01 agosto, 2010

De vuelta. Y peor, si cabe

Colgué el teclado el 4 de julio y, ahora, cuando lo retomo, me quedo perplejo al reparar en cuántas cosas han pasado en menos de un mes y en cómo casi todo se ha puesto más horrible y descorazonador. O será algún desarreglo bioquímico mío, no sé. Pero dan ganas de sumergirse estos días en una piscina y volver a asomar la cabeza en las antípodas. Ah, por cierto, y para que no se diga que todo es queja. Dentro de unos días mi compañera del alma y un servidor nos vamos a la Isla de Pascua. Es porque tenemos que hacer a Chile lo que en las casas bien se llama un viaje de trabajo y, una vez allí y teniendo en cuenta lo barato que está aquel país para el que va con unos eurillos… Las clases dominantes hemos de darnos unos lujillos más antes de que Zapatero culmine su revolución proletaria e imponga un plan quinquenal o vaya usted a saber qué plan. Discúlpeseme este pequeño arrebato de hortera veraniego y sigamos con lo que más apesta.
A ver si en agosto esa que llaman la clase política se va de veraneo a una isla con tsunamis (por cierto, ¿no habrá…?), a ser posible en compañía de periodistas y variados tertulianos. Y que la Providencia disponga lo más conveniente para nuestra convivencia pacífica y afable. O sea, agua va. Porque, si siguen los mismos en el gobierno y la oposición visible (que es la que los periodistas ven porque es con la que los medios se encaman por precio), septiembre puede ser como para abrirse las venas.
Sí, lo sé, me dirán que también tuvimos un acontecimiento cósmico, un evento del que se harán lenguas las generaciones venideras, una suerte de las que se dan cada mil años y bajo conjunciones planetarias excepcionales. No, no fue que se juntaran Obama y el Tontín nuestro para hablar de las pérdidas de aceite de BP o de que lo peor ya pasó, pese al puto burro que se come cada día los brotes verdes, sino que ganamos el Mundial de Fútbol. Ahí es na. Y, cuando digo ganamos, ¿por qué digo ganamos si yo no jugaba? Aquí tenemos el meollo de la nación, concepto discutido y discutible, que dijo el Tonto´l Culo refiriéndose a las naciones periféricas o sin Estado y a la manía de sus políticos con el concepto, disculpa para masturbarlas a ellas y ordeñar al Estado opresor hasta que le salga sangre. ¿O me equivoco y el Bobo de Baba aludía a la nación española (perdón por la expresión, juro que no voy a dejar de ser progresista y limpio de corazón)? Pero, si era esto, ¿por qué estaba tan contento cuando lo de la victoria del Mundial?
Yo qué sé. Pero esos día fueron los niños de mi modesta urbanización los que más me hicieron reflexionar. Se pasaron más de una semana, antes y después de la final del torneo, cantando a coro y a grito pelado una cancioncilla que era toda estribillo, tal que así: “Yo soy español, español, español. Yo soy español, español, españo..l”. De tanto oírla, la pequeña Elsa, con sus tres años, andaba todo el rato repitiéndola. Le ordenabas: “Elsa, haz el favor de comer la tortilla”. Y ella respondía, con buena entonación: “Yo soy español, español, español”. Ah, y les aseguro que no vivo en una zona residencial de La Moraleja o del barrio de Salamanca, y que me perdonen los progresistas que vivan allí por esta apresurada identificación de tales lugares con las esencias de la madrastra patria española. Mi urbanización es interclasista, interprofesional y hasta un poco multicultural, pues este año tenemos una au-pair inglesa (que fue arrojada, con ropa y todo, a la piscina el día de la victoria española) y los vecinos se han traído un niño saharaui en acogida veraniega. Para ser esto León, el acabose.
Oía a los pequeños monstruos y a los adolescentes asilvestrados cantar el himno de marras y me hacía cruces por su inconsciencia. Ya sé que si hubieran ganado los franceses, sus infantes andarían cantando algo parecido sobre la Francia grande y su orgullo de alevines franchutes, sin parar mientes en lo oprimidos que allá viven bretones y corsos. Pero con los muchachos de aquí deberíamos tener más cuidado, para que no humillen con sus tonadas a nuestros nacionalistas catalanes, vascos, gallegos, riojanos o lo que sea, que no son corsos, sino corsarios, pero merecen de todos modos un respeto y unas plañideras. Eso es un hecho histórico. Y punto.
Yo había escrito que por mí podía la selección española perder todos los partidos, pues ni soy muy de naciones ni me gusta esta manera franquista de exprimir para los políticos los logros de los deportistas. Pero reconozco que llegué a dudar y que el último día hasta debí de dar un salto grande cuando el gol de Iniesta. Y es que el diablo españolista acecha en cualquier esquina. Les cuento lo que me ocurrió.
Resulta que en uno de esos cursos de verano (chollo que se nos va a acabar gracias a Bolonia y a que ya no existirán lo créditos de libre configuración) coincidí con un admiradísimo colega y queridísimo amigo que es nacionalista periférico trasterrado. Y explicó, el buen hombre, que el día anterior había visto el partido primero de la selección en el Mundial, aquel contra Suiza, y que lo había visto con su hijo de cinco años y había convencido al niño para apoyar a Suiza, con el argumento de que los suizos (se refería a los suizos en general, no a los jugadores de la selección helvética; coño, y ahora que caigo: si Suiza es una confederación, ¿por qué no tiene cada cantón su selección?), al fin y al cabo, habían inventado el reloj de cuco y los españoles no habían hecho una mierda en toda su puta vida. ¡Cómo se me tambaleó mi acendrado cosmopolitismo y cuán grande fue mi nostalgia de imperio y ultramar! Luego volví a mi ser, tranquilos, pero demostrado me quedó, en carne propia, que los nacionalismos juegan al trenecito y se retroalimentan, literalmente. Cada nacionalismo le da por el saco el otro y, a nada que te descuides, te pillan en medio y allí mismo te hacen en el alma un desgarro.
También pasó lo de la Sentencia del Estatuto, que ya se publicó al completo este mes y que, al parecer, ya ha sido leída entera por dos catedráticos catalanes contratados por la Generala (perdón, Generalidad) para ese fin y por un par de becarios de la Complutense, y lo de los toros en Cataluña. Pero de eso hablaremos otro día, que ya es hora de comer y un caballero que se precie no menciona ciertas cosas en la mesa.

4 comentarios:

  1. jajaja
    Ya era hora,oiga.
    Se amontonan los temas y la mala leche,sí.

    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  2. Me alegra que empiece de nuevo con sus post. Aunque venimos calentitos...

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Querido Juan Antonio, sigue usted en la trinchera. Pero se lo están poniendo demasiado fácil. Se acercan a la mira del subfusil vestidos de rosa carmesí. ¡Así es que no se falla un tiro! Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Lo esperamos en Chile...
    Lastima que no se puedan autografiar los que es virtual... a menos que acceda a firmarme la pantalla del computador!!
    Saludos australes!

    ResponderEliminar