Será
deformación profesional, pero ni lo entiendo ni me sale explicarlo si no es con
el habitual ejemplillo casero. Así que vamos con él. Usted tiene una mansión
grande y la administra. En ella viven cincuenta personas. Van de cuenta de
usted gastos por un total de un millón de euros al año. Con tales dineros usted
paga la luz comunitaria, el agua para los servicios comunes –piscina, aseos
colectivos…-, la limpieza de las dependencias generales, los sueldos de los que
llevan los papeles y la contabilidad, el transporte escolar de la mayor parte
de los niños, etc. Además, dentro de tal presupuesto de gastos entra también lo
que se pone para ayudar un poco a algunos de esos cincuenta vecinos que se han
quedado sin trabajo hace tiempo, y cosas por el estilo, loables obras de ayuda
social. Los que en la mansión cohabitan también hacen sus aportaciones, unos
más y otros menos, y en total arriman unos quinientos mil euros anuales. Sale
deficitario el balance. Había unas propiedades comunes, pero ya se fueron
vendiendo para compensar tanto desequilibrio y ya no queda nada más que se
pueda ofertar a compradores. Así que desde hace unos años usted pide crédito
tras crédito para cerrar las cuentas de cada anualidad. Al principio, los
prestamistas se los daban sin mayor problema y con un interés razonable. Pero
resulta que sus ingresos y los de la comunidad van bajando año tras año, por lo
cual los que le prestan empiezan a inquietarse mucho y le cobran intereses cada
vez más sustanciosos. O a este interés o cerramos el grifo y allá se las
compongan, le dicen. Usted tira para adelante y sigue endeudándose. Se va
endeudando tanto, que los nuevos créditos ya le llegan nada más que para ir
devolviendo los anteriores, con su interés.
O
sea, y puesto más claro. Para el año que viene usted tiene el millón de euros
de gastos corrientes (los antes mencionados: luz, agua, limpieza,
administración…) y otro millón más que le toca apoquinar a los bancos como devolución
de préstamos y como intereses de los préstamos. Total, que ahora pide un
crédito de millón y medio, a lo que le responden que tururú, porque es obvio
que dentro de una temporada solicitará tres millones para poder seguir con sus
pagos ordinarios y para devolver aquellos dos. Y así sucesivamente. O sea, se
ha subido usted a una espiral o está montando eso que se llama una pirámide o
una burbuja: el día que no le presten, quebrará oficialmente; pero como en
verdad ya está quebrado, los que le dejan el dinero saben que no pueden seguir
dándoselo, porque entonces la jugarreta se la hace a ellos y serán ellos los
que se vayan al garete. Para usted los préstamos ya son absolutamente
imprescindibles, pero los dueños del parné se van dando cuenta de que lo
imprescindible para ellos es dejar de financiarlo a usted. Tienen otros más
solventes con los que invertir, para colmo.
Entonces
usted se dirige a los que en la casa cohabitan y les cuenta que ya no hay de
dónde sacar para seguir con el invento y con ese tren de vida. Que hay que
recortar drásticamente los gastos comunes, vaya. Y todos, los cincuenta, le
responden al unísono: que no. O, mejor dicho, que sí, pero que recorte a los
demás, a los otros. Eso clama cada uno. El de la tercera puerta le espeta que
él ya vivía allí cuando la mayoría no había ni nacido. El de la quinta, que él
sigue teniendo un derecho constitucional al ocio y que la suscripción colectiva
al Plus es innegociable, que no se retira o nos veremos en los tribunales. El
cojo de la entreplanta, que cómo no se va a abonar el mantenimiento de los
ascensores, que a ver cómo sube y baja él entonces. El rentista del ático, que
lo que él ganó con su esfuerzo es suyo y que si se lo tocan más se larga a un
apartamento en Montecarlo y a ver cómo se las apañan sin su cuota. Y la mayoría
coincide en un lema: no hay derecho a que se recorte, abajo los recortes, a
gritar ahora mismo contra los recortes. Así que en la acera de enfrente los ve
usted todos los días a casi todos, el rentista, al cojo, al antiguo y al
televidente compulsivo, bramando al unísono contra la injusticia de que se
reduzcan gastos, pues todos están de acuerdo en eso, cada uno desde su peculiar
interés en que no le afecte a él.
