Me hallo verdaderamente conmovido por el rasgo de ternura hacia los animales puesto de manifiesto hace unos días por un grupo de diputados del Parlamento catalán. Solo elogios merecen estos animosos abogados del débil que nos evocan la figura central de nuestra literatura, el febril hidalgo don Quijote, aquel esforzado defensor de doncellas e intercesor en todas las injusticias del mundo.
Solo que ya puestos, y si de amparar animales se trata, les quedan a estos parlamentarios algunos asuntillos por arreglar. En un reciente viaje a Barcelona he podido visitar su zoo donde viven unos animalitos entrañables que, probablemente, si les dejaran, se largarían de la Ciudad condal -tan acogedora para cualquiera de nosotros- a la velocidad que les permitieran sus patas.
Pues, de verdad, díganme ustedes señores diputados ¿qué pinta en Barcelona un elefante africano? Este gigantesco animal necesita un ambiente que no es el fino que allí se le proporciona sino la compañía de muchos más elefantes, rudos como él mismo, y además precisa desplazarse cientos y cientos de kilómetros a la busca de juerga elefantil, aireada, al sol de los sanos anhelos proboscidios. En Barcelona, se halla aherrojado y ¿para qué? Para que se diviertan cuatro niños burguesitos que le miran distraídos mientras el papá les hace una foto. De verdad ¿alguien cree que esto es vida para un elefante serio que se ha cuidado de tener su trompa en condiciones y tiene toda su mala lecha intacta, tal como la trajo de aquella selva oscura e inmortal que le vio nacer?
Pues ¿y el panda rojo? Un animalito como este, que necesita un delicado bosque de bambú y vivir en China o en las anfractuosidades del Himalaya, lo recluyen en Barcelona, en el Parque de la Ciudadela, sin miramiento alguno. Es verdad que allí se advierte el paso de Gaudí, de aquel gran terco, magnífico en sus alucinaciones, pero es que a él, al panda rojo, Gaudí le importa un pito y luego esos visitantes que le importunan, tan cargantes ellos, especialmente los domingos cuando vienen de misa encantados de haber hecho la caridad con los desvalidos, pero con él, con el panda rojo, nada, en él no ven sino un simple bicho, sin pasado y sin más futuro que seguir en Barcelona mientras él sueña con sus bosques y con poder cantar en ellos la alabanza sempiterna de sus umbrías ...
Al león, huracán de la selva, torrente de valentía que reluce en las forestas, ojos tan serenos como amenazantes, forjado en el yunque de un dios remoto y bravo, lo reducen en el zoo a la condición de cabeza de ganado doméstico, y, como en el verso de Ausiàs March, “haciéndole creer en el indulto / lo llevan a morir sin un recuerdo”.
¿Y el guepardo o el cocodrilo del Nilo? ¿qué hacen en Barcelona si ellos no pueden leer ni a Pla, ni a Marcé ni a Eduardo Mendoza?
Con modestia sugiero a estos sentimentales parlamentarios catalanes que formen un comando para liberar a un animal maltratado del zoo de Barcelona. Y decidan por votación nominal y secreta con qué ejemplar van a empezar. Propongo que sea el elefante de África porque es tan grandote, tan buena persona, y se halla tan necesitado de amigotes y francachelas ...
Y después deben librar de sus cadenas a los demás pues no son como los galeotes malvados que ultrajaron a don Quijote tras haberse batido por ellos sino que les guardarán reconocimiento y harán erigir estatuas en su honor allá en las lejanías de sus montañas, de sus ríos y de sus selvas.
Es verdad que las arcas públicas perderán los buenos dineros que proporcionan las entradas de los visitantes del zoo. Pero, cuando se cuenta con una identidad nacional poderosa, no será difícil encontrar fondos supletorios.
Solo que ya puestos, y si de amparar animales se trata, les quedan a estos parlamentarios algunos asuntillos por arreglar. En un reciente viaje a Barcelona he podido visitar su zoo donde viven unos animalitos entrañables que, probablemente, si les dejaran, se largarían de la Ciudad condal -tan acogedora para cualquiera de nosotros- a la velocidad que les permitieran sus patas.
Pues, de verdad, díganme ustedes señores diputados ¿qué pinta en Barcelona un elefante africano? Este gigantesco animal necesita un ambiente que no es el fino que allí se le proporciona sino la compañía de muchos más elefantes, rudos como él mismo, y además precisa desplazarse cientos y cientos de kilómetros a la busca de juerga elefantil, aireada, al sol de los sanos anhelos proboscidios. En Barcelona, se halla aherrojado y ¿para qué? Para que se diviertan cuatro niños burguesitos que le miran distraídos mientras el papá les hace una foto. De verdad ¿alguien cree que esto es vida para un elefante serio que se ha cuidado de tener su trompa en condiciones y tiene toda su mala lecha intacta, tal como la trajo de aquella selva oscura e inmortal que le vio nacer?
