Me
estoy quitando de las tertulias radiofónicas mañaneras y sólo me queda decidir
qué escucho mientras me ducho o cuando llevo a mi hija al colegio. Debo
hacerlo por ella también. Pero como tengo ocasionales recaídas, hoy a las ocho
y pico oí a uno de esos comentaristas todoterreno algo bien inteligente,
pues dijo que a las nuevas fiebres catalanas el paisanaje español estaba
reaccionando con hastío, con aburrida indiferencia. Digo yo que llevamos
bastante razón si así nos ponemos, hasta el gorro la boina o la barretina, y
sintonizamos Kiss FM.
Me
he retado a mí mismo a escribir aquí alguna cosilla sobre la
manifestación de la Diada, la exigencia de pacto fiscal, los afanes de
independencia o Mas entrevistándose con Rajoy para decirle lo de o me pones un
pisito mayor o dejamos de hacérnoslo juntos. Y, como era de temer, ni me excitan
ni me estimulan esas cuestiones ni me dan para más conversación de la que se me
ocurre cuando me topo con algún vecino pesado o con un borrachín pelmazo. Reconociendo,
eso sí, todos los derechos, intereses y expectativas de pesados y pelmazos y
exigiendo también mi derecho constitucional a seguir mi camino a comprar unas
lechugas y unas botellas de vino de Rueda o del Penedés.
Naturalmente
que vendrían a cuento unas consideraciones jurídicas bien sesudas y apropiadas,
pero en eso me remito al artículo de mis amigos Paco Sosa y Mercedes Fuertes en
El Mundo el otro día, y que aquí copié. Mas (perdón, quise decir pero) el
discurso jurídico es en esta época una fuente segura de melancolía. Hablar de
Derecho en España y esmerarse en plasmar con quirúrgica precisión lo que se
contiene en la Constitución y las leyes es tan vano como disertar sobre música
del Barroco en un partido de fútbol o como explicarle al gato que los sofás no son para afilar las uñas, sino
para sentarse, pérdida de tiempo. El sistema jurídico se nos ha vuelto gaseoso,
y no precisamente por el lado de los gases nobles, sino de los más plebeyos.
Por eso también resulta cada vez más estéril y engañosa nuestra labor de
profesores de Derecho, condenados a explicar al alumno indefenso preceptos que
nadie cree y normas que solo aplica el que en ellas encuentra ventaja. El
Derecho, según moda imparable, es un conjunto de principios, y los principios,
ya se sabe, valen para la gente con principios, lo que no es el caso.
Lo
mismo cabría darse a la disquisición filosófico-política y emprenderla con el
concepto de nación y los derechos naturales que a las naciones adornan, pero
uno no dejó la religión y su teología para echarse en brazos de sucedáneos
metafísicos y ritos sacramentales de otro orden, o del mismo. ¿Y la teoría del
Estado y de su soberanía? Para qué, si los estados se están disolviendo como
azucarillos en las aguas de la Historia y el empecinamiento por mantener los
que hay o inventar otros nuevos es tan quimérico como añorar la juventud
perdida o hacer la taxonomía de las almas del Purgatorio.
Entretenía
cuando éramos ricos o nos sobraba ocio, pero ya no está uno para que le digan
los nacionalistas catalanes o los de Villamelones del Palomar que ellos son
pobres por culpa nuestra, de los del resto del Estado o lo que sea, y que
nosotros somos pobres por nuestra culpa. También se me agotó el sentimiento de
culpa cuando el colegio y los curas y de todo tocaba arrepentirse y por todo
había que hacer penitencia. Me caen estupendamente todos los catalanes que
trato y no me veo, para nada, entrando al trapo que me ponen los que no me tratan y debatiendo
sobre si son galgos o somos podencos, si me deben o les debo, si tiene barba y
se llama Antón o si será la Purísima Concepción.
Propongo
que los unos nos quedemos quietos y a nuestra bola y que los otros hagan lo que
les plazca, pero sin ruido, por favor, como el que no quiere la cosa. No me
apetece nada que lleguen los fríos de diciembre sin la extra y con un concierto
de zambomba los periódicos y un coro de caganers en cada emisora de radio. Que
lo hablen a ver, que lo ventilen en su casa y después, simplemente, que me
digan si voy a necesitar pasaporte o cambiar moneda para entrar en Barcelona. Y
ya veré yo cómo me lo monto y qué hay de lo mío.
PD.-
Nada más lejos de la intención latente en la paginita anterior que molestar a
Cataluña y a los (nacionalistas) catalanes, pues dicen muchos que si se les
importuna con chanzas o poco cariñosas observaciones que no les den la razón sin guasa ni reservas, medra
el independentismo. Por mí, que crezca o que se marchite, pero que nadie
intente decir que yo, en mi modestia y comedimiento, llevé diez mil más a la
próxima Diada. Yo paso y me declaro independiente. No sé si me explico.
