Recientemente se ha vuelto a suscitar el
debate acerca del fin del mundo de la mano de una profecía maya y hay incluso
quienes han vivido angustiados el pasado 21 de diciembre temiendo su veracidad.
En una emisora de radio oigo una entrevista con un constructor español de
refugios nucleares que estaba muy contento porque su cartera se había abultado
por los encargos recibidos de personas que pensaban utilizarlos para conjurar
la hecatombe anunciada. Al parecer están ideados para resistir hasta veinte
años.
Me dí en cavilar qué tipo de sujetos son esos
que deciden ponerse a salvo: ellos, es decir, la familia más el gato y un
canario en su jaula, mientras el mundo se desconcierta y acaba pereciendo
atraído por las fauces hambrientas de la desolación y la ruina. El sujeto que
cree estar rodeado de bohemios irrecuperables y piensa ¡allá ellos! ¡que les
zurzan! Morirán, padecerán la destrucción de sus bienes, la desaparición de sus
seres queridos, mientras que yo, aquí dentro, en mi refugio, con mi María, con
mis hijitos Aitor y Eva Luisa, con la perra Laila que está en celo ... bien
calentitos, comiendo fabada y piña en lata. Es cierto que no se pueden
comunicar con nadie ni usar el internet ni la tableta ni el washapp pues todo se va tornando en el
exterior neblinoso, atrapado como ha quedado el universo en un pantano de
olvidos hostiles, de piedras verdinosas, de mármoles aliquebrados, de versos
marchitos, de tiempo exhausto, de pasado hecho cenizas.
Y ellos en su refugio. Todavía con los pagos
pendientes de la hipoteca pero en su pleno y gozoso usufructo.
¡Lo que es no haber leído la buena
literatura, y especialmente la española de humor! Porque estas gentes ignoran
que todo esto fue tratado por Enrique Jardiel Poncela en su obra “cuatro
corazones con freno y marcha atrás” donde aparecen esas entrañables parejas que
consideran que “morirse es un error” y deciden confabularse contra la maldita
visita de la guadaña y además tomar el elixir de la juventud. A partir de ahí,
empiezan una vida pletórica de aventuras, dulce de acontecimientos y deleitosa,
llena de anhelos colmados hasta que ... advierten lo tedioso de una situación
que carece de horizonte porque está vacía de sobresaltos, de amores
inesperados, de versos nuevos, de lágrimas, de noticias de la bolsa y de los
familiares, incluida la prima de riesgo, es decir, una existencia que tiene el
atrevimiento de ignorar las jugarretas que guarda en su seno el arca misteriosa
del Tiempo.
Y eso ni es vida ni es nada pues lo excitante
es ver delante de nosotros, como anuncia Kavafis en su poema, “los días
venideros como fila de cirios encendidos, cirios ardientes, áureos y
vivos”. Por eso lo que gusta del fin del
mundo es su comienzo. Pero su comienzo explicado por el Yavista en el relato
mágico del Génesis con sus jardines, sus serpientes, sus manzanas, sus pecados,
su carne tentadora, su Eva hirviente y su Adán cercado por el perfume de los
deleites.
¿El fin del mundo? Vendrá, claro que vendrá,
pero será cuando ya no suene la música de Mozart ni se pueda avistar el
espectáculo de una mujer enfundada en el traje de su voluptuosidad ni se pueda
vivir en pecado o cuando perdamos el hilo de nuestras costumbres y extraviemos
nuestras manías.
Ahora bien, la espera ha de ser en
descampado, bajo la dictadura del sol y de los vientos, tiranizados por los
cielos desmayados y sus nubes socarronas, luchando por el aire entre la
algarabía de las vidas. No en el refugio nuclear, refugio de certezas secas.
A los felices de los años
ResponderEliminarMuchas gracias por su elogiosa referencia a mi abuelo. Un saludo.
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