Pues mi última diversión (¿penúltima?) ha sido escribir una obrilla teatral. Fue en Mallorca y en calma. Ya no sabe uno qué hacer para evadirse del deprimente ambiente del país. El impulso lo dio Rosa, amiga de mi casa. Ahora andamos (anda Rosa) buscando actores y actrices para hacer un grupillo y hasta representarla; o lo que sea. Se admiten voluntarios para el casting, zona León y alrededores, conveniente buena presencia y no ser abstemio.
Son cinco actos y voy a ponerlos aquí, porque hasta a los pequeños les enseñamos que es bonito compartir. Además, la gente estas cosas las lee más si están en el blog que si se las manda uno a casa, como si así fuera más pecado o te estuvieran fisgando en la ducha.
Vivimos en tiempos de piratas, bucaneros y algún que otro mercenario de la peor ralea. Para ellos, y no para los amigos de este blog, va la siguiente advertencia: esta obrita, sea mala o sea regular, es mía y de quien yo decida. No sé si me explico. Que si alguien la quiere usar para algo decente, va a tener mi autorización, claro que sí, pero que la autorización hay que pedirla. Y que esta obrita ya la tengo registrada de modo que haga prueba en pleito y que, como ya un día de estos me voy a meter en pleitos con algún copión con mucha jeta, pues que cuidadín.
Ya me dirán las buenas gentes qué les parece o qué cambiamos en el guión. Y que a ver si nos juntamos en los escenarios. Lo de que estamos buscando actores o grupo es cierto, que conste.
Ahí va. Se titula "Extraños aquí mismo".
EXTRAÑOS AQUÍ MISMO.
Primer acto.
(Los
cinco actos de la obra transcurren en el mismo salón de una casa. Salón de
estar burgués, sofá, asientos de una plaza, mecedora, una mesilla de centro y
mesas auxiliares)
(Entran los personajes en el salón, en conversación amistosa y alegre.
Están contentos y satisfechos. Acaban de cenar y van a brindar por un éxito del
anfitrión).
RUFINO.- Extraordinaria cena. Y
memorable. Somos privilegiados por haber comido tan bien y por la primicia. ¡Esto es histórico!
CANDELA.- No me digáis que no
tengo un maridazo. Científico de primera y gran cocinero. El cordero lo preparó
él.
EDUARDO.- Y todo lo demás lo hizo
Candela. Qué sería de mí sin esta mujer.
VÍCTOR.- Sí, lo bien que cocináis
ya lo sabíamos, y que sois un encanto de pareja, pero lo de la pastilla es la
noticia del siglo. A ver, yo quiero detalles, tengo mil preguntas para ti,
Eduardo.
DEYSI.- Parece de novela. De
novela de ciencia ficción. Me siento como en una película, os lo aseguro. ¡La
píldora de la verdad, no puedo creerlo! No sé si voy a poder resistir mucho
tiempo sin desvelar este secreto a todos los amigos de mi país. ¿Se lo puedo
contar al menos a mi madre y a mis hermanos?
FERNANDO.- Es secreto, bien claro
nos lo ha dejado el doctor Eduardo. Aunque lo que está a buen recaudo es la
fórmula, ésa la conoce sólo el doctor Eduardo. Yo me conformo con haber sido
miembro de su equipo investigador, aunque no sea más que como humilde becario
brasileño.
LUISA.- Tú de humilde tienes
poco, corazón. A mí lo que me da envidia es que Eduardo se va a hacer
millonario con su hallazgo. ¿No se caerá algún dinerillo también para esta
humilde administrativa de su Departamento que lleva años aguantando las
paranoias de los investigadores y los cabreos cuando los experimentos no salen
o cuando se acaba el dinero para las pruebas?
CANDELA.- Ja, quéjate tú, que
sólo aguantas a Eduardo y compañía por las mañanas. Si yo os contara lo duro
que es el día a día al lado de un genio que no piensa más que en sustancias y
reactivos, y que si redacta un proyecto, que si escribe una memoria, que si
viaja a un congreso en el Quinto Pino, que si se va a un tribunal para no sé
qué, que si no viene a comer porque anda pendiente de que salgan unos datos… Y
cuando está en casa, entre estresado o hecho polvo. Menudo chollo de marido, ya
ves. Pero también estoy orgullosa de él, y hoy más que nunca, claro que sí.
