(Publicado ayer, jueves, en El Mundo de León)
¿Por qué nos hemos vuelto tan ordinarios? Zafios, vocingleros, bastos… Además, poco fiables por lo general. Estafar al conocido, al cliente y hasta al amigo no se considera deshonroso, pensamos que es más despierto y que tiene mayor gracia el que da el palo, el que anda a la que salta, el que te sonríe mientras te roba la cartera.
Viernes. Nos vamos de cena familiar a un restaurante de las afueras. Ocho personas. Viene el dueño a atendernos y nos vende con gran arte el menú y algunos mariscos. Dice que estos son fresquísimos, vivos hasta hace nada más que un rato. Picamos, claro. No que tomemos marisco para picar, que también, sino que nos creemos la patraña. Llegan a la mesa las viandas. Al hincar el diente en algunas piezas, resulta que están medio congeladas. Duras y frías como este invierno. Se informa al camarero, que se lleva unas cuantas nécoras. Pasa el tiempo. Que dónde se han ido las nécoras, preguntamos. Pues que no tenían más, nos responden. Eso sí, un trozo de una aparece dentro del carro de un centollo. No es barato el sitio. Va a volver a comer ahí su tía. Luego se quejarán de la crisis y dirán que la culpa de todo la tienen los especuladores.
En la mesa de al lado cena un grupo de jóvenes, chicos y chicas. Hablan a voces, alborotan. Parecen salidos de la telebasura. Sus chistes los oye todo el comedor. Son toscos. Como su aspecto, sus modales, su indumentaria, todo. Gritan y gritan y por doquier les asoman grasas y pelajos.
¿Qué nos ha pasado? Posiblemente ya nadie en ninguna parte explica ni a pequeños ni a mayores que se vive más gratamente con algo de elegancia, que la cortesía nos diferencia de las bestias, que entre hablar y mugir va alguna distancia, que por el gesto, el porte y hasta la forma de mirar se distingue a un ser humano de un cochino listo para el sanmartín.
Quién sabe, a lo mejor después de la crisis y de tocar fondo volvemos a entrar en razón, dejamos de actuar como gañanes soberbios, nos depilamos un poco el pelo de la dehesa. O no, o nos quedamos así y nos convertimos en parque natural lleno de especies pintorescas y vienen a vernos los extranjeros, igual que se va al zoo o para imaginar cómo serían de finos los pobladores de las cuevas de Altamira.
Viernes. Nos vamos de cena familiar a un restaurante de las afueras. Ocho personas. Viene el dueño a atendernos y nos vende con gran arte el menú y algunos mariscos. Dice que estos son fresquísimos, vivos hasta hace nada más que un rato. Picamos, claro. No que tomemos marisco para picar, que también, sino que nos creemos la patraña. Llegan a la mesa las viandas. Al hincar el diente en algunas piezas, resulta que están medio congeladas. Duras y frías como este invierno. Se informa al camarero, que se lleva unas cuantas nécoras. Pasa el tiempo. Que dónde se han ido las nécoras, preguntamos. Pues que no tenían más, nos responden. Eso sí, un trozo de una aparece dentro del carro de un centollo. No es barato el sitio. Va a volver a comer ahí su tía. Luego se quejarán de la crisis y dirán que la culpa de todo la tienen los especuladores.
En la mesa de al lado cena un grupo de jóvenes, chicos y chicas. Hablan a voces, alborotan. Parecen salidos de la telebasura. Sus chistes los oye todo el comedor. Son toscos. Como su aspecto, sus modales, su indumentaria, todo. Gritan y gritan y por doquier les asoman grasas y pelajos.
¿Qué nos ha pasado? Posiblemente ya nadie en ninguna parte explica ni a pequeños ni a mayores que se vive más gratamente con algo de elegancia, que la cortesía nos diferencia de las bestias, que entre hablar y mugir va alguna distancia, que por el gesto, el porte y hasta la forma de mirar se distingue a un ser humano de un cochino listo para el sanmartín.
Quién sabe, a lo mejor después de la crisis y de tocar fondo volvemos a entrar en razón, dejamos de actuar como gañanes soberbios, nos depilamos un poco el pelo de la dehesa. O no, o nos quedamos así y nos convertimos en parque natural lleno de especies pintorescas y vienen a vernos los extranjeros, igual que se va al zoo o para imaginar cómo serían de finos los pobladores de las cuevas de Altamira.
Es lo que hay. Todo viene de un profundo déficit de educación en todos los aspectos de la vida, pero mientras se siga sosteniendo por algunos que el único problema de la enseñanza es la falta de medios y no se diagnostique el principal problema el asunto carece de solución.
ResponderEliminarEs imprescindible indicar, aunque sea con unas pistas suficientes, de qué establecimietno se trata. Así conocerán el Poder de este blog y de sus amigos.
ResponderEliminarPartiendo de la evidencia de que en la escuela no se debe enseñar eduación, digamos, del día a día. Propongo una escuela para los padres, nos ahorraremos miles de encontronazos con necios, chulos y maleducados.
ResponderEliminarjajajaja. Pero, dónde te has metido a cenar? no has investigado ni un poquito, a pesar de que ibas con la familia? no sabes qué es el trabajo de campo? jajajaja. muy caro no debía de ser si los jóvenes se comportaban así o a lo mejor ya estaban muy borrachos. Con lo cual es un problema de sincronización.
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