24 abril, 2013

Que no se exciten a costa de usted



                Uno de mis propósitos más firmes para esta temporada primavera-verano es hacerme menos sociable. Estoy en ello desde hace algo de tiempo, pero se trata de ahondar, como diría un político hortera. ¿Que a qué me refiero en particular? Pues a dar menos conversación en general a la gente. Con ese puñado exiguo de amigos de primera no hay problema y a seguir escuchándolos y largando con ellos, que para eso están y estamos. Hablo de los otros, de los conocidos que un día se te arriman un poco más o de esos con los que tienes un trato cordial pero que están un peldaño más abajo del amigo fetén. A esos les voy a poner cara de palo en cuanto pretendan colocarme dos frases de más o amaguen el menor desplante cuando sea yo el que les dice cuatro palabras porque se las buscaron ellos.

                El mundo de la conversación está llenito de pajilleros. Llamo tales a quienes, pudiendo dialogar contigo educadamente y con mutuo disfrute, prefieren escucharse solamente a ellos y ponerte como frontón en el que rebotan y del que a sus propios oídos vuelven las palabras con las que tanto se gustan. Ese narciso oral te quiere de asentidor, y a ser posible que pongas caras de que cuánta sapiencia y qué excelsa locuacidad, mientras él perora y se recrea y se alza y se crece mecido por su mismísimo verbo y por tu cara de idiota mientras piensas cómo diantres te puedes zafar antes de que te salpique.  

                Sin ir más lejos, no hace tanto que en no sé qué celebración académica fui a caer con un abogado que dirige, al parecer, alguna cosa para abogados, una de esas en las que cuatro picapleitos y algún otro profesional del Derecho se matan por dar dos horitas de clase y sentirse profesor por un día, de paso que se ganan sesenta euros que, oye, te dan para unos calamares congelados y unas lombardas. Bueno, pues se me viene encima el hombre con sonrisa ecuménica y presto para el abrazo, abrazo que le devuelvo junto con una mueca en mi cara, ya que su pinta me sonaba pero no conseguía recordar quién diablos era ese sujeto que me abordaba como si desde la infancia nos conociéramos o hubiéramos hecho la mili juntos. Esa es otra cosa por la que hay que dejar de cortarse, que noten que no tienes ni puñetera idea de quiénes son, y no por una precoz demencia tuya, sino por su inmanente inanidad. Nada de torturarse y disimular, el día que consigamos salir con un y tú quién (coño) eres habremos madurado de verdad y seremos hombres y mujeres libres y no estos cuitados de diván argentino y pastas con té entre cuñadas.

                Al fin caí en quién era, aunque el nombre no me vino entonces ni lo recuerdo ahora, ni falta que hace. Mientras mi mente buscaba su misérrima identidad, él ya había tomado carrerilla. Pude concentrarme un poco más y descubrí que me estaba contando no sé qué cosa de lo importantísima que resulta la teoría de la argumentación para los abogados y que precisamente había visto él el otro día un libro sobre eso y que aquí hay mucho ignorante togado y que no se dan cuenta de que sin argumentar no somos nadie, no sé si me entiendes, y que, jolín, no le sale el nombre del autor pero que le parece que había también una tía, y que si los abogados están así, imagínate los fiscales, como burros auténticos, pero que él va a organizar unos cursos sobre teoría de la argumentación y poner a todos a leer a ese, cómo se llama, un nombre con una tía que parecía checa o así. Como había vino y canapés, se interrumpió dos segundos para tomar uno de tortilla, y cuando ya se disponía a escupirme la mitad en pleno rostro, erre que erre con lo suyo, metí baza y le dije que a lo mejor se refería a Perelman. Réplica suya: sí, creo que sí, ¿cómo es que lo sabes tú? Hombre, le respondí, es muy conocido y ya precisamente en mi juventud y cuando la tesis doctoral… Corcho, no había pasado yo de esas cuatro palabrejas, dichas con gesto bien modesto, y el sujeto ya se me había esfumado. ¿Dónde se metió? Miré a derecha e izquierda y lo vi en otro grupillo ya, lanzando las últimas migajas del pincho al ojo de un procurador de los tribunales y disertando sobre lo importante que es la teoría de la argumentación y que si ellos no leyeron a Perelman o qué. Me acordé de la dudosa virtud de su progenitora y seguí a lo mío, que básicamente consistió en buscarme algún amigo de confianza y sustraerme al riesgo de que me topara otro como aquel, pues abundan, y más donde se come gratis y de vomitorio están tus orejas.

                También es cierto que la incontinencia ajena a veces lo libra a uno de cometer errores o de explayarse como no debe. Esto me ha pasado muchas veces, muchas, en particular cuando me he tomado unos traguitos de algún elixir espirituoso. El alcohol en dosis moderada me produce dos reacciones que no siempre acierto a combinar sin sobresalto. Por un lado, me hace confianzudo y me lleva a pensar que estoy entre amigos y que a qué tanta discreción; por otro, me exacerba la sensibilidad ante pelmazos, groseros y gritones. Consecuencia: muchas veces estoy en un tris de contar algo bien secreto o indudablemente sabroso para la concurrencia, comienzo con un exordio de nada y a la cuarta palabra ya hay uno que me interrumpió o que se viene con alguna frase hecha de hondo lirismo, como la que entre intelectuales se suele mencionar cuando uno pronuncia la palabra cinco. Ya me entienden, que está la concurrencia graciosa, dicharachera y gustándose, vaya. Consecuencia: uf, gracias a ese modo de regurgitar gilipolleces los de al lado o al empeño de alguno en regalar él primero un chiste de un norteamericano, un alemán y un español, me da tiempo a recapacitar y a dar marcha atrás. Compartir secretillos en tal ambiente es bien parecido a aquello de echar margaritas al que da los jamones.