Dice
el uno que si él mandara iría todo sobre ruedas porque podaría el gasto en
ascensor y, de paso, haría buen ejercicio todo el mundo al subir escaleras.
Este es el que vive en el bajo. El otro, gran lector, sostiene que si él
tuviera el poder, se acabarían las antenas colectivas y los canales
comunitarios de televisión, con lo que cuestan. El rentista propone que cada
cual friegue su porción de escalera y que le den a él una comisión por
organizar los turnos y los horarios, mano de santo para ahorrar un pastón y que
cada cual se haga corresponsable de la higiene del inmueble. Y todos así,
pasándole el cáliz al vecino al grito común de no nos moverán.
Oiga,
usted qué haría. No se me excite malamente y antes de tiempo y no se
identifique ni con Rajoy ni con Rubalcaba, siéntase gobernante del Estado a
secas, Estado sin más, o su administrador.
La
situación de España es así de trágica y terminal, ni más ni menos. Hasta la
retórica se nos mustió. Hace cuatro días, en los descansillos del edificio se
comentaba aquello de somos una casa de bien, nuestras posibilidades de salir
adelante son enormes, tenemos un potencial muy rico y apenas explotado,
cualquiera puede confiar en nosotros y nuestra gestión… A tomar por el saco, ya
hemos caído de la burra. Ya casi no nos presta nadie nada más y está a la
vuelta de la esquina el cierre definitivo de la ventanilla. Finito, kaput, bye-bye.
Nos acordamos ahora de la señora progenitora de los bancos, los mercados y los
capitales financieros; sí, desde que no nos prestan estamos contra el
capitalismo especulativo, pero nadie decía esta boca es mía y a ver a dónde
vamos a parar en aquellos momentos en que vivíamos de fiado porque nos fiaban.
Es más, la mayor parte de ese vecindario de nuestra fábula ponía, feliz, sus
ahorrillos ahí: que si unos planes de pensiones, que si unas acciones bancarias, que si unos fondos de inversión. Y
tan contentos a lomos de la especulación y el buen negocio, usureros anónimos e
indocumentados.
Pongamos
que sea certero ese diagnóstico que he presentado a modo de parábola casi
evangélica (uno recibió la educación que recibió). Si no es así, me someto
gustosísimo a correcciones y enmiendas. La tesis, ya se ve, es sumamente
sencilla y fácil de entender: estamos arruinados, vivimos de lo que nos dejan y
por esa vía tampoco cabe ya seguir. La conclusión, pues, sale sola: algo habrá
que hacer, algo serio, muy serio. Pero algunos datos aumentan el desconcierto y
alimentan la desesperanza. A saber:
-
Fuera de nuestras fronteras sí hay dinero, particularmente en los países que se
han administrado mejor que nosotros o que han sido más productivos o que han
sabido hacer mejores negocios. Es posible que alguno de esos negocios haya sido
con nosotros o costa nuestra, pero pararse excesivamente en eso nada más que
vale ahora para aumentar la melancolía. En su día estábamos contentos
vendiéndoles la moto; o comprándosela, tanto da ya. Lo que pasa es que esos que
tienen la pasta que nos podría sacar del aprieto insisten en que no nos la
regalan y que lo de prestarla, según y cómo. O sea –sigamos con la historieta-,
que si es para que sigamos teniendo piscina y jacuzzi en nuestra urbanización y
unos ascensores psicodélicos, que no, que montacargas y un caño en la plaza de
la entrada. O que les demos las llaves y las escrituras y ellos se ocupan, con
lo que se puede dar por fastidiado tanto el del Plus como, incluso, el cojo. Entre
otras cosas, porque los parroquianos de allá dicen lo mismo que diríamos
nosotros si las tornas fueran a la inversa: que cada palo aguante su vela, que
por qué tienen que pagar justos por pecadores y que el que quiera peces que se
moje el culo. ¡Ay si nosotros fuéramos funcionarios alemanes o mineros de la
cuenca del Ruhr! –por cierto, casi no quedan mineros en la Cuenca del Ruhr, pero
ahora
hay una industrialización tremenda allí-.
