Lo que hoy pretendo tratar aquí me da verdadero repelús, casi pánico, pues en cualquier momento puedo sentirme viejísimo, una antigualla protestona. Pero allá voy y ya me dirán ustedes si hay algo de razón o si simplemente me he vuelto intolerante y carcamal.
Hace tiempo que le doy vueltas y hoy me ha recordado el tema un amigo que me contó sus propias impresiones. Resulta que, por razones que no vienen al caso ahora, esta temporada aloja en su casa a una jovencita extranjera y veinteañera. Lo que tiene en la perplejidad a mi amigo y a su familia es la siguiente cuestión: cómo una persona como esta, de lo que en tiempos se llamaba buena familia, con padres que ganan dinero y gozan de cierta posición social, que viene de un país que pasa por muy civilizado, que estudia una estupenda carrera en una universidad prestigiosísima, puede ser... tan guarra y tan zángana. No sé si será esta la forma mejor y más exacta de expresarlo, pero yo sí sostengo que, más allá de choques generacionales y esas cosas y al margen de que todos hemos sido jóvenes, muchos chavales de hoy harían las mejores migas con los habituales pobladores de las pocilgas y se lo podrían montar de vicio como machos de abeja.
Primero reproduzco, resumido, algo de lo que me narró mi amigo y luego me marco unas reflexiones, con el permiso de ustedes. Pondré lo primero como si fuera en sus propias palabras:
“La chavala es de trato muy correcto, discreta y educada, no hay queja. Lo que se le pide lo hace, aunque se nota que no está acostumbrada a muchas labores del día a día, tales como fregar un plato, encender el fogón de una placa vitrocerámica o manejar el microondas, pese a que durante el curso universitario vive fuera de su casa. Comer, come de maravilla, con un saque prodigioso, igual que se vuelve loca con el vino y el brandy. Por supuesto, ni arregla ningún día su cama ni deja de tener sus ropas y objetos personales regados por el suelo de su habitación. El otro día nos fuimos los de la familia a pasar unos días en el campo y la dejamos a ella sola y feliz en la ciudad, pero por un problema que surgió de pronto, tuvimos que regresar bastante antes de lo previsto. Nos dimos un susto, pues parecía que nuestro hogar había sido tomado por alguna banda de desalmados. La nevera estaba abierta, con restos de comida deteriorándose dentro, los platos se amontonaban en el fregadero, en los baños se apilaban compresas usadas y salvaslips y parecía que no habían tirado de la cadena en todo ese tiempo. Pese a que era de día cuando entramos, las luces estaban encendidas en casi todos los recintos, la televisión hablaba sola a pleno volumen. Todo así. Nos dijo que no nos esperaba tan pronto y que se había despistado un poquito. Apareció en bragas y gritándole a alguien a través de su ordenador. De las viandas que le habíamos dejado, tales como filetes o huevos para freír, no había tocado nada, pero se había pulido casi todas las latas de conserva y los helados que quedaban en el congelador. No supimos qué decirle”.
Será éste un caso extremo, no digo que no. Pero el tono general me es familiar y me sorprende poco. La pregunta, en sus términos generales, merece un poco de atención: ¿por qué son tan descuidados y cochinos estos muchachuelos? Con las excepciones que correspondan, por supuesto, pero hablamos de tendencias generales y promedios.
Algunas respuestas posibles deben descartarse de mano. Por ejemplo, la de que se trate de rebeldía contra formas de vida que rechazan. Para nada. Cuando les pones en la mesa un confit de pato y un solomillo con foie se lo comen como campeones y sin citar ni a Marx ni a Bakunin, personajes de los que tampoco tienen mayor noticia, aun cuando estudien Políticas, Historia, Economía o Filosofía. Si en su casa hay tres asistentas y una interna para arreglarles las sábanas y limpiarles los baños, no protestan ni invocan la lucha de clases o el respeto al elemento multicultural, en modo alguno. Al contrario, encuentran de lo más natural que todo dios les sirva. Si en tu presencia se cae al suelo un tenedor o una servilleta, no hacen ademán de recogerlo antes que tú, salvo que te vean la furia en la mirada, en cuyo caso a lo mejor se levantan a buscar repuesto en el cajón, pero agacharse, no se agachan, no, por si acaso es pecado inclinarse ante lo que no sea un ordenador. Ni es rebeldía inconcreta ni es ideología precisa, es que son vagos y descuidados como demonios. Por regla general, insisto. Su hijo de usted no, ya sé; el mío tampoco.
