Lámase gorrón a aquel que se
aprovecha de lo que otros hacen o pagan,
de modo que si todos actuaran como él, nadie podría ser como él, pues no habría
de qué ni de dónde. Me explico mejor. Gorrón es, por ejemplo, aquel que, en un
grupo de amigos que todos los fines de semana se va de copas, jamás paga las copas
suyas, pese a que toma tantas como los demás. La diferencia entre él y los
otros es que los otros pagan sus consumiciones de ellos y él no abona el precio
de las suyas, sino que logra siempre que los otros lo inviten, aunque ningún
motivo tengan para ello. Digo que el gorrón se aprovecha de su condición de
excepción allí donde como regla rige el comportamiento opuesto al suyo, porque
si ninguna persona pagara nunca las copas que ella misma se toma, si todos
fueran como el jeta, no habría ni con quien ir de copas ni a quien darle el
palo. Mírenlo con este otro ejemplo, que nos acerca a nuestro divertido tema de
estos días: si todos los ciudadanos nos aprovecháramos de las redes wifi ajenas
y ninguno contratara la suya, ningún ciudadano podría aprovecharse de una red
ajena, de una que otro pague para su particular uso.
El gorrón es
una institución universal, naturalmente, pero en España abunda sobremanera y
tiene una peculiaridad que hace únicos a nuestros gorrones nativos: mientras
hacen la suya, te lo teorizan en plan doctrinal y se hacen pasar por vengadores
del destino o compensadores de ajenas injusticias. Aquí, a ese que jamás saca
la cartera para abonar los muchos vinos que toma con un amigo tú le dices un
día: oye, creo que le estás echando mucha cara y estás abusando malamente de
Fulano, que es el que todos los días apoquina las consumiciones. Y te responde
así: que se joda, pues se niega a pasarle a su hijo la pensión de alimentos. O:
que se fastidie, es un machista que ya se ha divorciado dos veces de mujeres a
las que dejó muy deprimidas. O: pues que pague esto, claro que sí, ya que
Fulano es un consumado evasor fiscal. Te lo cascan con cara de que no solo su
gorronería está por esas razones justificada, sino que, además, ellos de esa manera
hacen el bien y se tornan servidores de la Providencia o de una equidad
cósmica. Como si por ser ellos unos puñeteros tacaños y abusicas fuera a
mejorar la situación de aquel hijo, la de las aludidas mujeres o la del Fisco
ante los que no cumplen con él. O sea, los muy cabritos encima degradan al que
los mantiene y predican su propia superioridad moral sobre él. Cría cuervos… Es
talmente como si alguien te magrea el culo sin tu permiso y cuando le vas a
preguntar que de qué va, te replica que menudo sinvergüenza tú, pues se ha
enterado de que durante la carrera copiabas en los exámenes. ¿Y por eso, aunque
sea verdad, debes permitir que se dé gusto con tus posaderas sin que puedas ni
rechistar?
Volvamos
ahora, pelín más en serio y sin acritud (palabra de que no hay acritud, pues el
tema me importa en la práctica relativamente poco, aunque me entretengan mucho
sus ribetes teóricos), con lo del pirateo de mi señal wifi, previa “ruptura” de
mi clave, es decir, apropiándose de ella mediante algún aparato o programa “bajado”
o adquirido para tan noble fin.
Un argumento
que ya he oído más de una vez y que creo que aquí, en el post anterior sobre la
cuestión, repite, más o menos, un amable interlocutor, reza así: la señal de
internet, bajo la forma de ondas o cosa por el estilo, entra en mi jardín y mi
casa y circula por allí sin mi permiso, y por esa razón yo estoy legitimado
para apropiarme de la clave correspondiente de algún usuario cuya señal esté a
mi alcance y usar gratis el servicio que él paga a Vodafone, Movistar, Ono,
Yoigo o la compañía que sea. Sometamos a prueba el argumento sin querer hacerle
injusticia. Llamemos G a quien lo sostiene.
