14 septiembre, 2013

Parejas y parajes



                Entre las cuestiones teóricas que más me llaman la atención está la de por qué nos emparejamos los humanos. Me refiero a las parejas con pretensión de estabilidad, no a eso que a usted se le ha venido a la cabeza y cuya respuesta es fácil. El asunto tiene su reverso en la pregunta de por qué muchos se mantienen en pareja cuando claramente parece (subráyese el parece y téngase en cuenta lo equívoco de las humanas impresiones) que la vida a dos no rula.
                Pues no sé contestar. Pero como ando leyendo estos días sesudos textos de filosofía analítica y los llamados filósofos analíticos le sacan punta a todo para acabar siempre concluyendo que en el fondo quién sabe o que será por otras cosas, me voy a pasar un rato jugando a eso, pero con este tema.
                Hay parejas que dan la impresión (seguimos en el proceloso mundo de las impresiones) de que funcionan a base de bien y en la que los diríanse hechos el uno para el otro. Y las hay que nos obligan a pensar lo contrario, que vaya por Dios y que pobretones. Creo que, para echar a andar, podría formularse la siguiente hipótesis: en parejas que no se entiendan de maravilla, la decisión de cada miembro para separarse o no está condicionada por un dato que tiene que ver totalmente con la psicología individual y los temperamentos, de forma que uno rompe o no la vida en pareja en función de si prefiere la certeza de la infelicidad presente o la incertidumbre de la felicidad futura; o sea, lo del más vale lo malo conocido y a ver si la embarro por buscar lo que luego no encontraré. Los caracteres más acomodaticios y conservadores (hablamos de caracteres, no de ideologías políticas, que poco tienen que ver con esto) propenden a asumir lo que tienen, aun con sus defectos o carencias, mientras que los aventureros o inquietos son más dados al aceptar el riesgo del mayor fracaso futuro frente a la evidencia de la desdicha presente. Pero hay de todo.
                Lo anterior es decir bien poco y bien obvio. Precisemos, pues, los factores que determinan la decisión de mantenerse con la pareja o de interrumpir la vida de pareja.
                1. La percepción de sí mismo, la imagen que cada uno tiene de sí. Por lo general, el que se considera raro para mal o difícil de aguantar tiende, paradójicamente, a perseverar con la contraparte que tiene. Sé que soy insoportable, así que en el fondo agradezco que mi pareja me aguante un poco, aunque sea poco y me ponga morros a menudo. Es decir, me siento tan defectuoso, que o con esto o con nadie. A tales les preguntas y te dicen que sí, que les va mal y andan descontentos con la compañía, pero que, bien mirado, la pareja es una santa. Es el signo más claro de la víctima propiciatoria. En cuanto sus parejas captan esa tremenda inseguridad de fondo, se les suben a la chepa y les recuerdan día tras día esos defectos que internamente los debilitan. Anda, quién iba a soportar como soporto yo el aroma de tus pies y que roncas y que los domingos por la tarde no quieres más que ver fútbol y fútbol. Más todavía, en cuanto les cogen el tranquillo, sus parejas se encargan de acrecentar esa inseguridad haciéndoles ver que hasta sus hábitos más neutros e inocentes son defectos que, sin ellas, los condenarían a la soledad y el abandono: ¿crees que otro aguantaría que nunca quieras comer lechuga o que tengas esas pantorrillas tan peludas o que te niegues a comprar ropa más a la moda?
                ¿Solución? Valerse de cualquier medio para aumentarse la autoestima. Y pies para que os quiero.
                2. La gestión de lo cotidiano. Este factor pesa especialmente en aquellas personas que o bien se tienen por medio inútiles para ciertos menesteres rutinario, o bien, aunque nos se vean en eso incapaces por completo, están dispuestos a apechugar con lo que sea con tal de que alguien les haga lo que no les gusta. Aquí está una causa principal de que tantos varones hayan apreciado o aprecien el matrimonio duradero, pues por nada del mundo querrían tener que ponerse a cocinar o averiguar cómo se pone en la lavadora el programa para ropa de color. Y no digamos si la pareja es muy completa y, de propina, te hace la maleta para los viajes, te lleva la agenda, se encarga de las cuentas del banco y se ocupa en exclusiva de la crianza de los hijos. Es como vivir con un extraordinario mayordomo o una excelente ama de llaves, pero con derecho a roce, para mayor gloria de la administrativa unión; o como casarse con una gestoría.
