Esta mañana he debutado en lo de Bolonia. Pero en lugar de notarme en un espacio muy europeo y de educación la mar de superior, me sentí donde siempre. Será por la globalización, pero no he conseguido captar la diferencia entre Bolonia y Santovenia de la Valdoncina, que es un pueblaco de aquí al lado. Y no es porque no me vaya a aplicar con esmero a la innovación docente, no es eso. Hasta he aprendido ya a manejar el moodle y creo que me está gustando. No sé qué va a ser de mí a este paso.
Será Bolonia, será, pero en mi aula (asignatura de segundo semestre de primer curso) había ciento y pico alumnos. Debe de haber matriculados ciento cincuenta y, como algunos ya se habrán quitado de en medio y otros tendrían manicura este mediodía, pues pongamos que estaban ciento quince o así. Si no he entendido mal las instrucciones de los patanes con carguete, debo tratarlos muy personalmente, “tutorizarlos” de tú a tú y evaluarlos de continuo. Como si fueran veinte, vamos. Pero son más de cien. Hasta habrá quien pretenda que les ponga un ejercicio de redacción cada día y que me los lea todos, como si no hubiera novelas mejores o uno tuviera voto de castidad. Pues no. Si la universidad quiere bolonios, que se moje el culo. Servidor va a cumplir, desde luego que sí pero sin actos de esos que los pedantes llaman supererogatorios. Y cuando digo cumplir, me refiero a explicar lo más y mejor que se pueda, a evaluar con seriedad y a calificar con rigor, aunque se caiga Bolonia en pleno. Ya sé que el propósito de la reforma pedapija es instaurar el aprobado general, pero para eso que den las clases los rectores o su puñetera mamma.
Tampoco es para sentir nostalgias de los sistemas de antaño. Uf. Me he puesto a pensar en mi propia carrera y da miedo hasta el recuerdo. Si aquello era explicar Derecho, yo soy el hijo de Gadafi. Con dos o tres excepciones, de acuerdo. Pero la gran mayoría de los profesores, unos perfectos petardos, unos pesados sin paliativos, unos engreidos recitadores de sus memorias de oposiciones, concepto, método y fuentes y para los demás temas, que eran casi todos, manual y tente tieso. Ni un ejemplo decente, ni una gracieta para desengrasar la dogmática indigesta, ni un gesto para mostrar que eran en verdad humanos y no esfinges estreñidas.
Lo que pasa es que ahora las reformas pretenden hacerlas con los mismos sujetos o con sus herederos, y cuando nos presentan alternativas nos traen de muestra a media docenas de pedagogos que parece que van al concurso de ologofrénico del año.
Esto no tiene maldito arreglo. Tendría que correr sangre y no es plan. Tampoco se puede torturar a los colegas y hasta las críticas se ven con malos ojos. Pues que cada uno haga lo que pueda y a los rectores que les den por su área afín.
Será Bolonia, será, pero en mi aula (asignatura de segundo semestre de primer curso) había ciento y pico alumnos. Debe de haber matriculados ciento cincuenta y, como algunos ya se habrán quitado de en medio y otros tendrían manicura este mediodía, pues pongamos que estaban ciento quince o así. Si no he entendido mal las instrucciones de los patanes con carguete, debo tratarlos muy personalmente, “tutorizarlos” de tú a tú y evaluarlos de continuo. Como si fueran veinte, vamos. Pero son más de cien. Hasta habrá quien pretenda que les ponga un ejercicio de redacción cada día y que me los lea todos, como si no hubiera novelas mejores o uno tuviera voto de castidad. Pues no. Si la universidad quiere bolonios, que se moje el culo. Servidor va a cumplir, desde luego que sí pero sin actos de esos que los pedantes llaman supererogatorios. Y cuando digo cumplir, me refiero a explicar lo más y mejor que se pueda, a evaluar con seriedad y a calificar con rigor, aunque se caiga Bolonia en pleno. Ya sé que el propósito de la reforma pedapija es instaurar el aprobado general, pero para eso que den las clases los rectores o su puñetera mamma.
Tampoco es para sentir nostalgias de los sistemas de antaño. Uf. Me he puesto a pensar en mi propia carrera y da miedo hasta el recuerdo. Si aquello era explicar Derecho, yo soy el hijo de Gadafi. Con dos o tres excepciones, de acuerdo. Pero la gran mayoría de los profesores, unos perfectos petardos, unos pesados sin paliativos, unos engreidos recitadores de sus memorias de oposiciones, concepto, método y fuentes y para los demás temas, que eran casi todos, manual y tente tieso. Ni un ejemplo decente, ni una gracieta para desengrasar la dogmática indigesta, ni un gesto para mostrar que eran en verdad humanos y no esfinges estreñidas.
Lo que pasa es que ahora las reformas pretenden hacerlas con los mismos sujetos o con sus herederos, y cuando nos presentan alternativas nos traen de muestra a media docenas de pedagogos que parece que van al concurso de ologofrénico del año.
Esto no tiene maldito arreglo. Tendría que correr sangre y no es plan. Tampoco se puede torturar a los colegas y hasta las críticas se ven con malos ojos. Pues que cada uno haga lo que pueda y a los rectores que les den por su área afín.
Me muero de ganas de saber qué narices es eso del moodle.
ResponderEliminarAnónimo, yo en moodle sólo he utilizado el agregar archivos. vaya, que es lo mismo de siempre. No hay nada raro que no vaya nadie saber hacer. Y sobre Bolonia, pasa como todo que habrá período de adaptación pero a mí si me parece estupendo que el título sea como la moneda. Es muy atractivo, más para los que tiene pasta que pueden moverse más. Pero incluso a mí, me parece atractivo tener un título de validez europea. Mi objetivo es cursar un master el año que viene por supuesto ya sería del espacio europeo... Tenemos que esperar unos años para ver cómo evoluciona, lo demás es arriesgar opinando.
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