-
Nuestros partidos políticos son la
monda. Han descubierto que la demagogia da votos, pero cuando los tienen no
saben qué hacer con ellos. Gobernaba el PSOE y aquella lumbrera inmortal que
era su líder ganó sus segundas elecciones afirmando que todo mentira y que
antipatriota el que dijera que venía una crisis. No supo cortar los vicios y
malos usos que ya venían de antes y, de propina, dilapidó cuanto había, al
grito de somos ricos y guapos. Cuatrocientos euros para cada votante,
subvenciones para cualquier cabestro que presentara cualquier proyecto idiota,
cheque-bebé también para los bebés que venían al mundo en cuna de oro o desde
París en bussiness class, urbanismo de asalto, autonomía universitaria,
eliminación de los impuestos que más molestaban a los más ricos… Eso sí,
votábamos a Zapatero porque era progresista y rojo. Manda pelotas. Y en la
oposición estaba un tal Rajoy, del PP, que juraba en latín ceceante que él
tenía la solución y que esto lo ponía de pie su partido en un pispás. Y ahí lo
tienen, no hace falta que les cuente nada. Ni él ni su partido tienen ni
repajolera idea de cómo se repara este monstruoso entuerto, dan palos de ciego
y se los dan a los ciegos más que nada.
-
La gente no entiende ni papa. Yo también soy gente, ¿eh?, conste. Así que paso
a la primera persona del plural. No entendemos nada sobre todo por una razón:
no queremos entender. Estamos en contra, eso sí. ¿De qué? De lo que sea que nos
perjudique tanto así, mucho o poco. Y ahí fuera está lleno de malos malísimos.
El mal son ellos. ¿Quiénes son ellos? Depende para quién. Pero siempre los
demás. Para unos los banqueros, que estafan; para otros, los funcionarios, que
no dan golpe; para los de más allá, los obreros, que no hacen más que ponerse
de baja o comer bocadillos a las once; para los profesores, los estudiantes;
para los estudiantes, los profesores; para los sindicalistas, la patronal
(aunque si en lugar de llamarse patronos o empresarios les decimos emprendedores,
entonces es buena gente); para la patronal, los sindicatos, que no tienen más
que liberados; para los catalanes, los madrileños y muy particularmente los
extremeños; para los madrileños, los catalanes… Y para todos, para
absolutamente todos, los políticos… a los que masivamente votamos, siempre a
los mínimos o con escasa variación, ya que la suma de votos de PP y PSOE apenas
cambia, elección tras elección. El veredicto es unánime a diestro y siniestro,
para tirios y troyanos: la culpa siempre es de los otros y, además, la crisis
se solucionaría a las mil maravillas arreando cuatro patadas a esos villanos y
dejándome a mí tal como estoy, o hasta un poco mejorado, si hubiera justicia en
este país.
¿Alternativas?
¿Soluciones? Procedamos paso a paso.
Las
alternativas son dos, o eso parece. Una, que sigamos como estamos y como hasta
ahora, jugando a la gallina ciega y con un gobierno que no sabe gobernar porque
no entiende, ni de lejos, lo que se trae entre manos. Un gobierno que, para
colmo, tiene miedo a la calle y a las posibles protestas, pero que por encima
de todo tiene miedo a la política y a los políticos, empezando por los de su
propio partido. España tardará generaciones en recuperarse de esa doble
decepción, de los dos excesos de confianza: la confianza optimista en un
Zapatero tontaina y la confianza desesperada en un Rajoy incapaz.
Pero
esa alternativa no es alternativa, porque los capítulos siguientes están
cantados: nos interviene Europa. Así que lo de mantenernos así, como disimulando
y como este gobierno hace, no va a funcionar y lleva de hoz y coz a la intervención
del país ¿Nos intervienen los europeos porque son malos y no nos respetan nada?
No, nos intervienen porque quebramos. Si no hay intervención, a los funcionarios
no se nos pagarán las nóminas, pues no habrá con qué; ni habrá con qué abonar
la luz de los quirófanos ni la calefacción de la escuelas. Si hay intervención,
nos acordaremos los funcionarios con gran nostalgia de cuando solamente nos
quitaron la extra de navidad. Y donde digo funcionarios, que ponga cada oficio
sus barbas a remojo. Si esto no cambia de rumbo, en tres o cuatro años el
mileurista será afortunado, pura élite salarial.