                Tal como acabo de contarlo, parece planteamiento exclusivo de varones, pero también hay mujeres que se ven más que compensadas por no tener que ocuparse de cuándo se le cambia el aceite al coche o de cómo se monta un armario empotrado. Naturalmente que unos y otras se dan cuenta de que lo mismo se puede tener pagando a los correspondientes profesionales, cuando toque, pero sale más caro y no es tan entrañable como ver a tu media naranja sudando con el destornillador o poniéndole suavizante a tu calzoncillo.
                ¿Solución? Tratar de darse cuenta de que eso que uno no hace no tiene un puñetero secreto, aunque el otro finja que requiere destrezas inusitadas. Cualquier hombre que lo intente puede ver que no es verdad que el meter los cacharros en el lavavajillas requiera una técnica supersofisticada, y cualquier mujer puede descubrir que como mejor queda montado el armario es cuando lo hace un carpintero y que las reparaciones del coche que más duran son las de los talleres. Y que no es tan caro y, sobre todo, no tienes que dormir con el operario si no te apetece.
                3. El sexo. Uf, pasemos al punto siguiente. Bueno, no, probemos con un poco de análisis, pero verán cómo se nos enreda la cuestión. Si en algo somos diversos los terrícolas, es en esto. Así que vamos a ver y a hacer unas clasificaciones.
                a) Hay personas a las que la práctica sexual gusta poco y otras a las que gusta mucho. Que varía el grado de afición, vaya. Me refiero al sexo ortodoxo en pareja, sea homo o hétero. Dejo de lado las inclinaciones más infrecuentes o que requieren parafernalias especiales. En suma, que hablo nada más que del yacer común, que diría el clásico.
                Resultan muy bien las parejas que coinciden en la intensidad de la inclinación, bien porque a los dos les va la marcha, bien porque ambos son poco dados y se buscan una vez al mes y para que no se diga. No será necesario subrayar que sufren los pares en los que tal sincronía no acontece. Osaré formular aquí una nueva hipótesis, cuya corroboración necesitaría trabajo de campo y prolija experimentación. La tesis es tal que así: las más firmes y duraderas son las parejas que coinciden en la poca inclinación al ayuntamiento carnal. ¿Por qué? Porque cada uno piensa que a ver dónde iba a toparse otra pareja que no se mosqueara porque uno prefiera dormir o ver la tele.
                El lío, como es obvio, salta cuando uno es bastante activo y el otro altamente indiferente. Cualquiera de los dos vivirá con ganas de salir pitando y se contendrá solamente si pesa mucho alguno de estos otros factores que estamos analizando o que vamos a mencionar: autoestima, gestión de las rutinas y presión social.
                b) Hay gentes que en los quehaceres sexuales son diestras y otras que son siniestras. Ahora en serio: los hay hábiles y torpísimos. Sí, lo siento, es así. El hábil se harta del torpe y el torpe se acaba ciscando en el hábil y odiándolo porque lo acompleja. ¿Solución? Un pelín de inteligencia y bastante mano izquierda, de modo que el que sepa mejor enseñe al otro con paciencia de buen profesor y el que no sea muy ducho se avenga esmeradamente a mejorar.
                Entre los torpones, los hay desdichados y pertinaces. El desdichado quiere y puede regular, pero si es buena gente y aprecia un poco al otro, va poniendo de su parte y se supera. El pertinaz es el que encima está convencido de que es así de mal como está bien y que el que se pasa es el otro. Con el pertinaz no hay más solución que darle puerta, aire. Al pertinaz por lo general se le capta por indicios, aun desde fuera y como puro observador que para nada se mete en esa cama. Por ejemplo, hay una expresión aterradora: “no soporto que me…”. El no soporto que me suele revelar un carácter que hace virtud del no conceder ni tanto así. Hablo, claro, de cosas que encajen en el amplísimo abanico de lo no extraño y de personas que no tengan dolencias que las justifiquen. Por ejemplo, el no soporto que me clave alfileres en el lóbulo de la oreja cada vez que me ataca yo lo veo normal y disculpable, igual que normal y disculpable es el no soporto que se empeñe en ponérseme encima con sus ciento cincuenta kilos. Hasta ahí, vale. Pero ni un paso más. Y no, no estoy hablando de señoras únicamente, aunque la expresión nos suene muy femenina. Pero es porque los hombres no verbalizamos, o verbalizamos de otra manera.
