Voy a describir los hechos tal cual, aunque saque al protagonista con los ojos velados, como en esos periódicos donde reconoces perfectamente a tu vecino presunto, pues no hay en todo el barrio otro con unas bermudas así ni con esos pelillos sobaqueros. Será inútil mi tonta prudencia, pues alguien se me molestará de todos modos: el protagonista real y otros cinco que se darán por aludidos aunque no vaya por ellos. Todo sea por la patria.
Hace unos cuantos días me encontré en un tren con un profesor al que conozco de tiempo ha. Se acreditó para catedrático hace un par de años o así y ya usa y disfruta la correspondiente plaza en su universidad. Me alegro por él. Llegar le costó unos cuantos revolcones en concursos diversos y habilitaciones. Por lo común, ninguno de los que ha pasado por tan duro trance te dice lo de que vaya faena que había otros candidatos mejores, o que estuvo flojito el día de las pruebas, o que iba nada más que a foguearse porque no se consideraba todavía maduro para esa empresa. No, todos han sido víctimas de cósmicos agravios y conspiraciones universales. Al creyente lo discriminaron por culpa de su fe y al ateo por no ir a misa, al de izquierdas por rojo y al derechoso por contaminar; todos vienen, heridos, de la injusticia y cada uno ha padecido la fechorías de cada sistema, menos uno, y de todos los colegas malditos, menos uno: el sistema con el que triunfaron y el o los colegas últimos que, conocidos o no, los evaluaron positivamente al fin. El bebé no se huele su propia caca, o no le molesta; decía Freud que hasta disfruta, pero no me acuerdo de por qué era.
Le pregunté al buen hombre que cómo le iba y no tardé ni un minuto en arrepentirme. Me contó que muy bien, y me lo contó por extenso, sin respirar y sin acordarse antes de preguntarme que qué tal yo por casa y cómo marcha la familia. No, catapún, puso el disco y me soltó el recital completo. Resumo de modo muy esquemático:
1. Que hay mucho hijoputa en estas asignaturas y que yo bien lo sabré. Te quedas con la duda sobre la intención, quizá de hacernos cómplices, quizá de ponerme en la cola para el Averno, pero sigues con la mueca de sonreír porque ya te estás preguntando quién te manda ser amable con los desharrapados.
2. Que ahora sí que es feliz, pues, por primera vez en su vida y en este oficio, tiene buenos asideros y magníficos cargos. Como no le pregunté cuáles, pues me había quedado medio absorto mirando los muslos gigantescos de una de Reus que iba en el asiento de al lado -sé que era de Reus y sé muchas más cosas porque se pasó el viaje contando su vida a los de enfrente o a los que llamaba por teléfono; ya ven qué viaje, entre gordas facundas y cátedros histéricos-, me lo contó por propia iniciativa. Me dijo: “Ahora estoy en la ANECA y en la ANEP”. Se quedó mirándome con una ceja levantada, cual si fuera la suya una valía de presidente cazurro, y yo empecé a lamentar que nunca hubiera leído este blog ni el de Faneca. Mucha gente ya se corta de decirle a uno determinadas cosas, por si luego voy y las casco; como así ocurre.
Me puse a pensar qué cargos serían esos en tan altas instituciones de la academia y la macadamia. Pero, como otra vez tardaba en preguntarle, empezó a darme las explicaciones pertinentes, henchido e hinchado. “Ahora me mandan de la ANEP proyectos para evaluar y estoy de evaluador de acreditaciones en la ANECA”.
Los cargos eran esos. Ya ves. A media humanidad -o a más de la mitad de los cátedros y titulares con algún sexenio- les suele mandar la ANEP proyectos de investigación para evaluar, y para lo de la ANECA piden voluntarios y luego hay un sorteo, como para las tómbolas y lo de la muñeca Chochona de cuando las verbenas en los pueblos. No digo que esté bien ni mal ser evaluador de tal o cual cosa, líbrenme los dioses y ya he confesado a veces que yo de adolescente me masturbaba y que ahora, cuando no aguanto más, evalúo. Pero no sabía que eso era tener un cargo y que había que estar así de contento. Debió de notarme la perplejidad mi feliz interlocutor, pues añadió un nuevo dato, crucial:
3. “Ahora soy yo el que tiene poder y verás cómo me respetan”.