Déjenme que les cuente yo un indicio mínimo, éste de mi estricta cosecha. Ya me he tropezado estos años con varios jovenzuelos y jovenzuelas que, ante mi ofrecimiento de una naranja a la hora del postre, la rechazaron con espanto. Le pregunté a cada uno: ¿No te gustan las naranjas? Y siempre me respondieron así: Sí me gustan, pero pelarlas es demasiado trabajo, no compensa. En un caso, el primero, seguí con mi interrogatorio: Entonces, ¿en tu casa no las comes? Respuesta: Sí, pero me las pela mi madre. Tócate los cojones. Esto último fue lo que yo pensé, aunque creo que no lo dije.
¿Por qué será, pues? Lanzo mi hipótesis: les falta formación. Entiéndaseme, no me refiero a lo que pedestremente se llamaba educación antaño, y tampoco tiene que ver con estudios y títulos. Lo que quiero decir es que, para su desgracia, no han tenido oportunidad de captar las satisfacciones que muchas veces se siguen del esfuerzo y los placeres elevados, sutiles, intensos, que proporciona el hacer las cosas con arte y algo de exquisitez. No quiero ni pensar cómo follará esta gentezuela, y discúlpeme el lector la procacidad. Me pongo en lo peor. Imagino que lo harán con el mismo prosaísmo con que se tiran un erupto o estornudan, porque toca y ya está. Son elementales hasta la náusea y simples hasta el sofoco. Si les parece esfuerzo insufrible lavarse la camiseta sucia o barrer las pelusilla de al lado de la cama, jamás van a descubrir el gusto que da cocinar despacio unas lentejas con jamón y luego comérselas en una mesa limpia y regándolas con un vino rico en una copa de cristal decente. Huy, qué agobio, te pareces a mi madre con esos rollos. Pero lo que cocina su madre -o su padre- bien que lo comen los cabrones, y cuando les cambian las sábanas no protestan, no. En mi casa en Ruedes, cuando era yo niño, también teníamos cerdos y no veas qué alegría les entraba cuando te veían aparecer con la comida suya. Pero tampoco cocinaban ni querían aprender a pelar patatas ni lograban entender que tú prefirieras los espacios algo más limpios. Pronto descubrí que eran poco dados al debate amistoso y que manejaban una lógica bastante simple. Como ahora.
No hemos hecho más que trasladar la pregunta un paso más atrás. Pues entonces hemos de saber por qué estos chavales tienen el refinamiento de los jabalíes y el buen gusto de las mofetas. A propósito, y de paso, se me olvidaba mencionar que algunos apestan. En más de un examen esta temporada he evitado, durante la labor profesoral de vigilancia, determinados pasillos entre pupitres, por el pestazo que salía de debajo de algún chándal o de alguna camiseta ceñida a los michelines. Es evidente que la ducha mañanera les supone un esfuerzo inasumible. Total para qué.
Hace tiempo que le doy vueltas y hoy me ha recordado el tema un amigo que me contó sus propias impresiones. Resulta que, por razones que no vienen al caso ahora, esta temporada aloja en su casa a una jovencita extranjera y veinteañera. Lo que tiene en la perplejidad a mi amigo y a su familia es la siguiente cuestión: cómo una persona como esta, de lo que en tiempos se llamaba buena familia, con padres que ganan dinero y gozan de cierta posición social, que viene de un país que pasa por muy civilizado, que estudia una estupenda carrera en una universidad prestigiosísima, puede ser... tan guarra y tan zángana. No sé si será esta la forma mejor y más exacta de expresarlo, pero yo sí sostengo que, más allá de choques generacionales y esas cosas y al margen de que todos hemos sido jóvenes, muchos chavales de hoy harían las mejores migas con los habituales pobladores de las pocilgas y se lo podrían montar de vicio como machos de abeja.