                Creámoslo o no, la vida sexual de muchos y muchas es así: compartida con alguien que por lo general no tiene ganas y que, cuando se pone, salta con el no soporto que me des mordisquitos en los hombros o que aúlles un poco. Si éstos o éstas no se largan con la música a otra parte es por el peso, aquí desmesurado, de los otros factores.
                c) Hablar o no hablar, that´s the question. Cuando la pareja no habla de sexo y de su sexo, la buena vecindad sexual sólo se puede dar como afortunadísimo azar o entre personas con un enorme fondo insondable. Las personas con enorme fondo insondable son aquellas que, mientras copulan con su pareja, son capaces de excitarse pensando en todo lo que les gustaría hablar y no hablan. ¡Ay, esos ojos cerrados!
                Caben tácitos acuerdos en terreno intermedio, pero cuando va mal es cuando uno habla y el otro reprime. El “anda no seas cerdo” o el “venga, no seas descarada” constituyen el certificado de defunción sexual de una pareja. Esos dejan de estar juntos mientras juntos proceden.
                Añadamos este dato al anterior panorama de espanto: pareja poco inclinada, experta en el no soporto que y que te aplaca con el calla, no seas guarro/a. Corre y no mires atrás.
                d) El mejor sexo comienza con los dos vestidos. Sutil, puede ser, pero real como la vida misma. Dime cómo está tu pareja en casa y te diré cuánto le importan tus ganillas. Empecemos por ellas. Día tras día, en el hogar, cuando tú llegas o estás, esa disuasoria bata guateada o ese chándal al que le cuelga la culera, esas zapatillas que han perdido la color, los pelos como si los hubiera metido en el motor del coche, el grano recién reventado en la mejilla (que sí, que un grano le sale a cualquiera, pero no hay por qué reventarlo a las tres menos cuarto si tú vas a llegar a las tres), los labios cuarteados como si no existieran las barras de cacao… El horror, el horror. O ellos: el chándal con solera de lamparones o los mismos pantalones que ayer usaron para meterse debajo del coche a ver qué le pasaba a las suspensiones, las zapatillas de cuadros raídos, el jersey con bolas de la talla que llevabas antes de que la barriga empezara a crecer, la barba de dos días que era mona antes de que se pusiera tan blanca y a retales… Dígame usted quién va a tener ganas de pasar a mayores con un personal así, en la casa de uno y como si a uno se la hubieran jurado en su casa. Por no decir de adicionales detallitos que no quiero glosar para no rebasar los límites del buen gusto en un blog, y ya estarán intuyendo que me refiero a ciertas emanaciones que son muy humanas, pero que no hay por qué lanzárselas a la pareja de uno. Bueno, allá voy, pues de la formulación de una hipótesis científica se trata: dígame usted cuantos pedos se tira delante de usted su pareja y a qué distancia, y le diré si le desea humanamente o le trata como a una bestezuela más. Quien siembra vientos recoge tempestades y quien bien me quiere no me hará pasar ciertos tragos. Dejémoslo ahí.
                Completamos el cuadro y pasamos a otra cosa: pareja que no tiene gran estima la práctica sexual en general ni con usted, propensa al no soporto que, represora de toda licencia comunicativa y que va hecha unos zorros cuando usted la ve y puede usted plantearse quedarse allí o irse a echar la partida con los amigotes o a tomar el café con las de la ofi. No hay más que un camino, el digno camino de la huida. Porque una retirada a tiempo es una victoria, que nadie lo dude.
                4. Presión social. Esto, de tan evidente, merece poco comentario. Las personas pueden tener pareja (o hijos, vale igual o más para los hijos) o porque les apetece o porque toca. En esto han sufrido siempre mucho más las mujeres. Seguramente aquí es donde también es mayor la mejoría. Con todo, todavía hoy el que no se empareja firmemente acaba siendo en sociedad sospechoso de cuantas perversiones e incapacidades se le pueden ocurrir a una cuñada. Si a ese empujarnos agregamos que uno es inseguro, algo comodón y nada convencido de que por libre pueda encontrar con quien aparearse de vez en cuando sin mayores peligros, tenemos el cóctel perfecto para darnos con un desgraciado que se casa con la primera desgraciada que le cae; y viceversa o como se diga. Y no sólo eso, sino que estos mismos son los que no se separan para no darle un disgusto a mamá.
                Hay parejas felices y bien avenidas también, claro que sí. Aquí donde  me ven, mismamente. Pero habría mucho mayor porcentaje de parejas estupendas si la gente se separara más. La vida es ensayo y error y superación, diantre. Pero a nadie respetan si no se respeta.