NIEVES.- No pienses que estamos
mucho mejor las demás con nuestras medias naranjas. Mírame a mí con éste (señala a Víctor). Como si fuera fácil la
vida junto a un empresario que está a todas horas dale que te pego con la
contabilidad y que si el personal, que si los proveedores, que si Hacienda...
No sabéis cómo se pone este marido mío cuando no le cuadran los números o le da
porque viene la crisis y vamos a tener que vender la casita de la playa o
cerrar la mitad de las tiendas.
EDUARDO.- Eh, eh, ¿os parece
bonito sacar en este momento los trapos sucios de cada casa? Estamos de
celebración y estamos juntos hoy aquí porque sois mis amigos y quiero compartir
con vosotros esta satisfacción tan grande y este momento tan especial de mi
vida profesional y personal.
RUFINO.- Eso, brindemos,
brindemos.
(Eduardo y Candela van llenando las copas de cava).
DEYSI.- Oye, no nos habréis
echado una pastillita de ésas en el cava para que empecemos a soltar secretos,
¿verdad?
FERNANDO.- Je, je, no sería mala
cosa. Yo me apuntaría a escucharte unas cuantas confidencias, guapetona.
CANDELA.- Qué cosas tenéis.
¿Acaso os imagináis a Eduardo usando a sus amigos como cobayas?
VÍCTOR.- Pues claro que no,
mujer. Eduardo, vamos a brindar por ti y por tus éxitos y por lo orgullosos que
estamos de ti y de que nos honres con tu afecto. Pero tendrás que decir unas
palabras.
EDUARDO.- Mis amigos queridos,
levanto mi copa para daros las gracias. Os agradezco que estéis hoy aquí
conmigo y con Candela. Hoy estamos de buenas y cuando las cosas van bien es
fácil compartir alegrías, eso lo sabemos. Por eso mi gratitud hacia vosotros es
mayor, porque los viejos amigos lleváis mucho tiempo soportándome, también en
las épocas malas. Eso vale igualmente para Luisa, que me libra día a día de
papeleos y me hace fáciles todas las mil burocracias. Y para Fernando, que hoy
aquí representa a mi equipo y que, además, ha sabido en poco tiempo ganarse el
corazón de todos nosotros; y de alguna que yo me sé puede que algo más que el
corazón. (Risas) De de mi mujer qué
os voy a decir, no tengo palabras, y tampoco hacen falta a estas alturas y
después de veinte años de matrimonio y hasta con los hijos crecidos y volando a
su aire. Así que ¡por vosotros, por todos vosotros y por la amistad!
TODOS.- ¡Por Eduardo!
VÍCTOR.- Y por Candela, qué
caray.
RUFINO.- Por todos vosotros.
NIEVES.- Por la ciencia y el
progreso. Por nuestro futuro Premio Nobel.
VÍCTOR.- Por la madre que nos
parió a todos. Os quiero. Y por ti ante todo, Eduardo, amigo.
(Brindan, van entrechocando las copas y beben).
NIEVES.- Yo estoy muerta de
curiosidad. Eduardo, no has querido explicarnos casi nada durante la cena, sólo
el notición, a secas. ¿De verdad has inventado la píldora de la verdad? Anda,
cuenta, cuenta.
EDUARDO.- Disparad vuestras
preguntas. Es el momento. Os aclararé lo que pueda, menos la fórmula, claro.
VÍCTOR.- Me parece que lo que
todos queremos saber es cómo funciona la pastillita de marras. ¿Es una
pastilla, una simple pastilla?
EDUARDO.- Un pastilla, sí, una
píldora perfectamente soluble en cualquier líquido. No tiene sabor, te le echan
en la bebida que sea y no te enteras. Y al minuto cantas hasta La Traviata. Lo
que no hemos podido corregir es lo del hipo. Bajo sus efectos se tiene hipo y
no sabemos por qué. Es lo único que nos falta por afinar, pero espero tenerlo
corregido en poco tiempo.
