28 enero, 2012

A la busca del humor perdido. Por Francisco Sosa Wagner

En Madrid se puede visitar estos días una exposición dedicada a La Codorniz. Pocos jóvenes sabrán que fue una espléndida revista de humor de la época franquista en la que unos cuantos escritores y dibujantes derramaban todas las semanas sobre el papel un ingenio absolutamente demoledor. Se trataba de subvertir el orden social con el arma de la pluma, de reírse de lo que tan serio parecía en aquella sociedad pacata y poner en la picota a tanto cursi petulante. Lo curioso es que quienes alentaron aquella publicación eran personas de derechas sin mezcla de trampa alguna, entre ellos notoriamente Miguel Mihura, su fundador, un mago inolvidable de la agudeza corrosiva.

En una época de hambre lacerante, un mendigo le dice a otro: “si empiezas a preocuparte por el estómago es mucho peor. Tú come de todo”. Algo parecido: “llevamos tres días sin comer, señora” a lo que responde la interpelada: “¡vaya fuerza de voluntad!”. O esta muestra de tierna compasión: “ha tenido suerte, amigo: en vez de fusilarle al amanecer, le fusilaremos al atardecer. Así no tendrá que madrugar”.

Hoy, aunque hay buenos humoristas gráficos, no hay una revista que cultive el tipo de humor destructor que fue propio de La Codorniz. En este sentido la única que me gusta es una digital llamada “El Mundo Today” que trae titulares como el siguiente: "Aferrarse a la vida porque sí es un acto insolidario. Los tanatorios españoles piden más muertos”. O este otro: “herido un periodista al estallarle una noticia que estaba manipulando”. O: “una mujer de cien kilos gana la prueba de salto de régimen”.

No es extraño que en épocas de dictadura o en sociedades muy rígidas surjan revistas críticas que el poder tolera. En Austria de principios del siglo XX, Karl Kraus estuvo publicando “Die Fackel” desde cuyas páginas no dejó títere con cabeza: la hipocresía medioambiental, el psicoanálisis de moda, la corrupción rampante en el imperio de los Habsburgos, el nacionalismo pan-alemán, la política económica o la no intervención y otros asuntos tabú de aquella época, severa y poco complaciente. La diferencia entre “Die Fackel” y “La Codorniz” es que aquella fue más bien minoritaria mientras que esta era muy leída y comentada en todos los ambientes sociales en la época de la dictadura. Cuando a Franco se le ocurrió alterar el orden de los apellidos de un nieto para que no se perdiera el suyo, “La Codorniz” salió de esta forma titulada: “Codorniz La”.

España vive en un ambiente de libertad de expresión como nunca antes había existido. Cuando se evocan bobamente los años de la II República se olvida que en ellos el arma de las sanciones y cierres de periódicos se usó con largueza, tanto en el período social-azañista como en el radical-cedista y no digamos a partir de la victoria del Frente Popular en 1936. ¿Se imagina alguien que hoy día el ministro de la Gobernación pudiera cerrar un periódico o tachar un artículo? Pues eso se hacía casi todos los días al amparo de la Constitución de 1931.

Sin embargo, hoy en España existe algo que es al tiempo torre y tapón: la autocensura, la conciencia que tenemos quienes escribimos de que hay asuntos intocables, a menos que nos guste que nos zurren la badana. Y esta actitud temerosa tiene una influencia maligna en el cultivo del humor y en el ejercicio de la destrucción suave y de buenos miramientos que este propicia.

Plumas como las del citado Mihura, las de Tono, Edgar Neville, Acevedo, el propio Álvaro de la Iglesia, de Jardiel o los personajes de las comedias de López Rubio ¿qué dirían hoy ante la cabalgata de despropósitos que a diario pasan ante nuestros ojos?

Sabemos mucho de la prima de riesgo y distinguimos el Ipod del Ipad, llevamos ropa de seda, honramos como se merecen las añadas de los vinos y contratamos viajes y safaris, pero ¿sabemos reírnos de nosotros mismos, de esa flor en sazón que es nuestra cursilería? ¿Somos conscientes de las cuchilladas que silbarían a nuestro alrededor si no se prodigaran tantos silencios de miedo ni estuviéramos enterrados bajo la lápida de la cobardía?

3 comentarios:

  1. me gusta cuando habláis de otros tiempos que habéis vivido que no hemos de cosas que no conocemos. Hace tan poco tiempo, pero es tanto tiempo a la vez. Parece que hayan pasado siglos y sin embargo son una veintena de años.Bueno yo convivo con generaciones que no ha comprado con la peseta, que siempre han tenido movil y que han crecido con la red tuenti...pero si que me gusta cuando cuentan cosas los que han vivido más que yo.

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  2. ¿Y qué hay de El Jueves (eljueves.es)?

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  3. Ais, estos viejos profesores añorando tiempos peores, deberías leer a Jonathan Millán, Miguel Noguera o a Miguel Brieva, que los disfrutes

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