Primero reproduzco, resumido, algo de lo que me narró mi amigo y luego me marco unas reflexiones, con el permiso de ustedes. Pondré lo primero como si fuera en sus propias palabras:
“La chavala es de trato muy correcto, discreta y educada, no hay queja. Lo que se le pide lo hace, aunque se nota que no está acostumbrada a muchas labores del día a día, tales como fregar un plato, encender el fogón de una placa vitrocerámica o manejar el microondas, pese a que durante el curso universitario vive fuera de su casa. Comer, come de maravilla, con un saque prodigioso, igual que se vuelve loca con el vino y el brandy. Por supuesto, ni arregla ningún día su cama ni deja de tener sus ropas y objetos personales regados por el suelo de su habitación. El otro día nos fuimos los de la familia a pasar unos días en el campo y la dejamos a ella sola y feliz en la ciudad, pero por un problema que surgió de pronto, tuvimos que regresar bastante antes de lo previsto. Nos dimos un susto, pues parecía que nuestro hogar había sido tomado por alguna banda de desalmados. La nevera estaba abierta, con restos de comida deteriorándose dentro, los platos se amontonaban en el fregadero, en los baños se apilaban compresas usadas y salvaslips y parecía que no habían tirado de la cadena en todo ese tiempo. Pese a que era de día cuando entramos, las luces estaban encendidas en casi todos los recintos, la televisión hablaba sola a pleno volumen. Todo así. Nos dijo que no nos esperaba tan pronto y que se había despistado un poquito. Apareció en bragas y gritándole a alguien a través de su ordenador. De las viandas que le habíamos dejado, tales como filetes o huevos para freír, no había tocado nada, pero se había pulido casi todas las latas de conserva y los helados que quedaban en el congelador. No supimos qué decirle”.
Será éste un caso extremo, no digo que no. Pero el tono general me es familiar y me sorprende poco. La pregunta, en sus términos generales, merece un poco de atención: ¿por qué son tan descuidados y cochinos estos muchachuelos? Con las excepciones que correspondan, por supuesto, pero hablamos de tendencias generales y promedios.
Algunas respuestas posibles deben descartarse de mano. Por ejemplo, la de que se trate de rebeldía contra formas de vida que rechazan. Para nada. Cuando les pones en la mesa un confit de pato y un solomillo con foie se lo comen como campeones y sin citar ni a Marx ni a Bakunin, personajes de los que tampoco tienen mayor noticia, aun cuando estudien Políticas, Historia, Economía o Filosofía. Si en su casa hay tres asistentas y una interna para arreglarles las sábanas y limpiarles los baños, no protestan ni invocan la lucha de clases o el respeto al elemento multicultural, en modo alguno. Al contrario, encuentran de lo más natural que todo dios les sirva. Si en tu presencia se cae al suelo un tenedor o una servilleta, no hacen ademán de recogerlo antes que tú, salvo que te vean la furia en la mirada, en cuyo caso a lo mejor se levantan a buscar repuesto en el cajón, pero agacharse, no se agachan, no, por si acaso es pecado inclinarse ante lo que no sea un ordenador. Ni es rebeldía inconcreta ni es ideología precisa, es que son vagos y descuidados como demonios. Por regla general, insisto. Su hijo de usted no, ya sé; el mío tampoco.
Déjenme que les cuente yo un indicio mínimo, éste de mi estricta cosecha. Ya me he tropezado estos años con varios jovenzuelos y jovenzuelas que, ante mi ofrecimiento de una naranja a la hora del postre, la rechazaron con espanto. Le pregunté a cada uno: ¿No te gustan las naranjas? Y siempre me respondieron así: Sí me gustan, pero pelarlas es demasiado trabajo, no compensa. En un caso, el primero, seguí con mi interrogatorio: Entonces, ¿en tu casa no las comes? Respuesta: Sí, pero me las pela mi madre. Tócate los cojones. Esto último fue lo que yo pensé, aunque creo que no lo dije.
