Por
lo general estas entradas del blog salen solas, en un santiamén, sin mayor
esfuerzo y en poco tiempo. Puede que alguno, generosamente, lo llame
inspiración, pero más bien me siento poseído por oscuras pasiones grafómanas. Mas
cada tanto llega algún día en blanco, como si alguien hubiera atorado el caudal
leve de las ideas, hasta de las más vulgares y simplonas, como si la energía
faltase o huyeran las ganas. Entonces esta humilde escritura se vuelve
esforzada y se disfraza de heroísmo doméstico y de constancia de cortos vuelos.
Hoy
tengo un día de esos, y no es, como en ocasiones ocurre, porque algún evento
cercano me deprima un poquito o porque el cuerpo ande cansado y pida sus
remedios de siesta y musarañas. Más bien creo que la crisis dichosa me está afectando
más de lo razonable. ¿Cuánto será lo razonable? No sé, pero por ahí empieza la
pugna. Pues diría yo que si a uno le comunican que hay un noventa por ciento de
probabilidades de que no le queden más de dos años de vida, debería sentirse
seriamente conmovido y preocupado en medida alta, pero habrá quien se lo tome a
guasa o que piense que es plazo bien generoso y que le quiten lo bailado. Cada
cual es como es y que no falte la variedad en la humana condición.
Aquí
he repetido ya un puñado de veces que en esto de preocuparse porque nos vamos a
la porra como país y de tres (millones) en fondo, no me veo tan original ni
rebuscado, pero sí me siento algo solo. Quizá sea mejor así, porque si, andando
ceñudo como ando y notándome sobrecogido y vulnerable como me noto, vinieran
todos a llorarme en el hombro o a buscar en mí consuelo, encima, acabarían de
hundirme en el más negro pesimismo. Así, al menos, cada tanto pienso que seré
yo el que yerra en sus cálculos oscuros y que cómo no va a tener razón la
mayoría de los tranquilos y que algo tendrá el optimismo compulsivo cuando los
más lo frecuentan, cual moscas en una boñiga.
Miren
mismamente hace un rato. Antes de salir del despacho de la Facultad, al que voy
cada día como un menesteroso becario en lugar de hacerle ascos cual cátedro de
buena cuadra y apellido con galones, eché una mirada a los periódicos
digitales. Había pasado la mañana demasiado enfrascado en variados asuntos
académico-folclóricos y, ante todo, mi sistema nervioso estaba aplacado porque
me había creído a tertulianos y columnistas, a esos que nos decían que si
ganaban en Grecia los partidos del Bien estarían salvados el euro y nuestros
calzones. Pues como un bofetón en todos los morros me sentó la noticia de que
la prima de hoy ya anda rozándose con los seiscientos puntos y que el tipo de
la deuda a diez años pasa del siete por ciento. Acojonante, digámoslo claro y que
se entienda.
Pues
luego arribé a casa, tras recoger a Elsa en el cole, y en la radio estaban
dando los titulares de la jornada, básicamente esa información económica y la
peste de que juega “La Roja”, no sé si por ese orden o el inverso. Cuando
comenzaban a explayarse sobre esa catástrofe de los números que nos puede
llevar por delante con los pies por idem, mi mujer, persona nada sospechosa de
frivolidades o inconsciencias y con preparación sobradamente acreditada, se
puso a hablarme sin parar de alguna peripecia hogareña. Y pensé: ¿qué debo
hacer en este momento? Si le ruego educadamente que se calle un momentito,
mientras mi angustia se ahonda con las malas nuevas radiofónicas, tal vez no
hago más que alimentar mis padecimientos. Además, en todo el día y en todos los
días, el 99,9% de mis compañeros y conocidos en mi universidad y en las
universidades no se inmutan ni traen a colación que estamos con el agua al
cuello o con la soga apretándonos las partes y nos tales mercados tirando por
los extremos. Y no me refiero, no, a los estudiantes de la Facultad,
chiquitines, que abren unos ojos como platos si un día se me escapa contarles
que las cosas están chungas y que me miran entonces como se observaría a un venusino
vestido de lagarterana y cantando la última de Eurovisión. No, entre el
profesorado tampoco se aprecia enorme inquietud; qué digo enorme, dejémoslo en
inquietud a secas. Me pregunto cómo sería la reacción si alguien les o nos
pudiera asegurar, con plena fiabilidad, el suceso siguiente: a ver, guaperas
togados, hay un noventa por ciento de probabilidades de que en el plazo máximo
de tres días se presente aquí King-Kong y os sodomice a todos, de uno en uno y
sin pomaditas. ¿Cuántos se pondrían pelín nerviosos? Con esos
ovarios/cataplines de plomo que colectivamente nos gastamos, yo diría que casi
ninguno o que, todo lo más, dirían dos o tres que qué faena, ahora que se
habían puesto mechas, o se acordarían de cuando la tesis y el catedrático
aquel.
Conversación
de hace pocos días en ambientes académicos. Yo: “Joer, está la prima de riesgo
en ciento cincuenta y subiendo sin parar, y a este paso ya no nos va a salvar
ni una intervención europea ni una divina”. Interlocutor: “¿Prima? Huy, si
vieras ayer qué risa, a mi hijo le dio un susto de muerte su prima Jennifer
disfrazada de fantasma. Vino por sorpresa a casa el sábado mi hermana, con los
niños y su nueva pareja y….”. Con dos cojones. Intenté abrirme las venas con un
bolígrafo, pero era un bic de mierda y no me hice más que cuatro agujeros que
ya casi no se notan.
