05 octubre, 2011

Recortes

Esto de los recortes se ha convertido en asunto de moda. Que si yo no recorté, que si tú recortaste poco, que si él recortará más. Este que suscribe ya no sabe qué pensar. Me suenan mal los recortes en servicios públicos tales como enseñanza y sanidad, pero es de suponer que aquí tampoco sobrarán los matices. Son servicios públicos esencialísimos para el ciudadano, el particular para el que no puede pagar su prestación privada o, incluso, lujosa. Aunque, ya que de justicia social hablamos, tampoco veo tan mal que los que holgadamente puedan apoquinar por ellos lo tengan que hacer, aunque sea solamente un poquito. Con toda sinceridad, no entiendo por qué esto todo tiene que ser gratis para todo el mundo, aunque estoy convencido de que los servicios básicos no han de tener coste para quienes carezcan de medios o los tengan escasos. No me parecería una iniquidad, ni mucho menos, que a mi mujer y a mí nos cobraran trescientos euros al año –por decir algo- por mandar a nuestra hija al buen colegio público al que asiste. Y no es que seamos ricos precisamente, debemos de andar por los caminos de la clase media chuchurría.

Hay protestas abundantes por los recortes en educación. De acuerdo. Pero hay distintas maneras de recortar y no por todas es igual la queja. En algunas Comunidades se aumenta el número de alumnos por clase y la sangre no llega al río. Ha pasado en esta en la que vivo y en educación infantil, donde está mi hija. Cuando se bajó el sueldo a los maestros, al igual que a todos los funcionarios, no salieron demasiadas voces exigiendo que con la enseñanza se hiciera una excepción. En fin, que no acierto a comprender en qué momento, dónde y por qué se dispara la alarma, la misma alarma que otras veces no suena. Parece que es cuando se suben las horas de docencia de los profesores o si a ellos y no a todos los funcionarios se les acorta el sueldo.

Por cierto, si quieren leer un buen desahogo de un profesor asturiano indignado y con más razón que un santo, vayan aquí. Es Francisco García Pérez y se titula "Yo maté a Manolete" el artículo que publica en La Nueva España.

Se supone, y yo también lo supongo de completa buena fe, que el desencadenante del enfado tiene que ver con el temor a que merme la calidad de la enseñanza. Eso me gusta. Pero, caramba, hace tiempo que la calidad de la enseñanza está siendo sistemáticamente atacada por gobiernos de todos los colores y por su piara de pedabobos y casi nadie ha dicho esta boca es mía. Desde luego, no recuerdo manifestaciones de profesores para oponerse a las sucesivas reformas que han intentado convertirlos en memos inútiles y en burócratas desesperados. Entonces, con absolutamente todos los respetos para todo el profesorado, ya no sé si será verdad o no que la preocupación es por la calidad y el buen nivel de la enseñanza. El otro día un amigo que trabaja en un instituto me contaba que la presión de los inspectores para que aprueben a todo el mundo se va haciendo insoportable. ¿Habría o no habría que hacer unas cuantas manifestaciones por ese motivo e intentar tirar al río a una muestra mandamases educativos?

Pero de verdad que no sé y que casi no me atrevo a decir esta boca es mía. Salvo en la universidad. Ahí sí tengo claro que, si cierto fuera que es preciso recortar gastos, habría soluciones. ¿Cuáles? Veamos.

Es de suponer (¿o es mucho suponer?) que los profesores universitarios tenemos una jornada de trabajo como todo honesto zurrigurri. ¿Cuarenta horas semanales? ¿Treinta y cinco? Las que usted quiera. Tengo entendido que de ese tiempo debemos dedicar a impartir clases unas ocho a la semana. Pues quedan unas treinta. ¿Para hacer qué? Hombre, pues preparar esas clases, corregir exámenes y trabajos… Pues vamos a darlo por bueno y añádale usted otras ocho semanales para esos menesteres. Ocho más ocho, dieciséis. Así que todavía restan libres unas veinte horas a la semana. ¿Para qué? En este momento ya se me han enfadado varios colegas y amigos, por los derroteros que va tomando esta entrada. Pero les ruego que esperen un poquito, a lo mejor estamos de acuerdo al final.

Se entiende que el profesor de universidad pública es docente e investigador. Así que qué menos que dar por sentado que esas veinte horas semanales aproximadas se aplicarán a investigar y a publicar y difundir los resultados de la investigación. Muchos aplican mucho más tiempo a tal labor. Perfectísimo. Sólo que hay una parte del profesorado universitario que no investiga un carajo, nada; o casi. ¿Con esos qué medidas tomamos? Ponga que de promedio dictan seis horas de clase a la semana durante el curso. Yo los conozco de bastante menos y que se chulean a tope, pero dejémoslo ahí. Si publican un articulejo malo cada dos años, o cada siete, ¿qué hacemos con ellos? ¿Se lo toleramos, presumiendo que investigan mucho, pero lento? ¿O que se aplican con celo, pero no les sale? Tararí, no es cierto. Hay una parte del profesorado universitario que fuera de sus horas de clase, sean ocho o sean muchas menos, se dedica nada más que a sus asuntos particulares. Sencillamente. El que niegue eso no conoce este mundillo ni por el forro.

¿Qué hacemos con esa gente en tiempos de apreturas económicas? Lo ideal sería echarlos a la prostituta calle, pero parece que todavía no están los tiempos maduros para eso. Así que…, a trabajar en serio, majetones. O investigación o más docencia. A los buenos investigadores con resultados acreditados, reducción de horas de clase, incluso. A los que no valen más que para enseñar, a enseñar más tiempo, por lo menos mientras no acrediten otros resultados serios. ¿Eso son recortes? No, eso es justicia de cajón. Porque, si no, tenemos que mientras unos se dejan los cuernos enseñando e investigando, otros se lo pasan tan ricamente en el spa en horario laboral y sin merma de su sueldo.