Pues ¿y el panda rojo? Un animalito como este, que necesita un delicado bosque de bambú y vivir en China o en las anfractuosidades del Himalaya, lo recluyen en Barcelona, en el Parque de la Ciudadela, sin miramiento alguno. Es verdad que allí se advierte el paso de Gaudí, de aquel gran terco, magnífico en sus alucinaciones, pero es que a él, al panda rojo, Gaudí le importa un pito y luego esos visitantes que le importunan, tan cargantes ellos, especialmente los domingos cuando vienen de misa encantados de haber hecho la caridad con los desvalidos, pero con él, con el panda rojo, nada, en él no ven sino un simple bicho, sin pasado y sin más futuro que seguir en Barcelona mientras él sueña con sus bosques y con poder cantar en ellos la alabanza sempiterna de sus umbrías ...
Al león, huracán de la selva, torrente de valentía que reluce en las forestas, ojos tan serenos como amenazantes, forjado en el yunque de un dios remoto y bravo, lo reducen en el zoo a la condición de cabeza de ganado doméstico, y, como en el verso de Ausiàs March, “haciéndole creer en el indulto / lo llevan a morir sin un recuerdo”.
¿Y el guepardo o el cocodrilo del Nilo? ¿qué hacen en Barcelona si ellos no pueden leer ni a Pla, ni a Marcé ni a Eduardo Mendoza?
Con modestia sugiero a estos sentimentales parlamentarios catalanes que formen un comando para liberar a un animal maltratado del zoo de Barcelona. Y decidan por votación nominal y secreta con qué ejemplar van a empezar. Propongo que sea el elefante de África porque es tan grandote, tan buena persona, y se halla tan necesitado de amigotes y francachelas ...
Y después deben librar de sus cadenas a los demás pues no son como los galeotes malvados que ultrajaron a don Quijote tras haberse batido por ellos sino que les guardarán reconocimiento y harán erigir estatuas en su honor allá en las lejanías de sus montañas, de sus ríos y de sus selvas.
Es verdad que las arcas públicas perderán los buenos dineros que proporcionan las entradas de los visitantes del zoo. Pero, cuando se cuenta con una identidad nacional poderosa, no será difícil encontrar fondos supletorios.
De acuerdo con casi todo, excepto con la parte de los réditos obtenidos por los zoológicos (zoo???). Salvo que estemos hablando de algunos zoo (ahora sí) gringos en los que hay visitantes todos los días y a toda ahora, dudo mucho que los ingresos por la compra de tickets sirva siquiera para mantener alimentados, cuidados y limpios a estos animales.
ResponderEliminarMe parece que en la actualidad no se justifica la existencia de los zoológicos. No por la mentada apuesta por los derechos de os animales (me viene y me va porque parece más un ícono progre carente de fundamento, pero ese es otro tema), sino por su propia inutilidad.
Me explico: considero que los zoológicos no cumplen su supuesto fin educativo y de entretenimiento. Por el estado en cautverio en que se encuentran, los animales del zoológico suelen estar enfermos, retraídos, ensimismados, poco expresivos, cuando no malhumorados. Tal es el panorama al que se suelen enfrentar los visitantes a un zoológico. La pregunta cae por su propio peso: ¿qué entrenimiento se puede esperar de esto?, ¿que aprenden los niños de ello? Si ni entretienen ni enseñan nada, por qué existen? (me refiero a los zoológicos, claro está).
Creo sinceramente que esta función educativa puede ser fácilmente suplida por algo llamado animatronics. Se trata de máquinas electrónicas zoomorfas que con esforzado realismo imitan casi a la perfección las características y el comportamento de los más diversos animales.
Evidentemente, si se desea cumplir con su función educativa (y no sólo circense) la construcción de estos aparatos sofisticados debe hacerse con sumo cuidado, con el asesoramiento tecnológico y científico debido, a fin de que el resultado final sea una copia fiel del animal real (en carne y hueso) que representan. Y no me refiero solamente al aspecto físico, sino también en comportamiento, funciones básicas, y un largo etcétera. Incluso, podemos aprender más de ellos que de los animales reales, incluso si estos ya no existen; basta para ello recordar la internacionalmente famosa exposición de dinosaurios. Esta fue producto de años de investigación no solo naturalista, sino también tecnológica.