DEYSI.- ¿También se puede echar
en el café?
RUFINO.- Ya ha dicho que en
cualquier bebida, Deysi.
DEYSI.- Papi, déjame preguntar
mis cosas como cualquiera.
LUISA.- ¿Y notas algo raro
después de tomar el café o lo que sea con la pastilla dentro? ¿Te pones a
contarlo todo como en el confesionario?
CANDELA.- Anda, como si en el
confesionario se contara mucho.
EDUARDO.- Bueno, no nos
dispersemos, un poco de orden. Os resumo el asunto. Quien ingiere la píldora no
muestra ningún signo externo, no se le nota nada raro. Lo único es que durante
los cinco o diez minutos que dura el efecto se bajan por completo las defensas
que nos hacen discretos. Eso tiene una explicación bioquímica que supongo que
no os importa en este momento. El caso es que, bajo el efecto, tú hablas con
toda normalidad, interactúas con los demás como siempre, pero a todo lo que te
pregunten vas a contestar con absoluta sinceridad y sin ninguna inhibición, sin
tapujos, a pelo. Es como lo del famoso suero de la verdad, pero mucho mejor
desarrollado y más seguro y eficaz.
RUFINO.- O sea, que respondes sin
reservas a cualquier cosa que te pregunten sobre tu vida o tus experiencias,
pero en lo demás no se te nota nada de particular.
EDUARDO.- Así es. Bueno, salvo lo
del hipo. Tu comportamiento es perfectamente normal, estás como estamos
nosotros aquí ahora, hablando tan campantes. Ni se te ve como borracho ni
mareado ni adormilado ni nada de eso. En realidad, todos podríamos haber
tragado hace un momento la sustancia disuelta en el cava y nadie se apercibiría
de ningún cambio.
FERNANDO.- Salvo que uno le
preguntara al otro algo delicado o algún secreto. Entonces al interrogado lo
veríamos explayarse a lo grande.
LUISA.- Me estoy mosqueando.
Alguien debería empezar a preguntar cosas, por si acaso.
FERNANDO.- A ver, tú misma. ¿Me
quieres, Luisa?
LUISA.- No, imbécil.
FERNANDO.- Ya veis. No dice la
verdad. No había nada en el cava; al menos en el de Luisa.
LUISA.- Eres un creído y un poco
cretino.
FERNANDO.- Lo dicho. Podemos
hablar tranquilos. El doctor Eduardo es de fiar y no se está aprovechando de
nosotros para sus experimentos.
DEYSI.- Además, Eduardo ha bebido
de la misma botella. No hay problema.
VÍCTOR.- Yo sigo con mi
curiosidad. Después de tomar la pastilla y sincerarte a lo bestia con tus
interrogadores, cuando se te pasa el efecto, te quedarás hecho polvo por
haberte ido de la lengua, digo yo.
EDUARDO.- Ahí está la gracia. El
sujeto no se acuerda luego de nada de lo que contó, aunque recuerde todos los
demás detalles de la conversación y del momento. Al revertir el efecto de las
sustancias que nos ayudan a mantener nuestros secretos en situación normal, se
consigue que el sujeto experimental tampoco recuerde después que sacó a pasear
sus secretos más íntimos. La revelación del secreto queda en secreto para la
propia persona que lo reveló, por así decir.
RUFINO.- Horrible. Da un miedo
del carajo. Los demás saben de ti y tú no sabes que saben eso que tú mismo les
contaste.
EDUARDO.- Así es.
RUFINO.- Pues acojona, insisto.
EDUARDO.- Ya, pero piensa que
cuando la sustancia se comercialice habrá que regular estrictamente su venta.
