Llevo
unos días dándole vueltas a esta entrada y no acabo de escribirla, pues se me
atasca. Y se me atasca porque no doy con una comparación convincente. Trato de
imaginar otro oficio, el que sea, en el que pueda ocurrir algo semejante a lo
que quiero describir, y no se me ocurre ninguno. A lo mejor (a lo peor) es que
no hay nada comparable a la universidad española. Lástima que sea para mal ese
resultado.
Probemos
con alguna analogía, de todos modos y aunque salga imprecisa. Entre los
campesinos de mi pueblo se sabía perfectísimamente quién tenía las vacas mejor
cuidadas, cuáles daban más leche o mejores terneros o donde había nacido un
“xatu culón” que valdría un buen dinero. Pero ese estar al día de lo suyo y tal
manera de tener claros objetivos y jerarquías profesionales quizá eran debidos
a que en el campo apenas hay cesura entre trabajo y vida, se vive para trabajar
y se trabaja para vivir, sin pausa y también sin estrés. Así que busquemos por
otro lado.
Supóngase
un piloto de automovilismo que, cómo no, querría llegar a competir en Fórmula 1
y a emular a Fernando Alonso o a Sebastian Vettel. O que ya se conformaría,
bien contento, con llegar a donde ha llegado Pedro Martínez de la Rosa. Pero
pongan que, a ese mismo fulano, piloto él según la correspondiente federación,
esos nombres ni le suenan. De Fernando Alonso le resulta familiar la cara, a
Vettel lo confunde con Hamilton. De que ahora corre también un tal Sergio Pérez
ni noticia, por supuesto. Díganme, ¿qué pensarían de semejante profesional,
cómo verían su futuro en las competiciones de automóviles y qué rendimiento
cabe esperar de él? Nada de nada, obviamente. Un pobre tarado, o poco menos, un
cantamañanas que sueña despierto, un zángano con ínfulas.
Otro
intento, el último. Un novelista aceptado en alguna sociedad de escritores y
que ha publicado unos relatos por ahí. Se lo tropieza usted y, aprovechando que
pertenece a tal gremio, le comenta alguna cosa sobre lo último de Javier
Marías. ¿Marías? -le responde él-, ¿ese no era sobrino o algo así de un filósofo
famoso, de Ortega y Gasset tal vez? Bueno -piensa usted, caritativo- anda
despistado. Así que le saca a relucir alguna historia de las mil que se cuentan
de Cela. ¿Cela, qué Cela? Será pose, usted se dice. De modo que, replegando, le
comenta algo sobre los premios Nobel más recientes, y su interlocutor le dice
que eso sí lo voy en la tele el otro día y que se lo dieron a un poeta
paraguayo, un tal Aniceto Parra. Un acto precioso y con mucha gente. ¿Ese tipo merece llamarse escritor, por muy
pulcramente que redacte cada día la lista de la compra o las notas para la
asistenta, y va a escribir algo decente en su puñetera vida? No, obviamente. Como
mucho, tendrá un negro; o dos. Y entonces por qué lo han admitido en la
asociación aquella de literatos, vamos a ver.
Pues
ahora unos de los nuestros. Va de profesores universitarios. Los hay, y no
pocos, que en la materia de la que son titulares o catedráticos (Derecho, Filología, Economía, Sociología, Biología...) están tan a
uvas como nuestro piloto o nuestro escritor de pega; o peor. Ni tenue idea, ni
noticia lejana, ni el más leve barniz. Por eso con quienes mejor se llevan en
el campus es con algún camarero vejete (entre los jóvenes los hay con dos
carreras, ojo), con el de la furgoneta y con un par de vicerrectores. En tal o
cual universidad puede que también se entiendan estupendamente con el rector y
que se diviertan juntos al repasar la exquisiteces de Tele5 o lo buenas que están las rumanas nuevas que han traído.
Hablo
de lo que conozco muy de cerca. No me
estoy refiriendo particularmente a mi facultad leonesa, aunque también tenemos
de todo, sino a una situación general, pues para eso llevo bastantes años pateando
facultades de Derecho españolas. Supongo que no ocurre únicamente en Derecho,
pero en Derecho pasa por un tubo. Los hay y las hay que están tan en la inopia
como los de los ejemplos anteriores, virginales, ajenos al mundanal ruido, tan
felices como ignorantes o ignorantes por felices. Por seguir con el mundo
jurídico-académico, le apuesto al que quiera la cena más cara en el mejor
restaurante a que si vamos a una facultad de Leyes y ponemos a los profesores
un cuestionario del tipo díganos quiénes son o fueron Luis Díez-Picazo, Eduardo
García de Enterría, Francisco Rubio Llorente, Federico de Castro o José Antón
Oneca, hay al menos una décima parte que no saben ni decir qué disciplinas
cultivaron tales maestros. Pedirles otros detalles supondría incrementar la
tasa de ignorantes muy deprimentemente.
