25 agosto, 2012

Lo que cobran los políticos y cómo emplean su dinero


                Metámonos hoy en un buen berenjenal. Se contaba ayer en la prensa de aquí que los periódicos italianos de los que es propietario Berlusconi le han organizado a Monti una campaña de críticas porque se fue a pasar unas cortas vacaciones a Suiza, a una casa alquilada que le costó bastante cara. Las cifras no coincidían y a Berlusconi no le vamos a aplicar una presunción de veracidad. Sus periodistas en nómina dijeron que el alquiler de la casa valía diez mil euros a la semana, mientras que la oficina de Monti afirma que son doce mil quinientos euros por cuatro meses y que es la familia del primer ministro la que usa esa casa durante casi todo ese tiempo. El escándalo, fundado o forzado -de eso hemos de hablar-, estaría en lo supuestamente impresentable de que el Primer Ministro italiano gaste semejante cantidad en tiempos de crisis y, de propina, la gasta en Suiza y no en Italia. Ojo, es dinero de su bolsillo, no paga el Estado.

                Varias cuestiones resultan interesantes aquí. Una, la de cuánto dinero reciben los políticos y cómo lo consiguen. Otra, la de cómo lo gastan. Monti es profesor universitario de oficio, pero ha tenido otros empleos que le han proporcionado unos buenos ingresos. Pongamos que fueran trabajos perfectamente legítimos en los que se le pagó por la calidad de su tarea.

                Está de moda mantener que los políticos deben ser pobres, o al menos parecerlo. ¿Por qué? Vamos primero con lo que por su labor en los cargos públicos perciben. Hace poco, alguien me contaba que cenó con un ministro español que enseñó su nómina a los presentes: cuatro mil y pico euros. ¿Es excesivo? Hay altos funcionarios que ganan eso. ¿Es demasiado para un ministro? ¿Y para un inspector de Hacienda? ¿Y para un magistrado del Tribunal Supremo? Además de existir políticos sin más oficio ni beneficio y cuya competencia es más que dudosa, hay otros que pierden dinero al ejercer el cargo, pues en la empresa o en la Administración, como funcionarios, ganarían más.

                Algunas de las personas que critican el sueldo de ministros o alcaldes de grandes capitales se pasan el día quejándose porque les parece que es escaso su propio salario como profesores titulares o catedráticos de universidad, por ejemplo. ¿Debe un ministro o un presidente del gobierno percibir remuneración más baja que un catedrático de universidad? Hablo de los honrados, no de los corruptos que sacan sabrosas tajadas con oscuras maniobras y comisiones ilícitas. ¿Tendría Zapatero que, como Presidente, haber cobrado menos que un alto técnico de la Administración? Si nos parece que el sueldo es un buen incentivo en otras profesiones, ¿no debe existir tal incentivo para los que honestamente nos gobiernan?

                Luego está el asunto de cómo emplea un político sus dineros. Si el presidente de un consejo de administración de una importante empresa se alquila una casa en Suiza para sus vacaciones, no nos rasgamos las vestiduras. Si es Monti, sí, o al menos se alarman los berlusconianos, que tienen bemoles. Deben dar ejemplo de austeridad al emplear sus capitales, se dice. O sea, que si en vez de alquilar la casa de veraneo para la familia, deja esos euros en su cuenta bancaria es ejemplar; si los gasta, no. ¿Tiene sentido la crítica? Insisto, sigo hablando de dinero lícitamente obtenido y poseído, no de dinero negro o del producto de turbios negocios. ¿De verdad podemos reprocharle a Zapatero que se construya una buena casa en León?

                Yo puedo ser muy legítimamente partidario de un radical igualitarismo retributivo e indignarme porque un catedrático cobre bastante más que un conserje, un guardia civil o un peón de albañil. Nada que objetar. Pero, entonces, cuando me enfado por el sueldo de Monti, Zapatero o Rajoy, no deberé añadir que no hay derecho a que no ganemos bastante más los catedráticos.  Lo que no parece muy congruente es ese hábito de aplicar la ley del embudo o de ir con los de la feria y volver con los del mercado.

