25 mayo, 2012

Tenemos derecho a saber quién cenaba con él a nuestra costa


                 Bueno, pues creo que ya lo logré. Me había cansado de mirar y remirar los periódicos para ver si indicaban un nombre, un oficio, una edad aproximada, una relación de parentesco a lo mejor, una historia de amor, un arrebato de sexo loco, o si era hombre o mujer la contraparte, al menos. Y nada. Sólo expresiones circunspectas o malamente insinuantes, la puntita de la noticia nada más, del tipo “la misteriosa persona que lo acompañaba en todos esos viajes”. Con tanto misterio amagado ya me había convencido más que de sobra de que no se trataba ni de su madre ni de su esposa o esposo ni de algún hijo de su propia carne o en adopción. Tampoco me explicaba a qué tanto secreto si hubiera sido un amigo de la infancia, un compañero en la dirección de alguna ONG, pía o no, un sacerdote confesor, un director espiritual, un profesor de inglés, el sastre… A veces anda uno tan apurado, tan apretado de tiempo, que tiene que aprovechar los fines de semana para tareas así, que si aprender idiomas, que si regar amistades que se agostan, que si limpiar la conciencia o cambiar el humor, que si renovar el armario. Así que descartadas esas opciones, pues no justificarían tanta discreción mediática, me había abandonado yo a las más despendoladas fantasías. Y como si nada, siempre se nos queda corta a fin de cuentas la imaginación, ese guardaespaldas de nuestras evasiones.

                En una ciudad pequeña y precavida como León no te enteras de nada, además de que cualquier implicado en lo que sea y donde quiera que se halle siempre tiene en León un primo y un amigo íntimo que es vicerrector, decano o concejal de jardines. Si no hay hueco en eso, le ponen una fundación. En León las cosas no se saben a posta y a posta se obliga a callarlas al que accidentalmente se entera. No vayamos a molestar a alguien y nos cueste dinero o se quede nuestro primo sin el nombramiento de encargado de la redoma o de cofrade mayor de la comparsa. Por eso andaba yo con ganas de ocasión para viajar a villa de más amplias miras y sin prudencia consanguínea y de toparme con amigos y colegas de los que están en el ajo y se relacionan con políticos y periodistas de Madrid en lugar de con honestos pastores de Babia o con catedráticos de ética lubricada. 

                Pues sí, amigos, ya estoy al cabo de la calle. Me dolió que varios queridos compañeros de tantos años me miraran con esa cara de pero tú en qué mundo vives y cómo es que no lo sabes, mas mantuve el tipo y acabaron contándomelo, pacientes y divertidos. En una novela no quedaría convincente, si fuera una película parecería española y si lo retratara Almodóvar no resultaría natural porque todos tenemos nuestro límite y nuestro corazoncito. 

                Me muero de ganas de cascarlo, ante la posibilidad de que haya en este blog algún lector tan provinciano como yo o tan compasivo con el humano género, pero no lo voy a hacer, no seré el que se coma un pleito y acabe teniendo que indemnizar al felón, bajo acusación de ser yo un homeópata o  no sé qué cosas que se dicen en estos casos. Yo también necesito mi pequeña dosis de seguridad, incluso de seguridad íntima, compréndanlo.

                Pero me da mucha rabia de los periódicos, su caso es distinto. Si tienen pruebas o datos suficientes para hacer la información veraz a los ojos del Tribunal Constitucional y según su jurisprudencia, deberían lanzarse a la piscina. Harían un buen servicio social, porque el pueblo tiene derecho a saber estas cosas y a conocer estos detalles. Es como si traen a uno a comer en mi casa y no me lo presentan. Esas cenas las pagábamos entre todos, y el hotel también, y qué menos que saber a quién tuvimos el gusto. Además, sabemos que es más corto el derecho a la intimidad de los hombres públicos; y de las mujeres.

                Qué temen los periódicos, de quién se asustan, a quién amparan, de qué se protegen, con quién pactan. Si hasta al mismísimo Rey le hemos visto la Corina con apellido de filósofo y de pianista manco, por qué no han de explicarnos con quién se gasta los cuartos nuestros cualquier otro tentáculo de nuestro Estado, esta hidra retozona y más puta que las arañas en la que ha ido parar nuestro Leviatán travestido. 

                Les doy una semana, no más. Si en una semana no cantan, no volveré a comprar un periódico en papel de aquí a un par de años, ni uno. Palabra.

9 comentarios:

  1. ¿Acaso pasaba el Sr. Dívar los fines de semana con un “señor”? Si fuera así tendría gracia siendo él un conservador católico. Como dice el Profesor García Amado, tenemos derecho a saber, no por el morbo sino porque no puede corresponder únicamente al Sr. Dívar la determinación de si el viaje era oficial o no.

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  2. Pero hombre, métete en otro ordenador (cibercafé, wifi del vecino, móvil del cuñao...), haz como que comentas en este mismo blog como anónimo y destapalo todo !!!

    Osea, salir va a salir. El contubernio finanzas/medios/politica ya no es tan fuerte e invulnerable (hubiera salido la Corina hace 20 años?). Por que no ser el Cristobal Colon del apaño ?

    Joder, al menos mandármelo a mi email, que no me entra el cubata al cuerpo !!!

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  3. Yo soy de pueblo, y como no me lo digas con todas las letras no me entero.

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  4. aparte de otras consideraciones, como que un rumor no es noticia, es que no puedes dar por seguro que lo que "sabe" todo Madrid sea cierto.