Vaya
usted, si es jurista, al último gran tratado colectivo o gran comentario que
haya aparecido sobre Derecho tal o Derecho cual. Coja, digo, el último
comentario, tres mil páginas, cuarenta autores, editorial postinera, cuatrocientos
euros. Pues ahí va otra cena: se la apuesto a que encontramos, citadas como Derecho
en vigor ahora mismo, veinte o treinta normas legales o reglamentarias que
llevan más de cinco años derogadas.
Entre
lo funesto y lo trivial, les podría contar cuarenta casos y mil anécdotas. Una
persona sumamente cercana a mí acaba de ganar el más antiguo, más conocido y
mejor dotado de los premios que en España se dan en concursos de artículos de
investigación jurídica. Dentro de un par de semanas lo narraré en detalle. No
sale y no salimos del asombro: hay colegas que no solo no se enteran de nada,
sino que jamás han mirado la revista o diario que convoca el premio,
desconocían por completo que el premio existía o lo que supone, ignoran quién
lo ganó en convocatorias anteriores (casualmente, algunos compañeros de aquí
mismo)... Nada de nada de nada. Es como si a un Físico le mientan la más famosa
de las famosas de entre las revistas de Física y pone cara de póquer y replica
que si también sacan trabajos de educación física y que tiene él un primo que
hace waterpolo y a lo mejor está interesado.
Que
la universidad haya sido invadida por acémilas y zánganos es cosa sabida, la
responsabilidad es colectiva y todos tendremos que pagar por eso si hay
infierno de profesores. Mas lo que me gustaría resaltar, por último, es la
peculiar distorsión del ambiente profesional y académico que provocan estas
lacras de las aulas. No me refiero a que su voto es decisivo para cualquier
elección rect(or)al o (dec)anal y a que, en consecuencia, son cortejados y
fácilmente seducidos por candidatos sin mucho escrúpulo o con pareja valía.
Tampoco al ruido que hace esta gente todo el día por los pasillos, comentando
chorradas o haciéndose la manicura o cortándose los pelillos de las orejas a
hora impropia y en lugar indebido. A lo que aludo es a la gran desmoralización
que causan en los profesionales capaces, en los académicos rigurosos. Les
siegan la hierba bajo los pies, pues convierten el éxito científico en anécdota
trivial y el buen nombre académico en rareza sin importancia. Gana un colega de
ahí el premio Nobel, se les cuenta a los cabestros y qué hacer o decir cuando
estos ponen cara de no sabe-no contesta o replican que si ese premio es por
fumar, pues hay una marca de cigarrillos que se llama así, y que da igual,
porque a ellos los acaban de hacer directores del área de Puentes y Festivos o de
Bailes de Salón y te jodes, Herodes. Luego, a la salida, comentan con el
jardinero o la que pule las estatuas que hay gente muy vanidosa y que también ellos
fuman y no ganan premios por eso y que
todo son enchufes.
Sin
violencia no habrá redención. Así que en cuanto nos maten de una vez,
descansaremos felices. Vanitas vanitatis.
Pues hombre, a mi se ocurre rápidamente una analogía perfecta para ilustrar tu punto: los políticos.
ResponderEliminarY si ademas, el premio se lo han dado a una profesora, guapa, con un excelente curriculo, y con un carguete, a la estulticia seguro que se suma la envidia.
ResponderEliminarSe desprende cierta moralina trasnochada: la mayoría sin cultura, oficio, beneficio ni talento o valía alguna, frente a nosotros minoría, dechados de virtud, portentos en lo intelectual y humano, por encima del bien y del mal que, a diferencia de los otros, nos presentamos a elecciones rectorales o decanales en defensa del interés general de todos y no del particular o de la vanidad de ocupar un carguete retribuido.
ResponderEliminarEse mismo premio en manos de otros habría merecido algún comentario sobre los favores que habrá tenido que hacer el agraciado para obtener esa migaja... Pelin cansino, oiga.
Algún dia tendrá que dedicar una entrada al estado de las bibliotecas universitarias. ¿Se encarga alguién de actualizar sus fondos? La de juridico-sociales de Oviedo es para nota. Cualquier consulta sobre libros de economia/sociologia/ciencia política resultaba más facil encontrarlos en la biblioteca pública de Oviedo, o en las bibliotecas municipales de Gijón (que son un lujo). Ahora tampoco porque hace un año que no se compran libros. Así vamos.
ResponderEliminarNo creo que haga mucho bien introduciendo este tipo de comentarios. No sé como no lo han llamado para ocupar algún cargo, porque su discurso es igualito al discurso de quienes nos gobiernan. Si no nos conociéramos pensaría que es hombre de bien, con sanas intenciones.
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