorado. Se toma en cuenta el número de tramos de investigación obtenidos por los profesores funcionarios y se divide por el número total de tramos de investigación posibles de esos funcionarios. Estupendo, un servidor tiene todos los tramos de investigación posibles en razón del número de años que llevo en la profesión. Por ese lado beneficio a mi universidad sin proponérmelo. Obtuve los tramos trabajando por mi gusto e investigando porque me apetecía; o para labrarme un pequeño prestigio entre los colegas que me importan, que tampoco son demasiados.
Lo que no me estimula para pelear por nuevos tramos es el progreso de mi universidad. ¿Por qué? Porque ella me trata igual que si yo no diera golpe. Un anterior rector, que no era precisamente un científico ni un intelectual ni un modelo de académico, llegó a decir en una reunión de Junta de Gobierno de las de antes que la investigación era un asunto privado de cada profesor y que la institución como tal no estaba concernida. Con un par. Como he dicho, se trataba del rector, no del turuta o del cabo furriel. Por el hecho de que yo tenga cuatro tramos de investigación no se me descuenta docencia, no se me asignan más medios materiales o personales, no se me prima con más becas para investigadores, ni siquiera se me nombra entre los currantes. Más bien al contrario. Algunos hemos solicitado alguna vez que se haga público el número de tramos de cada cual. Respuesta: de ninguna manera, eso da lugar a agravios comparativos y a discriminaciones inaceptables. Pues al carajo: los tramos son míos, no de mi universidad, a la que nada le importan. ¿Que ahora le interesan por lo del ranking? Que venga al vicerrector y hablamos, a ver qué me ofrece para que al fin me sienta mejor tratado que los que no dan palo al agua y se pasan el tiempo en reuniones estériles, en cargos inútiles o conspirando en las cafeterías del campus.
Tercer criterio clasificatorio, por la proporción de proyectos I+D conseguidos por el profesorado de las universidades. Otro mundo que me precio de conocer un poquito. Relativo a más no poder. Otra vez el proceloso mundo de las evaluaciones “objetivas”. Algo he contado en un número anterior de FANECA. Pero yo tengo y he tenido proyectos I+D casi siempre y me precio además de trabajar con un excelente equipo. Esos proyectos sirven para financiar algunas cosas interesantes. En mi caso, libros para la biblioteca de mi disciplina en mi universidad. Es decir, que casi todo el dinero para que en León exista una buenísima y completísima biblioteca de Filosofía y Teoría del Derecho lo consigo yo, con la ayuda del magnífico equipo que me acompaña.
Así que es de suponer que la universidad me estará agradecida por eso y que se desvivirá en detalles y requiebros. Pues no. Tampoco me da ni las gracias por la “mordida” que se queda. Ni eso. Mismamente, los papeleos y contabilidades me caen a mí o al investigador de turno. El PAS no tiene entre sus funciones la gestión de los concretos proyectos, más allá de lo que para el conjunto hace la correspondiente unidad del vicerrectorado del ramo. Yo -o quien del equipo investigador me ayude- redacto las solicitudes, acopio la documentación, escribo las memorias, llevo las cuentas, aporto las justificaciones, gestiono las compras de libros o materiales, etc., etc., etc. Ahorro dinero a mi universidad y logro medios para mi universidad. Mi universidad no me compensa con nada: ni con personal de apoyo, ni con reducción de otras cargas, ni con menciones meramente honoríficas siquiera. Se supone que mis proyectos de investigación también son asunto privado mío. La diferencia entre cualquier colega que no solicite ni se curre proyectos y un servidor es que él vive mucho mejor que yo, más desahogado, con más tiempo para pelotear al rector, lograr cargos, conspirar y darse importancia. Yo, mientras, paso parte de mi tiempo comprando libros con cargo al proyecto y otra parte intentando -vanamente- leerlos y escribir alguna cosa.
