Voy a dar ideas renovadas a los inquisidores de la
lengua, a quienes hoy tratan de exigir el uso de un idioma en algunas regiones
españolas con el mismo talante con el que antaño se trataba de imponer “la
lengua del imperio”.
Aclaro de antemano, porque es de justicia, que las
aportaciones que dejo en esta Sosería no tienen mérito alguno pues se alimentan
de la rica experiencia que vivo en Bélgica, un país admirable que ha tenido y
tiene deslumbrantes cabezas pero que también alberga zoquetes de apreciable
envergadura. O, si queremos decirlo de forma más culta, beocios o intonsos que
parecen haber seguido cursos especializados para adquirir tal grado.
Allí, en Flandes, en el lugar donde un día se puso
el sol (según Marquina), el propietario de una freiduría que lleva el rótulo
“Frituur Grand Place” ha recibido la orden de buscar un nombre flamenco para su
negocio. Y en un colegio cercano se puede rechazar a los niños que no hablen o
no comprendan suficientemente el neerlandés. También hay una campaña abierta
que promueve la delación de cualquier ciudadano que se permita utilizar alguna
lengua que no sea la neerlandesa.
Pero lo bueno y verdaderamente revolucionario ha
ocurrido en Menin, pueblo del Flandes oriental, que comparte su calle principal
con el municipio francés fronterizo de Halluin, donde la alcaldesa ha pedido
hace poco al personal de su Ayuntamiento que recurra a pictogramas o, en su
defecto, al lenguaje de gestos para impedir a los ciudadanos que se acerquen a
sus oficinas que utilicen la lengua de Rousseau.
Hay que añadir que, en esta localidad, el neerlandés
se habla por más de la mitad de la población pero el francés también se usa
cotidianamente por la mitad de sus habitantes y además se considera que al
menos un tercio es perfectamente bilingüe.
El problema, realmente arduo, se planteaba cuando un
ciudadano se acercaba a una ventanilla y no comprendía una sola palabra de
neerlandés. ¿Qué hacer? se preguntaban los funcionarios obligados a aplicar las
leyes de lenguas aprobadas en 1966. La respuesta de la alcaldesa ha sido clara:
“es preciso pensar una fórmula que impida el uso de la lengua francesa porque
hay un riesgo cierto de afrancesamiento de nuestro pueblo”.
Y por ahí hemos llegado al pictograma y al lenguaje
de gestos. Que no hay más remedio que usar en estos casos de contumaces
ignorantes del neerlandés. Aunque la compasión de la alcaldesa ha venido a
solucionar situaciones singulares. Tal por ejemplo la ayuda médica urgente,
momento delicado que abre la puerta al uso del francés pero entendiendo “tales
excepciones de forma extremadamente limitadas”.
Los superiores de la alcaldesa la han respaldado y
así, desde el Gobierno flamenco, el ministro de la Integración (?) ha juzgado
la medida como “excelente” y ha aportado un argumento definitivo: en Lille
(ciudad cercana francesa) un ciudadano no puede utilizar el neerlandés.
Introducido y aceptado el lenguaje de gestos ¿qué
tal si empezamos por dirigirnos a la alcaldesa con ese que destaca el dedo
medio y mantiene los demás abatidos, conocido vulgarmente con el nombre de
“peineta”?
Estimado Profesor Sosa, me permito hacer algunos apuntes a su artículo, aunque comienzo aclarando que (1) vivo en Bruselas, oficialmente bilingüe, desde hace once años, (2) hablo con fluidez francés pero no neerlandés, lo cual hace que este más integrado en el medio social francófono que en el neerlandófono y (3) coincido con su crítica de la obsesión lingüística (y, en algunos casos, yo añadiría racial) de una parte no desdeñable de los flamencos.
ResponderEliminarEn primer lugar, no creo que la situación lingüística en España y Bélgica sea comparable. En España, existe una sola lengua oficial en todo el territorio, que todos los españoles tienen el deber de conocer y el derecho a usar, mientras que las demás lenguas solamente son (co-) oficiales en sus respectivas CC AA (artículo 3 de la Constitución). En Bélgica, solo Bruselas es oficialmente bilingüe, mientras que Flandes y Valonia son unilingües en neerlandés y francés respectivamente (existe además una pequeña minoría germanófona en Valonia que puede utilizar el alemán). Además de esas consideraciones jurídicas, lo lógico y cortés para un belga es aprender la lengua de la otra mitad del país e intentar hablarla cuando se desplaza allí.
Los flamencos, con todos sus defectos, se encuentran entre los pueblos más políglotas de Europa. Puede que se deba en parte al hecho de que su idioma materno es relativamente minoritario (22 millones de personas) pero tampoco hay que negarles cierto mérito. La mayoría de los que conozco hablan inglés y francés con cierta soltura e incluso se manejan en alemán. Sí, ya sé que este último idioma es próximo al neerlandés pero también son próximos el francés y el español y curiosamente la mayoría de los belgas que he conocido que hablan español son flamencos. Cuando voy a Flandes, que rodea literalmente el casco urbano de Bruselas, al dirigirme a alguien pregunto primero si habla francés o inglés. Nunca he recibido una mala respuesta y siempre he podido comunicarme en uno de esos dos idiomas (el francés es más frecuentemente el idioma elegido por mi interlocutor). Cuando me disculpo por no hablar neerlandés (utilizando como atenuantes – no eximentes – que en Bruselas se habla sobre todo francés y que en el sector internacional en el que trabajo se emplea el inglés) siempre he recibido comprensión y ningún reproche.
