Ahora que estamos a vueltas con
la reforma de las administraciones locales es ocasión de recordar que son
varios los ayuntamientos que ofrecen cursillos a los jóvenes de su territorio
para aprender a ligar. Uno, en su infinito atolondramiento, creía que era esta
una inclinación innata en el ser humano, la de seducir y ser seducido y que por
ello no necesitaba de explicaciones ni de adiestramiento municipal. Tan solo
práctica: me miras, te miro, me hablas, te hablo, quedamos, charlamos ... y por
ahí hasta que se fragua el ligue que es, según el DRAE, “entablar relaciones
amorosas o sexuales pasajeras”. Pues se entiende que, cuando dejan de ser
pasajeras y se convierten en estables, entonces ya estamos ante el matrimonio
en sus diversas formas: por lo canónico, por lo hipotecario, por lo contencioso
...
Si esto es así ¿a qué viene la
necesidad de organizar cursillos especializados? En una de esas ofertas se
asegura que se enseñará a hacerlo “de forma sana” y combatiendo “los
estereotipos”. Resulta difícil comprender lo primero porque lo contrario de
sano es insano y la pregunta es ¿puede haber algo de insano en el acercamiento
entre dos personas con esos fines amorosos o sexuales de que habla la Academia?
Todo lo contrario, parece la forma más normal de adentrarse en el intercambio
de esos regalos etéreos, ansiosos, a la vez signos y semillas, que son los
prolegómenos del amor. Es el momento en que se soplan las ilusiones para hacer
con ellas burbujas y se experimentan los abandonos, el momento de caer en una
exaltante languidez, de aspirar aromas, de hilar cosquillas, de desfrenar los
labios.
Lo de “combatir los
estereotipos”, sin embargo, ha de celebrarse porque nada le conviene más a la
sociedad y a quienes somos sus víctimas que cultivar la lucha denodada contra
el estereotipo y declarar la guerra al lugar común, tumba donde yace sepultado
el ingenio. Pero precisamente si hay un espacio donde los tales estereotipos
han de conservarse como las monedas más valiosas y seguras es en el campo del
ligue y de las relaciones amorosas. Pues en ellas, el Amor, estatua gozosa y
riente, preside los diálogos más repetidos del mundo, los más manoseados y
sobados, los que han recorrido siglos, continentes, imperios, reinados y
pontificados. Pues para él, para el Amor, las estaciones, el clima o los meses
no son sino pingajos despreciables, desechos sin relieve ...
Es en el interior de esa estatua
imbatible donde se guardan -como en un
cofre- las mismas palabras que resuenan desde los lejanos tiempos en los que
empezaron a cantar los ruiseñores y a florecer las rosas entre espinas. Son
palabras eternas, como eterno es el rumor del agua, como eterno es el ceño
fruncido de las tempestades o del clamor de los vientos, pues las palabras de
dos enamorados son palabras sin principio ni fin (en eso consiste “lo eterno”),
palabras que tienen algo del murmullo incansable de la caracola.
Por tanto se verá que es una
estafa lo que anuncian los ayuntamientos. Es posible que la juventud haya
perdido en formación, en lecturas y en conocimientos, consecuencia de las
reformas de los gobiernos, esas sepulturas donde parece enterrado
definitivamente el buen tino, todo eso es probable. Pero no es posible que la ignorancia
de los jóvenes haya llegado al extremo de tener que enseñarles los primeros
palotes del acercamiento amoroso y de sus trucos, del “coqueteo” como se decía
antes de inventar la palabra esta del ligue.
Señores municipales: el ligue,
el coqueteo, el amor son versos de un poema que el Ayuntamiento es incapaz de
recitar. Es inútil buscar a un “monitor” de ligue como es inútil buscar un
soneto entre las cláusulas de la concesión de la recogida de basuras.
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