¿Por qué será, pues? Lanzo mi hipótesis: les falta formación. Entiéndaseme, no me refiero a lo que pedestremente se llamaba educación antaño, y tampoco tiene que ver con estudios y títulos. Lo que quiero decir es que, para su desgracia, no han tenido oportunidad de captar las satisfacciones que muchas veces se siguen del esfuerzo y los placeres elevados, sutiles, intensos, que proporciona el hacer las cosas con arte y algo de exquisitez. No quiero ni pensar cómo follará esta gentezuela, y discúlpeme el lector la procacidad. Me pongo en lo peor. Imagino que lo harán con el mismo prosaísmo con que se tiran un erupto o estornudan, porque toca y ya está. Son elementales hasta la náusea y simples hasta el sofoco. Si les parece esfuerzo insufrible lavarse la camiseta sucia o barrer las pelusilla de al lado de la cama, jamás van a descubrir el gusto que da cocinar despacio unas lentejas con jamón y luego comérselas en una mesa limpia y regándolas con un vino rico en una copa de cristal decente. Huy, qué agobio, te pareces a mi madre con esos rollos. Pero lo que cocina su madre -o su padre- bien que lo comen los cabrones, y cuando les cambian las sábanas no protestan, no. En mi casa en Ruedes, cuando era yo niño, también teníamos cerdos y no veas qué alegría les entraba cuando te veían aparecer con la comida suya. Pero tampoco cocinaban ni querían aprender a pelar patatas ni lograban entender que tú prefirieras los espacios algo más limpios. Pronto descubrí que eran poco dados al debate amistoso y que manejaban una lógica bastante simple. Como ahora.
No hemos hecho más que trasladar la pregunta un paso más atrás. Pues entonces hemos de saber por qué estos chavales tienen el refinamiento de los jabalíes y el buen gusto de las mofetas. A propósito, y de paso, se me olvidaba mencionar que algunos apestan. En más de un examen esta temporada he evitado, durante la labor profesoral de vigilancia, determinados pasillos entre pupitres, por el pestazo que salía de debajo de algún chándal o de alguna camiseta ceñida a los michelines. Es evidente que la ducha mañanera les supone un esfuerzo inasumible. Total para qué.
Los que aguantan este blog saben que voy de liberal individualista. Pero a lo mejor un día de estos me quito o empiezo con los matices. Pues el problema, creo, es que a estos jóvenes les ha faltado comunidad. Les ha faltado algo del papel tradicional, domesticador y formativo, de las instituciones comunitarias, la familia, la escuela, el barrio, lo que sea. Sí, han aprendido más o menos a leer o se han licenciado en cosas, han tenido dinero para viajar y les han regalado todas las nintendos de cada año, han visitado fiestas y frecuentado botellones, lo que queramos, pero nadie en ningún momento y en ningún lado los ha cogido y les ha dicho mira, majete, ahora recoges tu mierda o ahora ayudas a planchar o ahora te calientas tú la leche del cola-cao. Nadie. Nunca. De ahí que no sepan el placer que dan ciertas cosas, empezando por el trabajo concienzudo o el pasatiempo esforzado. Su lugar natural es el sofá y su postura particular la de la mano sobre las partes propias. Pero mano quieta, para no agotarse. Cuándo se inventará una máquina que te haga pajas, por favor, piensan.
Fijense que no digo que sean malos o dañinos, no es eso. Afirmo que son unos pobres desgraciados que no saben disfrutar de la vida. Porque el buen disfrute necesita entrenamiento, constancia, rigor y hasta un punto de orgullo, y estas criaturas se cansan, se agotan, ay, mamá, déjame. Que les den. Ellos se lo pierden. La putada es que, a este paso, en menos de nada volveremos a las cavernas y verás a qué precio se pone lo de Altamira.
Mala educación. "Mala" dicho no con intención normativa, sino como juicio pragmático. Poco eficaz.
ResponderEliminarHabrá movimientos más grandes que nosotros que los pongan en su sitio. La mayor parte de los estudios que voy leyendo advierten fundadamente que la presente generación joven occidental será la primera en 150-170 años (depende de los países), en tener menos renta disponible (tras ajustarla con todos los parámetros que suelen emplear los economistas para estas comparaciones) que la generación de sus padres. Algunos estudios van más allá, y dicen que también su esperanza de vida bajará, relativamente a la generación precedente.