Los francófonos, ya sean bruselenses o valones, han mostrado tradicionalmente un desprecio absoluto por el idioma materno de cerca del 60% de la población belga. Sólo en épocas más recientes se han visto forzados a mejorar sus conocimientos lingüísticos. Esa actitud no es exclusiva de los belgas sino que es común a los hablantes de ese idioma: bajo ningún concepto renunciaran al suyo aunque estén en minoría (Quebec) pero lo impondrán a otros con el argumento de su superioridad cultural (Bruselas, Lille – originalmente, parte de Flandes –, Luxemburgo y Estrasburgo son buenos ejemplos). La mayoría de los belgas francófonos que conozco son incapaces de mantener una conversación en neerlandés. ¿No le parece un signo de desprecio hacia sus compatriotas?
Las situaciones más desagradables se producen en las zonas de Flandes que lindan con Bruselas y con Valonia, pero la razón principal para ello son los abusos cometidos por francófonos que viven allí desde hace décadas y se niegan a aprender neerlandés, supongo que en la creencia de que el idioma les acompaña allá donde vayan. Al final, algún extranjero recién llegado paga los platos rotos. Por cierto, si me mudase a Flandes lo primero que haría sería aprender el idioma local.
Todo lo anterior no es óbice para criticar conductas ridículas como las que usted describe ni tampoco el totalitarismo lingüístico que se vive en Cataluña, pero por favor analicemos las situaciones dentro de su respectivo contexto.
Permítame también objetar respetuosamente, sr. Sosa. Seguro que viviendo por esos pagos sabe no poco de la historia de este conflicto lingüístico. Sabrá pues que hasta poco antes de la guerra los flamencos estaban obligados a utilizar el francés para cualquier acto administrativo. Sabrá que la nobleza flamenca, las clases profesionales y altoburguesas, se preciaban de hablar entre ellos en francés y con la servidumbre, las criadas, nodrizas, chóferes y jardineros, en flamenco afrancesado. Sabrá que las clases dominantes, que vivían alrededor de la familia real chupando del bote colonial y del plusvalor de la industria siderúrgica y de las minas valonas, empleando a mucho inmigrante piojoso, empleaban el francés para jactarse de su superioridad sobre esos miserables pobretones de Flandes, vaqueros y campesinos. Sabrá que la mayor parte de la clase política francófona se ha autoexcluido de obtener influencia nacional simplemente por no poder hablar el neerlandés con fluidez, mientras su contraparte flamenca ha utilizado el bilingüismo para subrayar el creciente poder industrial, comercial, demográfico de la región.
ResponderEliminarHa habido mucha "sel" lingüística frotada sobre las heridas flamencas. Hace usted bien en bromear sobre la pobrecilla que sólo sabe corresponder probando a frotar "zout" sobre las de sus convecinos. Pero en Flandes, como en Catalunya, o en Euzkadi, o en cualquier otra parte donde hay historia de conflictos que sólo merecen el adjetivo de culturales, demasiado culturales, el camino adelante no pasada desde luego por las peinetas, como sea que se digan en francés o en neerlandés. Pasa en cambio por relativizar posiciones, por modular recíprocamente culturas, por buscar la paz activamente por todos los medios a nuestro alcance. No hay conflicto pequeño, en el mundo en el que vivimos, porque hasta el aparentemente más minúsculo tiene el potencial de convertirse en una salvajada horrorosa.
Salud,
Políticos criticando políticos...¿Qué será lo siguiente sr. Sosa? ¿políticos justificando políticos?
ResponderEliminarAparte de pelín reduccionista, su artículo suena pretencioso (y ya le han revolcado los que saben y conocen) pero yo no disfruto de esa rica plenitud, todo lo más cojo el metro.
Nada como un poco de cainismo velado, así de español y de navaja con muelles, para pasar una agradable tarde de lluvia tras el cristal (en el que escribí tu nombre, palomitera mía)...
Y a lo mío. Un saludo. ¿regiones, sr. Sosa? Ay, el bajoconsciente...
Coincido con exiliado en su postura sobre Bélgica: es muy fácil calificar a los francófonos de "cosmopolitas" y a los flamencos de "provincianos" o "exclusivistas", pero la historia lingüística de Bélgica lo dice bien clarito: los francófonos sólo han entendido el bilingüísmo como un bilingüísmo unidireccional: no hay problema en que los flamencos hablen su idioma siempre que también sepan francés, en tanto que los francófonos se reservan el derecho de ignorarlo. Obviamente esto está en las antípodas de la igualdad y de los derechos correlativos: yo te concedo en mi casa (lingüística) los que tú me concedas en la tuya. De modo que el bilingüísmo o es para todos o si no para ninguno.
ResponderEliminarEn el 2004 cuatro me llamó la atención (estaba en Ieper -Ypres-) a pocos quilómetros de la frontera francesa, que la gente con la que hablaba, a pesar de evidentemente tener que tener por fuerza un conocimento suficiente de francés, prefería utilizar el inglés. Y conociendo la historia lingüística de Bélgica me parece lógico.