Conclusión: el día que me canse del todo de tanta burocracia y tanto cuento, se acabaron los proyectos. Si la universidad desea de mí otra cosa, que venga el vicerrector y hablamos. A ver qué ofrece.
Las dos escalas siguientes son por tesis doctorales y por becas FPU. Simpatiquísimo también. He dirigido a lo largo de mi carrera académica más de una decena de tesis doctorales y he tutelado a algunos becarios. A día de hoy no me apetece nada ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué? Pues porque a cualquier becario de investigación y doctorando lo primero que hay que ponerle en claro es que en mi universidad -y en casi ninguna- ya no hay sitio para más gente, que toca adelgazar las plantillas, que da igual que la tesis acabe siendo prodigiosa y digna de un premio Nobel: a la pura calle. Al menos en Derecho y disciplinas afines, embarcar a un buen licenciado en la investigación doctoral es poco menos que una estafa. Insisto, por mucha que acabara siendo la calidad del trabajo, la universidad no va a hacer excepción en sus ciegos cálculos. ¿Que nos perdemos un genio, el señor o la señora que habría de cambiar los destinos de la teoría jurídica? A rectores, vicerrectores y consejeros competentes les traerá al fresco tan académica consideración.
Total: si a la universidad no le importan un pimiento mis becarios y doctorandos y a todos los va a tratar por igual -igual de mal-, sean excelentes o sean bestezuelas, y si a mí me va a producir urticaria verlos quedarse en el paro al cabo de los cuatro o cinco años de trabajo denodado, la solución la tengo sencilla: no quiero becarios ni doctorandos. Qué pena, saldrá perjudicada mi universidad en el ranking correspondiente. Pues que se fastidie. Eso sí, si el vicerrector desea otro resultado, que me llame y hablamos. A ver qué me ofrece a cambio de que vuelva a dirigir tesis doctorales.
Y así podríamos seguir con algún criterio más, pero para qué. La paradoja queda clara y es conocida: las mismas universidades que supuestamente pelean para ascender en las clasificaciones por investigación, disuaden a sus investigadores más expertos de emplearse a fondo en su trabajo. Si vas a cobrar igual, si no van a mejorar tus condiciones de ningún tipo, si tus expectativas profesionales ya han tocado techo, pues en ningún otro lado se te va a ofrecer oportunidad nueva por ser competente en lo tuyo, la única motivación para escribir un artículo más, para dirigir otra tesis o para conseguir otro proyecto es una motivación estrictamente personal: es asunto tuyo contigo y porque te da gusto a ti. Placer solitario. La universidad de uno no pinta nada ahí. Fea madrastra. Porque es esa misma universidad la que paga igual al que no da golpe, la que privilegia al zángano con poderes y cargos, la que procura que los méritos de los más laboriosos no trasciendan en exceso, no vayan a sentirse molestos los incapaces. Porque fue esa universidad la que hace unos años dijo café para todos y vivan las promociones hasta de los que rebuznen, la que infló las plantillas a lo loco y para ganar unos votos para el rector de turno, la que rebajó las exigencias docentes e investigadoras para que todo el mundo pareciera bueno, la que equiparó a científicos serios y disciplinas rigurosas con arribistas y frivolidades, la que valoró y valora igual una tesis de Física Teórica que de Turismo o Gastronomía.
Pues, ahora que hay rankings, a reclamar al maestro armero. O que llame el rector y hablamos. A ver qué se le ofrece.