G tiene un
prado y un día entra en él una vaca de su vecino. Y piensa G: ah, esta es la
mía, como la vaca está, sin mi autorización, en el prado de mi propiedad, pues
la sacrifico, la despiezo y la meto en el congelador para ir zampándomela
durante el año. O, en versión menos radical, decide G ordeñar la vaca del
vecino cada vez que entra en su finca, sea para beber él la leche, sea para
venderla. ¿Vale la comparación con lo de la wifi? Se me dirá que no, porque
sobre la vaca rige un derecho de propiedad del vecino, ya que la vaca es un
objeto tangible y no una onda o una señal radioléctrica o similar. Me hace
muchísima gracia el nuevo tipo de comunismo en chanclas que rige últimamente
entre muchos conciudadanos y que viene a contarnos que lo material o tangible
es de cada uno, pero lo intangible es de todos. Por ejemplo, mi vaca es mía o
mi coche son míos, y líbrense todos de tocarlos sin mi consentimiento, pero tu
señal de wifi, la onda electromagnética
que emite no sé qué cacharro tuyo son de todos. Los libros que yo en papel
compro en la librería, sean para el estudio o el asueto, son míos y actúa
ilícitamente quien se apropia de ellos a la chita callando, pero las versiones
electrónicas de esos libros son de todos.
Fíjense que
he dicho “mi vaca es mía, pero tu señal wifi es de todos” y no he dicho “las
vacas son de cada propietario y la señal wifi es común o de todos”. No es
casual ese modo de expresión. Porque lo que esa especie de comunismo con
bermudas predica es el reparto de lo de los otros conmigo, es comunismo unidireccional
o nada más que de lo de otros, es ley del embudo envuelta en celofanes de
justicia social. Por lo general, el día que contrata un servicio de internet
inalámbrico ese repartidor optimista, le mete una clave del carajo e imposible
de romper, porque ya se sabe que hay por ahí mucho aprovechado y mucho amigo de
lo ajeno. Es España, compadres, qué quieren que yo les haga.
Dirá alguno,
no sin su punto de razón: yo soy amigo de compartir mi red y por eso la
mantengo abierta, sin password. Me parece muy bien, de verdad, y yo también lo
haría así si la gente no me dejara sin megas a mí, el que paga, a base de bajar
The Wire completo en siete idiomas diferentes. Pero hay un matiz crucial, como
es que el que decide compartir está autorizando el uso de lo suyo por otros y,
por tanto, ya no es el caso que aquí hablamos. No estamos debatiendo qué
consideración jurídica, moral o social merece el que usa la red de uno que a
postala dejó sin clave, sino el que contra la voluntad del primero rompe la
clave para usar su red.
Argumento
que viene acto seguido: pues el que quiera tener clave, que se organice para
tener una invulnerable. Si pretendemos decir que es más fácil aprovecharse del
más tonto y que tonto eres si permites que, por no meterle un password de
doscientos caracteres, otro se aproveche de ti, pues de acuerdo. Igual que bobo
serás si no quieres que entren en tu casa a usarte el equipo de música o a
mirar por el ojo de la cerradura mientras te duchas y pones una cerradura que
se fuerza hasta con un mondadientes.
Vale, muy bien, pero creo que para el delito de allanamiento de morada
no es atenuante ni eximente el que no haya doble ventana o el que la puerta no
sea blindada. Y conste que es una comparación nada más que a esos efectos y no
estoy proponiendo nuevos delitos ni llamando ladrón al feliz usuario clandestino
de mi wifi.
Aquí es
donde toca darle los suyo a la empresa. Si usted contrató con una empresa de
puertas y cerrajería para que le instalaran una bien segura, le pagó por ello y
luego resultó que la cerradura la fuerza hasta un niño o que la hoja se tumba
hasta soplando, usted podrá reclamar civilmente a dicha empresa para que le
indemnice por el daño o, simplemente, le devuelva todo o parte de lo que le
pagó por el servicio. Estoy de acuerdo en que por ahí deberíamos atacar a Movistar
y compañía (compañías). El otro día, un técnico de Movistar que me atendía
telefónicamente me lo soltó con todas las letras: mire, me dijo, esas claves
que vienen con el router que le instalamos no valen para nada. Mas, insisto,
una cosa es mi relación comercial con la empresa Movistar y otra cosa es la
calificación jurídica, o del tipo que sea, que merece el vecino que utiliza mi
red apoderándose de esa clave, falsificando o copiando mi llave, como quien
dice. Lo primero no exonera lo segundo, si es que algo hay que exonerar, que de
eso hablamos.