Buenas tardes, profesor, desde el bochorno madrileño le envío este enlace, por si fuera de su interés:
ResponderEliminarhttp://www.liberation.fr/societe/1201338-dialoguez-avec-valerie-pecresse
Gracias por su blog y su buen humor.
David.
Sugiero este artículo de Vicenç Navarro
ResponderEliminarno porque comulgue ni converja con él -salvo en el feroz rechazo de Mas-, sino porque aporta una visión alternativa que no está mal. Algunas cosas dan que pensar.
Salud,
Profesor no se puede permitir ni de coña la disgregación de España. Punto redondo
ResponderEliminarRoland: lo que no se puede permitir es que territorios que no quieren ser españoles revienten el Estado desde dentro. Para eso, que se vayan. Estoy harto de los chantajes desvergonzados y las fanfarronadas catetas de los nacionalistas. A enemigo que huye, puente de plata.
ResponderEliminarNo se preocupe, que si perdemos Cataluña no se acaba el mundo. Vd. probablemente cree que sería como abrir la caja de Pandora y que hasta el kioskero de la esquina se querría independizar. Lo dudo mucho. Probablemente se sumaría el País Vasco, pero pare Vd. de contar. Los ciudadanos dotados de cerebro sabemos que fuera de España (y de la UE) no hay nada que hacer. Seguramente Artur Mas y su cohorte también lo saben, pero se tiran el farol para arañar privilegios, como viene siendo costumbre.
Pues por mi parte se pueden segregar, nacionalizar y hasta abrir su propia oficina de correos.. Vamos a ver ¿es el Estado -sea desde la perspectiva teórica, como desde su concreción práctica- una verdad inmutable?, ¿Se pierde alguno de los elementos del Estado con una eventual segregación? ¿Durante algún momento histórico en España o en cualquier otro Estado del mundo se mantuvo el territorio inalterado?, ¿son los Estados eternos por naturaleza?, ¿es la organización estatal una estructura elemental para un Estado que necesita ser continuamente ajustada so pena de devenir inútil? No, no, no, no y sí.
ResponderEliminarAlberto y Anónimo
ResponderEliminarVuestros argumentos son débiles puesto que ESPAÑA y toda nación no está disponible a la voluntad y criterio de unos cuántos aunque sean mayoría en un determinado lugar de la nación.
Tiene más que ver, en mi modesta opinión y entiéndanme que no es ciencia exacta lo que mantengo ni mucho menos,con la Química y las fuerzas telúricas que con lo que digan 4 tratadistas y políticos, te une la sangre y la sustancia química de tu cuerpo a la sustancia química del territorio nacional, de todo él.
Pero no puedo demostrarlo y se me pueden poner muchas objeciones a esa manera de ver el nacionalismo, pero ye lo que hay.
Y en último caso mantengo una concepción patrimonial de la Patria, es decir, aunque como con razón apunta anónimo los límites territoriales han variado en ESPAÑA, yo cuando nací eran unos concretos y eso "es mío" y como es mío el que me lo quiera quitar pues no va a ser por la cara, es que este caso ni por cojones, desde luego, ni por razones, es mío y punto ; si hasta la fecha he podido ir a Cataluña o a cualquier parte de ESPAÑA como si fuera mi tierra, x personas no pueden privarme de ello.
Para nada mantengo que mis preguntas anteriores sean un sólido fundamento para la segregación de ningún territorio Roland, pero si pueden verse como un sencillo inicio de reflexión sobre el tema. Los Estados son bajo mi punto de vista una consecuencia lógica, casi superada, de la tónica de integración humana (grupos, ciudades, ciudades estado, imperio, etc.) y nada más. Son estructuras que nos agrupan cuyos intereses, a la vista está, son por completo diferentes de los de su propia población. A veces pienso, que son un gran invento, como el derecho, y que su éxito se basa en que son capaces de hacernos creer que son ciertos. Yo también nací en territorio español pero para nada lo considero como mio, creo que las cosas son a veces mucho mas sencillas de lo que parecen. No sé si Cataluña se constituirá en un Estado independiente, reitero mi duda, pero si que estoy seguro que ni España ni ningún otro país son afortunadamente eternos. La vida humana es mucho más limitada que la que potencialmente pueda tener un Estado, aunque tomando en cuenta la globalización planteo mis reservas, así que si alguien quiere la unidad inalterada de la patria que la busque y que la reivindique como tenga por conveniente hacerlo. A mi juicio todo eso de la patria, tierra, nación son concepciones ideológicas inoculadas por el propio Estado en la población para seguir subsistiendo, y parece que se le va agotando ese cuento. Hacia un constitucionalismo global!!!!