Luego me quedo pensando en qué me afecta todo este juego a mí, catedrático de Derecho cincuentón en una cómoda y agradable universidad provinciana. La conclusión se me impone aunque no quiera: hoy por hoy, en nada. Y en cien años, todos calvos. Otra cosa sería si mi sueldo dependiese del lugar de mi universidad en esa jerarquía, o si labrándome un prestigio mayor pudiese aspirar a que me fichase, con remuneración mejor o mayores ventajas, una de las más punteras. No es el caso, pues las de allá son para los de allá y las de aquí para los de aquí. También serviría de acicate el miedo, ése que guarda viña, si, pongamos, las universidades que están a la cola corriesen peligro de cierre y pudiera uno quedarse en la calle. Quién sabe a medio plazo, pero, hoy por hoy, no hay políticos con bemoles para tal cosa. Además, los que somos funcionarios nos sentimos seguros. Qué menos que una prejubilación lujosa, en el peor de los casos. No vamos a ser menos que los de la banca o la minería.
Veamos más despacio el fundamento de tan loables sentimientos de un académico vocacional como este que les escribe. Si queremos poner la cuestión en otros términos, titulémosla así: Qué motivos tengo yo para esmerarme a fin de que mi universidad suba a primera división y deje de estar en segunda B.
En realidad, los rankings o clasificaciones que en el mencionado estudio se establecen son varios. De la combinación de ellos sale el resultado u orden final. Así que vayamos por partes. Se comienza por una clasificación en razón de la proporción de artículos que el profesorado de cada universidad publica en revistas indexadas en el Institute for Scientific Information (ISI). Conozco la seriedad con que este tipo de indexaciones se toma en las ciencias duras, como la Física, y en las que se hacen las duras, como la Economía. Pero, en lo que me toca, me doy de bruces con algunos problemas. En Derecho y en otras disciplinas cercanas, lo de la indexación seria está por hacer. Y no creo que se haga. Cierto que va habiendo muchas revistas que ya guardan las apariencias y, por ejemplo, solicitan para sus artículos el dictamen de evaluadores anónimos. Pero, como yo mismo he evaluado bastante, sé cómo funciona y me parto de risa. Para empezar, por mucho que a uno le manden el artículo a calificar sin el nombre de su autor, a la segunda página ya sabe sin duda quién lo escribió. El anonimato es un decir. Imagino que así será en muchas ciencias, pero supongo también que otros no reconocen tan fácil lo que yo confieso sin rubor. Para seguir, sé perfectamente como colocar un artículo mío en una revista indexada, si me da la gana. No en vano conoce uno al director, a quien elige los referees, etc. Otra práctica común que no suelen decir a las claras los amigos del disimulo. Más: algunas de las revistas que más me gustan y me importan no están todavía en el juego de la indexación y sus apaños. Y, sobre todo: por tener más artículos en revistas indexadísimas de la muerte no va a subir mi sueldo ni me va a contratar, en plan figura, una universidad de las primeras del ranking. Así que paso. Si a mi universidad le interesa que yo publique en revistas fetén, que me avise un vicerrector y hablamos: a ver qué me ofrece.
La segunda clasificación de las universidades es por tramos de investigación de su profesorado. Se toma en cuenta el número de tramos de investigación obtenidos por los profesores funcionarios y se divide por el número total de tramos de investigación posibles de esos funcionarios. Estupendo, un servidor tiene todos los tramos de investigación posibles en razón del número de años que llevo en la profesión. Por ese lado beneficio a mi universidad sin proponérmelo. Obtuve los tramos trabajando por mi gusto e investigando porque me apetecía; o para labrarme un pequeño prestigio entre los colegas que me importan, que tampoco son demasiados.
Lo que no me estimula para pelear por nuevos tramos es el progreso de mi universidad. ¿Por qué? Porque ella me trata igual que si yo no diera golpe. Un anterior rector, que no era precisamente un científico ni un intelectual ni un modelo de académico, llegó a decir en una reunión de Junta de Gobierno de las de antes que la investigación era un asunto privado de cada profesor y que la institución como tal no estaba concernida. Con un par. Como he dicho, se trataba del rector, no del turuta o del cabo furriel. Por el hecho de que yo tenga cuatro tramos de investigación no se me descuenta docencia, no se me asignan más medios materiales o personales, no se me prima con más becas para investigadores, ni siquiera se me nombra entre los currantes. Más bien al contrario. Algunos hemos solicitado alguna vez que se haga público el número de tramos de cada cual. Respuesta: de ninguna manera, eso da lugar a agravios comparativos y a discriminaciones inaceptables. Pues al carajo: los tramos son míos, no de mi universidad, a la que nada le importan. ¿Que ahora le interesan por lo del ranking? Que venga al vicerrector y hablamos, a ver qué me ofrece para que al fin me sienta mejor tratado que los que no dan palo al agua y se pasan el tiempo en reuniones estériles, en cargos inútiles o conspirando en las cafeterías del campus.