Estoy absolutamente seguro que nuestros hijos aprenderán mas, y se entretendrán mejor, con los animatronics de la fauna mundial, sin necesidad de los cautiverios de los que habla y condena con razón Sosa Wagner, que solo sirven para gastar dinero y justificar sueldos.
Y del caracol catalán nadie se acuerda?
ResponderEliminarYo también estoy de acuerdo, las colecciones zoológicas me parecen un anacronismo decimonónico. Curiosamente, hoy en día tienen un relativo auge las colecciones zoológicas privadas, como exhibición del propio poder (son famosas las de Pablo Escobar en Colombia, o las de algunos camorristas de tronío del clan de los casaleses, en el Casertano italiano) - lo cual no es que lo diga todo, pero sí dice bastante. Tenían una justificación pedagógica (difícil de sostener desde cuando tenemos medios audiovisuales, que me parecen la alternativa más sencillita para gozar de las maravillas de otras partes del mundo). Otras pseudojustificaciones (protección de especies en peligro) son un sinsentido - lo que hay que proteger es su hábitat. Y hoy en día estamos, afortunadamente, de vuelta del gusto por el exotismo - quien quiera interesarse por la naturaleza, encuentra en nuestro país oportunidades botánicas, ornitológicas o entomológicas de primer orden, difíciles de igualar en el continente (excepto en los Balcanes, que mientras no se arruinen nos llevarán ventaja en ese terreno).
ResponderEliminarCreo que el planteamiento de los derechos de los animales, en efecto, está mal expresado (dicho sea entre paréntesis, la absolutización de los derechos humanos encuentra algunos problemas parecidos). Mi punto de vista es que el buen tratamiento de los animales es una cuestión, sobre todo, de dignidad humana, tanto individual como social. Considero un indicador de buena calidad social, menos suficiente que necesario, la prevención y contención del sufrimiento animal, en todas sus dimensiones, desde la vivisección al transporte a los mataderos, o el uso de animales para la experimentación clínica, pasando por la caza y llegando a la agresión a los ambientes naturales (quizás, hoy en día, la fuente de sufrimiento mayor en absoluto). Bienvenido pues el carpetazo a los toros ya actúado en Canarias y Catalunya, folclores nacionalistas aparte, y esperemos que se vaya extendiendo. A mí me viene el horror a la pseudofiesta de mi abuela materna, archirequetesevillana ella, que refería, como recuerdo de su primera juventud, que cuando la matanza de caballos de picar excedía las reservas de la plaza, salían los empleados a donde esperaban los carruajes del público (entonces de caballos), billetes en mano, a comprar nuevos pencos que destripar obscenamente en público para alimentar con sus tripas reventadas, mezcladas con algún que otro vomitillo de sangre de toro, dicho nobilísimo espectáculo cultural, reflejo de nuestras más preciadas tradiciones, y depositario de nuestros más elevados valores estéticos.
Me enorgullezco moderadamente de no haber pisado jamás una taurinada; cuando huéspedes extranjeros me han dicho que querían hacerlo, los he acompañado a la plaza y esperado fuera leyendo. Tras lo cual he confortado su malestar y su disgusto, cuando han salido. Han celebrado saber que las estadísticas muestran que la proporción de población española interesada ya es baja, y que sigue disminuyendo continuamente. A mi modo de ver, la simple evolución demográfica, que ya se ha llevado por delante numerosas absurdeces sociojurídicas, barrerá también los toros y los zoológicos al rincón de los sinsentidos de un tiempo que fue.
Salud,
Me encanta su escrito Sr. Sosa, no sabe Vd. la satisfacción que me queda después de leer su opinión al respecto de los animales, y sobre todo porque proviene de un eurodiputado perteneciente a UPyD. Nosotros los animalistas, entre los cuales me encuentro, celebramos la abolición de las torturas en las plazas de toros de Cataluña, pero no es esa nuestra única batalla y, entre otras muchas, también esta la abolición de los zoo, donde se mantiene a los animales en unas condiciones de prisión, sin la libertad que precisa todo ser vivo. Los animales al igual que las personas necesitan el alimento de la libertad en su medioambiente, y si son domésticos, con todos los derechos de convivencia en la vida familiar. Ahora me encuentro mas a gusto en UPyD y reenviare su opinión a todos mis contactos de las asociaciones animalistas.
ResponderEliminarjajaja
ResponderEliminarSiendo eurodiputado,convendrás conmigo que es una forma de desvíar la atención. Una estratagema de mediocres, políticos mediocres, claro.
Un cordial saludo.