Lo próximo
que me argüirán es que la culpa y la responsabilidad también es mía, por no
cambiar yo la clave mediante el proceder técnico pertinente. ¿Y por qué tengo
yo que perder mi tiempo en eso o por qué debo saber hacerlo, al precio de que,
si no, sé debo soportar sin rechistar que mi clave sea rota por el enmascarado
del cuarto derecha? ¿Y si soy un buen señor de setenta años que no es o no se
siente capaz de tales pericias técnicas? ¿Y si soy yo mismo, aunque no ande en
tal edad? ¿Debemos establecer una diferencia sustancial entre los que saben
defender lo suyo -dominan varias artes marciales, son maestros en la colocación
de trampas para intrusos, instalan alarmas y petardos…- y los que no son capaces o no tienen tiempo,
de modo que la indefensión de los segundos haga perfectamente impune la acción
de quienes los asaltan? La wifi para el que la trabaja, de modo que el que le aplica
buenísimas claves la tenga como suya y sea compartida y común la del que no, la
de quien la tenga con claves más sencillas. Sería un criterio ciertamente
curioso y no sé si muy presentable en términos de justicia social,
precisamente.
Pero
retomemos el hilo donde antes lo dejamos. Hablábamos de la propiedad de lo
intangible o el derecho sobre cosas intangibles, como ondas, señales
electromagnéticas y tal. A los de Derecho, por cierto, enseguida nos vendrá a
la cabeza aquella polémica de hace más de un siglo sobre el “robo” de energía
eléctrica.
Si las ondas
o señales que pasan por mi casa o mi huerta son también mías porque circulan
por allí sin mi permiso, supongo que el argumento valdrá lo mismo para la
comunicación mediante teléfono móvil. Como por mi propiedad circulan las ondas
o señales del móvil de mi vecino, lo tengo a huevo: me hago con un programa -si
lo hay, o suponiendo que lo haya- que me permita suplantar su identidad
telefónica y con el móvil mío hablo con cargo al contrato telefónico de él. Si
protesta, le suelto eso de que no me pidió el visto bueno para la circulación
de su señal por mi cuarto. ¿Eso también lo veríamos bien? O, con un ejemplo más
pedestre y tontón, si el cartero que le lleva las cartas a mi vecino tiene que
pasar por una propiedad mía para entregarle a él la correspondencia, puedo
quedarme con sus cartas o cogerlas cuando se me antoje?
En suma, me suena
la mar de gracioso ese argumento que basa en el derecho de propiedad el
atentado contra el derecho de propiedad: lo que pasa por lo mío es mío aunque
lo pague otro, de modo que mi propiedad es el fundamento de que no reconozca yo
la propiedad del otro. Es lo que, a modo de chanza, antes califiqué comunismo
unidireccional o de embudo, y que también podríamos llamar comunismo de chándal.
Hay gente
que evade sus impuestos escudándose en que el Estado administra muy mal sus
ingresos. Lo que no quita para que esa gente sí circule por las carreteras
construidas con el dinero de quienes sí pagan los impuestos suyos. A Dios
rogando y con el mazo dando. En el asunto que nos ocupa, me interesa el
tratamiento jurídico que tenga o debiera tener lo de la wifi y las claves, pero
ya he dicho que me gusta más que nada como divertimento teórico. No propongo
nuevos delitos e insisto en que los ilícitos no solo pueden ser penales,
también los hay administrativos y civiles. Lo que no me entra en la cabeza con
facilidad es que dichas acciones de “piratas” o gorrones no deban merecer
ningún reproche jurídico. O, al menos, concédaseme la dimensión moral negativa
del comportamiento del gorrón. Porque que, encima y para colmo, a mí, que pago
por ese servicio, me dé lecciones de teoría de la justicia y de ética
comunitaria el que se lo monta a mi costa me desasosiega un poquillo. Es
aquello de que bien está joder, pero no arrancar los pelos. Y perdón por la
vulgaridad de la expresión. Podríamos pagar a medias, y ganaríamos los dos, o
los diez. O podría yo comprarme la antenita y bajarme el programa rompeclaves y
ponerme a vivir de los tontos que pagan, al menos mientras alguno quede y no se
vuelvan todos comunistas de pega, hasta que ya nadie tenga una wifi de la que
chupar por la cara. Vale, que sea impune del todo el actuar de esos vecinos
míos, pero déjenme al menos que pueda yo decir que no son muy buenos vecinos,
aunque se sientan descendientes de Marx, de los dos, de don Carlos y de don
Groucho.