Tercer criterio clasificatorio, por la proporción de proyectos I+D conseguidos por el profesorado de las universidades. Otro mundo que me precio de conocer un poquito. Relativo a más no poder. Otra vez el proceloso mundo de las evaluaciones “objetivas”. Algo he contado en un número anterior de FANECA. Pero yo tengo y he tenido proyectos I+D casi siempre y me precio además de trabajar con un excelente equipo. Esos proyectos sirven para financiar algunas cosas interesantes. En mi caso, libros para la biblioteca de mi disciplina en mi universidad. Es decir, que casi todo el dinero para que en León exista una buenísima y completísima biblioteca de Filosofía y Teoría del Derecho lo consigo yo, con la ayuda del magnífico equipo que me acompaña.
Así que es de suponer que la universidad me estará agradecida por eso y que se desvivirá en detalles y requiebros. Pues no. Tampoco me da ni las gracias por la “mordida” que se queda. Ni eso. Mismamente, los papeleos y contabilidades me caen a mí o al investigador de turno. El PAS no tiene entre sus funciones la gestión de los concretos proyectos, más allá de lo que para el conjunto hace la correspondiente unidad del vicerrectorado del ramo. Yo -o quien del equipo investigador me ayude- redacto las solicitudes, acopio la documentación, escribo las memorias, llevo las cuentas, aporto las justificaciones, gestiono las compras de libros o materiales, etc., etc., etc. Ahorro dinero a mi universidad y logro medios para mi universidad. Mi universidad no me compensa con nada: ni con personal de apoyo, ni con reducción de otras cargas, ni con menciones meramente honoríficas siquiera. Se supone que mis proyectos de investigación también son asunto privado mío. La diferencia entre cualquier colega que no solicite ni se curre proyectos y un servidor es que él vive mucho mejor que yo, más desahogado, con más tiempo para pelotear al rector, lograr cargos, conspirar y darse importancia. Yo, mientras, paso parte de mi tiempo comprando libros con cargo al proyecto y otra parte intentando -vanamente- leerlos y escribir alguna cosa.
Conclusión: el día que me canse del todo de tanta burocracia y tanto cuento, se acabaron los proyectos. Si la universidad desea de mí otra cosa, que venga el vicerrector y hablamos. A ver qué ofrece.
Las dos escalas siguientes son por tesis doctorales y por becas FPU. Simpatiquísimo también. He dirigido a lo largo de mi carrera académica más de una decena de tesis doctorales y he tutelado a algunos becarios. A día de hoy no me apetece nada ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué? Pues porque a cualquier becario de investigación y doctorando lo primero que hay que ponerle en claro es que en mi universidad -y en casi ninguna- ya no hay sitio para más gente, que toca adelgazar las plantillas, que da igual que la tesis acabe siendo prodigiosa y digna de un premio Nobel: a la pura calle. Al menos en Derecho y disciplinas afines, embarcar a un buen licenciado en la investigación doctoral es poco menos que una estafa. Insisto, por mucha que acabara siendo la calidad del trabajo, la universidad no va a hacer excepción en sus ciegos cálculos. ¿Que nos perdemos un genio, el señor o la señora que habría de cambiar los destinos de la teoría jurídica? A rectores, vicerrectores y consejeros competentes les traerá al fresco tan académica consideración.
