Un
grupo interdisciplinar de investigadores de la Universidad de Seúl acaba de
hacer un muy desconcertante descubrimiento, tras años de laborioso estudio, de
entrevistas con más de quince mil autoridades universitarias de todo el mundo y
del análisis de numerosos restos fósiles: el rector nace. Es decir, que se
trata de una propensión innata de algunos sujetos, igual que otros salen con el
gusto por el sexo con látigo, con alergia al marisco o dados a la cleptomanía.
El
director de los trabajos ha declarado que el caso de los vicerrectores o
decanos es bastante más dudoso y que probablemente hay de todo, pero que
a rector no se llega ni por convicciones propias ni por presión del medio, sino
por una tendencia irrefrenable, por una programación genética y emocional
incontenible. Según se explica en el artículo que esos científicos acaban
de publicar en Nature, con el método
adecuado ya se puede diagnosticar la indomable inclinación desde la más
temprana edad. Serían aquellos niños que siempre se chivan de todo a los
maestros, que chantajean a los hermanos pequeños, que ni a tiros se cepillan
los dientes y que cogen desde bien pronto la manía de mirarse en los espejos o
los charcos y de poner posturitas. También los que desarrollan enseguida la
propensión a hacerse amiguitos de los curas y montárselo de monaguillos a
cambio de unos caramelos o de unas palmaditas de la superioridad en el culete.
La
investigación arqueológica y paleontológica ha sido fundamental como respaldo
de estos resultados. En resinas fósiles han sido hallados, en perfecta
conservación, mosquitos revestidos de minúsculas hojitas de perejil a modo de atuendo, y
entre las termitas se han encontrado ejemplares que le tienen más afición a los
papeles que a la madera. Son casos de isomorfismo natural, por lo visto, verdaderas prefiguraciones de lo que luego se desarrollará entre los llamados al rectorado. Como declaró un rector español a quienes para esta investigación lo entrevistaron, la naturaleza es como un consejo de gobierno, pero a lo bestia. También se ha contado con la aportación de la
genética, pues hasta el momento no se había identificado la función de un
misterioso gen que portaban algunos neardentales y que se conocía como el gen
magnífico. Se dice ahora que se trataba de individuos que engañaban al clan a base de promesas y de comprometerse al reparto de grandes piezas de caza que nunca llegaban, mientras que ellos no cazaban ni nada porque siempre andaban de cotilleo a la orilla del río o se estaban tomando unos masajes en la zona lumbar,
y que probablemente fue su abundancia lo que llevó a la extinción de esa
especie, si bien se sigue ignorando cómo consiguieron algunos cruzarse con el
homo sapiens y gobernar universidades actuales.
Se
trataría de una joya de la naturaleza, una especie que por su valor científico
debe ser protegida y estudiada aún con mucho más detalle. De hecho, según
explican los descubridores, los portadores de la personalidad rectoral tienden a agruparse en camadas o
asociaciones, de las cuales la CRUE sería ejemplo paradigmático. El artículo
finaliza con una serie de recomendaciones sobre cómo preservar su pureza y
evitar que, por otro lado, ellos dañen el medio natural y social del que se alimentan. Así, se
aconseja que se solo mantengan relaciones entre sí y que se los recluya, bien
alimentados, en espacios cómodos y con mesas altas, amplios lechos y espejos en
las paredes, tipo motel.
Alguien debería de preocupare de crear alguna subcomision que estudie dotar de presupuesto a un organismo que tenga por misión velar por estas maravillas de la evolución.
ResponderEliminarJuan Antonio...que nos conocemos.... esta entrada me suena a lo de la zorra y las uvas....... que están verdes vamos!!!!!!
ResponderEliminarMisterioso comentario.
ResponderEliminarY no, no nos conocemos, obviamente. O al menos no me conoce usted a mí. No ha tenido el gusto, vaya.
Porque si lo que insinúa es que a un servidor le gustaría ser rector, es porque ni sigue este blog ni se ve a menudo con su autor.
Cree el ladrón... ¿O ya está usted en ello?
Ay, pillín, pillín.