Soluciones
tienen que quedar, excluidos los milagros, la acción de la Virgen de Covadonga
o la conversión de Alemania y Finlandia en una ONG altruista a más no poder.
Mas esas soluciones no tienen más que una vía y una forma: recorte de gastos
del Estado, de los gastos de las administraciones públicas. ¿Cuáles? De eso,
precisamente de eso, es de lo que tenemos que hablar y sobre lo que hacen falta
unos cuantos acuerdos fundamentales. Sí, acuerdos. Hay que acabar con los que
se las prometen felices a base de explotar los desacuerdos y a base de
manipular al vulgo más manipulable. Lo hizo el PP en la oposición, ciertamente.
No deben hacerlo otros ahora. La grandeza toca cuando toca y aquí te quiero
ver, morena.
Esta
temporada y estos días me encuentro con muchos y muy queridos amigos y
compañeros que todo el rato me preguntan lo mismo: ¿tú no protestas contra los
recortes y no te vas de manifestación por eso? En cada ocasión salgo del paso
como puedo, pero en el fondo la respuesta es no. Contra los recortes en general
o en abstracto no estoy, porque son inevitables y si no llegan será peor.
Contra los recortes a los funcionarios no grito porque soy funcionario, mira
qué prurito más tonto. Contra los recortes de la minería no me alzo porque no
sé qué tienen los mineros que les falte a los de otras empresas que carecen de
subvención o a las que se retira la subvención y cierran. ¿Y si mañana
suprimieran veinte universidades públicas, y entre ellas la de León? Creo que
sobran unas pocas universidades públicas (o sobran tal como ahora funcionan, el
matiz se puede debatir) y si saliera a protestar junto con mis compañeros iría
a defender mi puro interés personal, como un minero más.
Vale,
que todo perjudicado por reestructuraciones y recortes se indigne es
comprensible. Pero si esto no puede continuar así, a alguien le tiene que tocar
la china. Y de este modo llegamos al núcleo de la cuestión y espérense antes de
llamarme conformista, derrotista y vendido, o de tirarme un ladrillo al cráneo.
Lo que no se ha debatido como se debe, lo que no se ha considerado seriamente y
en el marco de esta democracia que llamábamos deliberativa antes de que se
fuera a trabajar al club, lo que requiere reflexión y poso es eso: cómo se
reparte la china. Y ahora espero explicarme mejor que hace un rato: no me voy
de manifestación con nadie que no plantee alguna alternativa seria y que pueda
ser mínimamente viable para salir de esta. Que bien está protestar,
naturalmente que sí, pero urge proponer y acordar.
Estamos
sumidos en un juego político perverso en grado sumo. Se procede según estos
pasos. Uno, votamos en masa al cantamañanas que más alto proclame que tiene la
solución mágica. Dos, cuando ese cantamañanas gobierna, y en cuanto nos toca un
pelo, nos enojamos. ¿Por qué nos enojamos? Porque no hizo lo esperado. ¿Y qué
era lo esperado? Ah, ahí está el misterio, pues él no había dicho qué iba a
hacer o no había dicho que fuera a hacer nada que pudiéramos tomar en serio si
nos tenemos algo de autoestima. Pensamiento mágico con derecho al pataleo. Como
niños.
Es
imprescindible refundar nuestro sistema social y político sobre nuevos acuerdos
y, nos guste o no, esos acuerdos tienen que prosperar o culminar entre los
partidos representativos, los sindicatos, la patronal y los movimientos
sociales con auténtica implantación, si es que los hay. Y deberían pasar por
estos puntos básicos:
1.