El problema no son los zánganos, que poca pena me dan. El problema es que van a encajar el zurriagazo junto a ellos una porrá de chavales y chavalas estupendos de la misma generación - que yo sigo encontrando y conociendo, a pesar de los pesares.
Salud
Según leía tu artículo pensaba "siempre ha habido adoslecentes guarros, desordenados, con habitaciones intransitables y "alerones jumeantes", aunque todas las reflexiones que haces son tan de la generación adolescente actual que me tengo que callar.
ResponderEliminarEn cualquier caso lo que a mí me choca es que, como digo, si bien ha habido siempre esos adolescentes guarreras, lo que me impresiona de estos de ahora es que no les importe sacar su porquería fuera de casa. Me refiero a que antes, uno en su casa podía ser lo desordenado que fuera, pero cuando ibas de campamento, o a casa de amigos o de familiares, etc, la educación que te habían dado tus padres hacía que te "cortases" a la hora de ser así en casa ajena, y procurabas ayudar etc...
Yo también me siento muy vieja y muy desanimada con la sociedad que nos espera :(
Tenemos un par de generaciones perdidas,nada que hacer.Las venideras tendrán que espabilar,serán más creativas,tendrán su escala de valores más equilibrada y sacarán partido de ello.Sin duda.
ResponderEliminarLlevo unos días perpleja,Botín ingresa en un hospital público y disfruta de privilegios como si fuera una clínica privada. Y la gente ni lo comenta ni se inmuta, y si lo hace es para defender que es una persona ilustre y lo llaman MECENAS. ¿Serán más las generaciones perdidas?
Estoy asqueada, ojo.
¿La susodicha es francesa? Sólo curiosidad, oiga.
Un cordial saludo.
Me gusta mucho leer estas reflexiones sociológicas, porque me siento identificada con el autor, ya que yo misma me encuentro a veces haciéndome preguntas de este tipo. Espero que el autor me permita ofrecer mi versión, porque yo de temas jurídicos no entiendo, y de hijos y educación mucho menos, pero me encanta opinar. Este verano sin ir más lejos llegué a encontrar una respuesta , no del todo insatisfactoria, para mi duda de por qué son los chavales de hoy (extranjeros y nacionales) tan perezosos y cochinos. Mi respuesta, tras mucha meditación, fue que no lo son. Los que somos perezosos somos los padres. Esto va a sonar fatal, pero preguntándome si éramos nosotros diferentes y por qué nuestros cuartos estaban siempre listos y perfectos para inspección general, los cajones primorosos con los calcetines doblados y qué decir de esas camas con las sábanas estiraditas, -igualito que hoy, que sólo tienen que estirar el edredón-, pues digo yo, que no éramos tan limpios ni perfectos de natural, sino que nuestras madres nos echaban de la cama para limpiar los sábados y nos obligaban a hacernos la cama y si no la hacíamos, la hacían ellas. Y, en cambio, ¿qué ocurre hoy? Pues que si no se hacen la cama, la cama se queda sin hacer pensando que ya llegará el momento en que ellos mismos caigan en la cuenta de que dónde se pongan unas sábanas bien estiradas, etc. y la hagan ellos. Y resulta que a ellos eso les da lo mismo. Posiblemente a nosotros también nos habría dado, si nuestras madres no nos hubieran inculcado el sentido del deber y la limpieza. Yo recuerdo que a todo el mundo que salía al extranjero cuando yo era joven le parecía que las demás casas, sobre todo si estaban desordenadas, eran un símbolo de libertad, comparados con la tortura que exigía la extrema pulcritud nacional (aunque una cosa es desordenada, y otra sucia). Cuando las madres empezaron a trabajar fuera de casa, o contrataban a alguien para hacer las tareas domésticas, o estaban demasiado cansadas para discutir con los hijos (los padres, creo que hasta hace poco, contaban más bien poco a la hora de poner orden en la disciplina higiénica de los hijos, ¿o me equivoco?). Así, las costumbres se fueron relajando y los españoles pareciéndonos cada vez más a los de los demás países. O sea, que mi respuesta es que no es que los chavales sean más guarros, si no que los padres hemos dejado de ejercer nuestra "autoridad" porque eso requiere mucho tiempo y esfuerzo y además coarta sus libertades, etc. Que eso puede llevar a un retroceso en nuestra educación y conducta cívica (e higiénica), pues me temo que sí. Yo, la verdad, cada vez me parezco más a mi madre y aunque ande a carreras todo el día y cuando estoy en casa me tiente más leer un buen libro o ver una peli, o meterme de cabeza en el ordenador, me esfuerzo porque los pelos de mis queridos descendientes están rechinantes de limpios, aunque a la edad que tienen ya no me puedo meter en la ducha con ellos para asegurarme de cómo los lavan, y procuro que tengan la cama hecha y la habitación recogida y eso sí, la inspección después no se la quita nadie. Una de dos, cuando se independicen y se liberen de mi tortura, o se vuelven hippies (o lo que toque) como reacción, o salen limpios como una patena y obsesionados con el orden. Aunque entre los dos extremos, la verdad es que no sé con cual me quedo.