                Además, ya he aprendido también a recrearme vengativamente durante el rato posterior. Tú habías empezado con lo de voy a descubriros una historia que nunca he contado y que tiene mucho morbo, y fue entonces cuando el zascandil aprovechó para, a propósito de morbo, preguntar si habíais visto el otro día las tetas de no sé cuál de la tele. Pero, al cabo, el más sereno o mejor educado del grupo te recuerda que ibas a narrar algo picante, y ahí es donde hay que aprovechar para fastidiarlos bien, con frases tal que así: jolín, creo que era alguna anécdota reciente de cuernos entre conocidos o de que habían pillado a un amiguete en grave renuncio, pero se me ha ido de la cabeza justo hace un minuto. Es mentira, pero conviene adornarse de esa manera para verlos sufrir y hasta increpar al tontaina que te atajó con el chiste sobre aquella vez que Jaimito le dijo a la maestra.

                También ayudan dichos incontinentes masturbatorios a mantener a buen recaudo los detalles de tu vida, tengan importancia o no. Esto funciona mucho con compañeros de trabajo, según tengo entendido. Tú llegas después de un fin de semana o un puente y te encuentras con alguien de la oficina a la hora del café y que te pregunta qué tal lo has pasado estos días. Resulta, que, por un casual, han sido unos días excepcionales por mil y una razones, y, sin que sirva de precedente, te dispones a explicar el caso con brevedad, pensando, además, que al otro puede interesarle eso que tú has descubierto. Así que comienzas: pues verás, como el sábado nevaba… Y no te deja la contraparte articular ni una palabra más, pues te corta de esta guisa: Aaaaaaaaay, pues para nieve la que había aquí el domingo en la estación de San Isidro, que fuimos y a quién te crees que nos encontramos, a Mariano y Mariana que se han reconciliado, y comimos con ellos un cocido que tenía unos garbanzos así de pequeños pero sabrosísimos y… A tomar por el saco, ya se te pasaron las ganas de explicarle tú eso que seguramente podría beneficiarlo a él o de descubrir alguna faceta de ti mismo bastante más curiosa que los putos garbanzos con Mariano y Mariana y toda su árbol genealógico.Por cierto, ¿quiénes son Mariano y Mariana?

                Así que ya está, decidido. El día que quiera ponerme plasta o desahogarme o tender mi corazón al sol, me aprovecho de los amigos auténticos o escribo una entrada para el blog. Y a mandar a la porra a quien me busque para explicarme que fíjate tú cómo le quedaron el otro día las truchas con jamón o que su prima de Cercedilla se ha operado de los juanetes, sin que tenga yo el gusto de conocer ni a la prima ni sus amputados juanetes. Lo que pasa que he tardado en averiguar cómo se factura hacia la porra a semejantes pelmazos ociosos, pero ya lo tengo: por ejemplo, explayándote sobre el último artículo que estás escribiendo: mira, Fulano/a, andaba loco con lo del fin de protección de la norma como criterio de imputación objetiva, hasta que el otro día leí una sentencia… No te dejarán llegar ni a lo de la sentencia, habrán huido antes a buscar otra oreja para ellos. Que les vaya bonito y que nos dejen en paz, rediez.

6 comentarios:

  1. Si esto fuera siempre duralex seria agotador. Menos mal que la maruja social se asoma de vez en cuando. Y que bien narra !!!

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  2. Perelman, Rawls, con lo áridos que me parecían en tiempos de Don Luis Martínez Roldán en la Uniovi.

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  3. Estimado profesor,

    Comparto esa castidad de oídos que predica.

    El mundo se divide entre aquello que saben escuchar (para su provecho). Y aquellos que sólo saben escucharse (para ruina propia y desesperación ajena).

    Hacer oídos sordos es, en el fondo, un acto de filantropía.

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  4. Disculpe el inciso, profesor, pero ¿no es este el caso del que hablo en una entrada anterior de su blog?

    http://www.cadenaser.com/espana/articulo/hombre-condenado-homicidio-haber-cadaver-testigos-arma/csrcsrpor/20130425csrcsrnac_32/Tes

    Igual le merece algún comentario nuevo, ahora que el veredicto es bien distinto...

    Saludos.

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  5. Profesor, pero ese plasta de abogado, tiene razón en el Fondo y por supuesto, ese Curso lo debería dar Usted

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  6. Ahora mismo, junto al metro de Ciudad Universitaria, en Madrid, hay un autobús de donaciones de sangre de Cruz Roja. Donen sangre, por favor, también en Ávila y Castellón

    Gracias, profesor.

    David.

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