Por decencia, por orgullo ciudadano y por justicia, no se puede hacer borrón y
cuenta nueva, es imprescindible mirar atrás y ajustar algunas cuentas al pasado
reciente. No pueden irse de rositas los que nos llevaron al pozo y nos
empujaron en él hasta el fondo. Puesto que somos y queremos ser Estado de
Derecho, determinadas vías están cerradas, como la aplicación retroactiva de
normas penales. Pero de las que había y hay no se ha hecho el uso posible y
debido. El primer acuerdo debería ser para poner a trabajar a destajo a los
fiscales, caiga quien caiga y aunque las pase canutas hasta el maestro armero. Esa
herida, la de tanta corrupción evidente y no perseguida, o la restañamos
adecuadamente o se nos gangrena. Y lo mismo que se tienen que exigir en Derecho
las responsabilidades que el Derecho permita, se impone una catarsis política,
el sistema político necesita un depurativo. El problema está en que debe
autoadministrárselo, pero ahí sí que puede tener su buen efecto la presión
popular. Hasta ahora, con esa curiosa costumbre de votar más a los que más
descaradamente roban y tienen más procesos abiertos, no hemos avanzado mucho.
Puede ser la hora de cambiar.
2.
Sentado que los famosos recortes no tienen vuelta de hoja, porque de donde no
hay no se puede sacar y porque ya va siendo hora de que pensamos en no dejar
más hipotecas para que las paguen nuestros hijos, deben ponerse sobre la mesa
todos los criterios viables de reparto del ajuste. Los factores a considerar
son de fácil mención –aunque no se les está haciendo ni puñetero caso- y de
difícil evaluación. Estos: justicia social y eficiencia. Es un tópico lo de que
la crisis se está cargando sobre las espaldas de los más débiles, pero también
es rigurosa verdad. Ha de garantizarse el buen funcionamiento de los servicios
públicos esenciales y se tendrán que podar los no esenciales. Y el sacrificio,
que a todos tocará, debería ser proporcionado a la posición y situación de cada
uno.
Lo
de la eficiencia significa que no sirven las medidas para la galería nada más,
ni vale pensar que se arregle con unos pocos chivos expiatorios. Por ejemplo, habría
que acabar con el infumable privilegio de las sicav, pero nos engañaremos tontamente
si creemos que lo que de ahí salga va a tapar los agujeros y librarnos de otros
apretones. Y la eficiencia tiene que ver también con el tentarse la ropa y ver
que tampoco es soportable una política que haga caer por completo el consumo
que no sea de pan, leche y huevos y que añada tres o cuatro puntos a los
índices del paro.
¿Cuadratura
del círculo? No, viable si los partidos mayoritarios quieren. Entre PP y PSOE
no hay distancias ideológicas o programáticas que impidan esos pactos. Es más,
a medio plazo su supervivencia depende de que lleguen a ellos. Que se tienten
la ropa si prefieren seguir en la frivolidad demagógica.
3.
El sistema político necesita reformas de fondo y hasta la Constitución exige revisión.
En esto sí que la sociedad va siendo un clamor y si no se atiende, llegará el
reventón de la peor manera. Esos mismos partidos, sindicatos, asociaciones y
movimientos que se pongan a dialogar tendrían que dedicar las mañanas a la
economía y las tardes a la reforma política, institucional y administrativa. No
hay solución, tampoco en lo económico, sin un Estado viable y funcional. Y la
gente aceptará tanto mejor su parte en las penas cuanto más vea a la famosa
casta política dispuesta a disolverse y a reintegrarse en la ciudadanía de
bien.
Y
que salga el sol por Antequera.
O
sea, que será que no y tendremos intervención y miseria. Una pena.
Estamos quebrados, intervenidos y jodidos. Es un hecho, una realidad innegable.
ResponderEliminarMe da igual que se vote a un partido o a otro, sean mayoritarios o no; tienen las leyes a su medida. Yo no voto a ninguno y estoy pelín harta de que me achaquen esta crisis.
Pago mis impuestos estén unos u otros, y por lo tanto, exijo resultados. Quiero que se gestione con total transparencia y brillantez. Que paguen los excesos y corrupciones todos y cada uno de los políticos, banqueros y demás ralea que han generado este caos.
Sobran políticos, sueldos vitalicios, coches oficiales, dietas, escoltas, secretarios de secretario, ayuntamientos, diputaciones, el senado...
Tal vez, y sólo tal vez, si se pasan el dalle a ellos mismos, se genere cierta confianza, ju.
Primero que recorten de lo suyo y luego ya veremos.
Por cierto, Alemania se benefició de la bajada de tipos en su momento (la reunificación la pagamos todos) y lo hace ahora con la crisis de los demás.
Un cordial saludo.
