Entre la población es un clamor. Por eso, con
una u otra fórmula se oye a diario: la situación es de tal deterioro que no hay
institución ni lugar alguno al que se pueda mirar.
Da igual que hablemos del tribunal
constitucional, del supremo, del gobierno, de los bancos, de los parlamentos,
de las cajas de ahorro, de la universidad, del rey y de la monarquía, de las
comunidades autónomas, de los municipios o de las provincias... todo parece
empantanado a los ojos de una gran parte de la ciudadanía que deplora aquí y
acullá comportamientos irregulares o tropelías sin cuento. El resultado es una
gran inquietud y un desasosiego continuo apenas aliviado con grandes dosis de
balompié.
¿Qué hacer? se hubiera preguntado Lenin si
anduviera todavía preparando revoluciones por estos pagos. Descartadas estas
porque a muchos nos pilla ya muy artríticos y desvencijados y los más jóvenes
no aciertan a formular propuestas que calen entre las masas, habrá que buscar
fórmulas salvadoras o que al menos mitiguen la situación de desconcierto y
desamparo que estoy tratando de analizar. Al menos para seguir tirando...
La más tradicional es la de darse a la
botella. Caldos hay para todos los gustos siendo hoy el conocimiento de añadas,
denominaciones de origen y bodegas uno de los signos de desparpajo mundano más
acreditado, parecido al que antiguamente confería seguir y conocer las
cotizaciones de bolsa (lo que hoy a nadie se le ocurre hacer a menos que se
haya forrado previamente de ansiolíticos). A partir de ahí, están el coñac, el
whisky, el ron, el vodka y otros mejunjes que te disparan rápidamente y también
otras bebidas explosivas que, por increíble que parezca, se venden en los
supermercados con la tranquilidad de conciencia con la que venden unas pastas
para el desayuno las monjas clarisas.
Entre los escritores ha sido la escapada del
alcohol muy habitual, tanto que resulta un poco vulgar, y ahí están para
confirmarlo Pessoa, Erich Kästner, Truman Capote, Hemingway, Simenon más un
largo etcétera y no digamos Verlaine que luego vomitaba ante sus admiradores
con serena templanza y aplaudida eficacia. El insigne poeta Max Estrella, el de
las luces valleinclanescas, se pasea por la noche madrileña, noche con más
ansias y penas que estrellas, con una pítima en relieve para olvidar el
maltrato que a su musa le daba el paisanaje ignaro.
Todo esto es muy convencional y por eso debe
descartarse para el tratamiento de las tribulaciones actuales. Como lo que se
denuncia, y con razón por parte de la ciudadanía, es que no hay un sitio donde
mirar conservando la mirada limpia -mirada de balcón sereno-, lo mejor es pedir
a los ayuntamientos que apresten un espacio municipal para este fin. Ahora que
los alcaldes se ven obligados a cerrar tantas empresas públicas y tantos
servicios como habían creado, podrían habilitar lugares donde los ciudadanos
pudieran depositar su mirada sin quedar heridos de angustia. No me refiero a un
lugar virtual al que se accede por wifi -que eso es todo industria y embeleco-
sino un lugar real, una zona concreta y acotada, prevista en el plan
urbanístico, que sirva de descanso al batallar de los ojos contra tanto
despropósito.
Habría allí una maqueta que reprodujera un
tribunal constitucional funcionando, una caja de ahorros con aspecto de hucha y
no de sumidero, una universidad cuyo rector aplicara la ley sin mirar a quien
afectaba, y hasta un parlamento donde los diputados razonaran sin
encalabrinarse ... todo ello envuelto en un paisaje de farolas acogedoras y de
flores descaradas. Al fondo se oiría el sonar de unas campanas que darían una
hora única, envuelta en un velo de fantasía, la hora que anunciara el disipar
de esta tormenta interminable ...
¿No
sería una meritoria iniciativa municipal?
Yo ya estoy recalificando suelo y hablando con Calatrava para ponerme a ello.
ResponderEliminarSomos todos unos ingenuos
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