                Si en su labor en la política Monti o Perico de los Palotes roban o se corrompen, se les debe empapelar como está mandado. Si poseen dinero porque lo perciben en su nómina o porque lo ahorraron cuando trabajaban para la empresa X o porque lo han heredado, tienen el mismo derecho y la misma legitimidad que usted o yo para gastárselo en un crucero o en un alquiler veraniego. Salvo que prefiramos ver en los políticos unos perfectos fariseos que se nos parezcan.

                Convendría que analizáramos y distinguiéramos un poco. ¿Cuál considera usted que debe ser el sueldo de un presidente del gobierno o de un ministro o de un magistrado del Tribunal Constitucional? ¿Cuánto más cree que deberían ganar, si acaso, que un catedrático, un policía nacional o un peón del ayuntamiento? ¿Cree que a la hora de usar lo lícitamente obtenido deben todos ellos o algunos de ellos andarse con especiales miramientos porque hay gente que está en la ruina? ¿Estimamos que la situación de los que las pasan canutas mejoraría si un ministro percibiera menor remuneración o si veraneara barato? ¿Considera usted que ese hijo suyo que es juez o inspector de Hacienda gana más de lo debido o hace mal si se compra un apartamento en Marbella con sus ahorros?

                La justicia social tiene que ver con reglas generales atinentes a las oportunidades de cada ciudadano y al modo de evitar que haya ciudadanos que pasen hambre, no con consideraciones particulares sobre cuánto gana Fulano o qué compra Mengano. La justicia social ha de servir para que no haya ciegos, no para buscar consuelo en convertir a todos en tuertos o en dejar tuerto al vecino.

                Repito, el igualitarismo es un punto de vista perfectamente respetable y digno de muy seria consideración. Pero el igualitarista al que le ofrezcan un magnífico puesto perfectamente legal con seis mil euros al mes de paga debería pensárselo antes de aceptar a ese precio, al menos mientras haya mileuristas. O debería repartir. No pretendo, para nada, criticar a los defensores congruentes de la igualdad remunerativa, o de una cierta igualdad, pero sí a los que ven nada más que la paja en el ojo ajeno o a los que echan balones fuera haciendo que reparemos nada más que en lo que cobra un Presidente de Comunidad Autónoma, pura estrategia de despiste. Lo que no quita para que también veamos sueldos escandalosos e injustificadamente desmesurados. Pero, insisto, a la hora de hacer cuentas sobre remuneraciones y merecimientos debemos aplicar un planteamiento general. Berlusconi y los suyos tienen una cara muy dura. No son tan raros, por otra parte, y a lo mejor por eso los votan tantos, por demagogos de pacotilla.

3 comentarios:

  1. Yo creo que hay un criterio básico que nunca se comenta y es que el sueldo de político no sea superior al que uno ganaba en la vida "civil". De ahí vienen muchas "vocaciones". El sueldo de los alcaldes creo que debería estar regulado según el número de habitantes.

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  2. Lа hipocresía de los berlusconios es bien conocida. Que es un subconjunto parcial de la hipocresía italiana - anverso de la medalla, desgraciadamente, de la fineza italiana (sin duda alguna, la mayor entre los países de nuestra parte del mundo).

    Pero hipocresías aparte (mira que entre el millón de críticas que se pueden hacer a Monti, a quien creo más tóxico incluso que el mismo payaso de B., escoger la del chaletito, se las trae) - hay una pulsión que está latiendo cada vez más fuerte en la gente, y es la de la ejemplaridad del político, todavía por definir, todavía tratada muy superficialmente. En esencia, queremos que el gobernante sea como nosotros, que acepte, dentro de ciertos límites, los mismos vínculos. Estamos hasta los cojones de líderes 'ungidos', creo yo. De alguna manera, se está moviendo en la barriga de la gente una segunda revolución, 200 y pasa años después de la primera. El día que salga a la superficie -que no va a tardar tanto, gracias a la bendita crisis-, o nos barren con fuego de ametralladoras, o verdaderamente va a cambiar esto de las formas de gobierno.