Me miró retador. Yo me fui al baño un rato. Al volver, me desvié hasta el bar del tren para tomar una cerveza a morro. Cuando regresé al asiento, seguía allí y me sonreía, sobrado. Se relamía con su bífida lengüita. Me puse a comentarle detalles del paisaje, que si mira qué monte, que si fíjate qué aguilucho sobrevuela esa laguna. Pendejadas. Él me observaba satisfecho, quizá convencido de que me tenía acojonadísimo. Cierto que se me contraía un tanto el gesto, pero es que cada vez que lo miraba me volvían los apretones, con perdón.
Llegó su estación al cabo, menos mal. Al despedirse, todavía añadió algo más:
4. “A ver cuándo me invitas a una conferencia en León, ahora que estoy en mi mejor etapa y que tengo influencia”. Para acabar de hundirme, remató así: “Tú y yo tenemos que hablar y podemos hacer muchas cosas juntos”.
Este sistema actual de acreditaciones tiene una gran virtud, la de permitir que, cada tanto -y sin que tampoco sea la regla sin excepción- salgan adelante buenos profesionales que, por problemas de escuela y de componendas, estaban atascados y desasistidos y merecían mejor suerte que la que se les estaba reconociendo antes. Muy cierto. Como cierto es igualmente que padece un gran defecto: permite que se cuelen los imbéciles. Como te lo digo. Antes, cualquier tribunal (bueno, cualquiera no, si eran de la misma camada, bailaban al mismo son y se enfangaban al compás) los detectaba en cuanto abrían la boca y se colocaban tal que así, y era poco menos que inevitable marcarles la suela del zapato en el culo. Ahora pasan porque tienen muchas estancias en el extranjero, en casa de una tía carnal, y porque les han indexado la punta del... Bueno, dejémoslo así.
Toda la vida lo he dicho, repitiendo lo que era una frase hecha en mi pueblo: hay que matarlos de pequeños, antes de que crezcan e invadan las agencias.
En fin, me disculpo. Pero así está el ofidio; perdón, el oficio.
Hace unos cuantos días me encontré en un tren con un profesor al que conozco de tiempo ha. Se acreditó para catedrático hace un par de años o así y ya usa y disfruta la correspondiente plaza en su universidad. Me alegro por él. Llegar le costó unos cuantos revolcones en concursos diversos y habilitaciones. Por lo común, ninguno de los que ha pasado por tan duro trance te dice lo de que vaya faena que había otros candidatos mejores, o que estuvo flojito el día de las pruebas, o que iba nada más que a foguearse porque no se consideraba todavía maduro para esa empresa. No, todos han sido víctimas de cósmicos agravios y conspiraciones universales. Al creyente lo discriminaron por culpa de su fe y al ateo por no ir a misa, al de izquierdas por rojo y al derechoso por contaminar; todos vienen, heridos, de la injusticia y cada uno ha padecido la fechorías de cada sistema, menos uno, y de todos los colegas malditos, menos uno: el sistema con el que triunfaron y el o los colegas últimos que, conocidos o no, los evaluaron positivamente al fin. El bebé no se huele su propia caca, o no le molesta; decía Freud que hasta disfruta, pero no me acuerdo de por qué era.
Le pregunté al buen hombre que cómo le iba y no tardé ni un minuto en arrepentirme. Me contó que muy bien, y me lo contó por extenso, sin respirar y sin acordarse antes de preguntarme que qué tal yo por casa y cómo marcha la familia. No, catapún, puso el disco y me soltó el recital completo. Resumo de modo muy esquemático:
1. Que hay mucho hijoputa en estas asignaturas y que yo bien lo sabré. Te quedas con la duda sobre la intención, quizá de hacernos cómplices, quizá de ponerme en la cola para el Averno, pero sigues con la mueca de sonreír porque ya te estás preguntando quién te manda ser amable con los desharrapados.