ResponderEliminarEstimado Roland: creo que mis argumentos le parecen endebles por la sencilla razón de que no los comparte. Porque, siendo objetivos, su disertación sobre las conexiones telúricas con el suelo patrio tampoco constituye un paradigma de razonamiento sólido.
ResponderEliminarVd. dice que la sangre está por encima de lo que digan cuatro tratadistas: en definitiva, que el sentimiento debe prevalecer sobre la razón. No me gusta el discurso de la sangre, Sr. Roland, porque es inmune al diálogo y rehuye cualquier ejercicio de sensatez.
Vd. apela a su sentimiento de españolidad (muy exacerbado a juzgar por su abuso de las mayúsculas) para rechazar la independencia de Cataluña. Muy bien. Lo que sucede es que ellos apelan a su sentimiento de catalanes para rechazar su pertenencia a España. ¿Qué sentimiento es más válido? Ya ve, cuando lo que se contraponen son sentimientos, y no razones, es difícil hallar la salida.
Yo le propongo un ejercicio de racionalidad. Para que no me tache de antipatriota, ese ejercicio consistirá en pensar qué es lo que más le conviene a España, a nuestra nación. Y creo sinceramente, Sr. Roland, que lo que más le conviene a España es deshacerse de Cataluña, si realmente la mayoría del pueblo catalán desea la independencia. No necesitamos a una región que nos tacha de saqueadores al tiempo que nos pide rescates para enmendar su pésima gestión económica. No necesitamos a una región pedigüeña y quejumbrosa, eternamente inconformista, a la que sin embargo siempre se reserva una parcela de privilegio en los presupuestos generales del Estado. El horno no está para bollos, Sr. Roland: a este carro llamado España sólo han de subir quienes quieran tirar de él. Los que le ponen palos en las ruedas, mejor que se queden en el camino.
ctVamos a ver: no confundan Vds. la calidad del analista con la de los análisis.
ResponderEliminarMas y compañía son unos piernas, cuya ‘calidad’ intelectual asusta, en el mal sentido de la expresión.
Pero lo que están concluyendo es solidísimo para quien quiera verlo: el proyecto España está con la pata irremediablemente quebrada. Por supuesto que ‘ellos’ se cuidan muy mucho de citar todas las razones. Se concentran en la crisis central (toda la miseria que están exhibiendo las instituciones), que es ciertísima, pero omiten, por intereses y maquinaciones tan evidentes que no hace falta ni comentarlos, la crisis periférica (las tensiones autonómicas derivadas y de las miserias locales y del irrecuperablemente contrahecho diseño del conjunto), la transversal (el tejido social en su conjunto, sumido en bancarrotas y desigualdades de vario tipo), y la contextual (la devastadora crisis del tardocapitalismo consumista, junto el disparate ambiental en el que nos hemos metido, combinada con el embastardecimiento del proyecto europeo, transformado en poco más de zona de libre cambio).
A la conclusión, pues: el proyecto no hay quien lo levante. A este circo celtibérico, en el sentido pseudounograndelibre que, con diversas capitas de maquillaje barato, se sigue dando desde ochenta años a la palabra 'España', le quedan dos telediarios de tiempo histórico. Cuanto antes lo aceptemos menos doloroso va a ser.
¿Soluciones? Los diversos grados de desmoralización que estoy encontrando por selvas, montes y riberas se embarrancan esencialmente en dos variantes: o la imposición por cojones (es decir el conflicto, y hay que estar loco de atar, ser tanatofílico a tope, para querer más conflicto), o tirar la toalla, “que se vayan, qué más da” (lo cual es una regresión antihistórica y empobrecedora, a parte de darle la razón a los piernas arriba citados y de facilitar sus proyectillos aún más míseros de la realidad presente, lo cual ya es decir).
Cuando hay una solución integrativa y constructiva hacia delante, que salva lo que se puede salvar, y tira por la borda lo que ni se puede, ni hace falta salvar, comenzando por la mugre casposa de la dinastía. ¡Limpieza, limpieza, limpieza! Y que es una aportación al mundo, en un momento que las necesita.
Se llama República Federal, construida sobre tres principios (a) un verdadero estado de derecho, con poderes separados y toda la vaina (novedad histórica absoluta), (b) una economía basada sobre la ecocompatibilidad, el conocimiento y la redistribución en serio (otra novedad histórica absoluta), (c) una integración intensificada en un proyecto europeo renovado. Con una capital obvia, que más obvia y más atlántica (aparte de desgarradoramente hermosa, que también cuenta) no puede ser: Lisboa.
Salud,