20 junio, 2012

Obsesiones y manías


                Mi mejor disculpa para reiterar cada tanto algunas obsesiones mías, en esta casa compartida con los amigos lectores, es que nadie me da respuesta a los enigmas que me atosigan o a las preguntas que me inquietan. Así que vuelvo hoy a la carga y quiero hablar de por qué en determinados ambientes hay tanta resistencia a la hora de aceptar las taras evidentes de los compañeros.

                Va con anécdota, como siempre. Un día de estos fui convocado a una reunión sobre un proceloso asunto universitario que amenaza con muchos trámites. La concurrencia, muy estimados compañeros y colegas. Estábamos comentando las condiciones legales para lo que nos proponíamos organizar y uno de nosotros, que dirigía la reunión bien pertrechado de experiencia y estudio, nos dijo que una relevante autoridad de la Universidad había dicho que eso que intentábamos no se podía hacer porque la normativa requería un número mínimo de treinta profesores con determinada cualificación y que no nos alcanzaban los que teníamos, por tanto. Quien así exponía y otros asistentes bien duchos en las referidas normas manifestaron su perplejidad porque se les había pasado ese dato y se mostraban dispuestos a repasar los correspondientes reglamentos hasta encontrar el articulejo en el que se escondía tal requisito. Yo les dije y les repetí esto dos o tres veces: no perdáis el tiempo, Fulano esas cosas se las inventa por la cara, ya sabéis que se le va la cabeza y que es un fabulador y un mentirosete más bien incontrolado. ¿Qué me replicaron esos amigos? Nada, caras de leve espanto, expresiones de perplejidad, medias sonrisas de ya está este con su manía de no morderse la lengua y decir lo que no se debe. Y digo yo ahora y aquí: si estoy en lo cierto y en el fondo todos saben que estoy en lo cierto y que tengo más razón que un obispo argentino (¿vieron la noticia de hoy?), por qué diantre no voy a poder decirlo y por qué los demás hacen como que no puede ser y siguen fingiendo que en alguna parte lo tuvo que haber leído el falsario.

                Ahora vamos de la anécdota a los enigmas. ¿Por qué cuesta tanto asumir que determinadas personas o ciertos compañeros tienen determinados defectos, como pueda ser ese de estar como las maracas de Machín, u otros peores? Y si uno, por ejemplo y al margen de este caso, es corrupto y se sabe, ¿por qué no se puede decir en voz alta ni a media voz siquiera eso sabido, que es corrupto? ¿Por qué simulamos igual consideración e idéntico respeto a los que nos consta que vienen con defecto de fábrica o que les ha dado un aire complicado? ¿Es sobredosis de prudencia? ¿Es miedo a la represalia de los malandrines o los pirados? ¿Es celo corporativo o solidaridad gremial? ¿Será porque todo el mundo tiene su armario repleto de cadáveres y no se desea una apertura general de tal mobiliario? Sea como fuere, estamos ante un problemón, pues mientras no nos atrevamos a llamar las cosas por su nombre, no podremos arreglar las que están más seriamente averiadas y, de propina, seguiremos tolerando mil y una tomaduras de pelo y más de cuatro abusos serios.

                Cuando la gente pone esa cara de ay, Señor, yo no sé nada y a mí que me registren, me acuerdo de aquellos meses de campamento militar en Figueirido (Pontevedra), allá por mis veinte años. Me reía mucho con los compañeros gallegos, aspirantes a sargento de complemento como yo. Cuando los mandos nos cazaban en renuncio, cada cual salía por donde podía, pero los gallegos más aborígenes y prístinos solían usar esta fórmula: “Eu era novo, eu non sabía…”. Yo diría que se nos ha llenado todo de gallegos profundos, y que no me lo tomen a mal los gallegos superficiales.

                Miren esto otro. No hace mucho andaba un servidor en otra universidad y en compañía de profesorado bien solvente y de diversos lugares. Hablando de lo uno y de lo otro, llegamos a lo de siempre y a por qué funcionará tan extrañamente la universidad. Entre las mil y una razones, yo aporté mi granito de arena, y dije esto: también influye bastante el sexo. Silencio sepulcral, alguna tos y dos que se rascan los testículos casualmente, señoras que me ponen mirada de qué tontín eres y qué coqueto. Que no, coño. Intenté desarrollar mi tesis y fue peor. Les conté que uno de los factores que explicaban de vez en cuando que Fulano apoyara tan ciegamente a Mengana o que Mengana siguiera tan ciegamente las consignas de Fulano (cuando no Fulano y Mengano o Fulana y Mengana) era que entre compañeros y conocidos en el Alma Mater -o en cualquier otro lado- había mucho rollo sexual secreto y que siempre había que tener presente que cualquiera se puede estar acostando con cualquiera. Joer, si pasa hasta en el CGPJ. Pues no me creyeron. Y es cuando retornan las preguntas que me absorben: ¿disimulan o es que siempre voy a dar, para exponer mis teorías, con asambleas de vestales o asociaciones de vírgenes sin paliativo? Pues me mantengo en mis trece. Yo sé, lo sé, que si una cosa así se dice en una reunión de treinta personas de variado género y que habitualmente conviven, al menos entre seis de ellos –tirando corto- hay una secreta conspiración para follar o, al menos, para rozarse un poco, y que esa es razón que condiciona otras razones. Pero, jolín, que digan que ellos no son, pero que no tilden de aventado al que hace investigación social y de mercado.

                Miren, mi mujer es de mi gremio y yo la apoyo todo lo que puedo y que no sea pecado, como ella a mí. Pero supongan que en lugar de ser matrimonio público fuéramos pareja clandestina y retozona de motel. Nos apoyaríamos lo mismo, pero parecería que es por convicción. Pues a eso me refiero. ¿O piensa usted que no hay orégano en el monte? ¡Anda ya!

                En cualquier caso, lo del arrebato carnal lo disculpo casi siempre, salvo que sea en Marbella y con cargo al erario público. Lo que de verdad me preocupa es lo de los troleros, los sacamantecas y los tontos de baba a los que nadie quiere llamar por su nombre. Me preocupan los eufemianos eufemistas.

3 comentarios:

  1. Tanto sexo, relaciones y fornicio al final no sólo provocan clanes, tal como plasmara Kubrick en Eyes Wide Shut. Sus componentes pululan invadiendo departamentos, facultades y universidades... Tal vez, pueda ser esto enmarcado en las estructuras de los harenes... Pero a mi juicio, también tienen cierto interés y entretenimiento porque no hay harén sin una o más prostitutas, de todos lo sexos, orientaciones y gustos posibles, dispuestas a clavar por la espalda lo que puedan...

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  2. ...en definitiva, una característica humana más inherente a la especie, y de muestra.... está la iglesia como botón, desde los obispos argentinos, hasta el cura de mi pueblo.

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  3. si ya te dieron el crédito pues ya te lo respetan, es como cuando estas desahuciado pues que te jodan. Efecto mateo. dadada-- es.
    Lo del rollo sexual, mola; todos liados con todos. lo mismo ahora te vigila la parienta, pues se preguntará por qué afirma tal cosa, se cree el ladrón que todo el mundo es de su condición..

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