2. Que ahora sí que es feliz, pues, por primera vez en su vida y en este oficio, tiene buenos asideros y magníficos cargos. Como no le pregunté cuáles, pues me había quedado medio absorto mirando los muslos gigantescos de una de Reus que iba en el asiento de al lado -sé que era de Reus y sé muchas más cosas porque se pasó el viaje contando su vida a los de enfrente o a los que llamaba por teléfono; ya ven qué viaje, entre gordas facundas y cátedros histéricos-, me lo contó por propia iniciativa. Me dijo: “Ahora estoy en la ANECA y en la ANEP”. Se quedó mirándome con una ceja levantada, cual si fuera la suya una valía de presidente cazurro, y yo empecé a lamentar que nunca hubiera leído este blog ni el de Faneca. Mucha gente ya se corta de decirle a uno determinadas cosas, por si luego voy y las casco; como así ocurre.
Me puse a pensar qué cargos serían esos en tan altas instituciones de la academia y la macadamia. Pero, como otra vez tardaba en preguntarle, empezó a darme las explicaciones pertinentes, henchido e hinchado. “Ahora me mandan de la ANEP proyectos para evaluar y estoy de evaluador de acreditaciones en la ANECA”.
Los cargos eran esos. Ya ves. A media humanidad -o a más de la mitad de los cátedros y titulares con algún sexenio- les suele mandar la ANEP proyectos de investigación para evaluar, y para lo de la ANECA piden voluntarios y luego hay un sorteo, como para las tómbolas y lo de la muñeca Chochona de cuando las verbenas en los pueblos. No digo que esté bien ni mal ser evaluador de tal o cual cosa, líbrenme los dioses y ya he confesado a veces que yo de adolescente me masturbaba y que ahora, cuando no aguanto más, evalúo. Pero no sabía que eso era tener un cargo y que había que estar así de contento. Debió de notarme la perplejidad mi feliz interlocutor, pues añadió un nuevo dato, crucial:
3. “Ahora soy yo el que tiene poder y verás cómo me respetan”.
Me miró retador. Yo me fui al baño un rato. Al volver, me desvié hasta el bar del tren para tomar una cerveza a morro. Cuando regresé al asiento, seguía allí y me sonreía, sobrado. Se relamía con su bífida lengüita. Me puse a comentarle detalles del paisaje, que si mira qué monte, que si fíjate qué aguilucho sobrevuela esa laguna. Pendejadas. Él me observaba satisfecho, quizá convencido de que me tenía acojonadísimo. Cierto que se me contraía un tanto el gesto, pero es que cada vez que lo miraba me volvían los apretones, con perdón.
Llegó su estación al cabo, menos mal. Al despedirse, todavía añadió algo más:
4. “A ver cuándo me invitas a una conferencia en León, ahora que estoy en mi mejor etapa y que tengo influencia”. Para acabar de hundirme, remató así: “Tú y yo tenemos que hablar y podemos hacer muchas cosas juntos”.
Este sistema actual de acreditaciones tiene una gran virtud, la de permitir que, cada tanto -y sin que tampoco sea la regla sin excepción- salgan adelante buenos profesionales que, por problemas de escuela y de componendas, estaban atascados y desasistidos y merecían mejor suerte que la que se les estaba reconociendo antes. Muy cierto. Como cierto es igualmente que padece un gran defecto: permite que se cuelen los imbéciles. Como te lo digo. Antes, cualquier tribunal (bueno, cualquiera no, si eran de la misma camada, bailaban al mismo son y se enfangaban al compás) los detectaba en cuanto abrían la boca y se colocaban tal que así, y era poco menos que inevitable marcarles la suela del zapato en el culo. Ahora pasan porque tienen muchas estancias en el extranjero, en casa de una tía carnal, y porque les han indexado la punta del... Bueno, dejémoslo así.
Toda la vida lo he dicho, repitiendo lo que era una frase hecha en mi pueblo: hay que matarlos de pequeños, antes de que crezcan e invadan las agencias.
En fin, me disculpo. Pero así está el ofidio; perdón, el oficio.
Otro refrán muy apropiado: si quieres conocer a Paquito, dale un carguito.
ResponderEliminarJo!
ResponderEliminarPues ando yo evaluando hoy mismo un proyectito, acordándome de toda la familia de mi directora de tesis, que me tiene liada en estos menesteres cuando yo debería estar con la tesis, precisamente.
Qué necia debo de ser, que no me daba cuenta de que llevo el bastón de mando... Si es que no está hecha la miel para la boca de la becaria.
El modelo universitario español, que puede calificarse de fracasado, es objeto de análisis también en otros foros críticos:
ResponderEliminarhttp://hayderecho.com/Articulo140.asp#796