Es apropiada para ciertos ámbitos en los que importa mucho saber lo que alguien
hizo o lo que alguien piensa, por ejemplo en la investigación criminal o,
quizá, en ciertos procesos de selección de personal para puestos delicados. No
creo que se permita el uso en la vida cotidiana. Aunque todo eso ya no es cosa
mía. Nosotros hemos patentado la fórmula y ahora empieza un proceso legal y de
comercialización que es complicadísimo, pero que ya no es de mi incumbencia. A
nosotros lo único que nos falta es recibir la pasta del laboratorio que nos
compre los derechos.
RUFINO.- Bueno, interesantísimo,
pero yo tengo que irme. No quiero ser aguafiestas, pero anoche tuve guardia y
mañana vuelvo al tajo a las ocho.
NIEVES.- Y a nosotros se nos van
los chavales de campamento y se levantan a las siete.
LUISA.- Creo que nos marchamos
todos. Los anfitriones tienen cara de cansados, y es normal.
CANDELA.- La verdad es que
llevamos unos días de mucha agitación y Eduardo está durmiendo fatal esta
temporada. Los nervios, supongo.
FERNANDO.- Yo creía que habría
unos bailes por lo menos. O algo de musiquita tranquila. Me había traído
canciones de Maria Betania y de Chico Buarque.
LUISA.- Pues me las pones a mí
ahora en el coche. Hale, vamos, pesado.
EDUARDO.- Tranquilo, Fernando,
vamos a organizar una fiesta de otra manera dentro de poco. Esto dará para más
de cuatro celebraciones. Prometido.
(Van saliendo en parejas. Besos de despedida. Se quedan solos Eduardo y
Candela. Se sirven otra copa de cava)
CANDELA.- Qué gracia, hubo un
momento en que se pusieron nerviosos al pensar que a lo mejor les habías puesto
la famosa píldora en la bebida.
EDUARDO.- ¿Y tú no?
CANDELA.- ¡Anda ya! Yo estoy
impresionada todavía. Por más que me lo cuentas, no acabo de asimilarlo. ¡Una
manera tan sencilla de enterarse de los secretos de los demás!
EDUARDO.- Pues aún no te he
contado lo mejor.
CANDELA.- Sorpréndeme, si todavía
puedes.
EDUARDO.- He quedado mañana aquí
con Víctor. Le he puesto un pretexto para hacerlo venir aquí mañana un rato y
que hablemos. Hago como que me interesa su asesoramiento económico para la
explotación del invento, pero voy a experimentar con él.
CANDELA.- No. No me digas... No,
Eduardo, eso no se puede hacer. ¿Estás pensando en darle la píldora y
preguntarle cosas? No tienes derecho, Eduardo, eso no se hace a un amigo. Tú no
eres así de cabrón.
EDUARDO.- La experimentación
científica tiene sus servidumbres, querida. Necesito comprobar que funciona en
serio y, la verdad, he de saltarme alguna norma para poner a prueba el
producto. Normas legales y hasta normas de amistad. Pero no saldrá de estas
cuatro paredes lo que Víctor me cuente. Si acaso, te lo diré a ti, si tienes
curiosidad, y quedará entre tú y yo.
CANDELA.- Eduardo, en serio, eso
no se hace, y menos con amigos. ¡Acaban de brindar todos por ti, y Víctor el
primero!
EDUARDO.- Con algún amigo más
reciente que Víctor ya he probado, jeje. El otro día lo hice con Fernando y
funcionó a las mil maravillas. Confirmó que está enrolladísimo con Luisa.
CANDELA.- Eso ya lo sabíamos.
EDUARDO.- Ya, pero no sabías que
está al mismo tiempo con dos más y que una de ellas es Rebeca, la catedrática
de Biología Vegetal, ésa que siempre va tan apretada, la que fue vicerrectora
con Fidalgo. ¿La recuerdas? La vimos hace poco en...
CANDELA.- Te lo repito, Eduardo,
a Fernando que le den morcilla, pero no me parece bien que le prepares esa
encerrona a Víctor y no quiero ser cómplice de esos manejos tuyos. Si tú lo
llamas ciencia, yo lo llamo vil cotilleo, comadreo de la peor especie.
EDUARDO.- Bueno, bueno, no te
diré más.