Otra buena vía para ahorrar son los carguetes. En universidades pequeñas y medias, poco menos de la mitad de su plantilla ocupa cargos remunerados, sea en rectorados y vicerrectorados, sea en departamentos o sea en facultades.

Primero, buena parte de esos cargos están de más y no sirven absolutamente para nada. Segundo, gran parte de ellos no tienen por qué ser pagados a mayores. Gracias a las anecas y las caquillas evaluadoras el profesorado en edad de merecer se pega por un carguillo. Bueno, pues si les sirve para hacer currículum ya es incentivo bastante, no hay por qué gratificarlos a mayores. Además, si la tarea –en caso de que alguna haya- la hacen en horario laboral y si, de propina, tienen alguna descarga docente por ello, no entiendo por qué hay que ponerles pasta encima.

Podríamos seguir, pero para muestra basta ese par de botones. Lograr que rinda el escaqueador o el cuentistas es la primera exigencia justa cuando se paga con dinero del contribuyente. Hace falta acabar con los cortijos, las corruptelas y los apoltronamientos. Distinguir entre lo esencial y lo accesorio es la siguiente consigna elemental cuando de empleados públicos hablamos. En la universidad, por ejemplo, no estamos ni para pasarnos las horas en las cafeterías del campus luciendo el body ni para sumirnos en burocracias y variadas mamarrachadas. Estamos para lo que estamos. Y es ineludible exigir que ahí estemos.

5 comentarios:

  1. Mi hija estudia Derecho en la Universidad de Oviedo, y hay un profesor de origen italiano que llega todos los días tarde a clase, e incluso algùn dìa solamente llegò, firmó la hoja de asistencia y marchò sin más.

    Bueno un día alguièn le escondiò la hoja y tuvo que marchar sin firmar.

    Un ejemplo entre otros.

    Que tiempos aquellos de las buenas clases magistrales con 100 o más alumnos, pero buenas clases magistrales.

    Ahor con Bolonia da pena y dolor.

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  2. ninguno de los recortes acometidos, estaba en los programas electorales de los partidos gobernantes que los están haciendo.

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  3. Cuidado con los comentarios de los hijos -no digo que sea el caso de la suya- porque no siempre dicen la verdad y no siempre se enteran bien. Y sí, con Bolonia hay muchas cosas que dan pena y dolor, pero no creo -y no veo- que la enseñanza sea peor, ni mucho menos, que antes. Como poco será igual, y quizá incluso mejor. Bolonia ha hecho que los profesores se vuelvan locos rellenando guías y haciendo bobadas. Pero los alumnos, al menos los de derecho de la universidad de Oviedo, no están peor con Bolonia. El profesor malo lo era antes de Bolonia y sigue siéndolo después.
    Yo no sé dónde ha estudiado usted, pero yo viví los tiempos de las clases magistrales de 300 alumnos y las había buenísimas -muy, muy, muy pocas-, decentes -algunas- y muy, muy, muy malas otras, la mayoría. Ya está bien de magnificar las dichosas clases magistrales de antes, como si los rollos sin sentido que soltaban muchos profesores como si fuesen loros fuesen algo a mantener y/o a recuperar. En la mayoría de esas clases magistrales no había una referencia a un caso práctico, y cuando pedías un ejemplo ¡¡¡se lo inventaban!!! (Quien no sea capaz de encontrar, en derecho, un ejemplo real para explicar una teoría, o no tiene ni idea de derecho o está explicando algo absolutamente prescindible). Estudiabas teorías que no sabías para qué servían ni si tenían que ver con algo o no. Y la mitad de las veces tenías la sensación de que preguntárselo a quien estaba impartiéndotelas no iba a aclarar nada. Yo estoy en contra de Bolonia, pero al César lo que es del César...

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  4. El profesor GarciaAmado podrá recordar a los siguientes profesores que coincidieron en la Universidad de Oviedo, junto a otros mucho peores que no voy a mencionar.

    Don Julio Gonzalez Campos, Don Elias Diaz, Don Vicente Montes, Don Ignacio de Otto, Don Gerardo Turiel, Don Manuel Atienza, Don Francisco Sosa Wagner, etc, etc...

    Por el placer de poder oir solamente a dos de ellos, merece la pena aguantar a todos los malos que hay en toda una licenciatura.

    Desgraciadamente esto no ocurre hoy en dia.

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  5. Cierto, D. Geraro Turiel, que en paz descanse, magnífico orador, estupendo encantador de serpientes, buen jurista, machista como pocos, déspota con los alumnos, maleducado de una forma que ahora ya existe poco, irreverente hasta rozar el absurdo. En mi época aprobó a los alumnos que traían una nota de casa donde sus padres habían escrito que habían estudiado mucho derecho romano. O a los que hacían un test en el que la pregunta más complicada era si el derecho romano procedía de Roma o de Australia. Magnífico profesor, sí señor. Siempre que un profesor sea ese sujeto con el que es muy agradable ir de copas y disertar.
    Ninguno de los demás estaba en la facultad de derecho que yo conocí. Y le aseguro que estoy muy, muy lejos de Bolonia. De 25 asignaturas de entonces salva usted a 7 profesores -temo que su etc., etc., no vaya a estar muy concurrido- que, efectivamente, fueron y son pesos pesados de sus disciplinas y que, en muchos casos, duraron muy poco en Oviedo -que era una facultad-trampolín para volver a la capital- o apenas no coincidieron allí. Pero si, como usted dice, se conforma con dos buenos, le aseguro que esos los encuentra ahora mismo en Oviedo. Y alguno más también.

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