Mi
mejor disculpa para reiterar cada tanto algunas obsesiones mías, en esta casa
compartida con los amigos lectores, es que nadie me da respuesta a los enigmas
que me atosigan o a las preguntas que me inquietan. Así que vuelvo hoy a
la carga y quiero hablar de por qué en determinados ambientes hay tanta
resistencia a la hora de aceptar las taras evidentes de los compañeros.
Va con
anécdota, como siempre. Un día de estos fui convocado a una reunión sobre un
proceloso asunto universitario que amenaza con muchos trámites. La
concurrencia, muy estimados compañeros y colegas. Estábamos comentando las
condiciones legales para lo que nos proponíamos organizar y uno de nosotros,
que dirigía la reunión bien pertrechado de experiencia y estudio, nos dijo que
una relevante autoridad de la Universidad había dicho que eso que intentábamos
no se podía hacer porque la normativa requería un número mínimo de treinta
profesores con determinada cualificación y que no nos alcanzaban los que
teníamos, por tanto. Quien así exponía y otros asistentes bien duchos en las
referidas normas manifestaron su perplejidad porque se les había pasado ese
dato y se mostraban dispuestos a repasar los correspondientes reglamentos hasta
encontrar el articulejo en el que se escondía tal requisito. Yo les dije y les
repetí esto dos o tres veces: no perdáis el tiempo, Fulano esas cosas se las
inventa por la cara, ya sabéis que se le va la cabeza y que es un fabulador y
un mentirosete más bien incontrolado. ¿Qué me replicaron esos amigos? Nada, caras de leve
espanto, expresiones de perplejidad, medias sonrisas de ya está este con su
manía de no morderse la lengua y decir lo que no se debe. Y digo yo ahora y
aquí: si estoy en lo cierto y en el fondo todos saben que estoy en lo cierto y
que tengo más razón que un obispo argentino (¿vieron la noticia de hoy?), por
qué diantre no voy a poder decirlo y por qué los demás hacen como que no puede
ser y siguen fingiendo que en alguna parte lo tuvo que haber leído el falsario.
Ahora vamos
de la anécdota a los enigmas. ¿Por qué cuesta tanto asumir que determinadas
personas o ciertos compañeros tienen determinados defectos, como pueda ser ese
de estar como las maracas de Machín, u otros peores? Y si uno, por ejemplo y al margen de este caso, es
corrupto y se sabe, ¿por qué no se puede decir en voz alta ni a media voz
siquiera eso sabido, que es corrupto? ¿Por qué simulamos igual consideración e
idéntico respeto a los que nos consta que vienen con defecto de fábrica o que
les ha dado un aire complicado? ¿Es sobredosis de prudencia? ¿Es miedo a la
represalia de los malandrines o los pirados? ¿Es celo corporativo o solidaridad
gremial? ¿Será porque todo el mundo tiene su armario repleto de cadáveres
y no se desea una apertura general de tal mobiliario? Sea como fuere, estamos
ante un problemón, pues mientras no nos atrevamos a llamar las cosas por su
nombre, no podremos arreglar las que están más seriamente averiadas y, de
propina, seguiremos tolerando mil y una tomaduras de pelo y más de cuatro
abusos serios.
Cuando
la gente pone esa cara de ay, Señor, yo no sé nada y a mí que me registren, me
acuerdo de aquellos meses de campamento militar en Figueirido (Pontevedra), allá por mis
veinte años. Me reía mucho con los compañeros gallegos, aspirantes a sargento de
complemento como yo. Cuando los mandos nos cazaban en renuncio, cada cual salía
por donde podía, pero los gallegos más aborígenes y prístinos solían usar esta
fórmula: “Eu era novo, eu non sabía…”. Yo diría que se nos ha llenado todo de
gallegos profundos, y que no me lo tomen a mal los gallegos superficiales.
Miren
esto otro. No hace mucho andaba un servidor en otra universidad y en compañía
de profesorado bien solvente y de diversos lugares. Hablando de lo uno y de lo
otro, llegamos a lo de siempre y a por qué funcionará tan extrañamente la
universidad. Entre las mil y una razones, yo aporté mi granito de arena, y dije
esto: también influye bastante el sexo. Silencio sepulcral, alguna tos y dos
que se rascan los testículos casualmente, señoras que me ponen mirada de qué
tontín eres y qué coqueto. Que no, coño. Intenté desarrollar mi tesis y fue
peor. Les conté que uno de los factores que explicaban de vez en cuando que Fulano
apoyara tan ciegamente a Mengana o que Mengana siguiera tan ciegamente las
consignas de Fulano (cuando no Fulano y Mengano o Fulana y Mengana) era que
entre compañeros y conocidos en el Alma Mater -o en cualquier otro lado- había mucho rollo sexual secreto
y que siempre había que tener presente que cualquiera se puede estar acostando
con cualquiera. Joer, si pasa hasta en el CGPJ. Pues no me creyeron. Y es
cuando retornan las preguntas que me absorben: ¿disimulan o es que siempre voy
a dar, para exponer mis teorías, con asambleas de vestales o asociaciones de
vírgenes sin paliativo? Pues me mantengo en mis trece. Yo sé, lo sé, que si una
cosa así se dice en una reunión de treinta personas de variado género y que
habitualmente conviven, al menos entre seis de ellos –tirando corto- hay una
secreta conspiración para follar o, al menos, para rozarse un poco, y que esa
es razón que condiciona otras razones. Pero, jolín, que digan que ellos no son,
pero que no tilden de aventado al que hace investigación social y de mercado.
Miren,
mi mujer es de mi gremio y yo la apoyo todo lo que puedo y que no sea pecado,
como ella a mí. Pero supongan que en lugar de ser matrimonio público fuéramos
pareja clandestina y retozona de motel. Nos apoyaríamos lo mismo, pero
parecería que es por convicción. Pues a eso me refiero. ¿O piensa usted que no
hay orégano en el monte? ¡Anda ya!
En
cualquier caso, lo del arrebato carnal lo disculpo casi siempre, salvo que sea
en Marbella y con cargo al erario público. Lo que de verdad me preocupa es lo
de los troleros, los sacamantecas y los tontos de baba a los que nadie quiere
llamar por su nombre. Me preocupan los eufemianos eufemistas.
Tanto sexo, relaciones y fornicio al final no sólo provocan clanes, tal como plasmara Kubrick en Eyes Wide Shut. Sus componentes pululan invadiendo departamentos, facultades y universidades... Tal vez, pueda ser esto enmarcado en las estructuras de los harenes... Pero a mi juicio, también tienen cierto interés y entretenimiento porque no hay harén sin una o más prostitutas, de todos lo sexos, orientaciones y gustos posibles, dispuestas a clavar por la espalda lo que puedan...
ResponderEliminar...en definitiva, una característica humana más inherente a la especie, y de muestra.... está la iglesia como botón, desde los obispos argentinos, hasta el cura de mi pueblo.
ResponderEliminarsi ya te dieron el crédito pues ya te lo respetan, es como cuando estas desahuciado pues que te jodan. Efecto mateo. dadada-- es.
ResponderEliminarLo del rollo sexual, mola; todos liados con todos. lo mismo ahora te vigila la parienta, pues se preguntará por qué afirma tal cosa, se cree el ladrón que todo el mundo es de su condición..