Anteanoche
me puse un rato a ver el partido de Grecia y Rusia en la Eurocopa, media hora,
no más, por el final. Y me bastó para componerme mi hipótesis sociológica
casera. ¡Qué tramposísimos los griegos! ¡Qué manera de porfiar para engañar al
árbitro y a todo bicho viviente! Míralos en el deporte y te harás una idea de
cómo son como ciudadanos y qué clase de Estados tendrán; los griegos y los
demás. Por qué va a ser antideportivo hacerle trampas al árbitro, si nadie les
ha dicho que esté mal dársela con queso al Estado, defraudar impuestos, amañar
cuentas, falsificar papeles, dar el palo a cualquier tonto que vaya de buena
fe, sea extranjero –a ser posible- o nacional…
A
las nueve de hoy, lunes, estábamos felicísimos los españoles porque en Grecia
habían ganado los conservadores y los socialistas, que podrán gobernar en
coalición, pues se trata de los partidos que están en condiciones de salvar a
Grecia manteniéndola en el euro. Es maravilloso y excitante pues, como me
recordaba un muy querido amigo a media mañana, son los mismos partidos que
acabaron con aquel país, timaron a los europeos y pusieron contra las cuerdas
al euro y a todo Zeus y se trata de unos fulleros expertos en las más variadas
estafas y en los tocomochos más espectaculares. Pero ahora nos salvan ellos y nos
sacan a todos del apuro, no hay que preocuparse.
Ahí
está nuestro futuro, tomemos nota, puesto que vamos siguiendo las pisadas de
los helenos cual sabuesos enardecidos. Aquí,
dentro de un año o año y medio habrá elecciones anticipadas -después de la que
va a caer y de los que van a caer- y el mundo celebrará, alborozado, que entre
el PP y el PSOE suman mayoría para formar gobierno y que a lo mejor se ponen de
acuerdo y se salva gracias a eso el yen japonés. Porque lo que es el euro, para
entonces…. Lo veremos todo en la tele en blanco y negro sacada del desván del
abuelo y que, oh prodigio, aún funciona. Es que no hay cosas mejores que las de
antes, como dicen los revolucionarios de hoy.
Muy largo me lo fías. Eres un optimista compulsivo.
ResponderEliminarCon dos cojones. Intenté abrirme las venas con un bolígrafo, pero era un bic de mierda y no me hice más que cuatro agujeros que ya casi no se notan
ResponderEliminarjoer, pero en serio; nos vamos a la mierda??
la gente anda por la calle tan tranquilica, como si ná. y en la tiendas de ropa lost coast hay siempre cola pa pagar...
qué va a pasar?? cómo quiten las pensiones y las pagas entonces si se lia la mundial? se ha vuelto to el mundo a casa con los padres,los abuelos, tós juntos; riete tu de la familia nuclear...
Cambiando de tema, recomiendo la lectura de este corto pero inteligente artículo sobre Dívar y lo que hay detrás:
ResponderEliminarhttp://www.elconfidencial.com/opinion/mientras-tanto/2012/06/17/el-caso-divar-como-espejo-de-un-sistema-caduco-9369
Señor Profesor, que uno no ande con la palabra crisis en la boca todo el día, no quiere decir que no estemos acojonados. Yo particularmente estoy preplejo, indignado, asustado,cabreado y por supuesto acojonado permanentemente desde hace más de dos años, pero no lo cuento porque sé que la gente que me rodea está como yo. No entiendo que donde se supone que la gente entiende más o sea LA UNIVERSIDAD, no se respiré preocupación, no será que usted no lo ve y juzga un poco a la ligera. De otra manera no me entra en la cabeza.
ResponderEliminarSalud, porque ya no se puede uno poner malo y de dinero no hablamos, por eso le deseo SALUD.
Yo creo que la gente sí que está inquieta, preocupada por el deterioro de la situación económica, por la podredumbre que inunda nuestras instituciones y sobre todo por la conciencia de que esto está muy lejos de haber terminado. Lo que ocurre es que procuran vivir al día, fingiendo que nada sucede, porque de otro modo les resultaría insoportable.
ResponderEliminarEn cuanto a la anécdota de la prima de riesgo, tengo una lectura un tanto malévola de la anécdota que ha contado, estimado Profesor: creo que está Vd. tan obsesionado con la crisis que, cada vez que habla de ella, sus amigos optan por cambiarle de tema, confiando en distraer su atención y en ahorrarse otra sesión de malos augurios. Me temo que lo que Vd. ha observado entre sus compañeros no es inmovilismo inconsciente o falta de inquietud, sino el sano propósito de no oír lo que de sobra saben, pero prefieren no recordar en cada momento y situación.
A alguien que se está quedando calvo no le gusta que le digan cada dos por tres la velocidad con la pierde densidad capilar y que hoy está más calvo que ayer, pero menos que mañana. Supongo que algo parecido les pasa a muchos españoles.
De todos modos, me encanta leerle. En medio de todo, su prosa desenfadada y mordaz hace mucho más digeribles los desastres que presagia.