ResponderEliminarPor cierto, ¿es cosa sólo de los jóvenes? Pongamos un escenario en el que un señor se queda en casa solo unos días, sin supervisión de la esposa, limpiadora, ni nada parecido. Llega la esposa por sorpresa, ¿sería posible imaginar el mismo escenario que el descrito por el autor sólo que en lugar de una joven extranjera nos hallamos ante un señor maduro (fregadero lleno, cama sin hacer, todo esparcido por doquier, cervezas por todos lados, cuarto de baño de pena, abrir la puerta en calzoncillos tras una fiesta con los amigotes)? ¿y a quién se le echa la culpa entonces?
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con su reflexión. Pero yo tengo la solución, por partida doble:
ResponderEliminar1- Un mes a vendimiar ajeno en Francia (en España les seguiría haciendo las cosas mamá).
2- Otro mes a coger cebollas.
Ambos en vacaciones, antes de que emipiece el curso, por supuesto, veríamos como se les quitan las tonterías de la cabeza...
Un cordial saludo,
Juan Pablo L. Torrillas
¿ Máquina de hacer pajas ? Uff..demasiado esfuerzo. El otro día me pareció ver por ahí una plataforma de apoyo a la reproducción asistida para todo el mundo.
ResponderEliminarEl método consiste, en resumidas cuentas en que un profesional viene a tu casa ( ir a la consulta sería demasiado esfuerzo ) te sacan a tí los espermatozoides, y a tu mujer un óvulo ( aún se está investigando la versión homosexual de esto ), lo convierten por arte de magia en un zigoto, lo desarrollan etc..Y! lo más importante, cuando la creación está terminada directamente te la educan, llega cenada a casa y todo...
Muy bien descrito,.... pobres inutiles merecidos, que recibieron todo, incluido amor,..... pero el que la hace la paga.....les va a llegar el momento y sera mucho mas duro y dificil, mal por ellos, porque yó no voy a estar aqui viendo lo que les pasa..
ResponderEliminarEl Médico de Familia inglés, Ronald Gibson, comenzó una conferencia sobre conflicto generacional, citando cuatro frases:
ResponderEliminar1) "Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos."
2) "Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país, si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible."
3) "Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos."
4) "Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura."
Después de enunciar las cuatro citas, el Doctor Gibson, observaba como gran parte de la concurrencia aprobaba cada una de las frases. Aguardó unos instantes a que se acallaran los murmullos de la gente comentando lo expresado y entonces
reveló el origen de las frases, diciendo:
La primera frase es de Sócrates (470-399 A.C.)
La segunda es de Hesíodo (720 A.C.)
La tercera es de un sacerdote (2000 A.C.)
La cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (actual Bagdad) y con más de 4000 años de existencia;
Y ante la perplejidad de los asistentes, concluyó diciéndoles:
Señoras Madres y Señores Padres de familia:
RELÁJENSE, QUE LA COSA SIEMPRE HA SIDO ASÍ...