09 julio, 2012

El enterrador y la tabla de multiplicar. Por Francisco Sosa Wagner


El tranquilo y pequeño municipio de Calig, en la provincia de Castellón, ha salido en los papeles estos días porque, habiendo convocado una plaza para ocupar el puesto de enterrador, nadie -de la veintena de personas que han concurrido- ha logrado superar las pruebas.

La alcaldesa se lamenta de la situación creada y explica que el temario era muy sencillo: las cuatro reglas y el conocimiento de la Ordenanza de cementerios aprobada por el consistorio.

Sencillo sería pero superfluo también. Porque vamos a ver ¿para qué sirve hoy saber multiplicar si cualquier teléfono móvil dispone de una “aplicación” que realiza con total fiabilidad la operación? ¿Es que el enterrador no dispondrá de un teléfono móvil? Esto sí que me parecería grave porque habrá quien no crea en las llamadas del más allá pero las del más acá es imposible despreciarlas. Un enterrador que sea consciente de sus obligaciones ha de estar siempre preparado para el desempeño de su melancólico ministerio porque las llamadas se producen a las horas más inesperadas.

La muerte es un apremio, una furia sombría, la evasión hacia un misterio azul y remoto, a veces una burla o una jugarreta de la ironía ... quiero decir con todo ello -y más que podría añadir pero quiero ir al grano- que la muerte tiene su lenguaje, sus modos, su liturgia y sus escenarios pero lo que no tiene en modo alguno es horario. Y ello por la sencilla razón de que es la liberadora definitiva de los horarios. La muerte, antes que cualquier otro cachivache, lo primero que entierra es el reloj. De ahí que los suizos -relojeros de Europa- sean tan aprensivos ante la muerte.

Y de ahí también nos viene la importancia del móvil. Entre los números “favoritos” hay que tener siempre anotado la combinación del enterrador como tenemos la de su pariente más cercano, el médico. Cuando no había móvil, los muertos se eternizaban entre nosotros, con su imponente presencia, su dedo que se les quedaba en odiosa posición dogmática para recordarnos el “ya te lo decía yo”, su olor a cloroformo, su algodón en las fosas nasales, su desesperante quietud, circunstancias todas que solo tenían ventajas para los poetas, especialmente para Espronceda a quien le gustaban los cementerios “de muertos bien rellenos”. A las personas que no le damos a la rima la cercanía del muerto nos da grima.

Si no hay móvil, por elemental que sea, que no disponga de su calculadora ¿a qué vienen tantos escrúpulos ante el aspirante que no sabe sumar? Lo que se precisa aprender hoy es el manejo del móvil, no la tabla de multiplicar que se nos ha quedado tan antigua la pobre como el traje negro de luto (apropiada evocación ya que hablamos de muertos). 
 
Y luego está la otra queja de la alcaldesa: el desconocimiento de la Ordenanza de cementerios. Si las Ordenanzas, como las leyes, señora, no las saben ni los abogados ni los jueces ¿a qué viene preguntársela a un enterrador? ¿qué insana curiosidad es esa? Pero es que, además, hay una cuestión previa: ¿por qué existe una tal Ordenanza? El cementerio, señora, bastante tiene con lo suyo, con su clamor apocalíptico, con esa presencia sobrecogedora del tránsito supremo, con sus calambres gélidos, con su aspecto de última trinchera, con su memoria de fusilados, con su recuento permanente de huesos esparcidos y desparejados, con su falta de respuestas ...

El cementerio ¿para qué quiere una Ordenanza si tiene la tapia?

Pero, con ser todo lo que he anotado grave, lo que peor llevo es que ese consistorio tan poco consistente no haya leído a León Felipe: “no sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos cualquiera sirve, cualquiera ... menos un sepulturero”.

Pues eso, señores ediles: más León Felipe y menos ínfulas con una sórdida Ordenanza.

3 comentarios:

  1. Jaajajjaja, genial.

    Un cordial saludo.

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  2. es que es verdad, mira que preguntar la ordenanza, jajaja; pero el caso, es que sino a quien le dan la plaza si había veinte. Yo creo que lo que tenían que haber hecho es no declarar desierto el premio y dárselo así a..quien,...? jajaja, sino sabían la tabla de multiplicar...vaya tela,si la vuelven a convocar, lo mismo me presento.

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  3. Tendrían que haberles pegado un susto de los gordos, por ejemplo, con la alcaldesa disfrazada de fantasma. El/La que no estirase la pata del arrechucho (sería La..., que nosotras tenemos más aguante)pues adelante, la plaza para Ella/Ella.
    Demostración de que enterrando cadáveres no le iba a entrar parálisis de acojone o diarrea inoportuna.

    Si se tratase de concurso-oposición, ser gótic@ otorga 666 puntos en alguna zona corporal que sangre y duela mucho.

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