Última
precisión, a riesgo de resultar ya más que pesado: no protesto en verdad contra
el uso de mi red, aun con añagazas y pirateos, sino porque yo pago por seis
megas y los que bajan películas con ella me están dejando los restos, una
lentitud desesperante. Y no me vengan con que es culpa nada más que de Movistar
por no dar un ancho de banda que nos satisfaga a todos. Que desenchufen ellos
un rato y salgan unos días del Torrent y vemos si tienen alguna culpa o no de
mis cabreos. Nada más que eso. ¿Me estaré convirtiendo en un capitalistón
furibundo e insensible? Y lo último, de verdad: palabra de honor que si uno viene y me explica que no tiene con qué pagar el abono a internet yo le regalo mi clave de inmedato. Pero sospecho que más de cuatro cabrones de los que llevo subidos en la chepa tienen más dinero que yo, para colmo.
Redios!
ResponderEliminarHace uno una bromilla inocente sobre un comentario jocoso de ni recuerdo quien para rebajar dramatismo y se toma como un serio y sesudo argumento (y toma de postura personal) a favor de robar señales radioelectricas de vecinos digitalmente discapacitados al que hay que dedicarle casi un post entero para rebatir !!!
Aqui anda usted desencaminado, pero eso no es lo que importa.
Lo que importa es si quiere arreglar su problema (como por su post inicial pareciera) o lo único que le priva es sentar jurisprudencia sobre su situación de superioridad moral sobre los vecinos gorrones en chanclas (y de paso reflexionar agudamente sobre la posición jurídica teórica de los distintos actores del psicothriller del wifi).
Si es lo primero, repito, aprovéchese del capital humano que pasa por aquí y adopte raudo la solución (la mejor que hay) que le brinde, generoso, en el comentario del post anterior.
Si es lo segundo, no recuerdo que nadie se haya pronunciado en contra de que "...pueda yo(Ud) decir que no son muy buenos vecinos...".
Que si, que tiene usted su cuota de razón, hombre !!!, pero tener la razón, como suele suceder, no va a devolverle sus megas.
PD: y en lo de Timofónica y demás, mas razón que un santo.
Anónimo, no se me ofenda, que no pretendía maltratarlo dialécticamente a usted, ni mucho menos. Lo que pasa es que ese comentario, en su caso jocoso, de que si la señal pasa por mi casa puedo usarla, me lo ha hecho más gente esta temporada, y no siempre con ese tono de guasa.
ResponderEliminarEn cuanto a lo de la pretendida superioridad moral, le digo que sí, que me siento moralmente superior a muchos de los compatriotas nuestros, a pesar de las múltiples calamidades de mi ética personal. No es mérito mío, es demérito ajeno, pues usted sabe tan bien como yo que estamos muy rodeados de conciudadanos con una catadura moral propia de la preadolescencia. Y uno de los trucos de los moralmente descarados consiste precisamente en eso, en decirles a quienes les muestran los desarreglos de su estado moral que son unos presuntuoso y que se pretenden superiores y que muy mal porque todos somos iguales. Pues no.
Le agradezco muy sinceramente sus comentarios y su tono y espero que podamos seguir debatiendo sobre estos u otros temas.
Cordiales saludos.
Buenos días. ¡Y eso que no ha tocado usted el tema de que los gorrones vayan mucho mas allá de las descargas de series y se encuentren inmersos en todo un mundo de tráfico de videos de pederastia!. Porque ese es otro tema y bastante peliagudo. Imagínese el fregado y devánese la sesera para convencer al sr. juez de que no es usted, sino un gorrón el que está cometiendo tamaño delito. Un saludo y encantado de seguirle.
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