Hasta ayer mismo estaba muy deprimida con todo lo que nos está pasando. Desde hoy, siento que me he hundido más en el pozo. Estoy absolutamente desolada, sin ninguna ilusión. Soy licenciada en Derecho(Universidad de Oviedo) y nunca he conseguido más que trabajos precarios como dependienta o administrativa. Informática, idiomas, también. Qué más da. Antes les preocupaba que tuviese veintipico sin experiencia laboral previa. Recuerdo entrevistas surrealistas: "Hola, llamo por el anuncio que han escrito en el periódico para un puesto de auxiliar administrativo", "Ah, pero si tienes voz de mujer", "Es que soy mujer, "Si eres mujer, no puedes", ¿Por qué no puede una mujer trabajar como auxiliar administrativo", "Mmmmmmm...bueno, es que es también para descargar camiones"
ResponderEliminarO aquella otra en una panadería para sacar el pan a las seis de la mañana. Me pidieron el cv. Y yo, inocentemente, hice constar lo de la licenciatura en Derecho. Entrevista de la encargada con ceño fruncido:"¿Para que quieres trabajar en una panadería si eres licenciada en Derecho?" "Porque si cuelgo el título en la pared de él no cae dinero y como tengo la costumbre de comer tres veces al día...", "No puedes trabajar aquí siendo licenciada en Derecho, no está a tu nivel", " Pero eso es asunto mío, yo quiero trabajar", "Es que, teniendo esa carrera, si te cogemos vas a querer tener tus derechos", "Pero...(estaba a punto de decirle que estaba dispuesta a denunciar a todos mis derechos laborales con tal de trabajar), "Que no, que no puedes trabajar aquí, adiós". Y me fuí.
Así en múltiples entrevistas durante mis veintipico, treinta, treinta y pico. Hice esa carrera sin saber que lo fundamental son los contactos. En el INEM me decían que si metía en el CV la carrera no encontraría trabajo nunca y que si no la metía, las empresas pensarían "mal" respecto a qué había hecho todos esos años ¿a qué se referían con "mal", tráfico de armas, trata de blancas, evasión fiscal en el paraíso X?.
En fin, ahora les preocupa que, aunque tenga experiencia(gracias a la Feria de Muestras de Gijón y a mis múltiples y variadas interinidades en la Administración local y autonómica), también tenga 43 años y un hijo de cinco.
No hay nada que más quisiera que irme de este puto país. Emigrar donde fuera, como si tengo que aprender chino y trabajar limpiando suelos. Pero mi marido es funcionario, de sueldo pequeñito y está enfermo y no puedo dejarle aquí solo con el chiquillo.
¿Me quedan opciones? Oh, sí, si me pongo optimista pienso: ahorcamiento, venas (se cortan en vertical, no como nos enseñan en las pelis), ventana, tren, pistola (tengo un cuñado militar), sobredosis de orfidales y lexatines bien mezclados con ginebra, whiskey, vodka o todo junto.
Y entonces, me veo otra vez en aquella facultad de Oviedo, en las maravillosas clases de Filosofía del Derecho, siempre mis preferidas, donde hablábamos de Filosofía y de todo...casi como en "Los chicos de Historia"...sólo que nuestro profesor no era homosexual ni nos hablaba en francés. Tampoco se llamaba Héctor, sino García Amado.
Anabel, no hagas tonterías con las orejas por favor.
ResponderEliminar¿ Acaso no merece mayor respeto, no es mucho más digno un barrendero que haga con profesionalidad su necesaria labor que el mangarrán que ocupa un puesto absolutamente prescindible e inutil pero de ringo-rango, por no se sabe muy bien que conjunción de astros, sin mayor mérito que el de derivar de una casta de braga alta o estar adscrito a algún lobbie político-sindical-empresarial y que cada vez de que dice o hace algo es para cagarla ?.
No hay crisis de riqueza, al menos a corto plazo (otra cosa será cuando llegue a vencimiento la deuda ambiental).
ResponderEliminarHay en cambio una crisis, fuerte, fortísima, de distribución de la riqueza.
Salud,
Propuesta para una entrada de blog en el futuro, que puede ser divertida:
ResponderEliminarhttp://www.elmundo.es/elmundo/2012/07/16/paisvasco/1342456238.html