Total: si a la universidad no le importan un pimiento mis becarios y doctorandos y a todos los va a tratar por igual -igual de mal-, sean excelentes o sean bestezuelas, y si a mí me va a producir urticaria verlos quedarse en el paro al cabo de los cuatro o cinco años de trabajo denodado, la solución la tengo sencilla: no quiero becarios ni doctorandos. Qué pena, saldrá perjudicada mi universidad en el ranking correspondiente. Pues que se fastidie. Eso sí, si el vicerrector desea otro resultado, que me llame y hablamos. A ver qué me ofrece a cambio de que vuelva a dirigir tesis doctorales.
Y así podríamos seguir con algún criterio más, pero para qué. La paradoja queda clara y es conocida: las mismas universidades que supuestamente pelean para ascender en las clasificaciones por investigación, disuaden a sus investigadores más expertos de emplearse a fondo en su trabajo. Si vas a cobrar igual, si no van a mejorar tus condiciones de ningún tipo, si tus expectativas profesionales ya han tocado techo, pues en ningún otro lado se te va a ofrecer oportunidad nueva por ser competente en lo tuyo, la única motivación para escribir un artículo más, para dirigir otra tesis o para conseguir otro proyecto es una motivación estrictamente personal: es asunto tuyo contigo y porque te da gusto a ti. Placer solitario. La universidad de uno no pinta nada ahí. Fea madrastra. Porque es esa misma universidad la que paga igual al que no da golpe, la que privilegia al zángano con poderes y cargos, la que procura que los méritos de los más laboriosos no trasciendan en exceso, no vayan a sentirse molestos los incapaces. Porque fue esa universidad la que hace unos años dijo café para todos y vivan las promociones hasta de los que rebuznen, la que infló las plantillas a lo loco y para ganar unos votos para el rector de turno, la que rebajó las exigencias docentes e investigadoras para que todo el mundo pareciera bueno, la que equiparó a científicos serios y disciplinas rigurosas con arribistas y frivolidades, la que valoró y valora igual una tesis de Física Teórica que de Turismo o Gastronomía.
Pues, ahora que hay rankings, a reclamar al maestro armero. O que llame el rector y hablamos. A ver qué se le ofrece.
Plas, plas, plas (aplausos), y lágrimas!.
ResponderEliminarUn único matiz, en ciencias puras (?) los que son anónimos son los referees, mientras que los editores no lo son, por lo tanto en ellos recae la responsabilidad de la credibilidad de una revista.
Bravo! Muy fino el análisis. Pero yo añadiría algo más, que es a la vez una pregunta que yo le dirijo: ¿se valora de algún modo la docencia? ¿Cobran más o tienen algún aliciente profesional los que se preparan de verdad las clases, los que recuperaban las clases que no podían dar, que los que piensan que los alumnos aprenden por si solos, que los que te meten rollos sin interés que se pueden leer en cualquier manual, que los que te dan poco más de la mitad de las clases que te corresponden por la matrícula que has pagado? Yo terminé Derecho hace unos años en León y de estos últimos hay muchos, de los otros también, sin duda. Mi mejor amigo estudió LADE y el comportamieto de algunos de sus profesores rozaba el escándalo; la que hoy es mi mujer estudió Filología Inglesa hace algunos años: me dice mi mujer que le pregunte a usted si cobraban más o tenían alguna ventaja las profesoras que se esforzaban en no perder una clase, en llegar a la hora, en corregir detalladamente una buena cantidad de ejercicios, aquellos con los que se aprendía de verdad, que alguno había.
ResponderEliminarDesconozco muchas de las cosas de las que habla en su entrada, pero el análisis me parece espléndido y muy convincente. Pero me gustaría también que los que se preocupan de los alumnos en la Univesidad también tuvieran su recompensa si es que no la tienen ya.
Un saludo y ánimo
Simplemente, la vida misma.
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