CANDELA.- Y tampoco sé por qué
has tenido que elegir al bueno de Víctor. ¿Qué te ha hecho para que lo uses de
conejillo de indias y te inmiscuyas en su vida a traición y sin ningún derecho?
EDUARDO.- Eso fue el azar,
Candela, el azar.
CANDELA.- ¿El azar? ¿Qué azar?
EDUARDO.- Hice un sorteo yo solo
para ver a qué amigo le caía la china, y le tocó a él. Pero vuelvo a decirte
que no pasa nada. Ni voy a contarle a nadie lo que me diga, ni a ti, si no
quieres, ni creo que tenga el bueno de Víctor ningún secreto excitante. Ya lo
conoces, su negocio, sus casas, su familia y un par de gin-tonics cuando lo
invita alguien. Seguro que los había mejores en la lista, pero salió él.
CANDELA.- Ah, pues si valen igual
lo sosos, haberte tomado tú la pastilla y te interrogaba yo misma. Mucha cara
le estás echando tú.
EDUARDO.- Vale, vale. Me voy a la
cama. Mañana tal vez veas las cosas de otro modo. Estamos muy cansados.
CANDELA.- Yo me quedo un momento
recogiendo esto y relajándome. Enseguida voy.
(Eduardo se retira. Queda Candela, que deja pasar un ratillo y saca su
móvil. Llama).
CANDELA.- Víctor. Soy yo, Cande.
Perdona que te llame así, ya sé que no podrás hablar, disimula sólo un
momentín... ¿Que está Nieves en la ducha? Mejor… No, calla, idiota, no es eso…
Te resumo rápido. La cita aquí en casa mañana con Eduardo es una trampa, va a
darte la píldora de la verdad sin que te enteres... Pues dice que lo echó a
suertes entre sus amigos y que saliste tú y que tiene que experimentar más y no
sé qué... Pues claro que me preocupa, imagínate... Déjate de juramentos,
Víctor, Eduardo es así, y punto. Seamos prácticos... Sí, calla, yo te digo cómo
lo vamos a hacer. Voy a convencer a Eduardo para que me deje estar presente...
Calla, por favor, déjame hablar... No, ven, no pongas disculpa, Eduardo se va a
joder, por cabronazo y mal amigo... ¿Que cómo? Lo convenzo para que me deje a
mí serviros las copas y le pongo la píldora a él, con un par... ¿Que cómo lo
voy a convencer? Víctor, por favor, ¿te parece que está la situación para
escenitas de celos, y a estas alturas? Es mi marido, coño... Vale, pues hasta
mañana.
(Se atusa. Va hacia el pasillo que lleva a la habitación)
CANDELA.- Eduardo, ¿duermes?
Buenas tardes, profesor. Gracias por continuar con su blog. Debería aprender el ABC, periódico que, durante varios días de julio, no llegó a Molina de Aragón. Usted sí que llega, a todo el mundo. Por favor, donen sangre, también en Ávila, por favor.
ResponderEliminarUn saludo.
David.
Muy bien, muy bien, lo mejor...las ganas de seguir leyendo que le quedan a uno.
ResponderEliminarQue buena pinta !!!
ResponderEliminarProfesor, justamente por lo que avisa en su introducción yo puse en mi blog una licencia "creative commons".
ResponderEliminarEs cosa bien sencilla y aparenta utilidad por aquello de las copias y las distribuciones:
http://es.creativecommons.org/blog/licencias/
Lo que no sé ya es la utilidad cierta de hacerlo así e igualmente estoy haciendo el tonto...
En cuanto al vodevil, me tiene con las palomitas y la coca-cola pegado a la pantalla.
Un saludo.
ResponderEliminarVeamos, ¿ésto cómo va, cada día un acto o según la aceptación popular?
Me refiero a un acto de la obra, ojo, que le veo venir.
Me gusta pero quiero leerlo de un tirón, jopé.
Un cordial saludo.
Aprecio una clara influencia de las primeras escenas de "Cuatro corazones con freno y marcha atrás".
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