Dalí da para mucho, sobre todo ahora que, cerrada la exposición a él
dedicada en el Reina Sofía, se puede meditar sobre su obra y sus
excentricidades personales.
Creo que entre los elementos puestos de moda por esta vuelta a Dalí se
encuentra el poder seductor de lo blando que llegó al paroxismo con su cuadro
dedicado a la persistencia de la memoria, más conocido como el de los relojes
blandos. No sería la única vez que lo blando aparece en sus creaciones pues
está también su Construcción blanda con judías hervidas y, cercano, su
Nacimiento de los deseos líquidos.
Él ha contado que la idea de los relojes blandos se le ocurrió cuando,
habiendo terminado de pintar una marina de Cadaqués, se fue a merendar y, en
vez de tomar la magdalena famosa, se untó un poco de queso Camembert en pan, lo
que demuestra su finura gastronómica. Cuando volvió al estudio vio la marina,
pensó en el queso blando y se dio en imaginar como la cosa más natural del
mundo un reloj que fuera blando y así llevó al lienzo varios de ellos y los
acompañó de sus moscas y de sus hormigas, de su ojo con pestañas extensas más
alguna otra extravagancia, podría haber añadido tranquilamente una hoja de
cálculo, una lata de la que sale la regenta o una procesión de urólogos ...
Preciso es, sin embargo, conformarse con lo que alberga el cuadro. Si
lo traigo a colación es porque pienso que lo blando, que sedujo al enamorado de
Cadaqués, bien podría extractar los males y las penurias que hoy padecemos pues
lo blando se puede untar, un verbo muy conjugado -no se podrá negar- en la
moderna España.
Pero es que además de servir de resumen que nos alivie de escribir un
ensayo sesudo plagado de notas a pie de página, la proliferación de lo blando
serviría como bálsamo a tanta tensión como acumulamos. Imaginemos lo que sería
disponer en nuestro paisaje del tesorero blando, de los papeles blandos, del
yerno blando, de la búrbuja blanda, del corrupto blando, del rescate blando y
del sindicato blando ... Todo, se convendrá conmigo, sería más llevadero y
nuestros dolores de cabeza, al volverse blandos, no sería ni siquiera necesario
combatirlos con aspirinas blandas.
Nosotros hemos sido además pioneros pues, en nuestra Historia reciente,
a la Dictadura del General Primo de Rivera la llamamos la “dictablanda” porque
no mataba sino que se limitaba a practicar el insulto blando y las prisiones
blandas. Hoy, se impondría la moda del subsecretario blando y no digamos el
consuelo que supondría disponer de nacionalistas blandos que formaran en las
regiones irredentas y sedientas de Estado una cadena blanda.
Pues ¿y en el ámbito internacional? Una guerra blanda llevada con
armas blandas sería más regocijante que las popularizadas por Gila.
Así que tenemos un ancho camino por explotar porque lo que acertamos a
ver a nuestro alrededor es un paisaje -la marina de Dalí o la calle de nuestra
casa- donde no se oyen voces sino ecos blandos. No sé si nos damos cuenta de
que estamos leyendo en un libro blando del que se han escapado las letras.
Nada, nada mal, poner en relación Dalí con Primo de Rivera. Es un filón de análisis para nada evidente, y fértil, vaya si fértil.
ResponderEliminarEn cuanto a explorar las virtudes y posibilidades del pensamiento 'no duro' (pongámoslo así; desde Maimónides, por lo menos, sabemos que la negación nos ahorra embolados lógicos en los cuales nos precipitan muchas incautas informaciones), tiene Vd un coleguiya de curro que ciertamente no se chupa el dedo: Juanito Vattimo.
Salud,
errata (joía microfinestra de los comentarios): "incautas AFIRMACIONES"
ResponderEliminarlo siento, más salud