(Lo envié anoche a El Mundo de León y saldrá mañana. Lo anticipo aquí hoy, aunque resulte un poco repetido para los amigos del blog, pues no me queda tiempo para escribir más nada: tengo fiesta de día completo. Mañana resaca, al tiempo).
Hace unos días se celebró reunión del claustro de nuestra universidad leonesa. El rector, a quien tengo por amigo y hombre honesto, informó de cómo marcha por aquí la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior, lo que ordinariamente se conoce como sistema de Bolonia. Nos regaló abundantísimas cifras, numerosos gráficos, variopintas estadísticas. Es lo que se lleva en estos tiempos en que el número ha desplazado a la letra y la vana aritmética a la retórica con sustancia. Cuando ante nuestras razones cualquiera va y nos suelta ratios, índices, porcentajes y siglas, muchas siglas para iniciados y pedantes, sólo nos queda poner cara de póquer y hacer mutis con el rabo entre las patas. Ya ni comerte un cocido puedes sin que alguien te aplique la tasa de fallecidos anuales por sobredosis de grasas e hidratos, fumar se ha tornado clandestino desafío a la estadística cancerígena y hasta el amor lo hacemos ahora con un ojo puesto en el Código Penal y el otro en las posturas de género. Sea en lo uno o en lo otro, hoy ya sólo gozan los contables y los censores, medran los vacuos, prosperan los atorados.
Una cosa sí entendí cabalmente, creo. Desde ministerios, consejerías, variadas y polimorfas agencias evaluadoras, rectorados y gabinetes de expertos nos mirarán con lupa a los profesores. Nuestra será la culpa si un día se suprimen titulaciones, se clausuran centros o se altera el orden políticamente correcto. ¿Van a comprobar si nos mantenemos al tanto de las publicaciones últimas, de las teorías innovadoras, de los descubrimientos recientes? No, no es eso. ¿Se pretende expurgar de los claustros a los docentes indocumentados, reprimir a los zánganos, alentar a los capaces? No, tampoco es eso.
¿Entonces? Pues que no debemos suspender a nadie, que tenemos que aprobar a todo el que se deje, ya que en caso contrario se considerará que fracasamos todos, las instituciones y sus profesionales, la comunidad autónoma, el país y hasta el lucero del alba. Tal cual. La calidad muta en cantidad, la excelencia se calcula al peso. Se quiere hacer rebaño y se buscan pastores dóciles. Para que tengamos muchos parados con título y quedemos guapos en las bobas estadísticas que devoran los lerdos.
Una cosa sí entendí cabalmente, creo. Desde ministerios, consejerías, variadas y polimorfas agencias evaluadoras, rectorados y gabinetes de expertos nos mirarán con lupa a los profesores. Nuestra será la culpa si un día se suprimen titulaciones, se clausuran centros o se altera el orden políticamente correcto. ¿Van a comprobar si nos mantenemos al tanto de las publicaciones últimas, de las teorías innovadoras, de los descubrimientos recientes? No, no es eso. ¿Se pretende expurgar de los claustros a los docentes indocumentados, reprimir a los zánganos, alentar a los capaces? No, tampoco es eso.
¿Entonces? Pues que no debemos suspender a nadie, que tenemos que aprobar a todo el que se deje, ya que en caso contrario se considerará que fracasamos todos, las instituciones y sus profesionales, la comunidad autónoma, el país y hasta el lucero del alba. Tal cual. La calidad muta en cantidad, la excelencia se calcula al peso. Se quiere hacer rebaño y se buscan pastores dóciles. Para que tengamos muchos parados con título y quedemos guapos en las bobas estadísticas que devoran los lerdos.
Este artículo
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/sociedad/estudiar/elpepisoc/20101228elpepisoc_1/Tes
de El País quizá sirva para completar el panorama universitario español que dibujas en tu artículo
Se equivoca: la idea no es tener parados con titulo, es tener titulados que trabajen a precio de saldo, ante la amenaza del paro.
ResponderEliminarBueno, o eso creo yo.