3 comentarios:

  1. Entretenido de leer, y hace pensar, como siempre.

    Alguna pincelada analítica más.

    1. Económica (neomarxista). La pareja es un lugar de eficiencias (y el clan, más aún), sobre todo en tiempo de vacas magras. Con dos sueldos modestos y un poco de sentido común se vive dignamente. Juntando dos buenos se vive como un pachá. Lo cual juega en positivo, para arrejuntarse, y en negativo, como disuasorio de la separación. Como decía Forges "el amor es química, el matrimonio física, el divorcio matemáticas".

    2. Psicológica. Otra gran utilidad de la pareja está en el plano de la psicología. (a) La pareja 'justa' aporta un punto de vista crítico absolutamente insustituible. Y créanme, el problema no está en las ventosidades del cuerpo, sino en las del alma. Alguien que te diga 'ojo, que estás diciendo cosas que no se sostienen' no tiene precio. (b) Sorprendentemente, coincidiré con la doctrina cristiana de toda la vida: la convivencia te redimensiona el ego. Se podría decir que toda la vida en sociedad lo hace... pero sobre todo la convivencia es una continua aceptación de pequeñas cosas que no son exactamente como uno las querría... con lo que se aprende a alzar la mirada de lo pequeño y a intentar enfocarla un poquito más lejos, con más ambición.

    3. Contractual. La pareja es más contrato que no fusión (fusión son los primeros fines de semana, y bien gozosos - como decía González Ruano "lo mejor del amor es subir las escaleras"). Digo lo obvio: para que una pareja funcione, ambas partes tienen que encontrarse bien y juntas, y separadas. Por ponerlo en una imagen: qué alegría cuando te vas de viaje solo (o se queda en casa, y el otro se va); qué alegría cuando vuelves (o el otro vuelve). Qué gustosas, en la justa proporción, las vacaciones el ‘uno del otro’.

    4. Sociológica. La pareja nuclear es una invención burguesoromántica, con poco sostén psicológico o biológico. Si hemos llegado hasta aquí desde las llanuras de Olduvai, ha sido asociándonos en clanes, familias extendidas, grupos... Papito mamita chichino y chichina nunca hubieran salido de la sabana; vamos, no hubieran visto amanecer - si no sublimados en el regüeldo satisfecho de algún predador inteligente. Lo cual se nota en varias dimensiones de la vida, desde la organización del lugar donde se vive y de los recursos comunes, hasta el sexo (véase apunte siguiente), hasta la crianza de la generación sucesiva (llamarlos 'hijos', para los varones, suele tener un puntito de pretencioso). Cuanto más nos acerquemos al modelo kibbutz, abierto y colectivo, más sanas serán las parejas. Y cuanto más solitos y 'autónomos' detrás de nuestra puerta blindada, más frágiles y vulnerables.

    5. Sexológica. Joder, comencemos por el substrato biológico portante: somos primates promiscuos. Cierto que las ganas y habilidades varían mucho. Pero precisamente por eso, lo más lógico para gestionar la diversidad es la apertura. Aconsejo vivamente la lectura del sexólogo popular más grande de la modernidad, que es Dan Savage. Hay personas de psicología especialísima, infrecuente a decir poco, que viven con positividad una monogamia exclusiva. Hay otro extremo que requiere el modelo tiovivo. Entre medias, hay muchísimos que somos monogamosos, monogamillos, monogamentos... Es decir, que llevamos adelante con nuestra pareja una parte sustancial de nuestra vida sexual, y disfrutándola sinceramente, inventándonos la emboscada doméstica, sorprendiéndonos, jugando, atreviéndonos a ser tiernos (como dijera el inmortal pareado, cierto que un pelín machocéntrico "no hay como la ternura / para ponerla dura")... Y añadiendo sin complejos alguna variación, cuando surge, con gente maja y que valga la pena, y por supuesto aceptando con deportividad el evento recíproco. Necesaria la claridad, la humildad, y la aceptación de nuestra propia realidad sin forzarla dentro de moldes extraños.

    Sábado e mediodía... ¡cuántas cosas que hacer!

    Salud,

    ResponderEliminar
  2. Extraño que ninguno de los dos haya comentado en su deconstrucción de la pareja el amor, el romanticismo o la primavera en el Corte Inglés...

    También han pasado por alto que la principal causa de los divorcios es el matrimonio pero con el divorcio no acaba ni el amor ni la pareja, ya que el amor se transmuta en odio pertinaz, un amor elegante a la par que informal, y la pareja pasa a ser dobles parejas, que es una institución del poker de bastante utilidad en el apoyo de faroles o en relación con el medio farol según se entiende a esta parte del Mississipi en cualquier bar de copas con barra homologada.

    Es que somos almas de cántaro, puro sentimiento como quien dice y olvidarse de ésto es como hacer una tesis sobre la tortilla de patatas y olvidarse del huevo.

    Por ello, creo que esta vez, me quedaré aparcado entre Pascal (El corazón tiene razones que la razón no entiende) y Ockham (En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta) aunque mi cuenco vacío acepte hojas secas (un Haiku sugerente sin duda)

    Un saludo.

    ResponderEliminar

  3. Huy,aquí hay base para hacer un obra de teatro con diversidad de personajes y situaciones. Tema interesante, entretenido y bien expuesto.
    Si me apuras hay material y talento para un best seller.

    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar