Parece ser que Megaupload fue la empresa precursora de lo que se llama almacenamiento en la nube. Quiere esto decir que usted tiene, en el formato adecuado, un escrito, una película o una música y en lugar (o además) de guardarlos en el disco duro de su ordenador los hace llegar a un lejano servidor en lugar ignoto y ahí quedan almacenados, en el éter sideral como quien dice.
Es una manera de compartir, al parecer. Por ejemplo, usted jamás iría al cine con esa compañera de oficina o jamás lo hace ya con su esposo, pero comparte las películas con los otros habitantes de la cibernebulosa. Gracias a esos servidores celestes y a las personas que colocan sus cosas en ellos y al alcance de los demás, a la hora del café usted pone a sus compañeros la cabeza como un bombo al contarles la última serie norteamericana, en la que salen unas viudas que organizan orgías con los monitores del gimnasio; pero cuando algún compañero o compañera se pone a narrar que él anda en algo parecido, usted sale corriendo, pues ni tiene tiempo para historias ajenas ni le apetece oírlas. Son mejores las de la tele y la nube porque vienen en serie y no les suceden a los colegas de por aquí, sino a gentes de la Costa Oeste.
Es como lo de Facebook. A usted le horrorizan esos amigos que no hacen más que enseñarle fotos a la vuelta de cada viaje o después de cada ceremonia familiar, pero cuando las cuelgan en Facebook las contempla una a una, escribe comentarios del tipo “¡qué precioso amanecer!” y luego coloca en su propia página unas suyas en las que se le ve rascándose una oreja. Apasionante. Si en un bar decente y a las tantas alguien se le acerca y le da un poco de conversación, es probable que usted se moleste y piense que puede tratarse de un maniaco o una buscona, pero al rato está en su casa y paga cuota mensual a una empresa que le facilita contacto con infieles y buscadores de aventuras de cama y se pone a chatear con alguno, a decirle guarradas y a retratarse las partes con la webcam, sociable del todo y comunicativo a más no poder. A lo mejor hasta dice que las calles son un peligro porque hay mucha gente enferma.
Haga la prueba un día. Además de tanto vivir en la red y en las nubes, salga de casa dispuesto a todo y sin aparatos. Ese día no se baje un documental sobre el gótico, pero pase un rato en la catedral de León. No vea un dramón sobre una familia que huye del holocausto, pero pregúntele a su abuelo algo sobre la Guerra Civil. No contemple algún episodio de mujeres desesperadas, pero anímese al fin a hablar con esa vecina de mirada tan inquietante. No cuelgue fotos suyas en Facebook o ande viendo ahí las muy idiotas de uno que iba con usted al colegio y que ahora tiene una tienda de grifería, pero pase una horita contemplando las de la luna de miel de sus padres o las de las romerías de antes en su pueblo.
No viva en la nube, hombre de Dios, buena mujer, baje de vez en cuando, hable sin micrófono, escuche al que quiera susurrarle al oído, atrévase a tocar piel en lugar de tecla o pantalla, conmuévase con la vida de verdad, sorpréndase con la historias, los sueños o las fantasías de los que tiene tan a mano que hasta puede acariciarlos en cuerpo mortal, convénzase de que ahí mismo, a su lado, están ocurriendo historias más sorprendentes y estimulantes que las de las series televisivas más fantasiosas, no tenga miedo si las personas con las que se cruza le hablan a pelo y lo miran a los ojos sin intermediación tecnológica. Repare en que usted mismo es un personaje, el personaje de una historia única que es su vida. No escurra el bulto, no se escabulla, no se empeñe en ser nada más que espectador, inimputable, lejano, inasible, vaporoso, ficticio, nada, alguien que hace un siglo habría estado en Babia y que ahora está en las nubes.
Ponga pie a tierra, jodido, toque la tierra, incluso, y vea que hasta es un placer sutil y único coger un terrón con las manos y sentir su húmedo tacto cuando se deshace. A la nube ni para descansar, las nubes son para los ángeles y los fantasmas, para los espectros, para los seres sin peso; y sin seso y sin sexo. Ah, y cuando alguien le tiente con pasarse la vida juntos en la nube, a uvas, en las Batuecas, sin cenar jamás con unos buenos amigos, sin emborracharse nunca con unos compañeros, sin fantasear con los cuerpos de los del quinto, pero bajando muchas películas de la nube y viéndolas a solas y enterrados como topos y nada más que eso, mándelo a la mierda por no ser de carne y hueso, porque se muere de miedo, porque ha colgado su alma de un servidor lejano y la tiene con clave secreta, porque es más peligroso y castrador que los curas de antaño, un puritano con careta nueva, un acojonado sin biografía.
Quizá no haya que elegir, quizá puedan pasarse buenos ratos en las nubes y otros buenos ratos en la tierra, una cosa no quita la otra. No son mundos comparables, tienen códigos muy diferentes y precisamente eso hace que ambos sean atractivos, cada uno a su modo. De una conversación presencial no puedes/debes escabullirte, a la chorrada del de facebook contestas si quieres y cuando quieres, o no lo haces; la lista interminable de fotos del colega las ves sí o sí, las de facebook sólo si te apetece y cuando tienes ganas; la vecina del quinto a veces no tiene maldita gana de escuchar el rollo que tienes ese día, facebook te deja escupir lo que quieras cuando quieras. Facebook es a la "realidad" como el surf al buceo, y meto realidad entre comillas porque lo virtual es tan real como lo real mismo. Todo está bien, o mal, o es indiferente.
ResponderEliminarProfesor Juan Antonio García, he visto una intervención suya sobre la democracia y la participación política y me ha gustado mucho. Estoy estudiando la filosofía política de I. Berlin y también he encontrado un pdf con un trabajo suyo que he empezado a leer. Gracias.
ResponderEliminarBaje de las nubes, escribió él tras su pantalla...
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