    Salud,

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  3. Estimado Profesor García Amado: debo reconocer que a veces sus entradas me desconciertan. Después de tantos esfuerzos dedicados a evidenciar las lacras de nuestro sistema político, comentarios como el que acabo de leer me hacen pensar que hay algún hacker usurpando su blog y su identidad o, peor aún, que ha sido Vd. presa de alguna posesión demoníaca.

    Muy bueno lo del ministro que mostró, pobrecito, su modesta nómina de cuatro mil y pico euros. Lo que probablemente no reveló fue la remuneración que, además, percibe de su partido político, que a buen seguro se asemeja a su sueldo de ministro y que, dicho sea de paso, también sale de las arcas públicas vía subvención. Tampoco creo que mencionara los miles de euros que recibe en concepto de dietas por tener que vivir en Madrid, aunque tenga en ella varios pisitos en propiedad.

    Por supuesto que un alto funcionario debe ganar más que un ministro. La razón es obvia: aquél está donde está porque ha superado un duro proceso selectivo, mientras que el político ha alcanzado el poder gracias a su habilidad para intercambiar favores, sus buenos contactos, su instinto para lamer los traseros adecuados y algún que otro golpe de suerte. La diferencia es notoria y no creo que haya que insistir en ella.

    Por otra parte, no me puedo creer que Vd., precisamente Vd., comulgue con esa curiosa opinión de que al político hay que pagarle bien, a modo de compensación por lo que deja de ganar al no poder dedicarse a actividades más lucrativas. No se engañe, Sr. García Amado: excepciones aparte, que las hay aunque sean pocas, la clase política de este país está integrada fundamentalmente por moralla, gente que no tiene horizonte más allá de la política, que no tiene ningún talento o capacidad apreciables fuera de la política, y que probablemente se comería los mocos si no se dedicara a la política. No tiene más que ver cómo se aferran al cargo aunque cometan errores garrafales y toda la opinión pública se les eche encima. La palabra "dimisión" no existe en su vocabulario. Se agarran a la política como a un clavo ardiendo porque saben que, fuera de ella, su vida está acabada.

    Finalmente, está el tema de las vacaciones suntuarias en lugares de ensueño. Aquí compara Vd. a un ministro con el miembro del consejo de administración de una importante empresa. Suele ser Vd. muy hábil al ilustrar sus tesis con símiles contundentes, pero en este caso la comparación es descabellada y absurda, tanto que produce sonrojo. A mí me da igual que el alto directivo de una gran empresa se vaya a Brasil a ponerse ciego de caipirinhas y a cepillarse a todas las mulatas que se le pongan a tiro. Pero la cosa cambia si esto mismo lo hace un ministro, después de haber impuesto medidas draconianas de reducción del gasto público, subir impuestos directos e indirectos, recortar prestaciones sociales y pedir a los ciudadanos mil y un sacrificios porque las arcas están vacías y no hay dinero ni para pipas. Un individuo que se comporta de tal guisa no está legitimado ni tiene autoridad alguna para exigirnos sacrificios, así de sencillo. Jurídicamente su conducta será inobjetable, pero moralmente es del cinismo más abyecto. Y sí, creo que podemos reprocharle a Zapatero, ex dirigente del Partido SOCIALISTA OBRERO español, que se construya en León un chalet de más de un millón de euros. Supongo que será una manía, pero siempre me ha parecido un poco contradictorio que el representante de un partido obrero se dé caprichos de magnate empresarial.

    Un saludo,

    Alberto Lafuente

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