    Es un rumor morboso y verosímil y por eso corre como el viento pero no por eso es cierto.

    Recuerdo en los ochenta cuando todo Madrid "sabía"que borrell estaba con un torero, que luego se casó con una conocida artista... y luego no hubo nada... También es verdad que todo Madrid sabía, y los medios no contaban, lo de Preysler y Boyer, y luego era cierto.

    En fin, que no puedes dar por cierto lo que dicen los rumores madrileños.

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  5. Fuera la princesa Corinna, el Dr. Sloan o el Orfeón Donostiarra al completo, el latrocinio y la desvergüenza del Don son los mismos.
    Pero igual, si no peor, es el encubrimiento y la complicidad de los Consigliere, para quienes la ley vulnerada ha sido la Omertà, y piden la dimisión del denunciante.

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  6. No, no es usted un homeópata, estimado, y ha dado abundantes pruebas de ello en estos años.

    De alópata a alópata, me permito compartir estas perlas del susodicho, hace apenas siete añitos, antes de renovar su indumentaria (se conoce que en el Valle hay que ir más abrigado, y en Marbella en cambio el clima invita a ir más sueltito).

    "...cabe recordar la severa advertencia del Evangelio sobre el escándalo..."

    Donde cita con voz quebrada por la emoción las siguientes palabras de Wojtyla:
    «en el ámbito político se debe constatar que [...] el uso justo y honesto del dinero público [...] son principios que tienen su base fundamental en el valor trascendente de la persona y en las exigencias morales objetivas del funcionamiento de los Estados» (30 de diciembre de 1988)

    Y hacía el final se nos marca ésta:
    "Es muy importante que los hombre y mujeres que miran al Señor no se desalienten porque existan injusticias en el mundo. No hay que dejar de hacer nuestra parte, por pequeña que sea, aunque no podamos realizarlo todo."

    Y completamente de acuerdo - no vale la pena arriesgar nada en señalar la filiación del felón, ni a través de los medios digitales, ni de los analógicos.

    Salud,

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  7. Corrección: "hace apenas once añitos", once como los días del once de noviembre que le está llegando...

    (probablemente estaba yo pensando en que el noble escrito en El Risco de la Nava databa de siete años antes que Zapatero lo nombrara presidente del Conejo General del Poder Judicial).

    Salud,

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  8. Quisiera añadir una reflexión de estos días sobre el derecho a la intimidad. Está muy bien, y debemos observarlo a rajatabla - en situaciones normales. Pero todo es relativo, y en ciertas situaciones políticas hay que reconsiderarlo.

    Haré un ejemplo bien lejano de la homeopatía.

    Consideremos por ejemplo el consumo de antibióticos de una persona (esperemos que bajo prescripción facultativa). Indudablemente está cubierto por el derecho a la intimidad, y estaría muy pero que muy feo que alguien viniera a hurgar en el botiquín de un ciudadano cualquiera -ya sea corriente y moliente, o personaje público-, o en sus gastos médicos, para acto seguido proclamar a los cuatro vientos "¡miradlo, miradlo, le va la estreptomicina!".

    Ahora bien, imaginemos por un momento una persona bien señalada, y desde hace años, en una facción política y social que la ha impulsado a un cargo público relevante. Imaginemos, siempre imaginando, que dicha facción ha hecho de la lucha contra el uso de antibióticos uno de sus caballos de batalla. En concierto evidente con un estado extranjero, ha desarrollado al respecto una doctrina ideológica que ha aplicado impositiva y negativamente en todas las instancias donde ha tenido poder para ello. Por 'impositiva y negativamente' quiero decir: no sólo impulsando la renuncia en primera persona de sus seguidores al consumo de antibióticos, sino impidiendo que terceros tuvieran acceso a los mismos, bajo el argumento (jamás sustanciado científicamente, nótese) de que los antibióticos son nocivos para la sociedad, que la minan y la desbaratan. Y que con ello ha limitado la libertad de muchas otras personas para consumir antibióticos, estigmatizando, causando sufrimiento cierto.

    Imaginemos que se viene a saber que esta misma persona, en una ciudad alejada donde se creía a salvo de miradas indiscretas, ha entrado veinte veces en una misma farmacia a comprar potentes dosis de cefalosporina - y que acto seguido ha ido al hotel y se las ha metido en el cuerpo. ¿Están protegidas esta compra y consumo por el derecho a la intimidad?

    Mi muy personal reconsideración es la siguiente: en modo alguno. En mi opinión, se debe emplear esa información para destruir políticamente al infame, sin misericordia alguna - para exponer su duplicidad bellaca, su manipulación de tantas vidas. Se debe usar para poner en evidencia a la facción política en cuestión y al estado extranjero que la manipula, para causarles el mayor daño político posible. Precisamente para devolver el consumo de antibióticos a la esfera de lo privado, de donde lo quisieron sacar esta persona y sus secuaces, y devolver al Estado y a sus instituciones al simple papel de garante de la libertad individual del que quiera consumir antibióticos, y del que quiera curarse con sulfamidas, o con hierbas medicinales. O del que no quiera curarse.

    Resumiendo: cuando un tema cualquiera ha sido llevado por un agente político a la escena pública, propugnando la intervención normativa negativa del Estado en dicho ámbito, me parece que dicho agente político, y sus representantes, han renunciado de hecho a la protección de ese tema por el derecho a la intimidad. Simple principio de equidad. No vale que lo que se desea públicamente prohibido para otros sea privadamente autorizado para mí. O para todos, o para ninguno.

    Salud,

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